Sostuvimos, en un artículo
previo, que la “Revolución”, al menos
en Venezuela, adquiere características de “mito”,
en los términos de significación que nos proporciona el DRAE desde el propio
vocablo. En tanto gesta mítica, la “Revolución”
ha de expresarse en un discurso formulado desde la misma perspectiva. Así,
el “discurso revolucionario” se
construye desde la “narrativa
extraordinaria”, los avances en una misma dimensión y la factura épica de
los pocos o los muchos logros que alcance. Otro aspecto que toca es el “protagonismo heroico” de sus dirigentes
y combatientes, propio, precisamente, de esa “narrativa épica”. Al propio tiempo, establece inequívocamente a un
enemigo que siempre gobierna, sea un grupo o partido, a quien, invariablemente,
convierte en emblema de una “oligarquía
oprobiosa” a la que hay que destruir porque ella representa el pasado, un
pasado de “dolores y ausencias” para el “pueblo”
(siempre victimado y preterido), pasado que hay que trascender a todo
trance y así acceder a un futuro de “progreso
democrático y rutilancias materiales” que solo en “Revolución” es posible alcanzar.
El discurso de la “Revolución” se piensa, pergeña y
proyecta sobre esos ejes y allí suele permanecer aunque, poco a poco, las
veleidades del poder, si se logra su alcance, vayan subvirtiendo, erosionando y
finalmente terminando con sus contenidos de valor real. Así, el discurso
revolucionario concluye por trocarse en simple ejercicio retórico, a los solos
efectos de su supervivencia en el inconsciente colectivo y con el mero objeto
estratégico de la conservación del poder.
Hemos dicho, también en un artículo
anterior, que en Venezuela, la “Revolución”
tiene dos acepciones, la de “Revolución”
en sí misma y la de “Re-Evolución”.
Sin embargo es posible colegir de la evidencia empírica, que ambas
interpretaciones se imbrican en un mismo tiempo histórico, construyendo una
discursiva que se laza y entrelaza como las fibras de un tejido. Así parece
ocurrir con nuestra gesta emancipadora, el primer movimiento que bautizado como
“Revolución”, parece haber existido
en nuestra tierra. En un documento de autor anónimo y publicado en la ciudad de
Londres, en el año del Señor de 1828, quien lo escribe (inglés de nacimiento y
nacionalidad, según el mismo anónimo hace saber en el documento en reiteradas
ocasiones) afirma:
“Una Revolución es una conmoción social que no solamente remueve la
superficie de una sociedad, sino que cala muy hondo en busca de valores nuevos
que poner de manifiesto. Toda la cadena que une a la vida social, desde el
noble hasta el siervo, experimenta el reflujo de su poder. Así cuanto exista de
virtud, hasta lo que en una situación normal hubiese permanecido soterrado,
fluye a la superficie, sale a la luz y se extiende a una esfera más dilatada.
Los premios gordos de la sociedad no van entonces a parar solamente a los más
distinguidos elementos, sino que favorecen también a otros que los merecen.
Temporariamente, se subvierte entonces el orden social y el rango que otorga el
nacimiento sufre una rectificación con la suma de elementos nuevos que sin
aquella conmoción no hubieran tenido jamás oportunidad de entrar a formar parte
de ese círculo. Bien puede ser y acaso pueda afirmarse con propiedad, que de
no producirse esos súbitos cambios sociales, de no estallar revoluciones que
determinan cambios de gobierno, los mejores talentos y virtudes no tendrían
ocasión jamás de ponerse de manifiesto, permaneciendo soterrados en las bajas
capas sociales. Una confirmación de esta hipótesis podría ser esta gran lucha
que por su libertad libra Suramérica.”[1]
De manera que para este británico
señor, la “Revolución” adquiere
características de “conmoción social” dónde
todo lo que exista antes de su ocurrencia “ya
no existirá” luego de su prosecución. La acción revolucionaria “cambia todo”, colocando al de “abajo” en posición preeminente y al de “arriba” en el fondo de la estructura
social. No hay miramientos, ni frenos, ni estimaciones posibles: todo ocurre en instantes y sobre esos instantes,
se dan cambios sustantivos en el otorgamiento de privilegios y prebendas, antes
reservados a lo más alto de la sociedad. Los más resaltantes talentos, insurgen
de lo más bajo de las capas sociales, manifestación práctica que jamás hubiese
ocurrido de no darse la “Revolución”.
Guerra y “Revolución” parecen ser consustanciales y lo heroico se
hace cotidiano, siendo sus “protagonistas”
héroes por naturaleza y la narrativa dominante, ya lo hemos expresado, el hecho “extraordinario”. No podemos precisar,
en este breve artículo, si esta misma interpretación existiese en otros “héroes” de ese tiempo histórico,
tampoco si fuese la misma interpretación del líder carismático de ese gran
movimiento revolucionario, a saber, el Libertador Simón Bolívar, pero lo
presentamos como un testimonio de la “Revolución” como “Revolución”, en un tiempo donde quizás otros la pensaran como “Re-Evolución”. Un testimonio de esa
naturaleza, es decir de “Re-Evolución”,
presentaremos a continuación. En plena “efervescencia”
de la Revolución de las Reformas, nos
encontramos con esta construcción discursiva (expresada incuestionablemente en
lenguaje republicano) hecha por el General Diego Ibarra, en un bando fechado el
8 de julio de 1835:
“A
los ciudadanos: La sangre venezolana corre en el Zulia; el Oriente está al
borde de la guerra civil y todas las ciudades de la República están clamando
por reformas: solo la nueva administración se opone a ellas, y quiere hacer un
ejemplo de carnicería de este infeliz país. La Guarnición de Caracas, todos los
Jefes del Ejército Libertador y todos los patriotas, han oído estos clamores,
han visto la aflicción de la patria, y han querido remediarlos con una generosa
insurrección. (…) Nadie tiene nada que temer salvo quienes pretendan oponerse
al justo levantamiento del Ejército y del pueblo: que sean reformadas nuestra
administración y peores leyes y que sea respetada la sangre del último de los
venezolanos. Ay de aquel que derrame una sola gota de nuestra preciosa sangre.”[2]
El bando del General Ibarra
pareciese estar inscrito en la percepción de la “Revolución” como “Re-Evolución”.
Luego de advertir que el país “…está al
borde de la guerra civil…” (situación que por cierto para esa fecha no era
cierta), el General Ibarra afirma lo hace porque la “nueva administración” se opone a las necesarias “reformas”, lo que sugiere que, de fondo
y luego de la separación de Venezuela de Colombia, transcurrido además el
primer período presidencial del General José Antonio Páez Herrera, la “Revolución” no debe cambiarse, sino,
antes por el contrario, acometer “reformas”
para emprender un “nuevo comienzo” desde
“el cero” que produzcan los cambios
impostergables, es decir, una suerte de “Re-Evolución”
hacia los principios ductores iniciales. Pero en relación al contenido del
discurso revolucionario, el bando del General Ibarra trae los tremendismos
propios de tal exordio, las apelaciones a lo extraordinario, las invocaciones populares
y un elemento novedoso: la unión de
Pueblo y Ejército. Todos los patriotas, contimas “…todos los Jefes del Ejército Libertador…” lo que proporciona gran
cartel a esta nueva “Revolución”,
acudiendo a los “…clamores de la Patria…”
y pendientes de sus aflicciones, proceden a obsequiarle, para “remediar los males”, nada más y nada menos que una “…generosa insurrección…”. Y advierte sentencioso que solo tendrán
que temer aquellos que se opongan “…al
justo levantamiento del Ejército y del pueblo…”. Más allá de las certezas
que expone a estas alturas el General Ibarra respecto de las ocurrencias de la Revolución de las Reformas y de sus “multitudinarias adhesiones patrióticas”,
las referencias a lo extraordinario sucediendo a diario son incuestionables, el
compromiso revolucionario por la patria y con
una nación en peligro, obligación ineludible.
Veinticuatro años más tarde, el
General Antonio Guzmán Blanco ha vuelto al camino de la “Revolución” como “Revolución
en sí misma”, es decir, como cambio radical de todo para salvar la Patria.
Dice en un discurso publicado en el “Eco
del Ejército”, con fecha 7 de septiembre de 1859:
“Las
revoluciones son grandes esfuerzos del mundo moral, obedeciendo á leyes
superiores, como las físicas; esfuerzos con que despedaza i arroja de sí la
sociedad todo lo viejo, inútil ó que entorpece el movimiento del progreso; son
crisis en que el destino de los pueblos estalla por medio de una grande
innovación, la hace lograr, i quedar rejuvenecida la sociedad, viviendo largo
tiempo con nuevas ideas, con cosas i hombres nuevos.”[3]
Lo viejo, lo deleznable, es “arrojado de la sociedad” por “inútil” o por constituirse en obstáculo
al “…movimiento del progreso…”; “crisis que estallan” en medio de las
sociedades, rehaciéndolas y garantizándoles una larga vida entre “nuevas ideas, con cosas y hombres nuevos”.
Lo nuevo para llevarse lo viejo, parece decir Guzmán, crisis temporales
estallando cual explosivos regeneradores, y lo más curioso de este discurso es
que, sorprendentemente, se adelanta a aquello que treinta años después, el General
José Cipriano Castro Ruiz ofrecerá a la nación, luego del triunfo de la Revolución Liberal Restauradora: “nuevos hombres, nuevas ideas y
nuevos procedimientos”. El discurso mítico de la “Revolución” ofreciendo “cambios
extraordinarios” que hacen “rejuvenecer”
a las sociedades; la crisis como remedio total, luego de la acumulación
venenosa y obstaculizante de desaciertos, yerros imperdonables que son
atribuidos a una “oligarquía oprobiosa”
que detenta el poder en tiempos pre-revolucionarios. En el mismo discurso
publicado por el “Eco del Ejército”,
Guzmán hace la siguiente declaración:
“Dividida
Venezuela desde 1840 en dos partidos, el uno pugnando por la libertad, el otro
armado con la autoridad; este heredero de la colonia, aquél hijo de la
república; el primero que marcha, hacia el porvenir, el segundo, que se aferra
a lo pasado; entre el oligarca i el liberal ha existido siempre una distancia
que no han podido acercar ni el tiempo, ni sus lecciones, ni el prestigio de la
mayoría popular, ni sus triunfos materiales, ni sus conquistas morales, ni su
magnanimidad, en fin.” [4]
Guzmán afirma que las “dos facciones” existen desde 1840,
apenas cinco años después del bando del General Ibarra, en clara alusión al “paecismo conservador”, identificando a
este último como “…heredero de la
colonia…” ; “…armado con la autoridad…”; “…aferrado
a lo pasado…”. Como lo indica en el párrafo anterior, la oligarquía
representa lo deleznable, lo que obstaculiza, lo que impide avanzar hacia el
porvenir, avance que solo es posible en “Revolución”
y con los “revolucionarios”. Y
finalmente hace la distinción mítica que hace todo discurso revolucionario: el cisma entre “ellos” y “nosotros”, vale decir, entre el “enemigo de la “Revolución” y los “Revolucionarios”. Entre el “oligarca” y el “liberal” hay una distancia insalvable, tanta que “ni el tiempo, ni sus lecciones” han
logrado acortar, pero peor aún y atribuyéndose de nuevo calidad de apoyo
irrestricto del pueblo (una vez más víctima) tampoco lo han hecho “el prestigio de la mayoría popular, ni sus
triunfos materiales, ni sus conquistas morales” toda una épica
extraordinaria solo posible tras las banderas de la “Revolución”. Y es la “Revolución”,
solo la “Revolución”, la que reconoce
una virtud también extraordinaria en el pueblo: su magnanimidad.
Finalmente, Guzmán clava la daga
de la venganza, impulsada por la fuerza de las admoniciones que hace a “la oligarquía” respecto de su papel en
la dominación del pueblo, en la sustracción de sus derechos, en el no
reconocimiento de su identidad e impronta, lo que implica su necesaria
destrucción. Dice Guzmán entonces:
“(…)
Sin la oligarquía los partidos de Venezuela amarán la libertad i practicarán la
igualdad sin esfuerzo, por convicción, por hábito y hasta por conveniencia. Con
la oligarquía eso es imposible, porque tal minoría cree al resto de sus
compatriotas seres inferiores, en quienes el uso de la libertad es insubordinación
i usurpación de derechos la igualdad. La oligarquía defiende sus preocupaciones
con toda la ceguera de la injusticia del fanático, en contraposición al pueblo
que defiende sus derechos con todo el despecho del Soberano ofendido.[5]
El “Soberano ofendido”, “la
oligarquía ciega”, la consideración de todos los demás compatriotas “…como seres inferiores…”; también con independencia de los
contenidos de realidad que estos juicios de valor hayan tenido en ese tiempo,
sobre todo en el trato hacia negros, zambos y mulatos por parte de un mantuanaje prevalido de su poder, la “Revolución” identifica a su “enemigo
oligarca” como ciego, fanático y despectivo frente a sus compatriotas, en
suma, anclado en un pasado colonial que hay que defenestrar para siempre. Y
esta defenestración solo será posible, gracias a la “Revolución”, culminando un Guzmán sentencioso: “…por eso es menester que los pueblos
triunfen en esta vez de un modo definitivo, desbaratando los pocos elementos
oligarcas que quedan…”
Ochenta y seis años más tarde,
dice Rómulo Betancourt en mensaje radial dirigido a la nación, el 19 de octubre
de 1945, al primer día de nacimiento de la Revolución
de Octubre:
“Los
enemigos de la Revolución Popular y Democrática triunfante querrán detenerla,
para que de nuevo se entronicen la inmoralidad administrativa y la
despreocupación ante los problemas públicos que secularmente han venido
caracterizando a los gobiernos venezolanos. El pueblo venezolano, todas las
clases sociales democráticas de la Nación, nos respaldarán con su fervor
solidario; (…) para que de las limpias manos del pueblo surja un Presidente de
la República lealmente asistido de la confianza nacional.” [6]
Una nueva “Revolución Popular”, en ese momento también “Democrática”; una nueva amenaza personalizada en los enemigos, los
eternos enemigos de la “Revolución”,
los que pretenden entronizar de nuevo “…la
inmoralidad administrativa y la despreocupación ante los problemas públicos…”,
Y, una vez más, el apoyo de todo “el
pueblo venezolano”, de todas las “clases
sociales democráticas de la Nación” que manifestarán, sin la menor duda
posible, su respaldo y “fervor
solidario”. Y solo mediante esta
nueva “Revolución” y bajo la tutela de los revolucionarios, será posible que “…de
las manos limpias del pueblo…” siempre inocente y victimado “…surja un Presidente de la República lealmente asistido de la confianza nacional.” Y como ratificación de esa fe
popular en su nueva “Revolución”,
Betancourt introduce en su discurso la misma locución que ciento diecisiete
años antes, expresara en su bando al pueblo de Caracas y en pleno amanecer de
la Revolución de las Reformas, el
General Diego Ibarra: “la unión de pueblo
y Ejército”. Expresa Betancourt:
“Sabíamos
que nos respaldaba el fervor colectivo, la fe y la confianza del pueblo; y también que éramos capaces,
unidos la Nación y el Ejército con lazo firme de solidaridad para hacer surgir
del desbarajuste político y administrativo al que el personalismo autocrático
condujo a Venezuela, un régimen estable, con la seguridad colectiva
garantizada, con los servicios públicos normalizados, con la maquinaria estatal
marchando de manera firme.”[7]
La fe y la confianza pertenecen a
la “Revolución”; y “unidos la Nación y el Ejército con lazo
firme” ponen fin al “desbarajuste
político y administrativo” y hacen surgir “un régimen estable y seguro”
funcionando “de manera firme”. El
mito de la “estabilidad permanente”,
solo garantizada por la mano firme de los revolucionarios y solo en “Revolución”.
Diecisiete años más tarde, el
ahora Presidente Constitucional de la República de Venezuela, el otrora
revolucionario del 45, Sr. Rómulo Betancourt Bello, es sujeto de una asonada
militar más, tras la cual se escuda un Movimiento
Revolucionario Militar. A él le arrostran en su proclama:
“Por
la traición al glorioso 23 de enero, la implantación de un régimen de terror
por Betancourt y su camarilla, la reiterada suspensión de garantías
constitucionales, la farsa de la Reforma Agraria, se busca la restauración
democrática y la reconstrucción del país” [8]
Otro intento revolucionario y los
que un día llevasen ese “título honroso”
ahora son acusados de “traidores”, de
“implantadores de un régimen de terror”,
de “farsantes” en términos de sus
ofrecimientos al pueblo, sobre todo al campesinado, y en una nueva vuelta al concepto de “Re-Evolución”, los “revolucionarios” de turno manifiestan
su voluntad de ir tras la búsqueda de “la
restauración democrática y la reconstrucción del país”, mito que parece
haberse estado preconizando (y aun persiguiendo) en todo movimiento intitulado
por sus promotores como “revolucionario”.
El 4 de febrero de 1992 se
produce una nueva intentona militar que busca derrocar el gobierno del entonces
Presidente Constitucional de la República de Venezuela, el Sr. Carlos Andrés
Pérez Rodríguez; el movimiento militar fracasa. Sin embargo, seis años más tarde,
por vía de los procedimientos constitucionales vigentes para entonces, a los
fines del alcance del poder político, el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías asciende
al poder y se convierte en Presidente Constitucional de la República; se trata
del mismo oficial militar que hubiese asumido “la responsabilidad absoluta” en la ejecución del intento de golpe
militar de 1992. Luego de múltiples peripecias que huelgan a este artículo, el
4 de febrero de 2013, al cumplirse 11 años del intento de golpe que luego se trocase
por conveniente vía discursiva en “Rebelión
Militar”, dirige una carta a la nación con ocasión de ese “revolucionario” aniversario, en el
marco de un proceso bautizado como “Revolución”
Bolivariana” que contrariamente a la “Revolución”
de Independencia, la “Revolución” de la Reformas, la “Revolución” Federal y la “Revolución”
de Octubre, ha sido paulatina, con un número pírrico de bajas, si se
compara con las antecesoras utilizadas como comparación discursiva y al través
de medios menos tumultuarios, pero no huelgarios en lo tumultuoso de los
tiempos que produce. En esa misiva, dice Chávez a la nación, al referirse
emotivamente a la “revolucionaria
jornada”:
“En
aquella memorable jornada quedaron reivindicadas todas las luchas de nuestro
pueblo, en aquella memorable jornada nuestras libertadoras y nuestros
libertadores volvieron por todos los caminos, en aquella memorable jornada
Bolívar se hizo razón de ser y entró en batalla por ahora y para siempre.
Quienes de la mano de Bolívar, Robinson y Zamora, nos levantamos en armas y
salimos aquella madrugada a jugarnos la vida por la patria y por el pueblo,
teníamos plena conciencia de que Venezuela había tocado fondo tres años atrás
con la rebelión del 27 de febrero de 1989 que nos había marcado el camino,
el pueblo en esa fecha ofrendó su vida
combatiendo en las calles, el neoliberalismo salvaje que Washington pretendía
imponernos.”[9]
El ejercicio discursivo épico, pergeñado
en lenguaje republicano: “memorable
jornada” en evocación de
libertadores. Bolívar “entrando en
batalla” y el “deber revolucionario”
para con el pueblo (una vez más victimizado y de nuevo preterido), patentizado
en un compromiso que obliga a gestas extraordinarias, a alzarse en armas y “a salir de madrugada” la hora señera
del sacrificio, a “jugarse la vida por el
pueblo”. La reiteración de la culpabilidad en quienes teniendo la
responsabilidad y obligación de conducir a la Patria por derroteros de
victoria, nada hicieron y más bien “la
han hecho tocar fondo”. Y, finalmente, el sacrificio del “pueblo” que ofrendó su vida combatiendo
en las calles contra un nuevo enemigo: “…el
neoliberalismo salvaje que Washington pretendía imponernos”.
Un día una “administración ciega” que se negaba a conducir las necesarias “reformas”; otro, una “oligarquía ciega” defensora a ultranza
de sus derechos y privilegios, frente a los ruegos y necesidades del pueblo. Años
más tarde, el “personalismo autocrático”
que había conducido a la patria y su sufrido pueblo, al “desbarajuste político y administrativo”; luego un “traidor”, paradójicamente antes “revolucionario”, quien había burlado
sus compromisos; y finalmente, un “enemigo
extranjero” que junto a una “oligarquía
local”, pretendiese imponer una forma económica, política y social,
atentatoria contra el pueblo y sus derechos. Imperiosa la identificación de un
enemigo preciso que hay que destruir, para conjurar el sufrimiento de un pueblo
que, siempre “débil, inocente, preterido
y agostado”, requiere de un salvador. El “Salvador de la Patria” solo el “revolucionario”,
quien con su “Revolución”, puede
acometer “jornadas extraordinarias”
capaces de llevar a ese Pueblo y esa Patria por derroteros de esperanza y
prosperidad. Todos mitos, que terminan configurando una “mitología revolucionaria” que alimenta al discurso político del “tiempo revolucionario” que se extiende
tanto como su creación primigenia logre mantenerse en el poder político, con
sus líderes carismáticos trocados luego en gamonales o los gamonales derivados,
vestidos luego como “líderes
revolucionarios” y que asumen con
denuedo la supervivencia de su creación.
Y esa supervivencia de la “Revolución” en el tiempo, se hará práctica discursiva obsesiva. La
tarea de mantener el mito de su realización y sus logros épicos, “extraordinarios e incomparables con un
pasado de oprobios” es imprescindible. Como muestras finales, veamos lo que
sobre el particular nos dice Antonio Guzmán Blanco, primero el 7 de septiembre
de 1859 y luego, catorce años más tarde, el 5 de julio de 1873:
“La
revolución podrá quizás más que nuestra voluntad, burlará nuestras previsiones
irá más allá de nuestros cálculos, y no se detendrá hasta no haber alcanzado
sus fines, que no porque difieran de los deseos individuales, dejarán de ser
los fines de la patria.” [10]
“Y
aquí nuestra gloria: a los 63 años de nuestra emancipación, le toca a la
presente generación empezar a realizar el portento de civilización y de
grandeza que soñaron nuestros padres. ¡Lo que estamos haciendo es muy grande!”[11]
Ciento cuarenta años más tarde,
Hugo Chávez, en el contexto de su “Revolución
Bolivariana” deja postrera constancia en su mensaje final al país, el 8 de
diciembre de 2013:
“Y
en cualquier circunstancia nosotros debemos garantizar la marcha de la Revolución
Bolivariana, la marcha victoriosa de esta Revolución, construyendo la
democracia nueva, que aquí está ordenada por el pueblo en Constituyente;
construyendo la vía venezolana al socialismo, con amplia participación, en
amplias libertades…”[12]
La “Revolución” esa construcción política, que pudiese hacerse militar
en el combate y luego poder político en su logro, tiene en Venezuela una
construcción discursiva mítica que apunta a lo extraordinario como cotidianidad; al héroe que gracias más a su
condición de “revolucionario” que de
combatiente heroico, es capaz del máximo sacrificio por la “Patria y el Pueblo”; “Patria y Pueblo” que son redimidos de
sus penurias por los “revolucionarios”,
solo en “Revolución”; “Patria y Pueblo”
que son llevados a un porvenir de gloria y abundancia material gracias a la prosecución
de la “Revolución”. Mitos discursivos
que dan vida, una y otra vez, a una idea de futuro
y bienestar, mitos a su vez en sus contenidos. Mitos que como tales jamás y
nunca hemos alcanzado en términos de permanencia en el tiempo. Magras victorias
al principio y viles desengaños después…
[1]
___, Bajo el signo del anónimo. Relato de un oficial Inglés sobre la Guerra a Muerte (Recollection of a service of three years
during the WAR OF EXTERMINATION by an officer of the Colombian Navy). CENTAURO. Caracas, 1977.
Pág.138.
[2]
Kerr Porter, Robert, Diario de un diplomático británico en Venezuela.
1825-1842. FUNDACIÓN POLAR. Caracas, 1997. Pág.701.
[3]
“El Eco del Ejército. Barquisimeto, 7 de
septiembre de 1859.” Tomado del libro editado por la Universidad Católica
Andrés Bello con ocasión del Simposio titulado “Los tiempos envolventes del Guzmancismo”, concretamente del
trabajo del Doctor Tomás Straka Medina, titulado a su vez “Características de un modelo civilizador. Ideario e ilusiones del
guzmancismo”, páginas 112 y 113 del referido texto.
[4]
Idem… Pág.112
[5]
Ibid…Pág.113
[6]
Mensaje radial
de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigido al país por el Presidente
Provisional Rómulo Betancourt, el 19 de octubre de 1945. Catalá, José Agustín;
Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la Constituyente.
Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág. 110.
[7] Rómulo Betancourt
explica a los venezolanos los motivos y objetivos de la recientemente consumada
“Revolución” de Octubre. 30 de octubre de 1945. Consalvi…Ibíd…Pág.133. Las negrillas son
nuestras.
[8] El Carupanazo,
Proclama radial 04/05/2012.
[9]
CARTA PÚBLICA DEL COMANDANTE HUGO CHÁVEZ A LA POBLACIÓN CON OCASIÓN DE UN
ANIVERSARIO MÁS DE LA REBELIÓN MILITAR DEL 4 DE FEBRERO DE 1992. 4/2/2013.
[10] “El Eco del Ejército. Barquisimeto, 7 de
septiembre de 1859.” Ibídem… Pág.112.
[11]
Discurso del Señor General Antonio Guzmán Blanco con ocasión de los 63 años de
la Declaración de Independencia de Venezuela. 5 de julio de 1874. ibídem…Pág.114.
[12] ULTIMO
MENSAJE DEL COMANDANTE CHÁVEZ. TRANSCRIPCION VTV 8/12/2013.