27 de marzo de 2017

El Gobierno Provisorio… Bajo la “sombra” de la asonada…

La evidencia empírica pareciese confirmar que todo gobierno en Venezuela, al menos desde que somos República, nace bajo la “sombra” de la asonada y, por ende, al acecho de los conspiradores, sobre todo si se trata de gobiernos “de facto”. En este orden de ideas, entre 1945 y 1958, en Venezuela se vivió un proceso que no deja de ser interesante. El 18 de octubre de 1945 un gobierno “de jure” fue sustituido por un gobierno “de facto”. Ese gobierno “de facto” terminó entregándole el mando, en 1948, al gobierno que surgió de la constitucionalidad de 1947, siendo en consecuencia aquel que recibe “de jure”. 

El 24 de noviembre de 1948, el gobierno “de jure” que surgiese en 1947, es sustituido por un gobierno “de facto”. Y en 1953, en virtud de la constitucionalidad creada entre 1952 y 1953, surge un gobierno “de jure” que, el 23 de enero de 1958, por abandono del cargo del “Presidente Constitucional de la República”, es sustituido por un gobierno “de facto”. De manera que entre 1945 y 1958, el gobierno de Venezuela pasa de una situación “de facto” a una situación “de jure” y de una situación “de jure” a una situación “de facto”. Una suerte de ritmo pendular que se detuvo, aparentemente, a finales de 1962 y hasta comienzos de 1992, sí se considera el tiempo de la insurrección armada guerrillera más como un conflicto militar de baja intensidad, que como una conspiración de naturaleza civil-militar.

En todo caso, el “Gobierno Provisorio” de 1958, “de facto” en su origen, no fue la excepción del período. El 23 de julio de ese año y luego el 7 de septiembre con mayor intensidad, fue objeto de dos asonadas. La primera, el 23 de julio, acaudillada por el propio Ministro de la Defensa de entonces, el General Jesús María Castro León, a quien sus compañeros de armas apodaran entonces “El Cabo”. Como una muestra del “oficio paralelo” que Castro León (según el Contralmirante Larrazábal) ha tenido desde que egresó de las aulas de la Escuela de Aviación Militar[1], el díscolo oficial intenta una vez más “tomar el poder político”.

Descendiente directo del General Cipriano Castro, más específicamente, siendo su nieto, el General Castro León hizo parte de cuanta conspiración, asonada (o intento de ella) se hiciese pública (o fuese soterrada) al interior de las Fuerzas Armadas. En esta oportunidad, estuvo a punto de involucrar a buena parte de la oficialidad de la institución armada, en un momento dónde la ausencia de Pérez Jiménez (quien se habría marchado intempestivamente de Venezuela como solía decir la letra de una afamada canción peruana más reciente “sin adiós, ni despedida”), hubiese dejado un “vacío militar y presidencial” que Castro León acaso se creyese con legítimo derecho de llenar, aun estando de acuerdo todo el Alto Mando Militar (aquel que había terminado formándose, a saber, el Coronel Pedro José Quevedo, el Coronel Roberto Casanova, el Coronel Abel Romero Villate y el Coronel Carlos Luis Araque) en escoger al Contralmirante Larrazábal para que ocupara el cargo de Primer Mandatario Nacional, en virtud de ser entonces el oficial de más alto rango, más antiguo y en servicio activo para la madrugada del 23 de enero de 1958.

Castro desoyó esa voz y pretendió prorrumpir en el escenario, por medio de la fuerza y en uso de su proverbial impostura golpista, a los pocos meses de instalada la Junta de Gobierno, tras una “crisis militar” que se le presentase al Gobierno Provisorio. “Puesto a buen recaudo”, renuncia a la cartera de defensa y abandona el país[2]. Repetirá su “periplo conspirativo”, en 1960 y por última vez en su vida. Su temperamento levantisco lo llevará a los brazos de la muerte: morirá preso en el Cuartel San Carlos, en circunstancias que algunos autores consideran obscuras.

La segunda, la del 7 de septiembre de 1958, tiene por detrás al Coronel Hugo Trejo y como caras visibles al Teniente Coronel Juan de Dios Moncada Vidal, a los  Mayores Hely Mendoza Méndez y Luis Alberto Vivas Ramírez, así como entre otros oficiales subalternos, a los Tenientes Manuel Silva Guillén y Víctor Gabaldón. Se trata de una insurrección del batallón de Policía Militar que involucra, además, elementos de la Policía Municipal de Caracas. Trejo no participó directamente porque había sido “convenientemente” designado por Larrazábal “Embajador de Venezuela en Costa Rica”, el 27 de abril de ese mismo año, a resultas de lo cual el “inquieto” militar hubo de salir del país “raudamente” para cumplir su “diplomática” misión. Es esta la asonada a que (por su magnitud y parecido con otra más reciente) nos referiremos en detalle en las próximas líneas.

En la madrugada del 7 de septiembre, el Coronel Pedro José Quevedo, oficial del Ejército miembro de la Junta de Gobierno, recibe una llamada telefónica del Coronel Rafael Arráez Morles, Jefe de la Policía de Caracas, en la que le informa “…que efectivos de la Escuela de Policía de El Junquito se habían desplazado sobre Caracas por orden del Director de dicha Escuela, Mayor Luis Alberto Vivas Ramírez y al mando del Teniente Manuel Silva Guillén, con el objeto de tomar las radiodifusoras y como inicio de una rebelión armada.”[3] Arráez Morles es claro: se está iniciando una rebelión y es armada.

Más tarde, luego de las 0330 horas, el Coronel Arráez Morles informa al Coronel Quevedo, quien en el Palacio Blanco ya se encuentra con los Doctores Numa Quevedo, Ministro de Relaciones, y Julio Diez, Gobernador del Distrito Federal, que las radiodifusoras han sido rescatadas por unidades de la Policía Militar, poniendo bajo arresto a los alumnos de la Policía Municipal que estaban custodiando las instalaciones de esos medios. El Coronel Quevedo se ha puesto en contacto con otros mandos militares del país, así como con el Coronel Marco Aurelio Moros, Comandante General del Ejército, para determinar la magnitud de la insurrección. Sin embargo, llama poderosamente la atención del oficial trujillano que sean, precisamente, las tropas de la Policía Militar, las que hayan rescatado las radiodifusoras, si aún los alumnos de la Escuela de Policía no se habían aproximado a sus objetivos, según información que el mando militar consultado le hace llegar.

Es así como el Coronel Quevedo se apercibe que se trata de una “maniobra de diversión” para confundir a los mandos militares leales a la Junta. El Doctor Numa Quevedo relata: “La situación, sin duda, aparecía sumamente confusa y peligrosa por cuanto se desconocía el verdadero alcance del movimiento militar…”[4] Estando en las cavilaciones propias del momento y en el acometimiento simultáneo de las coordinaciones militares respectivas, el Teniente Víctor Gabaldón, al mando de una unidad de tanques, rodea el Palacio Blanco y conmina a rendición a los miembros de la Junta allí reunidos, so pena de bombardear la instalación si no recibe respuesta en minutos. Ante la negativa de los ocupantes de Palacio de rendirse, el Teniente Gabaldón insiste y el Doctor Quevedo relata: “Por dos veces más el oficial rebelde insistió en la rendición y en actitud agresiva dirigió los cañones de los tanques contra el edificio, diciendo haber reconocido ya la nueva Junta de Gobierno y pidiendo igualmente que ésta fuera reconocida por el Coronel Quevedo y sus asesores.”[5] La respuesta del Coronel Quevedo es terminante: “…no hay más Junta de Gobierno que la que viene actuando desde el 23 de enero con el apoyo del Ejército y el pueblo venezolanos. De aquí nos sacan muertos.”[6]

El General Josué López Henríquez, quien desde el 24 de julio de ese año ha sustituido al General Castro León en el Ministerio de la Defensa, está “rodeado” también en el Palacio Blanco. Y en consecuencia, narra el Doctor Quevedo: “Ante la gravedad de la situación y la necesidad de que el Ministro de la Defensa pudiera actuar libremente en otro Comando, el General López Henríquez pudo evadirse por el ascensor que da hacia el garaje del Palacio y ordenó a una de las radiopatrullas que lo condujera a sitio seguro.”[7]

El cuartel de la Policía Militar dónde tienen origen las órdenes y movimientos de los insurrectos, a las 0500 horas de la mañana, del mismo 7 de septiembre, es finalmente recuperado por un grupo de oficiales leales y es puesto preso el Mayor Hely Mendoza Méndez. Y continúa relatando en Dr. Quevedo: “Ya en poder del Gobierno el cuartel sublevado, se ordenó el retiro de los tanques que apuntaron hacia el Palacio Blanco y ante el fracaso de la intentona, el Coronel Quevedo se dispuso a elaborar un mensaje a la nación, informándola de lo acontecido y particularmente del restablecimiento total del orden, todo lo cual se había logrado a las seis de la mañana.”[8]

Pero lo que ocurrió después es lo que tiene un interesante parecido con los acontecimientos que han ocurrido en más recientes fechas en Venezuela y cuyos actores, reiteramos, insisten en llamar “evento único en nuestra historia patria”. Dejemos que sea uno de sus protagonistas, el Doctor Numa Quevedo, quien además ha estado haciendo el relato de los hechos, quien describa los acontecimientos a partir de las 0600 horas:

“Miles de personas se aglomeraron frente al Palacio Blanco y ante una gigantesca manifestación el Coronel Quevedo y los Doctores Numa Quevedo y Julio Diez, explicaron el desarrollo de los acontecimientos y el total dominio de la situación. En igual forma lo hicieron el Doctor Sosa y los Ministros que lo acompañaban. Desgraciadamente, por lamentable confusión que se atribuye al descuido de un guardia quien se le fue un disparo, hubo violentos tiroteos y ráfagas de ametralladora, resultando, dolorosamente, muertos y heridos civiles. Luego, entre otras cosas, por la acción de franco-tiradores apostados en edificios cercanos al Palacio Blanco, a quienes se considera agentes del pérezjimenismo, se produjeron otras descargas de las que surgieron más víctimas, inclusive de la Marina y de la Policía Militar.”[9]

La descripción del Dr. Quevedo es gráfica. Una “manifestación gigantesca”, “ministros que se dirigen a la multitud” lo cual implica un apoyo mayoritario de la población a la Junta en funciones. Desgraciadamente, la “acción de francotiradores” y “un disparo accidental” producen “ráfagas de ametralladora” con saldo de muertos heridos que terminan empañando la jornada, sin bajas que lamentar hasta ese momento. Pero, en medio de todos estos acontecimientos, ¿Dónde está el Presidente de la Junta? Según relata el Doctor Quevedo, el Almirante-Presidente viene en camino de La Guaira, específicamente de la residencia presidencial de La Guzmania, dónde había permanecido pendiente del desarrollo de estos aciagos eventos y “…desde dónde, en vibrantes y emocionadas palabras, se dirigió al pueblo e impartió todas las órdenes militares concernientes.”[10]

El Almirante Larrazábal, arriba a las inmediaciones y luego al propio Palacio Blanco; respecto de esas incidencias, relata el Dr. Quevedo:

“Fue recibido por una gran manifestación popular junto con el doctor Sanabria, el coronel Araque y los Ministros que lo acompañaban en su gira por el interior. Dando gran muestra de fe y confianza, bajaron del automóvil y caminaron hacia la Avenida Sucre. Allí tomaron de nuevo sus vehículos y entraron al Palacio Blanco en medio de cerradas descargas de fusilería que nuevamente provocaban las imprudencias señaladas.”[11]

De nuevo un conjunto de actos de habla que remite al apoyo generalizado de la población que circunda el Palacio. El Almirante Larrazábal es recibido por “una gran manifestación popular” a la que el Presidente “dando gran muestra de fe” acompaña caminando por la Avenida Sucre, aledaña al Palacio, para retomar la marcha en vehículo. “Cerradas descargas de fusilería” señalan su entrada triunfal, ocasionando en el ínterin “las imprudencias ya señaladas”. Y culmina su narración el Doctor Quevedo:

“Desde el balcón del Palacio, el Contralmirante Larrazábal se dirigió al pueblo, anunció el merecido castigo para los culpables, habló de las medidas civiles y militares que tomaría el Gobierno, exigió calma y serenidad de ánimo, y la multitud, que tiene fe y confianza en la palabra del Presidente de la Junta de Gobierno, lo escuchó con entusiasmo y respeto aplaudiendo sus intervenciones. El Contralmirante estableció contactos con todas las fuerzas militares del país, conversó con los dirigentes políticos y sindicales y pidió luego al pueblo que se retirara a sus casas para evitar incidentes callejeros, el cual, como siempre, atendió al llamado del Presidente de la Junta de Gobierno.”[12]

El Presidente le habla al pueblo “desde el balcón de Palacio”, quien lo escucha con “entusiasmo y respeto, aplaudiendo sus intervenciones”; anuncia medidas, distribuye culpas pero exige “serenidad y calma” a ese mismo pueblo que lo acompaña. Finalmente, les pide se retiren a sus casas “para evitar incidentes”. Previamente ha conversado con líderes políticos y dirigentes sindicales, y establecido contacto con las fuerzas militares. El país ha regresado a la calma. La Junta ha triunfado y salido de la “sombra” de una asonada más. Según el Doctor Quevedo, fundamentalmente porque la gente tiene “fe y confianza en la palabra del Presidente de la Junta de Gobierno”.

El país será conducido por esta Junta de Gobierno hacia un proceso electoral que finalmente tendrá lugar el último mes de 1958. Pero, aún en paz, habrá que establecer acciones que la Junta (particularmente el Ministerio de Relaciones Interiores) definirá como “Medidas de Alta Policía”.Y esta asonada, así como tales medidas, generarán “culpas y culpables” y de esas “culpabilidades” vendrán por retruque más “señalamientos” algunos de los cuales se materializarán en acciones legales inusitadas pero contundentes. De esas “culpas”, “culpables” y sus resultados, hablaremos en nuestro próximo artículo. Mientras, la clepsidra política sigue decantando arena del pasado, una arena de brillos y matices sorprendentemente parecidos a aquellos de un presente próximo. ¿Genio y figura…?




[1] “Yo conocía desde hacía mucho tiempo a Castro León; en Washington estuvimos juntos y tuvimos problemas, cosas que suceden en la vida militar y de las cuales no tenemos por qué quejarnos. Castro León fue un hombre que le gustó conspirar siempre, de teniente, de mayor, de coronel, a Castro León le gustaba conspirar.” Entrevista realizada al Vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto por el Capitán de Navío Jairo Bracho Palma, en 1996 y publicada en su libro “Hombres de Hierro” en la sección correspondiente a la biografía del Almirante Larrazábal. Recuperado de internet en https://issuu.com/historianaval/docs/hombres_de_hierro.
[2] “Mira cabo, me has llamado dos veces, qué te pasa”… “Almirante que estoy alzado…” Wolfgang ríe…”Cómo que estás alzado, qué cuestión es esa, quién se va a alzar en este país, deja la tontería chico…” Entrevista realizada por el Capitán de Navío Jairo Bracho Palma al Embajador Carlos Tayhalrdat, quien fungiese, con el grado de Teniente de Navío, como ayudante del Almirante Larrazábal como Presidente de la Junta de Gobierno. Tayhlardat presenció la conversación citada. Recuperado de internet en https://issuu.com/historianaval/docs/hombres_de_hierro.
[3] Quevedo, Numa; El gobierno provisorio. 1958. PENSAMIENTO VIVO. LIBBRERIA HISTORIA. Caracas, 1963. Pág.200.
[4] Quevedo…Op.Cit…Pág. 201.
[5] Quevedo…Idem…Pág.201.
[6] Quevedo…Idem…Pág.201.
[7] Quevedo…Idem…Pág.201.
[8] Quevedo…Idem…Pág.202.
[9] Quevedo…Idem…Pág.202. Aquí sobreviene una pregunta. ¿Fueron “únicos en la historia patria” los eventos el 11 de abril de 2002? “…muertos y heridos civiles…”; “…acción de franco-tiradores…”; “…gigantesca manifestación frente al Palacio Blanco…”; más víctimas, inclusive personal de tropa. Militares y ministros que se dirigen a la multitud para explicar “…el desarrollo de los acontecimientos…”. Interesante el contenido de tales ilocuciones…
[10] Quevedo…Idem…Pág.203.
[11] Quevedo…Idem…Pág.203.

[12] Quevedo…Idem…Pág.203. De nuevo sobreviene una pregunta equivalente a la del pie de página N°9: ¿Fueron “únicos en nuestra historia patria” los eventos del 12 y 13 de abril  de 2002? El Presidente “recibido por una multitud”; “camina junto a la gente” y se da un baño de pueblo. Recibido entre vítores por las tropas que lo custodian. “Establece contacto con los mandos militares afectos”, “dirigentes políticos y sindicales que lo apoyan” y “le habla al pueblo desde el balcón de Palacio” pidiéndole “calma y serenidad de ánimo” y conminándolo que se retire a sus casas, para evitar incidentes.

22 de marzo de 2017

El gobierno provisorio. 1958: El asunto de la “UNIDAD NACIONAL”…

La “unidad” es voz permanente en el discurso político venezolano desde hace 200 años.  La invoca el Libertador Simón Bolívar como desesperado llamado a la preservación de la integridad de su creación colombiana. La invoca José Antonio Páez, tras la creación de una nación independiente y su preservación más allá de las apetencias regionales. La invocan los revolucionarios reformistas, tras su proyecto de reformas constitucionales. Lo hacen hasta la saciedad los que terminan abrevando de las mieles de la oligarquía, que nace en torno a Páez y se acrecienta tras los generales de la Independencia que lo suceden. Lo hacen obstinadamente los liberales en tiempos de la Guerra Federal, convocando a la “unión revolucionaria”, seguida luego por la invocación que hace de ella cuanto gamonal se coloca al frente de las múltiples turbamultas que plagan el siglo XIX. Lo hace Antonio Guzmán Blanco en torno a su “ideal civilizatorio” para terminar haciéndolo también Cipriano Castro alrededor de su “Restauración Liberal Restauradora”.

La convoca Juan Vicente Gómez en aras de la construcción de una Patria “que se coloque a la par de sus hermanas del continente”  como uno de los ideales señeros de la “Rehabilitación” y luego la proclama Eleazar López Contreras para “construir una Patria en paz”. Lo propio hace Isaías Medina Angarita, tras la intencionalidad de “hacer Patria mediante el trabajo creador” y lo hace Rómulo Betancourt, luego de hacer parte de una rebelión contra Medina, pero en función de defender “la Revolución y los logros de una democracia perfecta”. Finalmente la invocan Carlos Delgado Chalbaud, al frente de un gobierno militar que derrocara a los adecos, “para derrotar el desbarajuste y dedicarse a la producción y el trabajo enriquecedor” y luego Marcos  Pérez Jiménez en torno a la necesaria construcción de su “Nuevo Ideal Nacional”.

Desde luego que no se trata de la misma “unidad”, pero es posible argumentar se trata de “una intencionalidad similar”, esto es, nuclear a la población, a los partidos, a las facciones oponentes e incluso a los enemigos “conversos”, en torno a un proyecto de nación que pasa, en principio, por la cristalización de un sistema político común. A ese criterio de “unidad nacional” apela el gobierno “de facto” que se inicia en 1958, luego de la partida de Marcos Pérez Jiménez.

El 22 de febrero de 1958, a casi un mes de fallecido el “Nuevo Ideal Nacional”, el Doctor Numa Quevedo, connotado miembro de la Junta Patriótica, es nombrado Ministro de Relaciones Interiores por el Contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, Presidente de la Junta de Gobierno en funciones. En su acto de juramentación, el Doctor Quevedo se expresa en nombre de la Junta en los siguientes términos:

“Tenemos por delante una tremenda empresa dentro de la cual no podemos desmayar un solo instante. Esta empresa es la echar las bases morales y materiales sobre las cuales debe levantarse el prestigio de una Patria integral, sin mezquinas parcelaciones. En este orden de ideas es imperativo que todos los venezolanos, de todos los climas, de todas las ideologías organizados o no en partidos políticos, pongamos nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento, y hasta una buena dosis de nuestro sacrificio personal, para llevar a cabo con honor y con orgullo la obra de grandeza del destino venezolano.”[1]
Con tono parecido a todos sus predecesores en la tarea de “convocar a la unidad”, el Doctor Quevedo profiere actos de habla ilocucionarios unos, tendentes a lo perlocucionario otros, que reflejan en conjunto la intencionalidad de la Junta y que el Ministro hace suya en esta declaración de prensa. La “tremenda empresa” de “echar las bases morales y materiales” para afianzar con seguridad “el prestigio de una Patria integral” para lo cual hay que renunciar a “mezquinas parcelaciones” y por estas razones “es imperativo que todos los venezolanos” más allá de ideologías y/o partidos políticos “pongamos nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento, y hasta una buena dosis de nuestro sacrificio personal, para llevar a cabo con honor y con orgullo la obra de grandeza del destino venezolano”. A esta “nueva unidad nacional” de todas las voluntades, empeñadas en la construcción de una nueva Patria democrática, integral, pero a la vez plural, convoca el “Gobierno Provisorio”, como él mismo Ejecutivo en funciones culmina auto bautizándose.

Cinco días más tarde, el 28 de febrero de 1958, el diario El Universal reseña las declaraciones de cuatro de los más importantes líderes políticos de la nación, en torno a la convocatoria a la “unidad nacional” que ha hecho el Gobierno Provisorio. Dice Rómulo Betancourt Bello, en representación del partido Acción Democrática (AD):

“…el franco entendimiento entre los partidos y gobierno, no debe ser acción consecuencial de una etapa de transitoriedad, sino es necesario establecerlo como norma permanente para mantener el clima de una unidad que fue consigna de la Junta Patriótica, en el desarrollo del movimiento que derrocó a la dictadura perezjimenista. Hago un llamado a gobernantes y gobernados, gente de partidos e independientes, a lograr una efectiva colaboración en favor del mantenimiento perenne de la unidad.”[2]

Por su parte, el Doctor Jóvito Villalba, como máximo representante del partido Unión Republicana Democrática (URD), se pronuncia sobre el llamado de la Junta a la “unidad nacional”:

“…todos debemos estar sinceramente interesados y dispuestos a llevar a nuestro país al logro de una verdadera vida institucional y que el divorcio entre partidos políticos y gobierno solo produce malos entendidos y funestas consecuencias. Se necesita el libre juego de los partidos para demostrar que ya están curados de ese terrible mal del cual sufrieron durante tantos años en Venezuela.”[3]

El Doctor Rafael Caldera, hablando por el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), añade a las declaraciones anteriores, no sin antes advertir que no es mucho lo que tiene que abundar respecto a lo que han señalado sus pares en las otras organizaciones políticas:

“…los partidos políticos dan magnífico ejemplo de sacrificada unidad, que desvirtúa la propaganda que tiende a presentarnos como factor de discordia. Ponemos el interés nacional por encima de nuestras aspiraciones y aceptamos, complacidos, este discreto papel, por considerar que es nuestra valiosa colaboración, hacia la conquista de los ideales señalados como meta para el futuro sano y libre de la Patria.”[4]

Y cierra las intervenciones el Doctor Gustavo Machado, actuando en nombre de su partido, el Partido Comunista de Venezuela (PCV), siendo escueto en su intervención para señalar que “….el grupo político que represento siempre será factor de unidad, ya que hay la disposición de sacrificar conveniencias personales y partidistas en aras de este fundamental principio de la actualidad política venezolana.”[5] Cuatro de los más importantes líderes políticos del momento (acaso los cuatro más importantes) parecen suscribir la propuesta de “unidad nacional” del gobierno, aun cuando no lo hagan de manera formal, esto es, por escrito y en presencia de los medios. Actos de habla como “norma permanente para mantener el clima de una unidad”; “efectiva colaboración en favor del mantenimiento perenne de la unidad”; “el libre juego de los partidos”; “el interés nacional por encima de nuestras aspiraciones”; “sacrificar conveniencias personales”, todos sugieren sacrificio, compromiso y entendimiento para hacer fructificar la “unidad nacional”, de hecho, tres de los cuatro dirigentes hacen referencia expresa a la “unidad”, entendida como la subrogación de sus intereses políticos, partidistas y de poder, en favor de la construcción de un sistema político común. Y los cuatro suscriben la tesis de “entenderse” con el gobierno no solo en este tema, sino en todos aquellos que supongan la preservación de un “futuro sano y libre para la Patria.”.

El 9 de mayo de 1958, el diario La Religión ofrece una versión taquigráfica de la intervención que hace el Doctor Numa Quevedo en la ciudad de Maracaibo, con ocasión de la visita que realiza a esa entidad federal, en el marco de la gira que hacen por el país los ministros del despacho ejecutivo, a los fines de informar, a los diversos sectores de cada estado, la marcha de las actividades que realiza el “Gobierno Provisorio”, en atención a la solución de los ingentes problemas nacionales. Dice allí en nombre propio y representación de la Junta de Gobierno, respecto de lo que se ha conversado con los asistentes al acto:

“Hemos conversado de la unidad nacional, como fórmula histórica, mejor dicho, como salvación del futuro democrático de la República; la unidad entendida, no como especie inerme, sino unidad política expresada en forma dinámica, no quietista, bajo cuyo imperio deben realizarse los grandes acontecimientos y deben resolverse los grandes problemas nacionales”[6]

Considera el Ministro que la “unidad nacional” es definitivamente “la fórmula histórica” que representa “la salvación del futuro democrático de la República” y, acto seguido, procede a definirla más ampliamente no como la simple cohesión en torno a la idea democrática, sino como “unidad nacional” dinámica y “no quietista”, actos de habla que pudiesen significar la coincidencia de las distintas corrientes de opinión, por diversas que sean, en una identidad de objetivos que conduzca a la solución de “los grandes problemas nacionales” mediante la realización, en consecuencia, de “grandes acontecimientos” para lograrlo.

De modo que en estos primeros meses de gestión del “Gobierno Provisorio”, partidos, gobierno y diversos factores de la vida nacional, parecen haberle dado una oportunidad a la democracia de la que tanto se ha hablado (especialmente la “civilidad democrática” desde 1936) y, más aún, luego del malhadado episodio del Trienio (1945-1948). Parece demostrar lo que el Profesor Juan Carlos Rey definió más tarde y en términos  teóricos-políticos, como “pacto de conciliación de élites”.

Pero llama poderosamente la atención que en esa misma localidad, el Dr. Quevedo hace la siguiente aseveración: “Necesitamos, en definitiva, una conciencia nacional, un país nacional”[7]. Nueve años antes, el 13 de marzo de 1949, el Coronel Marcos Pérez Jiménez les dice a los gobernadores de estado, con ocasión de una convención nacional de mandatarios regionales: “…nos ha faltado ese elemento fundamental en la vida de los pueblos que consiste en la formulación clara y precisa de un ideal nacional, capaz de obligarnos a un acuerdo de voluntades para su plena realización…”. O Pérez Jiménez se equivocó en la construcción de su “ideal nacional” o el Doctor Quevedo tiene otra “idea” de lo que significa el “país nacional”. En cualquier caso, consignamos ambas “propuestas” para ejemplificar que en el discurso político venezolano, aún entre partes irreconciliables, sin identidad de métodos, medios y fines, la invocación de la “unidad en torno a un ideal nacional” parece ser una constante. Las preguntas que surgen son: ¿Por qué no la logramos? ¿A qué clase de “unidad nacional” apunta quien la propone? ¿No será que cada quién tiene su propia y conveniente visión de la “unidad nacional”?

En junio de 1958, cinco meses después de la “partida” de Pérez Jiménez, cuatro del nombramiento del Dr. Quevedo y una misma cantidad de meses de la “manifestación de apoyo a la unidad nacional” expresada públicamente por los más importantes dirigentes políticos de entonces, el Ministro de Relaciones Interiores se dirige al pueblo venezolano en alocución de radio y televisión, persuadido de que la prédica de la “unidad” está dando frutos. Con absoluto optimismo y en el marco de una exposición filosófica-jurídica que debería sustentar la ley electoral, dice el Ministro a la nación:

“Dentro de este clima de unidad, propicio a las grandes realizaciones, a la sinceridad y al entendimiento, la Nación debe buscar y hallar una fórmula que al integrar o abarcar por igual a todas las corrientes políticas, sea prenda de estabilidad republicana. Esta fórmula nos permitirá deponer las ambiciones, los exclusivismos partidistas y las arrogancias personales o regionalistas y contemplar sin pupilas empañadas por el rencor, la impaciencia ni la precipitación, la imagen verdadera de la Patria…”[8]

En límpido lenguaje político republicano, el Dr. Quevedo hace manifestación de la búsqueda que debe motivar a los venezolanos ahora que se encuentran disfrutando de un clima “de sinceridad y entendimiento” propicio a las “grandes realizaciones”. Se trata de una “fórmula” que permita “deponer ambiciones, exclusivismos partidistas o regionales” y también las viejas “arrogancias”, y en una figura de giro elegantemente literario que utiliza el Ministro: “contemplar sin pupilas empañadas por el rencor, la impaciencia ni la precipitación, la imagen verdadera de la Patria…”. La fórmula se quedará en el laboratorio de las ideas y el rencor, las arrogancias, la impaciencia y la precipitación, harán su eterno trabajo nacional. Lo poético se quedará en las pupilas empañadas, pero por la tristeza que conlleva el desencanto: el 7 de septiembre de 1958, se produce el alzamiento de la Policía de Caracas, con la intencionalidad de hacer “definitivo” un gobierno distinto al “provisorio”.

Ocho días antes, el 29 de agosto de 1958, el Ministro, dentro de un discurso más amplio, hace esta declamación admonitoria, otra vez por radio y televisión, en virtud de que el gobierno tiene serios indicios de que se está preparando una “posible asonada”:

“Ahora sí podemos sin labio avergonzado decir con el Libertador: “Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa”, recordando a la vez conforme al mayor de nuestros oráculos, que solo un Gobierno temperado puede ser libre, que esta libertad legítima ha sido usada para honrar al hombre venezolano y perfeccionar su suerte y que, sin vacilaciones, nos hemos armado de una firmeza igual a los peligros cuando estos se han presentado amenazando la nobleza de las Instituciones, siendo así en todo, fieles a la visión del Padre de la Patria.”[9]

Echando mano, una vez más, del más puro lenguaje político republicano y con la invocación que pareciese colocar a todos los venezolanos (seamos políticos, militares, académicos o científicos, adversarios o enemigos) por encima de nuestras “pre-disposiciones”, esto es, en aquella "pre-disposición" construida al mejor estilo del “Padre de la Patria”, Simón Bolívar, Libertador, el Doctor Quevedo, no obstante sus denodados esfuerzos discursivos, luce como el Quijote de Don Miguel de Cervantes, advirtiendo a los gigantes hechos molinos, de sus sinceras intenciones unitarias. Nada logra y ya veremos cuando abordemos el punto, que ese “madrugonazo policial” casi le cuesta el puesto, la honra política e incluso su libertad. Fracasan estos nuevos “libertadores de ocasión” y la corriente fragosa continúa.

El 3 de octubre de 1958, apenas a un par de meses de la contienda electoral, la revista Momento se lanza con un editorial de antología, con motivo de la pugna agraz que se libra entre los partidos y en ocasión de la proximidad de la “campaña electoral”. Dice allí el editorialista:

“…en los partidos políticos empieza a despertarse una beligerancia peligrosa, una pugnacidad que puede precipitar la violencia con resultados imprevisibles. Las grietas que se venían observando en la Unidad son cada vez más profundas e irreparables. La esperanza del pueblo, acerca de un acuerdo de organizaciones políticas, se ha desvanecido justificando – lamentablemente – la desconfianza que surgió al dilatarse las conversaciones de mesa redonda.”[10]

Se estrelló “la identidad de propósitos” contra la férrea pared de la estulticia. Feneció “la unidad sacrificada por la Patria” que expresase escuetamente el Doctor Caldera. La “unidad que fue consigna de la Junta Patriótica”, según Betancourt, ha venido a parar, en solo cinco meses, al arcón de los trastos inútiles. El “entendimiento entre partidos” de Jóvito Villalba, es palabra que el viento se llevó. Y “el factor de unidad” que ofreció Gustavo Machado, se ha transformado más bien en “factor de discordia”. El editorialista de la revista Momento es admonitorio:

“Frente a esta situación se requiere – antes de que sea demasiado tarde – un solemne acuerdo de todas las fuerzas políticas para encaminar las actividades electorales en un ambiente de orden, de mutuo respeto y de serenidad. (…) Es absurdo y antivenezolano reeditar la encarnizada pugna del pasado. El desbordamiento de las pasiones puede dividir al país en facciones irreconciliables. La siembra del odio llevaría a extremos suicidas haciendo peligrar la libertad tan sangrientamente reconquistada el 23 de enero. Los partidos deben reflexionar ante esta tremenda responsabilidad evitando, con todos los medios a su alcance, la agitación y el tumulto. (…) La propaganda insidiosa y soez, la intimidación brutal y desenfrenada, el ataque a mansalva, la emboscada sangrienta, son frutos de una época que ha cancelado la historia.”[11]

Rodó la prédica del Ministro y la Junta; de nada valieron las promesas de los principales líderes de los partidos en liza. El desbordamiento de las pasiones”; “las facciones irreconciliables”; “la sombra del odio” todos estos signos expresados en contundentemente ilocucionarios actos de habla, se materializan en “la propaganda soez e insidiosa” que trae consigo “la agitación y el tumulto”, pudiendo venir con ellos “el ataque a mansalva” y “la emboscada sangrienta”. La proximidad al poder, así sea por vía electoral, resucita el mismo lenguaje que constituyó uno de los factores del desastre en la experiencia democrática, entre los años 1945 y 1948. Y el fablistán lo advierte.

A pesar del encono y lo contumaz de la pugna interpartidaria, en diciembre de ese año (1958) se efectúa el proceso electoral, siendo electo por amplia mayoría Rómulo Betancourt Bello. Sin embargo, en Caracas y en las primeras horas de concluidas las elecciones, grupos de votantes del candidato contrario con más chance de ganar, se niegan a reconocer el resultado. Se trata de algunos seguidores del Contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, quien previamente hubiese renunciado a la Junta para lanzarse a la contienda electoral y hubiese reconocido públicamente, desde un principio, el triunfo de Betancourt. “A venezolano no le gusta anotarse a perdedor” diría un viejo caudillejo decimonónico…

Como puede verse en este corto artículo, el camino del “Gobierno Provisorio” dista con mucho de haber sido un “lecho de rosas”. De aquellas, de las rosas de la “unidad nacional”, Quevedo y los que en Venezuela creyeron en sus encarnados y brillantes colores, terminaron obteniendo más bien las dolorosas espinas de la frustración. Pero aún queda camino por recorrer en este ejercicio evocador sobre el tiempo del “Gobierno Provisorio” de 1958 y habrá que expresar como el Quijote: “….Cosas veredes, Sancho…cosas veredes…”





[1] Quevedo, Numa; El gobierno provisorio. 1958. PENSAMIENTO VIVO. LIBBRERIA HISTORIA. Caracas, 1963. Pág.100.
[2] Quevedo…Op.Cit…Pág.104.
[3] Quevedo…Idemes…Pág.104.
[4] Quevedo…Ibíd…Pág.104
[5] Quevedo…Ibíd…Pág.104
[6] Quevedo…Ibid…Pág.34
[7] Quevedo…Ibid…Pág.37
[8] Quevedo…Ibid…Pág.42
[9] Quevedo…Ibid…Pág.55
[10] Quevedo…Ibid…Pág.70
[11] Quevedo…Ibid…Pág.71

20 de marzo de 2017

El gobierno provisorio de 1958... Introducción.

En la historia política contemporánea de Venezuela, si nos detenemos en el tracto temporal que discurre en los últimos ochenta y dos años, hay hitos que la gente recuerda (posiblemente una honrosa minoría) con particular claridad. La muerte del General Juan Vicente Gómez y la llamada “Transición” que devino luego, al frente de la cual “tócale en gracia” al General Eleazar López Contreras estar. La renuncia del General Isaías Medina Angarita y la “Revolución” (bautizo adeco mediante) sobrevenida el 18 de octubre de 1945. La caída del primer Presidente electo por vía universal, directa y secreta, el 24 de noviembre de 1948: el maestro, novelista y hombre de integridad indiscutible Don Rómulo Gallegos. Y, finalmente, por llegar solo hasta 1958, el abandono del puesto por parte del  General Marcos Pérez Jiménez, evento que hizo sobrevenir otra suerte de “fantasía revolucionaria” hecha realidad a fuer de tanto decirlo, más ciertos acontecimientos posteriores que permitieron ratificarla.

La evidencia empírica parece demostrar que la inmensa mayoría del país, sobre todo los más jóvenes, incluso los que tuviesen corta edad para 1958 (a menos que se haya sido “sufriente directo”), poco recuerdan el gobierno que discurrió entre el 23 de enero de ese año y el 13 de febrero de 1959, día de la toma de posesión del segundo Presidente Constitucional de la República de Venezuela, electo en comicios libres, directos y secretos para el año referido: Rómulo Betancourt Bello. Algunas personas tal vez piensen que se trató de un tiempo breve, en el que se vivió una suerte de "luna de miel" entre partidos, no hubo grandes acontecimientos que mencionar y los Presidentes Provisionales de ese período (Contralmirante Wolfgang Larrazábal y Doctor Edgar Sanabria), solo hubieron de enfrentarse a los avatares “normales” de una gestión “de facto” mientras se alcanzaba la tan ansiada “constitucionalidad”.

Los artículos que en lo sucesivo publicaremos, descorren el velo sobre esas apreciaciones. El asunto de la “Unidad Nacional” en pos de la preservación de la “construcción democrática” en ciernes. Las intentonas y las culpas. La otra cara económica del “Nuevo Ideal Nacional” y el rostro cotidiano del peculado. Las apetencias, las dudas y las expectativas. Las esperanzas y las “fantasías”. En fin, una historia que acaso, en algunos de los aspectos mencionados, viniese a colación respecto de los tiempos que hoy se viven. Ya tendremos la oportunidad de “mirarnos” en su discurso político, además con el imponderable valor de haberse producido en ese tiempo, hecho constatable gracias a la recopilación de editoriales, exordios, intervenciones y artículos de prensa que hiciese el Doctor Numa Quevedo, miembro de la llamada Junta Patriótica y a quien tocase, durante ese gobierno, la importante responsabilidad de ocupar el Ministerio de Relaciones Interiores.

Para quienes se acerquen a este blog y tengan la gentileza en detenerse para leernos, delicadeza que sabemos algunos de los paseantes por estos predios cibernéticos, han tenido con este humilde investigador de la historia política de Venezuela, acaso experimenten la misma sorpresa que, hace ya más de cincuenta años (1965), un servidor experimentase al tomar contacto con los documentos recopilados por el Doctor Quevedo, abogado trujillano de amplia trayectoria jurídica y de particular respeto entre los juristas de su generación, a quien además de ocupar la cartera referida en 1958, como informáramos previamente, tocase ser Ministro del Trabajo y Presidente del Estado Trujillo, durante el gobierno del señor General Isaías Medina Angarita (1941-1945).


Si usted es venezolano y llegase hasta aquí, recuerde que no hay, no ha habido y nos atrevemos (posiblemente por aquello de los “abriles sobrevividos”),  a afirmar que no habrá tracto de nuestra historia política donde no hayan existido “conflictos de cualquier naturaleza”, “tiempos difíciles” y “sorpresas desagradables”. Los únicos que no viviesen esos altibajos, quizás hayan sido aquellos a quienes hubiese tocado en turno, hacer parte de los “prebendados” o estar próximos a “las vecindades del poder”, al menos mientras este hubiese sobrevivido (el poder) sin tropiezos o irremediablemente caído, discreta o estrepitosamente. Solo ellos pueden sucumbir a la tentación de decir, amparados en esa meliflua expresión común, que “todo tiempo pasado fue mejor”. En los países débiles institucionalmente, siempre hay alguien que “goza ganando” mientras otros “sufren perdiendo” y desafortunadamente en el nuestro, los segundos  siguen siendo la gran mayoría. Las ocurrencias en nuestra historia parecen demostrarlo, al tiempo que la noria política sigue, pausadamente, lo que parece ser su inexorable marcha cíclica. Así que si usted es un postor a la cosa pública o a la vida política como quehacer (o tal vez conoce alguno):… ¡Carpe diem!...porque aquí nunca se sabe…
 


16 de marzo de 2017

Peculado en Venezuela. Las causas. El decálogo del peculado...

Los esbozos que hemos presentado a quienes han tenido la inmensa gentileza en leernos y que han excedido el ofrecimiento original de cuatro para convertirse en seis artículos, debían producir, como de hecho lo ofrecimos, un cuerpo de conclusiones que permitiese, desde la evidencia empírica mostrada, ubicar al menos algunas causas de la pervivencia del peculado en nuestro ámbito público. Este trabajo que presentamos a continuación, tiene esa pretensión.

Las causas que estimamos concurren para hacer pervivir el peculado en la función pública venezolana a lo largo del tiempo son, a nuestro juicio, las siguientes:

1.- “La sombra del botín de guerra”; la presencia de la “guerra” en nuestra impronta, acaso nos ha dejado eso como herencia. El afán de pensar que toda forma de propiedad, sobre todo si se trata de bienes materiales, es “apropiable” por cualquiera, en cualquier instante, según sean las necesidades a satisfacer, es muy propio de nuestra cultura basada, precisamente, en la satisfacción de la necesidad perentoria por cualquier medio. Al tratarse de la propiedad pública, pareciese que esa percepción del “botín de guerra” se hace más intensa.

2.- “La recompensa por los servicios prestados y la impunidad por consecuencia”; esta percepción tiene dos componentes, una que se deriva de los “servicios efectivamente prestados y su remuneración” y los “servicios prestados por convicción”. Los primeros se refieren a los servidores públicos per se y las remuneraciones que reciben. El servicio público en Venezuela tradicionalmente ha pagado sueldos muy bajos, en ocasiones pírricos, que hacen prácticamente imposible la supervivencia. Ante esa pasmosa realidad, el servidor público pudiese llegar a considerar que no siendo justamente remunerado, la concusión, el cohecho y, como último recurso, la apropiación de bienes públicos “pudiesen compensar” la diferencia salarial o la remuneración que, efectivamente, por servicios prestados, debiese corresponderle en justicia.

La otra está referida a los “servicios prestados por convicción”; se supone que la lucha en la guerra, la prisión, la construcción de las instituciones y el trabajo sistemático por la consolidación de ellas, una vez logrado el triunfo de una idea que se hace poder, son sufrimientos causados por “convicción propia”, no existiendo compromiso alguno de la Patria, vale decir, lo que se hizo por ella, el mero triunfo de la idea lo compensa. Parece ser que en Venezuela, sobre todo en figuras que alcanzan el poder político, existe la convicción (explotada ad nauseam por los acólitos de quienes terminan detentando el poder) de que “la Patria debe retribuir a sus benefactores”. En ambos casos se genera la convicción de la “impunidad” como corolario. No puede haber culpa, ni comisión de delito si el Estado me obliga al “rebusque” y tampoco si he servido “con sacrificio” para lograr su bienestar. La impunidad es flexible según de quién, cuándo, dónde y cómo se trate, pero siempre priva sobre cualquier otra consideración. Todo pudiese ser reducido a un solo acto de habla: “…la Patria es un deudor eterno…”

3.- “La cosa pública siempre es pública cosa”; pareciera existir en nuestro país la convicción de que la “cosa pública” es “pública cosa”. Esta convicción pareciese basarse en un silogismo simple de definir: “…si la Patria es de todos y de la Patria es la cosa pública, entonces si nosotros somos la Patria, la cosa pública es nuestra, sin límite alguno”. Un razonamiento más elemental se traduce en un acto de habla ilocucionario de relativa sencillez y que hemos escuchado hasta la saciedad desde niños: “la calle es de todos”. Pero si la ensuciamos y hay que limpiarla: “… la limpia el gobierno…”.

Son actos de habla de una pasmosa simpleza pero sugiere un mecanismo mental de interpretación respecto de todo lo que tenga que ver con “el gobierno”. Desde aquí se produce otro silogismo de evidente simpleza pero de gran contundencia: “…si el Gobierno es de la Patria y la Patria es de todos, el Gobierno es de todos; y si el Gobierno es de todos, los bienes del Gobierno son de todos…”.

Botín de guerra, sentido de acreencia de la Patria hacia su servidor y la cosa pública como pública cosa, se intersectan para formar una percepción más compleja, que favorece una conducta motivada por la concurrencia de tales causales, en detrimento de los bienes del Estado y en provecho de la aspiración particular del funcionariado público.

4.- “El ejercicio arbitrario del mando”; hemos dicho que la venezolana es una sociedad estructurada sobre la base del poder como motivación. De allí que Mando y Riqueza sean esenciales para lograr el tan ansiado Reconocimiento. Ahora bien, la guerra y el gobierno de fuerza, nos lega como herencia el mando militar arbitrario e inmoral. La convicción de que “la Patria me debe”, sus bienes “son de todos”, contimas “míos porque le sirvo” y la “impunidad” me asiste porque “yo mando”, todo eso concurre para llegar a producir la convicción de que “puedo apropiarme de lo que deseé cuándo así lo deseé”.

5.- “El afán por la riqueza y fácil”; la Riqueza es esencial para el Reconocimiento. La exhibición de la posesión de bienes materiales y la creencia del “éxito indiscutible” asociado a tal posesión, produce el tan ansiado Reconocimiento de manera inmediata. La atención que se le presta a su portador y el trato que se le dispensa, es distintivo en Venezuela. Pero hay solo dos vías para acceder a la Riqueza: el trabajo y la apropiación. El primero es solo posible si se realiza una actividad legítima y legal de naturaleza lucrativa; el segundo, más fácil, implica solo la apropiación de los bienes o la oportunidad de obtenerlos con el mínimo esfuerzo. La evidencia empírica muestra que aquí ansiamos la riqueza por ser una vía expedita al Reconocimiento pero aspiramos obtenerla por la vía de menor resistencia y sacrificio.

6.- “La impronta del Saco y el Puñal”; se trata de otro resabio que nos queda de la “guerra” y de la “reacción natural” frente a las inflexiones de nuestros Sistemas Políticos. Cada vez que se ha presentado una tensión social como respuesta a presiones de naturaleza económica, conmoción política momentánea o cambio abrupto de Sistema Político, sectores de la población han reaccionado saqueando a la fuerza tanto la propiedad pública como la propiedad privada, actuando bajo la lógica que impone la convicción del “botín de guerra”. Y de manera natural se hace en relación a los bienes del Estado dejados “a buen recaudo”.

El ejercicio arbitrario del mando, el afán por la riqueza fácil y la impronta del saco y el puñal, pareciesen concurrir de manera permanente frente a la administración de los bienes del Estado.  Al propio tiempo, pareciesen ser inmanentes a nuestra impronta histórica y acaso actúan de manera automática si ciertas condiciones se dan simultáneamente, al ser parte constitutiva de nuestro imaginario nacional.

7.- “La imperiosa necesidad de Reconocimiento”; esencial para todo individuo que hace parte de una sociedad estructurada sobre la base del Poder como motivación, ya hemos mencionado en las seis anteriores la necesidad, prácticamente básica, que implica “ser reconocido”. La sensación de que “no existo” o “nadie me reconoce” produce miedo, tras aquel, resentimiento y, finalmente, odio, que culmina reproduciéndose en violencia. La falta de Reconocimiento, nutre convenientemente el discurso político de la vindicación, sobre todo si puede ubicarse su falta como consecuencia de la acción voluntaria de un “enemigo interno” a quien conviene que “tú no seas reconocido”.

8.- “La pobreza crónica”; la evidencia empírica muestra, ampliamente, que en Venezuela ningún Sistema Político, y, por consecuencia quienes los han dirigido, ha resuelto el problema de la pobreza estructural colectiva. El metabolismo de nuestros Sistemas Políticos supone la existencia o irrupción de un líder carismático, alrededor del cual se forma una célula pentagonal de poder (ideólogos, románticos, políticos de oficio, soldados y negociantes), que termina reproduciéndose hasta lograr la existencia vital de retículas oligárquicas, que colonizan el Sistema Político y sus Subsistemas, a saber, el subsistema político Estado (que les es connatural), el subsistema político societal con quien se relaciona e intersecta y su correspondiente correlato económico.  De esa estructura nace una oligarquía (en el sentido aristotélico del término) y de esta nace, por consecuencia de la decantación de recursos financieros (también definida por nosotros en otra oportunidad como "goteo prebendario"), una clase media administradora y tributaria. Menos del 17% de la población, en cada tiempo histórico, termina en esa posición y solo el 2% hace parte de las oligarquías. Más del 70% y en ocasiones en números que superan el 85%, permanece en la pobreza. Buena parte de esa pobreza lo es en condiciones de indignidad y genera en su existencia un permanente resentimiento que abona a favor del discurso vindicador, por una parte y, por la otra, la convicción de que “alguien me debe”. Sea por necesidad real o por convicción, el asalto de la “pública cosa” resuelve ambas situaciones. El peculado de uso nace, en buena medida, de la pobreza crónica.

9.- “El trabajo para mí es un enemigo”; este acto de habla, que corresponde a un verso de la letra de un merengue dominicano, ejemplifica gráficamente lo que se quiere mostrar. Al buscar la riqueza por la vía de la menor resistencia y sacrificio, pero, además, al ser los salarios (tanto en el sector público como privado) tradicionalmente bajos o asignados a dedo según sea la proximidad a los “Jefes”, el trabajo remunerado no ofrece incentivos para su ejercicio. La concusión, el cohecho, el tráfico de influencias, la apropiación indebida de los bienes públicos y su negociado, ofrecen muchísimas más oportunidades de hacerse de riqueza que el ejercicio honrado de la función pública. La honestidad y la rectitud parecen no pagar en Venezuela. La violación de la ley, el arrime a un grupo concusional, la pertenencia a una banda o la sombra conveniente de un Jefe, se traduce en beneficios inmediatos, ratificando en el tiempo y por vía empírica, el verso de la melodía antillana.

10.- “Amo a la Patria, pero de lejos…”; la Patria es sujeto de versos, canciones, marchas y saludos, y, frecuentemente, se loa en el discurso político. Pero cabe preguntarse ¿Entiende el común su significado? ¿Se internaliza el significado del “bien común” cómo el bien de la Patria? ¿Más allá de los símbolos patrios, qué entiende el común por la Patria? El amor a la Patria que siente un japonés no es el mismo que siente un venezolano. Pareciese no existir el daño a la Patria. Acaso, en medio de una sociedad pletórica de carencias culturales, sociales y económicas, la Patria no pase de ser una abstracción casi inexistente, propia de construcciones retóricas pero jamás realidad tangible. Por eso “amo a la Patria” pero cuando mis intereses coliden con ese sentimiento: “…hasta allí llegó mi amor…”

De las diez causales expuestas, nos atrevemos a presentar, como producto final, lo que hemos definido como “El decálogo del peculado”, acaso como ejercicio entre jocoso y triste de lo que suponemos llevamos en el alma y pareciese estar allí, marcado como fierro candente en sus inicios y sin aparente solución:

1.- Toda propiedad, sea pública o privada, constituye botín de guerra.
2.- La Patria siempre “debe” a sus “benefactores”, por tanto no es punible ninguna forma de apropiación de lo “debido”.
3.- Toda “cosa pública” es “pública cosa”.
4.- Todo mando es “sagrado” y el que lo ejerce, tiene derecho y discrecionalidad sobre todo y todos.
5.- Todos tenemos derecho a la “riqueza” pero sin esfuerzo alguno.
6.- Toda riqueza o posesión del “dominado” es propiedad discrecional del “dominador”.
7.- Todo el que tiene mando y riqueza debe ser reconocido, no importa el origen de ese mando o de esa riqueza o de ambos.
8.- El funcionario público, en especial si es pobre, tiene derecho a todo aun sin cumplir con su deber.
9.- El trabajo para mi es un enemigo.
10.- El amor a la Patria no implica deberes hacia ella.