10 de enero de 2017

Venezuela, 23 de enero de 1958: TRES MITOS Y TRES REALIDADES…

Una cadena de sucesos que iniciase el 1 de enero y discurriese hasta el 23 de enero de 1.958, dio a su vez como resultado un conjunto variado de acontecimientos que, devenido el tiempo y en opinión de este investigador, fueron adquiriendo categoría de “mitos”. Para los actores políticos de ese tiempo, las borrosidades en el recuerdo, propias acaso de la senectud, la autocomprensión y, porque no, de la justa autocomplacencia, aquellos "mitos" hicieron parte (junto a otros) del amplio repertorio parlante de discursos de ocasión, propalados por aquellos interesados en construir una suerte de “gesta emancipadora popular”, relato discursivo que echaron a rodar en los años subsiguientes sus pretendidos protagonistas. Muchos de aquellos “mitos”, sus respectivas “borrosidades”, "relatos y gramáticas", como suele definir uno de los afamados "encuestólogos teóricos tarifados" de este tiempo actual, pretendieron hacerse "realidades catedralicias" de naturaleza cuasi religiosa.

En este breve pergeñado de ideas, se pretende poner de manifiesto algunos de esos “mitos” y parte de lo que consideramos “realidades”. Como han dejado de ser “fechas patrias” para los actuales actores políticos, especialmente aquellos que están en el usufructo del poder, acaso sea oportuno arrojar "otro tipo de luz" sobre aquellos acontecimientos, especialmente para los más jóvenes, particularmente en este mes que se cumplen 63 años de aquellas vivencias. Otro tanto harán a quienes les toque la tarea y llegado el momento, con las onomásticas de estos autodenominados “revolucionarios rojos” de hoy, tan acostumbrados a la creación insustancial de “mitos” como sus pares de ayer, ahora entelequias habitantes allá, en la pretérita, distante y siempre manipulada existencia político-histórica patria, lar dónde algún día, como lo hacen hoy aquellos "próceres del 58", habitarán estos "albaceas únicos del legado del Supremo y Eterno" porque nada, absolutamente nada, dura para siempre en nuestra historia política vernácula...

MITO UNO: “Pérez Jiménez fue derrocado…” Este primer mito fue una y otra vez propalado por quienes se presumieron actores principales o secundarios de los acontecimientos del 23 de enero de 1958, tanto civiles como militares y lo fue posteriormente, con mayor intensidad, por cuanto "político de oficio" que tuviese la ocasión de hacerlo, en calidad de militante de los partidos institucionales que hicieran vida protagónica en los años por venir. Basados, los más honestos, en su dolor de presos y torturados, perseguidos o humillados, siempre aprovecharon la oportunidad para poner de manifiesto que, virtud del sufrimiento y del “dolor compartido” por el “resto del pueblo”, sus torturas y vejámenes fueron vengados en una “heroica gesta popular”. Existen múltiples definiciones de lo que pudiese, en Teoría Política, conceptuarse como “derrocamiento”. De estas definiciones citaremos tres: el Coup d' Etat anglo francés, el Pustch alemán y el Pronunciamiento español. En dos de los tres, se prevé la participación militar; los tres suponen una suerte de sublevación o alteración con cierta participación colectiva; y los tres establecen la deposición, así como una suerte de posterior detención preventiva y, acaso, la sobrevenida muerte, de quien o quienes hubiesen detentado el poder.

Pérez Jiménez no fue puesto preso, tampoco los militares lo conminaron a renunciar y menos “una nutrida poblada en revuelta popular con apoyo militar” tomó el Palacio de Gobierno. Pérez Jiménez abandonó voluntariamente el cargo, en la madrugada del 23 de enero de 1958, sin mediar renuncia previa ante el Congreso Nacional o ante la Corte Suprema de Justicia. Menos hizo formal renuncia ante las Fuerzas Armadas Nacionales, específicamente ante cualquier alto personero investido de  su representación y tampoco fue “conminado” a renunciar por el Alto Mando Militar. La situación de Pérez Jiménez configura el abandono evidentemente voluntario del cargo; en términos más simples: una rehuida conveniente de sus responsabilidades de mando gubernamental.

MITO DOS: “Pérez Jiménez cae como consecuencia de una revuelta popular”. Las variadas manifestaciones de obreros y estudiantes a lo largo de 1957 (fueran de importante o pequeño porte), así como aquellas que se sucediesen por las actividades organizadas y emprendidas por la Junta Patriótica, los días posteriores a la asonada protagonizada por oficiales de las Fuerzas Aéreas (Mayor Martín Parada) y otros profesionales militares al servicio de las unidades moto blindadas (Coronel Hugo Trejo) en el Ejército, el día 1 de enero de 1958, son hechos aislados, sin solución de continuidad, que, dicho sea de paso, no comprometieron a grandes masas de población como acaso ocurriese en otras naciones (ergo La Habana, Cuba, en las postrimeras horas del año 1958 e inicios de 1959). La manifestación masiva, especialmente en Caracas, ocurre el 23 de enero, luego que una importante masa de población se enterara de la huida de Pérez Jiménez, información que se hizo pública en la ciudad capital, después de las 0400 horas de ese mismo día, como así lo confirman muchos de los medios impresos nacionales de ese entonces. Aun participando nutridos contingentes de población en las manifestaciones caraqueñas acaecidas en esa fecha, estas no se dirigieron a Palacio y tampoco tomaron instalaciones militares, como sí ocurriese el 18 y 19 de octubre de 1945, con el Cuartel San Carlos, en la ciudad de Caracas. Los sucesos a las puertas de la Seguridad Nacional, que condujeron a los linchamientos, asesinatos y persecución de esbirros al servicio de este cuerpo de seguridad del Estado por parte de las turbas enardecidas, así como el intercambio de disparos, tuvieron lugar luego del medio día del 23 de enero de 1958, cuando Pérez Jiménez ya tenía cerca de 10 horas de haberse marchado del país. Por otra parte, el intercambio de disparos se produjo entre agentes de la Seguridad Nacional y soldados del Ejército que hubiesen sitiado previamente aquella sede policial. La reacción tumultuaria de la población, especialmente, reiteramos, en la ciudad de Caracas, fue resultado más del calor del momento, producto del inercial arrebato vindicativo; el ansia oportunista del saqueo en algunos, natural históricamente en estos casos en Venezuela y la emoción por la libertad de los presos en otros. El resto, en nuestra muy particular forma de aproximarnos a los acontecimientos, fue más bien una combinación, insistimos, muy criolla, del afán de fiesta, jolgorio y el siempre oportunista deseo por y para la figuración épicamente protagónica en una "gesta heroica libertaria"…

MITO TRES: “Pérez Jiménez huye por la presión política de sus adversarios, la acción concertada de los militares que se le oponían y las acciones de calle planificadas (y conducidas) por connotados miembros de la Junta Patriótica”. Pérez Jiménez siempre despreció, además con el ademán y el gesto de quien se siente seguro en el poder, al estamento político partidista que, luego de 1952, se limitó al partido COPEI. Por segunda vez en su historia política y primera durante el llamado Decenio Militar, el partido socialcristiano fue sujeto de persecución en la persona de su principal fundador, Doctor Rafael Caldera Rodríguez, cuando este último lanzó su candidatura para el proceso electoral fallido de 1957. Preso y luego expulsado del país, pasó el atropello hacia el Dr. Caldera "sin pena ni gloria" hasta el plebiscito presidencial de ese año, salvo el reclamo airado que, sobre ese particular, hicieran al gobierno importantes personeros de la Jerarquía Eclesiástica venezolana, junto a la plañidera manifestación de una nutrida concurrencia de "damas conservadoras refistoleras". Los líderes clandestinos (PCV-AD) estaban en el exilio (el verdadero exilio, no un autoexilio mayamero vacacional), presos y torturados o muertos y enterrados. Ni la Junta Patriótica, ni las acciones de calle, preocuparon o amilanaron a Pérez Jiménez; antes por el contrario, respondió a ellas como siempre: con plan, cárcel, tortura y plomo...

La presión política (aquella ejercida por partidos políticos y organizaciones representativas de la sociedad venezolana, que hicieran vida en la Junta Patriótica), fue una variable perturbadora adicional (nunca "la variable perturbadora concluyente"), en un conjunto complejo de variables perturbadoras, integrado fundamentalmente por el inicio de una crisis económica inevitable, al perder Venezuela su condición de primer exportador de petróleo del mundo (tras el hallazgo por la industria petrolera anglo-norteamericana y holandesa de yacimientos petrolíferos de más calidad y cuantía, en manos de gobiernos más maleables y complacientes en el Oriente Medio), lo que implicó la reducción drástica del ingreso nacional por este concepto, frente a un gasto público cada vez más creciente, voraz y suntuario, dependiente totalmente del ingente y fructuoso comercio del hidrocarburo rey; como consecuencia de lo anterior, la negación reiterada de Pérez Jiménez a honrar sus compromisos financieros con sus “empresarios y banqueros socios venezolanos”, parte importante de su oligarquía prebendada cuyo crecimiento, paradójicamente, él mismo promoviera; la creciente división a lo interno de las Fuerzas Armadas (error garrafal que cometiesen también los adecos durante el Trienio 1945-1948), que terminara fraccionando a los oficiales entre "Perezjimenistas y No Perezjimenistas" siendo algunos de los últimos, objetivos de persecución y asesinato por parte de agentes de la Seguridad Nacional (casos como los del Capitán Wilfrido Omaña y el Teniente León Droz Blanco); la confrontación con la Iglesia Católica, tras la detención y posterior expulsión del Doctor Rafael Caldera (ya mencionado y que "reventase" de manera concluyente como acumulación en el sistema de conflictos políticos); y, finalmente, el doble desafío a los Estados Unidos, en tanto el establecimiento de políticas de corte cada vez más nacionalista y “la recepción a brazos abiertos” del General Juan Domingo Perón, mal visto por la Secretaría de Estado de los Estados Unidos y mantenido por PJ en Venezuela “a cuerpo de Rey aun en funciones monárquicas”. Inmensamente rico, con su Nuevo Ideal Nacional desecho en un instante, sin apoyo militar y, además, sin el indispensable soporte de su poderoso socio del Norte, PJ escogió el camino propuesto por su amigo, ministro de su gabinete y sempiterno compañero de armas, General Luis Felipe Llovera Páez: “Marcos vámonos, mira que pescuezo no retoña…”.  

El hartazgo de la gente por la suma cada vez mayor de los abusos y arbitrariedades del perezjimenismo (nada distinto de aquel que ejercieran adecos y copeyanos a su turno y hoy el chavismo carmesí) representó “la gota que derramó el vaso”. Y como suele ocurrir casi siempre en estos casos de huida repentina, la partida sorpresiva y, por ende, sin aviso del General, agarró a la oligarquía prebendada totalmente desnuda, madrugándola sin remedio, como novia siempre dispuesta, especialmente aquel 23, plácidamente dormida en el lecho, después de una larga noche de actos de "prometido" amor eterno…Se le fue “su General” dejándola sola en el estelero, tal como lo decía la letra de una afamada pieza musical de entonces: ...!Ay qué General!...¡Ay qué General!...

Aquellos que se empeñan en sostener el  mito revolucionario del 23 de enero, como definiría el Dr. Américo Martín en entrevista reciente "el espíritu hecho carne" no les faltan razones personales de peso: vivieron más de sesenta años de los mitos y terminaron creyendo ciegamente en ellos, como afirmación inequívoca de su propia realidad política, acaso, como aquel que pierde un brazo y argumenta auspicioso que se "siente más liviano" o "ha desarrollado en su cerebro" destrezas de las que no se sabía poseedor. Pero, incuestionablemente y respecto de la realidad de entonces y la actual, no queda la más mínima duda: la procesión va por dentro... 



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