17 de septiembre de 2017

Del “Partido del Pueblo” al “Partido de Ramos”: 76 años de avatares políticos…

Con esta construcción gramatical que no sé si definir como conjunto ilocucionario de actos de habla o como título, inicio estas letras en homenaje al  partido Acción Democrática. Aunque todo homenaje es por naturaleza exegético, no es sin embargo esa nuestra intención. Siento decepcionar a quienes así lo esperan, pero un partido político dista con mucho de esa clase de organizaciones humanas que se prestan para líneas desprovistas de críticas, algunas amargas, contimás si le tocó ejercer el poder político de una nación. Sin embargo, “la tolda blanca”, “el partido adeco”, “la casa de Rómulo Betancourt”, el sitio donde se hicieron, vivieron y murieron “aquellos los hombres de Acción Democrática”, es, con mucho, el partido político más grande e importante en la vida política nacional de la Venezuela del siglo XX, el siglo en el cual vio la luz por vez primera, el partido político venezolano, con vida, organización y acción propia.

Acción Democrática y su génesis partidaria expresada en el PDN (el Partido Democrático Nacional), fue la primera expresión política organizativa nacional con expresa vocación de poder. Así lo manifestó en más de una ocasión y durante sus prolegómenos, su líder fundador (y sin duda creador) Rómulo Ernesto Betancourt Bello. “Acción Democrática tiene voluntad de mandar”; “Somos un partido con vocación de poder”; “Acción Democrática quería gobernar”, son algunos de los actos de habla expresados por Betancourt en su discurso político que, “plétora de ritornelos” como el mismo los calificara, expresa el líder político entre 1941 y 1944, reiterándolo el 17 de octubre de 1945, cuando en aquel mitin del Nuevo Circo, insiste, “AD va a ser gobierno…”. Y concluye siendo realidad inconfutable; el 19 de octubre de 1945, cuando la rebelión militar triunfa, al formar su “Junta Revolucionaria de Gobierno”, nombra como su presidente a Rómulo y van a ese organismo colegiado, los doctores Gonzalo Barrios Bustillos, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Raúl Leoni Otero, miembros de la dirección nacional de AD. Hasta la mañana del 18, los militantes de base desconocen del acuerdo Betancourt- Unión Militar Patriótica. El propio presidente de AD, Rómulo Gallegos, desconoce del trato y es informado cuando los fuegos se han abierto en la Escuela Militar. Es una de las tantas decisiones que el máximo líder tomará por propia cuenta y riesgo. De todas formas, el partido es él y lo llevará hasta donde pueda, merced de su voluntad.

Así nace y se consolida, en apenas cuatro años, el que será, de ahí en adelante, “el partido del pueblo”. El partido de los “negros empigorotados” como los llamará con despectivo arresto el líder ultramontano de COPEI, Rodolfo José Cárdenas. De mucho “liqui-liqui” y “obreros que se creen empresarios”, ratificará el mismo Cárdenas, a título de insulto, no reparando en que esa será siempre la fortaleza de AD. Con independencia de que sus primeros tres años de ejercicio de poder se convierten en práctica hegemónica y de uso (y abuso) de la violencia política como forma “legítima” de acción contra el contrario, caracterizados además por una gestión pública plagada de una corrupción galopante, aunada al más vulgar de los tráficos de influencias, defectos de los cuáles Betancourt ha venido afirmando en su discurso se trata de “vicios inextricablemente unidos” al adversario derrocado, es gracias a AD que el trabajo se hace derecho constitucional; la mujer, el analfabeto, el negro, el indio y todos los preteridos hasta ese momento, adquieren el derecho al voto directo, universal y secreto para elegir al Primer Magistrado Nacional y los representantes al Congreso Nacional.

Es durante ese trienio (1945-1948) que se elaboran sendos planes de viviendas y de vialidad, así como se afinan las previsiones legales que conceden al país un disfrute mayor sobre la riqueza petrolera, que, por paradoja, ya se habían iniciado durante el gobierno del General Isaías Medina Angarita, con la sanción en el Congreso Nacional de la llamada Reforma Petrolera de 1943. Es también el período donde no existen en el país organizaciones políticas proscritas y el derecho a la asociación sindical y la expansión de las organizaciones que de su ejercicio se deriva, se hace amplia, extensiva e intensiva, llegando, en el caso de los partidos políticos, a desarrollarse una pugna interpartidaria tan agraz, que el propio Betancourt  llega a calificarla como “una manera brutal de embestirse mutuamente”.

Pero el poder es una enfermedad y a resultas de sus dolencias, AD termina interpretándose así misma casi como una organización mafiosa. Se obliga al funcionariado público a ser militante del partido; se exige su membresía para todo e incluso en algunos cuarteles, dirigentes de AD hacen labor proselitista con el consecuente desagrado de los mandos militares. El clero tiene “curas de AD” y “curas contrarios a AD”; y los mítines de COPEI, el partido ultramontano que agrupa los sectores más conservadores de la sociedad venezolana, son objeto de sabotaje por parte de bandas armadas de AD. El Dr. Rafael Caldera Rodríguez, el máximo líder de COPEI, es víctima de varias acciones violentas que terminan por hacerlo renunciar a la Procuraduría General de la Nación, puesto para el cual el propio Betancourt había solicitado su concurso.

No obstante esa marea en contra, AD obtiene en las elecciones directas, universales y secretas hechas en el país por primera vez en su historia (1948) para elegir al Primer Magistrado Nacional, la nada de despreciable suma de más de 800.000 votos, pero no repara en que, apenas el año anterior, había obtenido casi un millón al momento de elegir a los diputados a la Asamblea Nacional Constituyente. El apoyo popular decae, pero en la arrogancia que solo produce la ceguera del poder, AD continúa con sus prácticas sectarias, no obstante ser el Presidente de la República acaso uno de los hombres más respetados del mundo de habla hispana, el maestro, escritor, novelista y cuentista Don Rómulo Gallegos Freyre. Pero que hacer: así es el poder.

El 24 de noviembre de 1948, el primer Presidente electo, reiteramos, por vía directa, universal y secreta del país, se convierte también en el primer mandatario de su tiempo, derrocado por un golpe militar (Medina habría renunciado y, años más tarde, Pérez Jiménez habrá de abandonar el cargo al huir abiertamente), preso posteriormente y expulsado del país. Identifica el maestro Gallegos en quienes lo derrocan, a las fuerzas más conservadoras de la sociedad venezolana, quienes temerosas de las reformas que AD había introducido por vía democrática, vieran en peligro su antañón mundo de privilegios y reparto inmoral de la riqueza nacional. Olvida el ofendido literato que AD se ha estado defecando sobre todos y todas, privilegiando a sus “amistades próximas y simpatizantes incuestionables”, tratando de sustituir a una oligarquía defenestrada por una neo-oligarquía "sin abolengo y raíz", algo imperdonable en la dinámica social venezolana, una suerte de metabolismo ínsito a nuestra forma de percibir la realidad, que parece seguir viva hoy día.

Y así comienza el “vía crucis” de una aguerrida militancia de base quien, con un contado número de valientes dirigentes de AD, permanecen en el país para hacerle resistencia al gobierno militar. Leonardo Ruíz Pineda, Luis Hurtado Higuera, Alberto Pinto Salinas, Luis Tovar, Simón Sáez Mérida, Carlos Andrés Pérez Rodríguez, son algunos de los miembros de la dirigencia que hacen resistencia, incluso armada, contra el gobierno militar que se instala, luego de derrocado el maestro Gallegos. Luis y Alberto mueren en prisión o bajo el signo del secuestro, anónimamente, en medio del oprobio y el rigor de la tortura, pero en silencio estoico. Leonardo es muerto en la calle de un tiro en la cabeza, cuando intenta burlar, con identidad falsa, a sus perseguidores. El otro Luis y Simón son presos, torturados, perseguidos y hostigados, pero no cejan en su lucha. Es el AD clandestino, luchador y tenaz. El AD que junto al PCV, se gana el honor se ser llamado por los capitostes de la ergástula, el rin y la panela de hielo: ADECO. Es una contracción gramatical que como sustantivo adjetivado, sirve al propósito de identificar tanto al militante de AD como aquel del Partido Comunista de Venezuela, que hacen resistencia activa al gobierno militar. Luego de 1953, el gobierno de facto se convierte en “Constitucional” gracias a una Asamblea Nacional Constituyente, amañada electoralmente y reunida gracias a la persuasiva gestión de “Mr. Máuser” y su hermana “ la señora Gran Potencia”. Cuando la familia de acero empavonado no logra su propósito, ese “gran compañero que es don dinero” actúa como convincente interlocutor. Acaso Gianbattista Vico tendría razón, digo yo, por aquello de las Asambleas Nacionales Constituyentes amañadas…

En 1956 AD está postrada. Sus mejores cuadros, sus militantes más combativos, sus escondites, sus correos, toda su estructura ha sido muerta, destruida o disuelta a fuer de tortura, prisión o asesinato. Los reales, mi hermano, los reales son la ocupación nacional y el detritus del diablo, el fructuoso aceite negro, corre a raudales por las calles de las principales ciudades nacionales, pero en particular en Caracas; lo hace convertido en petrodólares para realizar obras rutilantes,  adquirir automóviles de último modelo; hacerse de pieles de visón,  vestidos de satén y abrigos de armiño. A quien le importa la democracia, a quien le importa AD: aquí el negocio es la danza de la fortuna y como meterse en ella. Como solía decir José Ignacio Cabrujas: “todos éramos perezjimenistas sin saberlo”.

Pero como son todas las cosas en esta tierra de gracia, 1957 llega con una crisis económica. La rutilancia deja de existir. La burguesía sigue bailando, pero se siente que los reales, ya no, ya como que no corren con el borbotón de la corriente procelosa. Pérez Jiménez no paga las deudas. Se cogen los reales hasta los porteros y el país un día ejemplo de la región, empieza a acusar estertores de enfermedad mortal. Por añadidura, se empiezan a caer “las espadas de la confederación suramericana” y asume la primera magistratura del gran socio del norte, un presidente a quienes no gustan ciertos gobiernos militares. Y Pérez Jiménez, ser menor y por eso jamás inmune a la enfermedad del poder, desafía a los americanos recibiendo a Juan Domingo Perón en estas tierras, como si se tratara de un rey defenestrado: con alfombra roja, séquito y arrestos de magistrado victimado.

Inadmisible; el Ford de Michelena, Constantino de las cumbres andinas, pierde el apoyo de “Mr. Danger”; de la burguesía que ha ayudado a construir; de amplios sectores de las Fuerzas Armadas que él con su esfuerzo de viejo soldado, ha logrado modernizar y hacer subir sobre todas las escalas y remilgos sociales, hasta convertirla en casta propia y cerrada, además de parte de ella en guardia pretoriana personal. Finalmente, en el último estertor que provoca la arrogancia del poder, se birla las elecciones y las hace trocar por un plebiscito. Y el 23 de enero de 1958, luego de un par de asonadas fallidas y un mar de protestas populares, decide irse de madrugada, por aquello de que “pescuezo no retoña”.

“¡Buenos días, libertad!” rezan los titulares de la prensa escrita. Gritan las calles en júbilo extraño: hasta ayer esta misma gente desfilaba disciplinadamente, dando vítores al General, en las festividades de la Semana de la Patria. Acaso sea esa extraña condición inmanente a la venezolanidad cada vez que cae un gobierno. Todos se abalanzan a hacer leña del árbol caído y todos recuerdan con “lágrimas en los ojos” a “los caídos en la lucha”. Una actitud equivalente tuvieron los venezolanos de entonces con Bolívar expulsado de Venezuela, cubriéndolo de humillantes cáscaras de naranjas en su camino al exilio; otro tanto los que vieron desfilar a Páez a lomo de burro, con burda cobija de pelo, azul y roja, sombrero de fieltro amarillo, avejentado y derrotado. Guzmán no les dio chance: murió en Francia. Gómez menos: murió en sana paz en su cama, cadena, tortol y espía, velándole el sueño eterno, tal cual lo hicieran en vida. Aquí, en Venezuela, malo, astuto y nunca descuidado: el poder no perdona displicencias.

El 2 de diciembre de 1958, AD, Rómulo mediante y por una segunda vez, se hace gobierno de nuevo. Pero Rómulo trae otra agenda; una que viene preparando desde 1956, año en el que termina su obra orgánica más completa “Venezuela, política y petróleo”. Ya no es el Negro Betancourt, osado, in-pensante y atrabiliario epidérmico. Este es un Betancourt curtido en treinta años de lucha política, en un país caribe. Sigue siendo osado y atrabiliario pero hoy más que nunca pensante. Al enemigo ni agua, como lo demostrará sin dobleces, pero hay que hacerse de socios poderosos en el contexto de una nueva forma de guerra entre hegemones mundiales. No se mete en pelea de tigres pero figura y se sabe poseedor de una riqueza estratégica que ha hecho su objeto de estudio por más de 32 años. Rómulo convierte a Acción Democrática, en el partido del pueblo; pero de lo que él mismo llama “el pueblo organizado” porque “el pueblo” así a secas, a lo “marxista de tierra caliente”, él mismo se encarga de propalarlo: “es una entelequia”.
  
Y “el pueblo organizado” lo está en sindicatos, federaciones, organizaciones estudiantiles, colegios profesionales, asociaciones civiles sin fines de lucro, organizaciones de padres y representantes, etc., etc., etc. Y AD, porque su líder fundamental así lo ha establecido más de una vez en sus discursos, “¡tiene vocación de dirigir!”. “Y allá vamos, nosotros los hombres de Acción Democrática” a los que en justa retribución de la mujer adeca que dejó los ovarios en la resistencia (verbi gracia la Dra. Serra de Carmona), se le unen ahora “nosotras las mujeres de Acción Democrática”  a la lucha política por la representación popular en todas su formas. Y para 1969, AD es el partido más grande de Venezuela, con más seccionales que ningún otro, que mide su correlación de fuerzas no por curules en un Congreso, ni por escaños edilicios en Consejos y Asambleas Legislativas, lo hace por sindicatos, federaciones, organizaciones gremiales y campesinas que controla directamente. Pero regresa a las antiguas prácticas o más bien a una práctica nacional sempiterna: el tráfico de influencias, la concusión y el cohecho. Ahora si no se es adeco, no se entra en la dirección de un sindicato; se es posible candidato a un consejo municipal, solo con el padrinazgo blanco; es imposible obtener limpiamente un contrato de bienes o servicios con el gobierno en cualquiera de sus instancias, sin pagar una comisión, que por cierto se cobra, en el colmo del descaro, en algunas seccionales del partido. Y cuando AD gana una elección, la seccional del partido, doquiera que esté, se transforma en lugar de negociado de puestos, contratos y prebendas.

Los copeyanos tratan de imitar a AD, pero existe una gran diferencia que, dicen los adecos, Andrés Eloy Blanco deja graficada en una estrofa lapidaria:

“Hay dos cosas imposibles,
siempre imposibles de ver:
mujer orinando en frasco
y negro inscrito en COPEI”


Los “adecos” han adquirido una forma de ser, de vestir, de conducirse que se transforma poco a poco en suerte de “enseña nacional”. La parla popular le arrequinta contenidos “pareces un adeco”, “tienes pinta de adeca”, “ese tipo que va ahí, segurito es un adeco”, “mi pana, salieron en la foto como los propios adecos”; y Rómulo Betancourt le descerraja el tiro de gracia a esa identidad, manifestando en un apasionado discurso ante su militancia “adeco es adeco hasta que se muere”. AD deja de ser un partido político para transformarse en una forma de “identidad nacional”  y no existe familia vernácula alguna (incluso las de los comunistas enemigos acérrimos y congénitos de los adecos, con más de una razón mortal de por medio), donde no haya por lo menos “un adeco”.

Quien termina al frente del todopoderoso CEN de AD, es una suerte procónsul al margen de todo gobierno y cuando Betancourt parte a su retiro merecido, otros se disputan esa suerte de “derecho de pernada”. Y así un día es de Carlos Andrés Pérez Rodríguez, antes ha sido de Luis Piñerúa Ordaz, quien deja por mampuesto a Luis Alfaro Ucero “calentando en el bull pen”. Cuando CAP cae en desgracia, Alfaro se apropia del partido y luego lo hacen los delfines de Alfaro. Un joven abogado de ascenso meteórico, muy ambicioso y merced de un suegro constructor (todo adeco moderno que se precie de serlo tiene su constructor particular, contimás si es diputado), está entre los tiburones de Alfaro o al menos parece serlo. Henry Ramos Allup, a quien algunos viejos adecos critican ese afán por parecerse a Rómulo Betancourt, en los ademanes y la construcción discursiva, terminará apropiándose del partido, expulsando raudo y veloz todo  cuanto vestigio de CAP y su mesnada, quede debajo de la tolda blanca. Los pondrá a buscar “pan, tierra y trabajo” porque allí: más nunca.
Pero el poder es una enfermedad. De tanto ser poder, AD se hace organización mafiosa. Se descuida; se troca en eficiente maquinaria electoral, pero descuida el principal deber de un partido: “catequizar por las buenas y con doctrina”. Lo hace de nuevo con billete o con la interposición de otros dos inefables socios americanos “Mr. Smith and Mr. Wesson”. Y, en el paroxismo de la vulgaridad, algunos de sus más conspicuos funcionarios exhiben su riqueza mal habida frente a una población que, en medio de una de las tantas crisis recurrentes de una economía débil y rentista, sufre de mengua (nunca claro  como hoy), pasando más trabajo que ratón en ferretería.

Y así llega 1998. Un nuevo líder carismático mesiánico, quien por añadidura le ha dado un golpe militar a CAP quien, caído en desgracia por delitos relacionados con el tráfico de influencias, la concusión y el cohecho (acaso no cometidos por él, sino por su ambiciosa secretaria aprovechando las bondades de la cama y los secretos de alcoba, para medrar), vive fuera del país en un auto-exilio forzado, triunfa electoralmente al frente de una “nueva promesa de justicia y progreso para todos”. Hugo Chávez Frías, el Comandante de una nueva Revolución que promete a raudales, en el país que nació en una; pasó todo el siglo XIX de brazo en brazo de otras y ha visto pasar una nueva en el siglo XX, en 1945, todas además fallidas para su “paz y progreso” aunque se disfrace esa paz de “orden con progreso”.

AD se disminuye, se atomiza, se fraccionaliza. Henry en su camino indetenible hacia el control absoluto, se consume y consume al “partido del pueblo” (o más bien lo que queda de él) para transformarlo en el “partido de Ramos”. Mientras, las seccionales van cerrando y el proyecto de Chávez avanzando, con un discurso que la gente más vieja no deja de asociarlo al discurso de Betancourt en tiempos del  “octubrismo revolucionario”. Y funda un partido, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), más un movimiento que obedece a la vieja consigna cubana, heredada de los viejos arrestos moscovitas, de la creación de un sistema político dónde solo exista “un hombre, una ideología, un partido”. Pero el PSUV es tan “adeco de fondo” que sus más enconados adversarios lo llaman “pomarrosa o pomagas” un fruto nacional que es “rojo por fuera y blanco por dentro”. Pero Chávez no es Rómulo y el PSUV solo llega a ser movimiento informe ideológicamente, colcha de retazos políticos, un Frankstein torpe hecho con “partes y piezas” de aventureros de todos los minipartidos o grandes partidos, hoy parte de la cripta política nacional. Nunca sólido como AD; jamás con su impronta de muerte y lucha; ausente de tradiciones, pero sobre todo de algo que pesa mucho en Venezuela: de Historia Política densa.

Y el hoy “partido de Ramos” con las enseñas y los símbolos de AD, para cuando este servidor escribe estas líneas, ha “renacido como el Ave Fénix” de sus cenizas, lo que parece demostrar que donde hubo amor, en ellas se queda. Ha triunfado en unas plenarias para elegir candidatos en 15 gobernaciones de 23 a nivel nacional, en medio de la más pasmosa crisis económica y social de la Venezuela contemporánea, haciendo posiblemente realidad el nacimiento de una nueva “pomarrosa” pero esta vez, de las que llaman “inmaduras”: rosadas por fuera y blancas por dentro.

¡¡¡ Pan, tierra y trabajo. Por una Venezuela libre y de los venezolanos!!!

Feliz aniversario, Acción Democrática: el partido de Ramos…¿O será de nuevo del Pueblo?...Quien sabe...