27 de septiembre de 2016

El discurso “mítico” de la “Revolución” en Venezuela.


Sostuvimos, en un artículo previo, que la “Revolución”, al menos en Venezuela, adquiere características de “mito”, en los términos de significación que nos proporciona el DRAE desde el propio vocablo. En tanto gesta mítica, la “Revolución” ha de expresarse en un discurso formulado desde la misma perspectiva. Así, el “discurso revolucionario” se construye desde la “narrativa extraordinaria”, los avances en una misma dimensión y la factura épica de los pocos o los muchos logros que alcance. Otro aspecto que toca es el “protagonismo heroico” de sus dirigentes y combatientes, propio, precisamente, de esa “narrativa épica”. Al propio tiempo, establece inequívocamente a un enemigo que siempre gobierna, sea un grupo o partido, a quien, invariablemente, convierte en emblema de una “oligarquía oprobiosa” a la que hay que destruir porque ella representa el pasado, un pasado de “dolores y ausencias”  para el “pueblo” (siempre victimado y preterido), pasado que hay que trascender a todo trance y así acceder a un futuro de “progreso democrático y rutilancias materiales” que solo en “Revolución” es posible alcanzar.  

El discurso de la “Revolución” se piensa, pergeña y proyecta sobre esos ejes y allí suele permanecer aunque, poco a poco, las veleidades del poder, si se logra su alcance, vayan subvirtiendo, erosionando y finalmente terminando con sus contenidos de valor real. Así, el discurso revolucionario concluye por trocarse en simple ejercicio retórico, a los solos efectos de su supervivencia en el inconsciente colectivo y con el mero objeto estratégico de la conservación del poder.

Hemos dicho, también en un artículo anterior, que en Venezuela, la “Revolución” tiene dos acepciones, la de “Revolución” en sí misma y la de “Re-Evolución”. Sin embargo es posible colegir de la evidencia empírica, que ambas interpretaciones se imbrican en un mismo tiempo histórico, construyendo una discursiva que se laza y entrelaza como las fibras de un tejido. Así parece ocurrir con nuestra gesta emancipadora, el primer movimiento que bautizado como “Revolución”, parece haber existido en nuestra tierra. En un documento de autor anónimo y publicado en la ciudad de Londres, en el año del Señor de 1828, quien lo escribe (inglés de nacimiento y nacionalidad, según el mismo anónimo hace saber en el documento en reiteradas ocasiones) afirma:

“Una Revolución es una conmoción social que no solamente remueve la superficie de una sociedad, sino que cala muy hondo en busca de valores nuevos que poner de manifiesto. Toda la cadena que une a la vida social, desde el noble hasta el siervo, experimenta el reflujo de su poder. Así cuanto exista de virtud, hasta lo que en una situación normal hubiese permanecido soterrado, fluye a la superficie, sale a la luz y se extiende a una esfera más dilatada. Los premios gordos de la sociedad no van entonces a parar solamente a los más distinguidos elementos, sino que favorecen también a otros que los merecen. Temporariamente, se subvierte entonces el orden social y el rango que otorga el nacimiento sufre una rectificación con la suma de elementos nuevos que sin aquella conmoción no hubieran tenido jamás oportunidad de entrar a formar parte de ese círculo. Bien puede ser y acaso pueda afirmarse con propiedad, que de no producirse esos súbitos cambios sociales, de no estallar revoluciones que determinan cambios de gobierno, los mejores talentos y virtudes no tendrían ocasión jamás de ponerse de manifiesto, permaneciendo soterrados en las bajas capas sociales. Una confirmación de esta hipótesis podría ser esta gran lucha que por su libertad libra Suramérica.”[1]
De manera que para este británico señor, la “Revolución” adquiere características de “conmoción social” dónde todo lo que exista antes de su ocurrencia “ya no existirá” luego de su prosecución. La acción revolucionaria “cambia todo”, colocando al de “abajo” en posición preeminente y al de “arriba” en el fondo de la estructura social. No hay miramientos, ni frenos, ni estimaciones posibles: todo  ocurre en instantes y sobre esos instantes, se dan cambios sustantivos en el otorgamiento de privilegios y prebendas, antes reservados a lo más alto de la sociedad. Los más resaltantes talentos, insurgen de lo más bajo de las capas sociales, manifestación práctica que jamás hubiese ocurrido de no darse la “Revolución”.

Guerra y “Revolución” parecen ser consustanciales y lo heroico se hace cotidiano, siendo sus “protagonistas” héroes por naturaleza y la narrativa dominante, ya lo hemos expresado, el hecho “extraordinario”. No podemos precisar, en este breve artículo, si esta misma interpretación existiese en otros “héroes” de ese tiempo histórico, tampoco si fuese la misma interpretación del líder carismático de ese gran movimiento revolucionario, a saber, el Libertador Simón Bolívar, pero lo presentamos como un testimonio de la “Revolución” como “Revolución”, en un tiempo donde quizás otros la pensaran como “Re-Evolución”. Un testimonio de esa naturaleza, es decir de “Re-Evolución”, presentaremos a continuación. En plena “efervescencia” de la Revolución de las Reformas, nos encontramos con esta construcción discursiva (expresada incuestionablemente en lenguaje republicano) hecha por el General Diego Ibarra, en un bando fechado el 8 de julio de 1835:

“A los ciudadanos: La sangre venezolana corre en el Zulia; el Oriente está al borde de la guerra civil y todas las ciudades de la República están clamando por reformas: solo la nueva administración se opone a ellas, y quiere hacer un ejemplo de carnicería de este infeliz país. La Guarnición de Caracas, todos los Jefes del Ejército Libertador y todos los patriotas, han oído estos clamores, han visto la aflicción de la patria, y han querido remediarlos con una generosa insurrección. (…) Nadie tiene nada que temer salvo quienes pretendan oponerse al justo levantamiento del Ejército y del pueblo: que sean reformadas nuestra administración y peores leyes y que sea respetada la sangre del último de los venezolanos. Ay de aquel que derrame una sola gota de nuestra preciosa sangre.”[2]  

El bando del General Ibarra pareciese estar inscrito en la percepción de la “Revolución” como “Re-Evolución”. Luego de advertir que el país “…está al borde de la guerra civil…” (situación que por cierto para esa fecha no era cierta), el General Ibarra afirma lo hace porque la “nueva administración” se opone a las necesarias “reformas”, lo que sugiere que, de fondo y luego de la separación de Venezuela de Colombia, transcurrido además el primer período presidencial del General José Antonio Páez Herrera, la “Revolución” no debe cambiarse, sino, antes por el contrario, acometer “reformas” para emprender un “nuevo comienzo” desde “el cero” que produzcan los cambios impostergables, es decir, una suerte de “Re-Evolución” hacia los principios ductores iniciales. Pero en relación al contenido del discurso revolucionario, el bando del General Ibarra trae los tremendismos propios de tal exordio, las apelaciones a lo extraordinario, las invocaciones populares y un elemento novedoso: la unión de Pueblo y Ejército. Todos los patriotas, contimas “…todos los Jefes del Ejército Libertador…” lo que proporciona gran cartel a esta nueva “Revolución”, acudiendo a los “…clamores de la Patria…” y pendientes de sus aflicciones, proceden a obsequiarle, para “remediar los males”, nada más  y nada menos que una “…generosa insurrección…”. Y advierte sentencioso que solo tendrán que temer aquellos que se opongan “…al justo levantamiento del Ejército y del pueblo…”. Más allá de las certezas que expone a estas alturas el General Ibarra respecto de las ocurrencias de la Revolución de las Reformas y de sus “multitudinarias adhesiones patrióticas”, las referencias a lo extraordinario sucediendo a diario son incuestionables, el compromiso revolucionario por la patria y con una nación en peligro, obligación ineludible.

Veinticuatro años más tarde, el General Antonio Guzmán Blanco ha vuelto al camino de la “Revolución” como “Revolución en sí misma”, es decir, como cambio radical de todo para salvar la Patria. Dice en un discurso publicado en el “Eco del Ejército”, con fecha 7 de septiembre de 1859:

“Las revoluciones son grandes esfuerzos del mundo moral, obedeciendo á leyes superiores, como las físicas; esfuerzos con que despedaza i arroja de sí la sociedad todo lo viejo, inútil ó que entorpece el movimiento del progreso; son crisis en que el destino de los pueblos estalla por medio de una grande innovación, la hace lograr, i quedar rejuvenecida la sociedad, viviendo largo tiempo con nuevas ideas, con cosas i hombres nuevos.”[3]
Lo viejo, lo deleznable, es “arrojado de la sociedad” por “inútil” o por constituirse en obstáculo al “…movimiento del progreso…”; “crisis que estallan” en medio de las sociedades, rehaciéndolas y garantizándoles una larga vida entre “nuevas ideas, con cosas y hombres nuevos”. Lo nuevo para llevarse lo viejo, parece decir Guzmán, crisis temporales estallando cual explosivos regeneradores, y lo más curioso de este discurso es que, sorprendentemente, se adelanta a aquello que treinta años después, el General José Cipriano Castro Ruiz ofrecerá a la nación, luego del triunfo de la Revolución Liberal Restauradora: “nuevos hombres, nuevas ideas y nuevos procedimientos”. El discurso mítico de la “Revolución” ofreciendo “cambios extraordinarios” que hacen “rejuvenecer” a las sociedades; la crisis como remedio total, luego de la acumulación venenosa y obstaculizante de desaciertos, yerros imperdonables que son atribuidos a una “oligarquía oprobiosa” que detenta el poder en tiempos pre-revolucionarios. En el mismo discurso publicado por el “Eco del Ejército”, Guzmán hace la siguiente declaración:

“Dividida Venezuela desde 1840 en dos partidos, el uno pugnando por la libertad, el otro armado con la autoridad; este heredero de la colonia, aquél hijo de la república; el primero que marcha, hacia el porvenir, el segundo, que se aferra a lo pasado; entre el oligarca i el liberal ha existido siempre una distancia que no han podido acercar ni el tiempo, ni sus lecciones, ni el prestigio de la mayoría popular, ni sus triunfos materiales, ni sus conquistas morales, ni su magnanimidad, en fin.” [4]

Guzmán afirma que las “dos facciones” existen desde 1840, apenas cinco años después del bando del General Ibarra, en clara alusión al “paecismo conservador”, identificando a este último como “…heredero de la colonia…” “…armado con la autoridad…”; “…aferrado a lo pasado…”. Como lo indica en el párrafo anterior, la oligarquía representa lo deleznable, lo que obstaculiza, lo que impide avanzar hacia el porvenir, avance que solo es posible en “Revolución” y con los “revolucionarios”. Y finalmente hace la distinción mítica que hace todo discurso revolucionario: el cisma entre “ellos” y “nosotros”, vale decir, entre el “enemigo de la “Revolución” y los “Revolucionarios”. Entre el “oligarca” y el “liberal” hay una distancia insalvable, tanta que “ni el tiempo, ni sus lecciones” han logrado acortar, pero peor aún y atribuyéndose de nuevo calidad de apoyo irrestricto del pueblo (una vez más víctima) tampoco lo han hecho “el prestigio de la mayoría popular, ni sus triunfos materiales, ni sus conquistas morales” toda una épica extraordinaria solo posible tras las banderas de la “Revolución”. Y es la “Revolución”, solo la “Revolución”, la que reconoce una virtud también extraordinaria en el pueblo: su magnanimidad.

Finalmente, Guzmán clava la daga de la venganza, impulsada por la fuerza de las admoniciones que hace a “la oligarquía” respecto de su papel en la dominación del pueblo, en la sustracción de sus derechos, en el no reconocimiento de su identidad e impronta, lo que implica su necesaria destrucción. Dice Guzmán entonces:

“(…) Sin la oligarquía los partidos de Venezuela amarán la libertad i practicarán la igualdad sin esfuerzo, por convicción, por hábito y hasta por conveniencia. Con la oligarquía eso es imposible, porque tal minoría cree al resto de sus compatriotas seres inferiores, en quienes el uso de la libertad es insubordinación i usurpación de derechos la igualdad. La oligarquía defiende sus preocupaciones con toda la ceguera de la injusticia del fanático, en contraposición al pueblo que defiende sus derechos con todo el despecho del Soberano ofendido.[5]
El “Soberano ofendido”, “la oligarquía ciega”, la consideración de todos los demás compatriotas “…como seres inferiores…”;  también con independencia de los contenidos de realidad que estos juicios de valor hayan tenido en ese tiempo, sobre todo en el trato hacia negros, zambos y mulatos por parte de un mantuanaje prevalido de su poder, la “Revolución” identifica a su “enemigo oligarca” como ciego, fanático y despectivo frente a sus compatriotas, en suma, anclado en un pasado colonial que hay que defenestrar para siempre. Y esta defenestración solo será posible, gracias a la “Revolución”, culminando un Guzmán sentencioso: “…por eso es menester que los pueblos triunfen en esta vez de un modo definitivo, desbaratando los pocos elementos oligarcas que quedan…”

Ochenta y seis años más tarde, dice Rómulo Betancourt en mensaje radial dirigido a la nación, el 19 de octubre de 1945, al primer día de nacimiento de la Revolución de Octubre:

“Los enemigos de la Revolución Popular y Democrática triunfante querrán detenerla, para que de nuevo se entronicen la inmoralidad administrativa y la despreocupación ante los problemas públicos que secularmente han venido caracterizando a los gobiernos venezolanos. El pueblo venezolano, todas las clases sociales democráticas de la Nación, nos respaldarán con su fervor solidario; (…) para que de las limpias manos del pueblo surja un Presidente de la República lealmente asistido de la confianza nacional.” [6] 
Una nueva “Revolución Popular”, en ese momento también “Democrática”; una nueva amenaza personalizada en los enemigos, los eternos enemigos de la “Revolución”, los que pretenden entronizar de nuevo “…la inmoralidad administrativa y la despreocupación ante los problemas públicos…”, Y, una vez más, el apoyo de todo “el pueblo venezolano”, de todas las “clases sociales democráticas de la Nación” que manifestarán, sin la menor duda posible, su respaldo y “fervor solidario”. Y solo mediante esta nueva “Revolución” y bajo la tutela de los revolucionarios, será posible que “…de las manos limpias del pueblo…” siempre inocente y victimado “…surja un Presidente de la República lealmente asistido de la confianza nacional.” Y como ratificación de esa fe popular en su nueva “Revolución”, Betancourt introduce en su discurso la misma locución que ciento diecisiete años antes, expresara en su bando al pueblo de Caracas y en pleno amanecer de la Revolución de las Reformas, el General Diego Ibarra: “la unión de pueblo y Ejército”. Expresa Betancourt:

“Sabíamos que nos respaldaba el fervor colectivo, la fe y la confianza  del pueblo; y también que éramos capaces, unidos la Nación y el Ejército con lazo firme de solidaridad para hacer surgir del desbarajuste político y administrativo al que el personalismo autocrático condujo a Venezuela, un régimen estable, con la seguridad colectiva garantizada, con los servicios públicos normalizados, con la maquinaria estatal marchando de manera firme.”[7]
La fe y la confianza pertenecen a la “Revolución”; y “unidos la Nación y el Ejército con lazo firme” ponen fin al “desbarajuste político y administrativo” y hacen surgir “un régimen estable y seguro” funcionando “de manera firme”. El mito de la “estabilidad permanente”, solo garantizada por la mano firme de los revolucionarios y solo en “Revolución”.

Diecisiete años más tarde, el ahora Presidente Constitucional de la República de Venezuela, el otrora revolucionario del 45, Sr. Rómulo Betancourt Bello, es sujeto de una asonada militar más, tras la cual se escuda un Movimiento Revolucionario Militar. A él le arrostran en su proclama:

“Por la traición al glorioso 23 de enero, la implantación de un régimen de terror por Betancourt y su camarilla, la reiterada suspensión de garantías constitucionales, la farsa de la Reforma Agraria, se busca la restauración democrática y la reconstrucción del país” [8]
Otro intento revolucionario y los que un día llevasen ese “título honroso” ahora son acusados de “traidores”, de “implantadores de un régimen de terror”, de “farsantes” en términos de sus ofrecimientos al pueblo, sobre todo al campesinado, y en una nueva vuelta al concepto de “Re-Evolución”,  los “revolucionarios” de turno manifiestan su voluntad de ir tras la búsqueda de “la restauración democrática y la reconstrucción del país”, mito que parece haberse estado preconizando (y aun persiguiendo) en todo movimiento intitulado por sus promotores como “revolucionario”.

El 4 de febrero de 1992 se produce una nueva intentona militar que busca derrocar el gobierno del entonces Presidente Constitucional de la República de Venezuela, el Sr. Carlos Andrés Pérez Rodríguez; el movimiento militar fracasa. Sin embargo, seis años más tarde, por vía de los procedimientos constitucionales vigentes para entonces, a los fines del alcance del poder político, el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías asciende al poder y se convierte en Presidente Constitucional de la República; se trata del mismo oficial militar que hubiese asumido “la responsabilidad absoluta” en la ejecución del intento de golpe militar de 1992. Luego de múltiples peripecias que huelgan a este artículo, el 4 de febrero de 2013, al cumplirse 11 años del intento de golpe que luego se trocase por conveniente vía discursiva en “Rebelión Militar”, dirige una carta a la nación con ocasión de ese “revolucionario” aniversario, en el marco de un proceso bautizado como “Revolución” Bolivariana” que contrariamente a la “Revolución” de Independencia, la “Revolución” de la Reformas, la “Revolución” Federal y la “Revolución” de Octubre, ha sido paulatina, con un número pírrico de bajas, si se compara con las antecesoras utilizadas como comparación discursiva y al través de medios menos tumultuarios, pero no huelgarios en lo tumultuoso de los tiempos que produce. En esa misiva, dice Chávez a la nación, al referirse emotivamente a la “revolucionaria jornada”:

“En aquella memorable jornada quedaron reivindicadas todas las luchas de nuestro pueblo, en aquella memorable jornada nuestras libertadoras y nuestros libertadores volvieron por todos los caminos, en aquella memorable jornada Bolívar se hizo razón de ser y entró en batalla por ahora y para siempre. Quienes de la mano de Bolívar, Robinson y Zamora, nos levantamos en armas y salimos aquella madrugada a jugarnos la vida por la patria y por el pueblo, teníamos plena conciencia de que Venezuela había tocado fondo tres años atrás con la rebelión del 27 de febrero de 1989 que nos había marcado el camino, el pueblo en esa fecha ofrendó su vida combatiendo en las calles, el neoliberalismo salvaje que Washington pretendía imponernos.”[9]
El ejercicio discursivo épico, pergeñado en lenguaje republicano: “memorable jornada”  en evocación de libertadores. Bolívar “entrando en batalla” y el “deber revolucionario” para con el pueblo (una vez más victimizado y de nuevo preterido), patentizado en un compromiso que obliga a gestas extraordinarias, a alzarse en armas y “a salir de madrugada” la hora señera del sacrificio, a “jugarse la vida por el pueblo”. La reiteración de la culpabilidad en quienes teniendo la responsabilidad y obligación de conducir a la Patria por derroteros de victoria, nada hicieron y más bien “la han hecho tocar fondo”. Y, finalmente, el sacrificio del “pueblo” que ofrendó su vida combatiendo en las calles contra un nuevo enemigo: “…el neoliberalismo salvaje que Washington pretendía imponernos”.

Un día una “administración ciega” que se negaba a conducir las necesarias “reformas”; otro, una “oligarquía ciega” defensora a ultranza de sus derechos y privilegios, frente a los ruegos y necesidades del pueblo. Años más tarde, el “personalismo autocrático” que había conducido a la patria y su sufrido pueblo, al “desbarajuste político y administrativo”; luego un “traidor”, paradójicamente antes “revolucionario”, quien había burlado sus compromisos; y finalmente, un “enemigo extranjero” que junto a una “oligarquía local”, pretendiese imponer una forma económica, política y social, atentatoria contra el pueblo y sus derechos. Imperiosa la identificación de un enemigo preciso que hay que destruir, para conjurar el sufrimiento de un pueblo que, siempre “débil, inocente, preterido y agostado”, requiere de un salvador. El “Salvador de la Patria” solo el “revolucionario”, quien con su “Revolución”, puede acometer “jornadas extraordinarias” capaces de llevar a ese Pueblo y esa Patria por derroteros de esperanza y prosperidad. Todos mitos, que terminan configurando una “mitología revolucionaria” que alimenta al discurso político del “tiempo revolucionario” que se extiende tanto como su creación primigenia logre mantenerse en el poder político, con sus líderes carismáticos trocados luego en gamonales o los gamonales derivados, vestidos luego como “líderes revolucionarios”  y que asumen con denuedo la supervivencia de su creación.

Y esa supervivencia de la “Revolución” en el tiempo, se hará práctica discursiva obsesiva. La tarea de mantener el mito de su realización y sus logros épicos, “extraordinarios e incomparables con un pasado de oprobios” es imprescindible. Como muestras finales, veamos lo que sobre el particular nos dice Antonio Guzmán Blanco, primero el 7 de septiembre de 1859 y luego, catorce años más tarde, el 5 de julio de 1873:

“La revolución podrá quizás más que nuestra voluntad, burlará nuestras previsiones irá más allá de nuestros cálculos, y no se detendrá hasta no haber alcanzado sus fines, que no porque difieran de los deseos individuales, dejarán de ser los fines de la patria.” [10]
“Y aquí nuestra gloria: a los 63 años de nuestra emancipación, le toca a la presente generación empezar a realizar el portento de civilización y de grandeza que soñaron nuestros padres. ¡Lo que estamos haciendo es muy grande!”[11]
Ciento cuarenta años más tarde, Hugo Chávez, en el contexto de su “Revolución Bolivariana” deja postrera constancia en su mensaje final al país, el 8 de diciembre de 2013:

“Y en cualquier circunstancia nosotros debemos garantizar la marcha de la Revolución Bolivariana, la marcha victoriosa de esta Revolución, construyendo la democracia nueva, que aquí está ordenada por el pueblo en Constituyente; construyendo la vía venezolana al socialismo, con amplia participación, en amplias libertades…”[12]
La “Revolución” esa construcción política, que pudiese hacerse militar en el combate y luego poder político en su logro, tiene en Venezuela una construcción discursiva mítica que apunta a lo extraordinario como cotidianidad; al héroe que gracias más a su condición de “revolucionario” que de combatiente heroico, es capaz del máximo sacrificio por la “Patria y el Pueblo”; “Patria y Pueblo” que son redimidos de sus penurias por los “revolucionarios”, solo en “Revolución”; “Patria y Pueblo” que son llevados a un porvenir de gloria y abundancia material gracias a la prosecución de la “Revolución”. Mitos discursivos que dan vida, una y otra vez, a una idea de futuro y bienestar, mitos a su vez en sus contenidos. Mitos que como tales jamás y nunca hemos alcanzado en términos de permanencia en el tiempo. Magras victorias al principio y viles desengaños después…



[1] ___, Bajo el signo del anónimo. Relato de un oficial Inglés sobre la Guerra a Muerte (Recollection of a service of three years during the WAR OF EXTERMINATION by an officer of the Colombian Navy). CENTAURO. Caracas, 1977. Pág.138.
[2] Kerr Porter, Robert, Diario de un diplomático británico en Venezuela. 1825-1842. FUNDACIÓN POLAR. Caracas, 1997. Pág.701.

[3] “El Eco del Ejército. Barquisimeto, 7 de septiembre de 1859.” Tomado del libro editado por la Universidad Católica Andrés Bello con ocasión del Simposio titulado “Los tiempos envolventes del Guzmancismo”, concretamente del trabajo del Doctor Tomás Straka Medina, titulado a su vez “Características de un modelo civilizador. Ideario e ilusiones del guzmancismo”, páginas 112 y 113 del referido texto.

[4] Idem… Pág.112
[5] Ibid…Pág.113
[6] Mensaje radial de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigido al país por el Presidente Provisional Rómulo Betancourt, el 19 de octubre de 1945. Catalá, José Agustín; Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la Constituyente. Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág. 110.

[7] Rómulo Betancourt explica a los venezolanos los motivos y objetivos de la recientemente consumada “Revolución” de Octubre. 30 de octubre de 1945. Consalvi…Ibíd…Pág.133. Las negrillas son nuestras.

[8]  El Carupanazo, Proclama radial 04/05/2012.
[9] CARTA PÚBLICA DEL COMANDANTE HUGO CHÁVEZ A LA POBLACIÓN CON OCASIÓN DE UN ANIVERSARIO MÁS DE LA REBELIÓN MILITAR DEL 4 DE FEBRERO DE 1992. 4/2/2013.
[10] “El Eco del Ejército. Barquisimeto, 7 de septiembre de 1859.” Ibídem… Pág.112.
[11] Discurso del Señor General Antonio Guzmán Blanco con ocasión de los 63 años de la Declaración de Independencia de Venezuela. 5 de julio de 1874. ibídem…Pág.114.
[12] ULTIMO MENSAJE DEL COMANDANTE CHÁVEZ. TRANSCRIPCION VTV 8/12/2013.

12 de septiembre de 2016

El mito de la “Revolución”. Reflexiones teóricas acerca de su existencia en nuestra historia política venezolana.

La “Revolución” ese concepto político “mágico” que convertido en numen de las esperanzas de los pueblos, en particular de los más preteridos, ha cubierto con su amplia presencia nuestra historia patria. Desde los tiempos de la gesta emancipadora hasta los que corren en la actualidad, la “Revolución” ha sido ara, cirio y reclinatorio; bandera, consigna y acción; esperanza, desengaño y desilusión para las grandes mayorías; progreso, acomodo muelle, abuso de poder y fuente de riqueza para sus “fieles seguidores”. Y, por supuesto, fuente caudalosa de “mieles” para quienes ejerzan el poder finalmente, junto a su oligarquía clientelar tributaria.

La “Revolución” es un concepto político complejo y por ende de grandes tratativas en el ámbito de la Teoría Política. Sin embargo, en este corto trabajo, la abordaremos como concepto político de uso común en nuestra historia, en dos sentidos gráficos: uno longitudinal y otro transversal. El longitudinal se referirá al tiempo y el transversal a su interpretación, según la evidencia empírica nos ha permitido particularmente colegir, a lo largo de nuestras investigaciones. Ambos sentidos nos permiten pergeñar, además, una matriz en la que trataremos de ubicar su presencia en nuestra impronta política patria, mediante algunos ejemplos. Vamos a verla:

Acepción Conceptual-Período
1810-1835
1836-1899
1945-1948
1998-2016
Revolución
Emancipación

Revolución de Octubre

Re-Evolución
Revolución de las Reformas
Otras, Guerra Federal y todas las demás posteriores, en particular la Revolución Liberal Restauradora.

Revolución Bolivariana
Fuente: Elaboración propia.

La “Revolución” como carga política conceptual, supone un discurso, esto es, “un discurso político” que se asocia inextricablemente a su presencia y, por ende, unos “lenguajes políticos” en los que se expresa ese discurso. Entre 1810 y 1928, el discurso político asociado a la “Revolución” se expresa en lenguaje Republicano, combinación de Republicanismo Clásico (el de la República Romana), Republicanismo Jacobino Francés (devenido de la Revolución Francesa); Republicanismo de la Sociedad Comercial (nacido con la emancipación estadounidense); y el Republicanismo Escocés del siglo XVII. Todos esos lenguajes hacen sincretismo en el lenguaje Republicano Bolivariano, devenido a su vez del Republicanismo Bolivariano, surgido de la difusión de las ideas y pensamientos del Libertador Simón Bolívar, aun con mayor fuerza luego de la creación de un mito más complejo y que sirve de techumbre a toda nuestra construcción discursiva política propia: el mito bolivariano.

De 1928 hasta hoy, el discurso republicano de la “Revolución” es atravesado por el lenguaje político dominante del siglo XX en Venezuela: el lenguaje marxista. Devenido, por una parte, de una forma de “socialismo autóctono” (el socialismo Betancurista del PDN y luego de AD entre los años 1936-1958) o “del marxismo leninista propiamente dicho” (aquel difundido “religiosamente” por el Partido Comunista de Venezuela, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, las FALN-FLN y todas sus nombradías o escisiones pre y posteriores), se arraigó en nuestro “discurso político revolucionario” según se tratase de la postura más o menos “a la izquierda” de los “propaladores revolucionarios”. Necesario acotar que el discurso político de la actual Revolución Bolivariana es una suerte de “mélange” de todo lo anterior.

Tomando como referencia las ideas que sobre el particular nos enseñase el Doctor Fernando Falcón Veloz en alguna de sus clases magistrales (en el marco del Doctorado en Ciencias Políticas FCJP-CEP-UCV), en Venezuela parecen haber existido dos maneras de abordar la “Revolución”, es decir, “Revolución” en el sentido de cambiar todo (lo social, lo político y económico) por algo absolutamente distinto y radicalmente nuevo. Y, la otra, “Re-evolución”, que encarna una manera de cambiar el “todo” (político, económico y social) pero para rencausarlo hacia su “camino original”, una suerte de senda que se perdiese en el devenir por la “mala conducción de quienes tenían la responsabilidad de llevar la patria por y hacia la causa primigenia”. La primera coincide con dos definiciones formales del concepto y que prefiguran transformaciones radicales; aquella que nos proporciona el Profesor Norberto Bobbio en el Diccionario de Conceptos Políticos, y que supone la existencia de “alguien abajo” que sometido a la dominación de “alguien arriba” es expoliado y preterido, por lo que el “abajo” reacciona contra el “arriba”, y, en consecuencia, la violencia legítima es un curso probable de acción. Igualmente, lo hace con la definición marxista-leninista de Revolución: la demolición definitiva del Estado Burgués, bajo conducción y propiedad de una burguesía explotadora, dueña esta última de los medios de producción, quien además se apropia de la plusvalía del trabajo del proletariado, siempre explotado y en condiciones de miseria. La Revolución marxista supone, en consecuencia, la instauración de la “Dictadura del Proletariado” para garantizar que las condiciones de reproducción del Estado Burgués desaparezcan para siempre. La segunda, esto es, la Re-Evolución, pudiese no considerar una “transformación radical” por cuanto al suponer el re-encausamiento hacia una “senda perdida” necesariamente también supone que alguna vez existió o se concibió como “idea”, por lo que la transformación radical se refiere al “aquí y ahora” respecto de un “pasado mejor” o la reconducción hacia una creación estatal más “acertada en y con lo deseado”. Esto se traduce en la posible conservación de las estructuras existentes del Estado, mientras que en la primera, el Estado debe y tiene que desaparecer.

Nos atrevemos a clasificar como “Revoluciones” con esa intencionalidad radical, a la Revolución de Independencia, a la Revolución de Octubre y en alguna medida (por su condición precisamente de “ensalada mixta”) a la Revolución Bolivariana actual. La Gesta Emancipadora perseguía la expulsión del imperio español en Venezuela, sin duda alguna un cambio radical para ese tiempo histórico; la Revolución de Octubre, al plantear el cambio absoluto de las relaciones de poder existentes en Venezuela desde el siglo XIX entre población y Estado, así como la naturaleza estructural de este último, esto es, de un Estado cupular militar a un Estado popular democrático.

La componente radical de la Revolución Bolivariana en su sentido de cambio, vive solo en el discurso, esto es, la eliminación de un Estado burgués de partidos en un Estado popular, participativo y protagónico en su conjunto, además de “Socialista y Revolucionario”.
Las demás, tanto aquellas transcurridas durante el siglo XIX como, en buena medida, la Revolución Bolivariana también (imposible deslastrarse de su condición de mezclote ideológico), promovieron (y han promovido), trataron (y han tratado) y se expresaron (y siguen expresándose) discursivamente en el sentido de “re-encausar” el país hacia un ideal que, luego de la instalación del mito bolivariano, asumió una variopinta interpretación según fuesen los intereses de sus protagonistas revolucionarios de ocasión: el ideal bolivariano de sociedad. Son los casos que colocamos como ejemplos en la matriz presentada inicialmente: la Revolución de las Reformas, en alguna medida la Guerra Federal  y, en particular, la Revolución Liberal Restauradora.

En Venezuela, no obstante la ristra interminable de “revoluciones” en su seno, los conflictos sociales subyacentes nunca se han resuelto. En tal sentido, siempre ha sido posible construir un “discurso revolucionario” partiendo de la reivindicación de las “grandes mayorías preteridas”.  La existencia de una sustantiva e importante mayoría de la  población en condiciones de miseria, desatención y plétora de carencias materiales, sociales y, sobre todo, culturales e intelectuales, desde la propia existencia de la República de Venezuela, convierten al grueso de los habitantes en suerte de colectivo poblacional siempre expectante de soluciones urgentes.  Es allí donde “prende” el discurso vindicativo; la oferta por un mundo más justo y mejor; la colocación simple de culpabilidades acerca de tan precaria existencia, en la “oligarquía gobernante”, calificación punitiva asistida además y no en pocas ocasiones, por la palmaria presencia de cursos y recursos inconfutables. Por otra parte, a cada vindicación política revolucionaria y una vez logrado el triunfo de las huestes revolucionarias, sobreviene un metabolismo que pareciese inexorable, sobre todo si quien dirige la “Revolución” es un líder carismático dominador. Con él como núcleo, se establecen en su entorno cinco personajes: el romántico, el ideólogo, el político de oficio, el soldado y el aventurero negociante, tal cual se tratase de una célula generatriz. A partir de esa célula, comienzan a formarse retículas celulares de la misma estofa, cuya progresiva acumulación, termina definiendo una retícula oligárquica de la cual tienden a  “colgarse” prebendados de toda laya. El resto de la población permanece en la misma situación que un día los llevase a abrazar las “banderas vindicativas de la Revolución”. Así las cosas, a cada “Revolución” se sucede una nueva “decepción”, mientras esta termina siendo, en su vida útil, especie de “correa de trasmisión”  o “taquilla de despacho” dónde cada quien espera su turno para montarse o hacer la cola para recibir su respectiva dádiva; “…y si no es en esta, al menos será en la próxima…”

Y así, de “Revolución” en “Revolución”, hemos transitado nuestra existencia. Pero lo más paradójico es el discurso: con contenidos equivalentes, los engañadores de siempre, los trocados en saludantes y los buscones del negocio, protegidos por sus soldados de ocasión, terminan argumentándole a las grandes mayorías que son ellos los únicos “salvadores de la Patria”. Porque son ellos los “poseedores únicos de las características extraordinarias para hacer la Revolución” y que si no han completado “su obra reivindicadora” ha sido por la perfidia de sus enemigos, prisioneros de “inveterados vicios de clase” y por “el odio ancestral que siente la oligarquía hacia los preteridos”. Sorprendentemente y para colmo, mientras hacen esos ejercicios discursivos acusatorios, los “heroicos guerreros revolucionarios”  terminan siendo reos de las mismas vilezas que un día condenasen…La paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el ojo revolucionario…



10 de septiembre de 2016

La fuerza de los “mitos” en la Historia Política de Venezuela.

El DRAE recoge, acerca del significado de la voz “mito”, cuatro acepciones a saber (y citamos textualmente):

1.- Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico.
2.- Historia ficticia o personaje literario y artístico que encarna algún aspecto universal de la condición humana.
3.- Persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración o estima.
4.- Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene. 

Haciendo un ejercicio de síntesis, podríamos decir se trata, el mito, de una “narración maravillosa” fuera de un tiempo histórico; una “historia ficticia”; una “persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración y estima”; y una “persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene”.
Aprovechándonos de la cómoda amplitud que nos ofrece la significación que al vocablo atribuye el DRAE, pasemos a considerar ejemplos inscritos en nuestra Historia Política venezolana, que, según nos muestra la evidencia empírica, pudiésemos "graficar" en cada una de ellas. Dentro de las “narrativas maravillosas” podríamos ubicar algunas descripciones de nuestras innúmeras batallas, tanto en la gesta emancipadora como en la ristra de turbamultas que poblaron nuestro siglo XIX. En nuestra historia contemporánea pasan por allí la llamada “Revolución de Octubre”, el “Movimiento del 48” y finalmente aquel correspondiente a “la mitología popular” en torno a los supuestos derrocamientos de los gobiernos de los Generales Isaías Medina Angarita y Marcos Pérez Jiménez. Los eventos antes citados, también caen el campo de las “medias verdades” y en consecuencia, en muchos de sus casos, en un entorno de las “historias ficticias”.
Respecto de las personas a quienes se les ha rodeado de “extraordinaria admiración y estima” somos plétora, en particular cuando se ha tratado de nuestros siete líderes carismáticos “arreadores” de nuestra impronta histórica, según nuestro particular modo de describir e interpretar la realidad, esto son, Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, José Antonio Páez Herrera, Antonio de la Santísima Trinidad Guzmán Blanco, José Cipriano Castro Ruiz, Juan Vicente Gómez Chacón, Rómulo Ernesto Betancourt Bello y Hugo Rafael Chávez Frías. Y sobre la dotación de “cualidades o excelencias que no tienen” abundancia de laureles, loas, artilugios mágicos y destrezas inexistentes, han coronado a los líderes en circunstancias, momentos e incluso largos períodos, bien sea por convicción, “realismo mágico” o vulgar conveniencia, en particular por parte de los “saludantes” de oficio o “buscones” de ocasión.
“Hijo del Cielo”; “Numen de Luz”; “Pacificador”; “Benemérito”; “Ilustre Americano”; “Líder Fundamental”; “Padre Fundador”; “Líder Supremo y Eterno” son algunas de esas demostraciones que, en simples actos locucionarios (de intencionalidad ilocucionaria y, en no pocas ocasiones, perlocucionaria) tienden a la fabricación de un mito que intenta además establecer, simultáneamente, una solución de continuidad entre “hombre y cosa”, esto es, “persona y gesta” para así terminar edificando un “mito y su mitología correspondiente”, con abiertas intenciones políticas, ideológicas y de permanencia en el poder de un grupo, una concepción o, en una expresión más elaborada, un sistema político, con sus respectivas “oligarquías clientelares”.

Sobre ellos estaremos dando en el próximo ciclo de publicaciones, nuestras particulares visiones, nacidas por supuesto de la observación sistemática de la evidencia empírica, a lo largo de casi cuarenta años de investigación.

Acaso sea menester terminar con una cita de Calderón de La Barca y a propósito del tema in comento: “Los sueños, sueños son…” Y acaso la prestidigitación discursiva oportuna utilizada por muchos oradores (hayan sido políticos de oficio, soldados, negociantes, románticos o ideólogos), en nuestra Historia Política nacional, los haya acercado a la cualidad de “realidad inteligible” por una parte y "tangible" por parte de los intereses en juego…Cosas veredes, mi estimado lector…