30 de enero de 2017

Necesaria explicación acerca del artículo previo, titulado “Mucuritas en tiempo de Pajarillo”…

Sin pretender ser presuntuosos, por aquello de pensar que en otras latitudes distintas de las nuestras pudiésemos ser sujetos de lectura (u objetos al tratarse de nuestros artículos), imperioso resulta hacer una breve explicación para quienes no son venezolanos e incluso aquellos que siéndolo, poco conozcan de esta nuestra tierra, en particular del llano patrio.

El artículo está dedicado a recordar una hazaña militar de nuestra gesta emancipadora, impronta histórica que nos une a todos los venezolanos y acaecida en los llanos de Apure, como allí acotamos, el 28 de enero de 1817, lo que nos coloca a dos centurias de su ocurrencia, vale decir, sobre su bicentenario. 

Para una gran mayoría de compatriotas, en particular los más jóvenes, estas fechas pasan “por debajo de la mesa”, pensamos que, entre otras cosas, porque quienes tienen el poder político hoy día en Venezuela, utilizan estas onomásticas patrias para intensificar su fastidiosa y reiterada labor ideologizante, actividad que poco o nada guarda relación con el fondo o forma de aquel acontecimiento, pero que sirve al propósito del exordio panfletario de ocasión, afición casi adictiva de la carmesí facción.

Las explicaciones que consideramos menester hacer, se contraen a la significación de vocablos allí utilizados y que pasan inadvertidos para cualquier lector no familiarizado con ellos. Comencemos por “Mucuritas”. Una múcura en lenguaje indígena es una vasija de barro, que difiere de la “Tinaja” por cuanto la “Múcura” es esferoidal, disponiendo de un orificio circular para verter líquidos en su interior o extraer de ella los líquidos allí vertidos. Comúnmente para cargar agua, la voz que identifica al objeto, viaja, con diferentes acepciones, a lo largo del norte de nuestro continente hispanoamericano.

El diminutivo de “Múcura” es “Mucurita”, esto es, una vasija más pequeña. El sitio donde se efectuó la afamada batalla, llevaba por nombre “Las Mucuritas”. La inexorable destrucción del tiempo, le quitó el artículo y el propio General Páez, el jefe de aquella confrontación por el bando patriota, se refiere a ese lugar de la sabana como “el sitio de Mucuritas”. En invierno, esa parte del llano apureño se anega, al ser cruzado por ríos y caños. Acaso llevara su nombre por ser abrevadero común de viandantes, quienes recogieran el agua precisamente en “mucuritas”, pero esta conclusión es una lucubración propia y por consiguiente no disponemos de evidencia empírica para sostenerla.

Hablemos ahora del “Pajarillo”. Sabemos de sobra que por “Pajarillo”  se entiende el sustantivo que describe, en simple castellano, a un “pájaro pequeño”. El “Pajarillo”, en este caso, representa “un tiempo armónico y musical” de nuestra música autóctona llanera venezolana, creación musical propia que recibe el nombre genérico de “Joropo Llanero”, una variante musical venezolana (porque también tenemos “Joropo Oriental”) y que reproduce versiones bailables unas y cantables otras, bailables y cantables todas, a gusto de intérpretes y participantes, porque el llanero no entiende de normas cuando se trata de la expresión viva y libre de su emoción. Comparten personalidades propias “La Chipola”, “El Seis por Derecho”, “La Periquera” y “El Pasaje”, entre otras combinaciones armónicas.

El Joropo tiene un parecido sorprendente con el “Son Jarocho Yucateco”, oriundo de la península de Yucatán, solo que los grupos musicales que lo interpretan suelen ser más numerosos que los nuestros, pero los instrumentos dominantes son comunes, a saber, el arpa, una guitarra pequeña que en Venezuela es de cuatro cuerdas y lleva, precisamente por esa característica, el nombre de “Cuatro”, además de las maracas, hechas del fruto de un árbol que lleva por nombre “Taparo” y que se rellenan de semillas para lograr un sonido acompasado, coadyuvante, junto a la cuerdas del arpa,  en la distribución de tonalidades, así como también en el compás de la pieza. El arpa, como instrumento protagonista, es una incorporación posterior, que pudiese corresponder a tiempos más avanzados en el siglo XIX; en aquellos del General Páez, es posible que el protagonismo lo tuviese un instrumento criollo de cuerdas denominado “Bandola”, parecido también a una guitarra pequeña, muy complejo de ejecutar y mucho más fácil de portar que el arpa. Acaso su nombre derivase del uso de las armas (trabucos, carabinas o mosquetones) “a la bandolera”, esto es, cruzadas sobre las espaldas.

El tiempo de “Pajarillo” como su nombre lo indica, implica “el enérgico revolotear” de los versos entre los “vientos armónicos” del joropo, imprimiéndole a las coplas, estructura métrica poética que sirve de base a las letras de tales composiciones, una fuerza emotiva distintiva. El llanero venezolano es en particular “musical” y canta en toda ocasión, desde las desventuras en el amor, hasta las propias de la dura existencia en la que se ve inmerso cotidianamente. Lo hizo desde el siglo XVI; lo propio a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, y lo hace aún hoy en los prolegómenos del XXI. Llanero pasa penuria pero siempre canta, aún en los momentos más álgidos de su existencia.

Nota aparte merecen el General en Jefe José Antonio Páez Herrera y sus aguerridos compañeros de armas. Nacido a las orillas del río Curpa, en el actual Estado Portuguesa, el 13 de junio de 1790, contaba Páez con la edad de 27 años para el momento del combate referido. Al igual que todos los próceres que “largaron el pellejo” en los campos de Venezuela por el logro de la independencia del imperio español, era uno de los jóvenes líderes de armas entonces y, lo más curioso, ya era considerado “General de Generales”. Páez no solo fue el guerrero más distinguido de las sabanas venezolanas, sino terminó siendo el primer Presidente de la República de Venezuela, pudiendo adscribírsele cierta paternidad en ese constructo geopolítico.

Maltratado con cierta frecuencia en el discurso político venezolano, tildado hoy día con el epíteto de “traidor” por algún líder de este tiempo, llevado por una “emoción extemporánea”, Páez, desde nuestra muy humilde percepción, no hizo otra cosa que seguir sus propios mandatos personales, más allá de las apetencias que se le atribuyen (que nada raro tiene que las haya tenido y hayan sido convenientemente alimentadas por los interesados en sus proximidades, en aras de la búsqueda de alguna pitanza tras el inevitable reparto del botín, conducta muy propia de los adulantes en Venezuela y en el entorno más cercano al poder político): no podían consentir ser “Departamento” supeditados a un gobierno lejano, después de haber luchado, justamente, por todo lo contrario. Tampoco resultaba posible ser consentida, la posibilidad de la existencia de un “príncipe criollo” o un “presidente vitalicio” por muy orlada de laureles que hubiese sido la trayectoria de quien así lo pretendiese. Lucharon justamente contra ambas figuras, aunque luego hayan pretendido (algunos de nuestros próceres, particularmente el propio Páez) convertirse en aquello que tanto adversaron, virtud acaso de las malditas veleidades del poder.

La Patria venezolana, la misma que hoy pretenden convertir en patente de corso en ocasiones y en otras en lar inextinguible, más allá del apremio cotidiano, solo para justificar la permanencia en el poder; esa Patria que recoge en su seno los restos de nuestros ancestros, no se hizo gratis y tampoco virtud de un pacto político entre oligarquías; se construyó con la sangre de miles de compatriotas, con el sufrimiento de montones de progenitores, con la viudez temprana, la anciana lágrima furtiva y sobre la miseria permanente de millones.

Se ha utilizado como justificación para cualquier tropelía y ha encabezado los discursos políticos de auténticos gamonales, así como de ladrones de toda laya y sinvergüenzas manipuladores de la palabra oportuna, tras la búsqueda de pingües beneficios materiales o de poder. Pero es nuestra Patria, con sus virtudes y defectos, con sus llantos a cuestas, con sus intemperancias, con su sangre, ya sea seca y terrosa, ya sea fresca o purpurina. Y será siempre nuestra Patria…Y sí, siempre tendremos Patria, para bien o para mal, porque la sangre vertida por ella, bien ha valido la pena y bien la valdrá… ¡Viva Venezuela, Patria mía!









29 de enero de 2017

“Mucuritas” en tiempo de “Pajarillo”…

Dos centurias hacen de aquel combate, acaso olvido en quienes más jóvenes, poco o nada les interesa la impronta patria y su avatares, dando por sentada la libertad, concepto que se invoca solo en tiempos de este malhadado gobierno, como si se tratase de un apremio actual y como si nunca nos hubiésemos matado por ella. Solo en el soldado, el que fue, el que es y el que será por vocación, y en aquel que tiene por desvelo los aconteceres de una Patria, a través del honroso oficio de investigador y en el más honroso  aún de docente, habitan esos recuerdos: Batalla de Las Mucuritas, 28 de enero de 1817. Sea propicia entonces la oportunidad para recordarla y nada más apropiado que hacerlo en tiempo de Pajarillo y en la voz de su líder victorioso, el Taita, el Catire, el Centauro de los Llanos: General en Jefe José Antonio Páez Herrera…

¡Maestro arpisto, arránquese!

…Llanero escribe con alma, 
lo que mira con los ojos…

Corre el 28 de enero de 1817. El General español Don Miguel de la Torre persigue a los llaneros de Páez al través de esas estepas resecas por el sol. Lo hace con la marcialidad de la tropa expedicionaria que ha traído el señor General Don Pablo Morillo. Con sus húsares de a caballo y sus tropas de infantería veteranas, pretende batir en sus predios a los dueños y señores de la planicie polvosa: los llaneros. Le han dicho se trata de unos orates que visten de taparrabos y montan descalzos. El General Páez se refiere a ese día en su autobiografía:

“El 27 de enero pernoctó Latorre en el hato el Frio, como una legua distante del lugar que yo había elegido para el combate, y á la mañana siguiente cuando marchábamos a ocuparlo observamos que ya iba pasando por él. Entonces tuve que hacer una marcha oblicua, redoblando el paso hasta tomar a barlovento, porque en los llanos, y principalmente en Apure, es peligroso el sotavento, sobre todo para la infantería, por causa del polvo, el humo de la pólvora, el viento y más que todo por el fuego de la paja que muchas veces se inflama con los tacos.”[1]
Páez los copa. Allí está el ejército español. Ya no se trata del Ñaña y tampoco de Cervériz. La Torre es un militar profesional que se ha cubierto de gloria en combates europeos. Mil cien hombres lleva Páez. Pocos van calzados, pero el acero de las lanzas brilla al sol, en la punta de las largas varas…

…escribe de los enojos 
que lo llevan a las armas…

“Conseguido, pues, el barlovento en la sabana, formé mis mil cien hombres en tres líneas, mandada la primera por los esforzados comandantes Ramón Nonato Pérez y Antonio Ranjel; la segunda por los intrépidos comandantes Rafael Rosáles y Doroteo Hurtado; la tercera quedó a la reserva a las órdenes del bravo comandante Cruz Carrillo. Confrontados así ambos ejércitos, salió Latorre con veinticinco húsares á reconocer mi flanco derecho, y colocándose en un punto donde podía descubrirlo, hizo alto. En el acto destaqué al sargento Ramón Valero con ocho soldados escogidos por su valor personal y montados en ágiles caballos, para que fuesen a atacar a aquel grupo, conminando  á todos ellos con la pena de ser pasados por las armas si no volvían a la formación con las lanzas teñidas en sangre enemiga.”[2]

Del lance que lo hace héroe, 
en medio de la sabana, 
del miedo del español 
hacia el machete y la lanza…

Ocho para confrontar veinticinco húsares mejor armados, mejor montados y mejor pertrechados. “Menudo orate, este” pensará La Torre “…que somos tres a uno…”. Y allá van entre el polvo y la paja, a galope tendido, los dueños de la sabana. Mirada febril, lanza en ristre; con los pulgares de los pies en los estribos llaneros, el resto de los dedos por fuera. Allá van como almas que lleva Mandinga, en esas noches negras de brujas y espantos, donde el miedo se disipa con ánimas en los cantos. Son los bravos de Apure, los más bravos entre bravos…

“Marcharon, pues, y al verlos acercar á tiro de pistola, dispararon los húsares enemigos sus carabinas; sobre el humo de la descarga, mis valientes ginetes se lanzaron sobre ellos, lanceándolos con tal furor que solo quedaron con vida cuatro ó cinco que huyeron despavoridos á reunirse al ejército. La torre de antemano había juzgado prudente retirarse cuando vió á los nuestros salir de filas para ir á atacarle. No es decible el entusiasmo y vítores con que el ejército recibió á aquel puñado de valientes que volvían cubiertos de gloria y mostrando orgullosos las lanzas teñidas en la sangre de los enemigos de la patria.”[3]
Regresa la ventolera de acero a sus filas. Lleva en las lanzas la prueba carmesí de quien es el dueño de las sabanas. La Torre atisba desde la formación “al mal trago darle prisa”….   “Sargento, mande usted tocar a generala, esto es para hoy, que ya para mañana será tarde…”…:

“Latorre sin perder tiempo avanzó sobre nosotros hasta ponerse a tiro de fusil; al romper el fuego, nuestra primera línea cargó vigorosamente, y á la mitad de la distancia se dividió, como yo le había prevenido, á derecha é izquierda, en dos mitades para cargar de flanco á la caballería que formaba las alas de la infantería enemiga. Había yo prevenido á los míos que en caso de ser rechazados, se retirasen sobre su altura aparentando derrota para engañar así al enemigo, y que volvieran caras cuando viesen que nuestra segunda línea atacaba á la caballería realista por la espalda. La operación tuvo el deseado éxito, y pronto quedó el enemigo sin más caballería que unos doscientos húsares europeos; pues la demás fue completamente derrotada y dispersa.”[4]
Confundidos, derrotados, sin posibilidad de reagruparse, el rutilante ejército expedicionario, vencedor de franceses a su tiempo, yace parcialmente derrotado en el campo de batalla. ¡Ah...el ingenio de mil lances!...¡Ah... el valor de sangre llanera!...¡Ah... la astucia de quien suelta el alma en un solo dado!:

“Entonces cincuenta hombres, que yo tenía de antemano preparados con combustibles prendieron fuego a la sabana por distintas direcciones, y bien pronto un mar inflamado lanzó oleadas de llamas sobre el frente, costado derecho y retaguardia de la infantería de Latorre que se había formado en cuadro. Al  no haber sido por casualidad de haberse quemado pocos días antes la sabana del otro lado de una cañada, que aun tenía agua y estaba situada á la izquierda del enemigo, única vía por donde podía hacer su retirada, hubiera perecido el ejército español en situación más terrible que la de Cambíses en los desiertos de Libia. En su retirada hubo de sufrir repetidas cargas de nuestra caballería, que saltaba sobre las llamas y los persiguió hasta el Paso del Frio, distante una legua del campo de batalla. Allí cesó la  persecución porque los realistas se refugiaron en un bosque sobre la margen derecha del río, donde no nos era posible penetrar con nuestra caballería.”[5]

…Y allá un 28 de enero, 
entre el tropel y la grita, 
se hizo inmortal el Catire, 
en tiempos de Mucuritas…

Sobre ese combate escribirá más tarde el propio Morillo “…catorce cargas consecutivas sobre mis cansados batallones me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes poco numerosa, como me había informado, sino tropas organizadas que podían competir con las mejores de S.M. el Rey…”

¡¡¡Viva Páez, caracha!!!




[1] Páez, José Antonio, Autobiografía. Imprenta de Hellet y Breen. Nueva York, 1869. Pág.124.
[2] Páez…Op.Cit…Pág.124.
[3] Páez…Idem…Págs. 124 y 125.
[4] Páez…Ibid…Pág.125.
[5] Páez…Ibid…Pág.125

10 de enero de 2017

Venezuela, 23 de enero de 1958: TRES MITOS Y TRES REALIDADES…

Una cadena de sucesos que iniciase el 1 de enero y discurriese hasta el 23 de enero de 1.958, dio a su vez como resultado un conjunto variado de acontecimientos que, devenido el tiempo y en opinión de este investigador, fueron adquiriendo categoría de “mitos”. Para los actores políticos de ese tiempo, las borrosidades en el recuerdo, propias acaso de la senectud, la autocomprensión y, porque no, de la justa autocomplacencia, aquellos "mitos" hicieron parte (junto a otros) del amplio repertorio parlante de discursos de ocasión, propalados por aquellos interesados en construir una suerte de “gesta emancipadora popular”, relato discursivo que echaron a rodar en los años subsiguientes sus pretendidos protagonistas. Muchos de aquellos “mitos”, sus respectivas “borrosidades”, "relatos y gramáticas", como suele definir uno de los afamados "encuestólogos teóricos tarifados" de este tiempo actual, pretendieron hacerse "realidades catedralicias" de naturaleza cuasi religiosa.

En este breve pergeñado de ideas, se pretende poner de manifiesto algunos de esos “mitos” y parte de lo que consideramos “realidades”. Como han dejado de ser “fechas patrias” para los actuales actores políticos, especialmente aquellos que están en el usufructo del poder, acaso sea oportuno arrojar "otro tipo de luz" sobre aquellos acontecimientos, especialmente para los más jóvenes, particularmente en este mes que se cumplen 63 años de aquellas vivencias. Otro tanto harán a quienes les toque la tarea y llegado el momento, con las onomásticas de estos autodenominados “revolucionarios rojos” de hoy, tan acostumbrados a la creación insustancial de “mitos” como sus pares de ayer, ahora entelequias habitantes allá, en la pretérita, distante y siempre manipulada existencia político-histórica patria, lar dónde algún día, como lo hacen hoy aquellos "próceres del 58", habitarán estos "albaceas únicos del legado del Supremo y Eterno" porque nada, absolutamente nada, dura para siempre en nuestra historia política vernácula...

MITO UNO: “Pérez Jiménez fue derrocado…” Este primer mito fue una y otra vez propalado por quienes se presumieron actores principales o secundarios de los acontecimientos del 23 de enero de 1958, tanto civiles como militares y lo fue posteriormente, con mayor intensidad, por cuanto "político de oficio" que tuviese la ocasión de hacerlo, en calidad de militante de los partidos institucionales que hicieran vida protagónica en los años por venir. Basados, los más honestos, en su dolor de presos y torturados, perseguidos o humillados, siempre aprovecharon la oportunidad para poner de manifiesto que, virtud del sufrimiento y del “dolor compartido” por el “resto del pueblo”, sus torturas y vejámenes fueron vengados en una “heroica gesta popular”. Existen múltiples definiciones de lo que pudiese, en Teoría Política, conceptuarse como “derrocamiento”. De estas definiciones citaremos tres: el Coup d' Etat anglo francés, el Pustch alemán y el Pronunciamiento español. En dos de los tres, se prevé la participación militar; los tres suponen una suerte de sublevación o alteración con cierta participación colectiva; y los tres establecen la deposición, así como una suerte de posterior detención preventiva y, acaso, la sobrevenida muerte, de quien o quienes hubiesen detentado el poder.

Pérez Jiménez no fue puesto preso, tampoco los militares lo conminaron a renunciar y menos “una nutrida poblada en revuelta popular con apoyo militar” tomó el Palacio de Gobierno. Pérez Jiménez abandonó voluntariamente el cargo, en la madrugada del 23 de enero de 1958, sin mediar renuncia previa ante el Congreso Nacional o ante la Corte Suprema de Justicia. Menos hizo formal renuncia ante las Fuerzas Armadas Nacionales, específicamente ante cualquier alto personero investido de  su representación y tampoco fue “conminado” a renunciar por el Alto Mando Militar. La situación de Pérez Jiménez configura el abandono evidentemente voluntario del cargo; en términos más simples: una rehuida conveniente de sus responsabilidades de mando gubernamental.

MITO DOS: “Pérez Jiménez cae como consecuencia de una revuelta popular”. Las variadas manifestaciones de obreros y estudiantes a lo largo de 1957 (fueran de importante o pequeño porte), así como aquellas que se sucediesen por las actividades organizadas y emprendidas por la Junta Patriótica, los días posteriores a la asonada protagonizada por oficiales de las Fuerzas Aéreas (Mayor Martín Parada) y otros profesionales militares al servicio de las unidades moto blindadas (Coronel Hugo Trejo) en el Ejército, el día 1 de enero de 1958, son hechos aislados, sin solución de continuidad, que, dicho sea de paso, no comprometieron a grandes masas de población como acaso ocurriese en otras naciones (ergo La Habana, Cuba, en las postrimeras horas del año 1958 e inicios de 1959). La manifestación masiva, especialmente en Caracas, ocurre el 23 de enero, luego que una importante masa de población se enterara de la huida de Pérez Jiménez, información que se hizo pública en la ciudad capital, después de las 0400 horas de ese mismo día, como así lo confirman muchos de los medios impresos nacionales de ese entonces. Aun participando nutridos contingentes de población en las manifestaciones caraqueñas acaecidas en esa fecha, estas no se dirigieron a Palacio y tampoco tomaron instalaciones militares, como sí ocurriese el 18 y 19 de octubre de 1945, con el Cuartel San Carlos, en la ciudad de Caracas. Los sucesos a las puertas de la Seguridad Nacional, que condujeron a los linchamientos, asesinatos y persecución de esbirros al servicio de este cuerpo de seguridad del Estado por parte de las turbas enardecidas, así como el intercambio de disparos, tuvieron lugar luego del medio día del 23 de enero de 1958, cuando Pérez Jiménez ya tenía cerca de 10 horas de haberse marchado del país. Por otra parte, el intercambio de disparos se produjo entre agentes de la Seguridad Nacional y soldados del Ejército que hubiesen sitiado previamente aquella sede policial. La reacción tumultuaria de la población, especialmente, reiteramos, en la ciudad de Caracas, fue resultado más del calor del momento, producto del inercial arrebato vindicativo; el ansia oportunista del saqueo en algunos, natural históricamente en estos casos en Venezuela y la emoción por la libertad de los presos en otros. El resto, en nuestra muy particular forma de aproximarnos a los acontecimientos, fue más bien una combinación, insistimos, muy criolla, del afán de fiesta, jolgorio y el siempre oportunista deseo por y para la figuración épicamente protagónica en una "gesta heroica libertaria"…

MITO TRES: “Pérez Jiménez huye por la presión política de sus adversarios, la acción concertada de los militares que se le oponían y las acciones de calle planificadas (y conducidas) por connotados miembros de la Junta Patriótica”. Pérez Jiménez siempre despreció, además con el ademán y el gesto de quien se siente seguro en el poder, al estamento político partidista que, luego de 1952, se limitó al partido COPEI. Por segunda vez en su historia política y primera durante el llamado Decenio Militar, el partido socialcristiano fue sujeto de persecución en la persona de su principal fundador, Doctor Rafael Caldera Rodríguez, cuando este último lanzó su candidatura para el proceso electoral fallido de 1957. Preso y luego expulsado del país, pasó el atropello hacia el Dr. Caldera "sin pena ni gloria" hasta el plebiscito presidencial de ese año, salvo el reclamo airado que, sobre ese particular, hicieran al gobierno importantes personeros de la Jerarquía Eclesiástica venezolana, junto a la plañidera manifestación de una nutrida concurrencia de "damas conservadoras refistoleras". Los líderes clandestinos (PCV-AD) estaban en el exilio (el verdadero exilio, no un autoexilio mayamero vacacional), presos y torturados o muertos y enterrados. Ni la Junta Patriótica, ni las acciones de calle, preocuparon o amilanaron a Pérez Jiménez; antes por el contrario, respondió a ellas como siempre: con plan, cárcel, tortura y plomo...

La presión política (aquella ejercida por partidos políticos y organizaciones representativas de la sociedad venezolana, que hicieran vida en la Junta Patriótica), fue una variable perturbadora adicional (nunca "la variable perturbadora concluyente"), en un conjunto complejo de variables perturbadoras, integrado fundamentalmente por el inicio de una crisis económica inevitable, al perder Venezuela su condición de primer exportador de petróleo del mundo (tras el hallazgo por la industria petrolera anglo-norteamericana y holandesa de yacimientos petrolíferos de más calidad y cuantía, en manos de gobiernos más maleables y complacientes en el Oriente Medio), lo que implicó la reducción drástica del ingreso nacional por este concepto, frente a un gasto público cada vez más creciente, voraz y suntuario, dependiente totalmente del ingente y fructuoso comercio del hidrocarburo rey; como consecuencia de lo anterior, la negación reiterada de Pérez Jiménez a honrar sus compromisos financieros con sus “empresarios y banqueros socios venezolanos”, parte importante de su oligarquía prebendada cuyo crecimiento, paradójicamente, él mismo promoviera; la creciente división a lo interno de las Fuerzas Armadas (error garrafal que cometiesen también los adecos durante el Trienio 1945-1948), que terminara fraccionando a los oficiales entre "Perezjimenistas y No Perezjimenistas" siendo algunos de los últimos, objetivos de persecución y asesinato por parte de agentes de la Seguridad Nacional (casos como los del Capitán Wilfrido Omaña y el Teniente León Droz Blanco); la confrontación con la Iglesia Católica, tras la detención y posterior expulsión del Doctor Rafael Caldera (ya mencionado y que "reventase" de manera concluyente como acumulación en el sistema de conflictos políticos); y, finalmente, el doble desafío a los Estados Unidos, en tanto el establecimiento de políticas de corte cada vez más nacionalista y “la recepción a brazos abiertos” del General Juan Domingo Perón, mal visto por la Secretaría de Estado de los Estados Unidos y mantenido por PJ en Venezuela “a cuerpo de Rey aun en funciones monárquicas”. Inmensamente rico, con su Nuevo Ideal Nacional desecho en un instante, sin apoyo militar y, además, sin el indispensable soporte de su poderoso socio del Norte, PJ escogió el camino propuesto por su amigo, ministro de su gabinete y sempiterno compañero de armas, General Luis Felipe Llovera Páez: “Marcos vámonos, mira que pescuezo no retoña…”.  

El hartazgo de la gente por la suma cada vez mayor de los abusos y arbitrariedades del perezjimenismo (nada distinto de aquel que ejercieran adecos y copeyanos a su turno y hoy el chavismo carmesí) representó “la gota que derramó el vaso”. Y como suele ocurrir casi siempre en estos casos de huida repentina, la partida sorpresiva y, por ende, sin aviso del General, agarró a la oligarquía prebendada totalmente desnuda, madrugándola sin remedio, como novia siempre dispuesta, especialmente aquel 23, plácidamente dormida en el lecho, después de una larga noche de actos de "prometido" amor eterno…Se le fue “su General” dejándola sola en el estelero, tal como lo decía la letra de una afamada pieza musical de entonces: ...!Ay qué General!...¡Ay qué General!...

Aquellos que se empeñan en sostener el  mito revolucionario del 23 de enero, como definiría el Dr. Américo Martín en entrevista reciente "el espíritu hecho carne" no les faltan razones personales de peso: vivieron más de sesenta años de los mitos y terminaron creyendo ciegamente en ellos, como afirmación inequívoca de su propia realidad política, acaso, como aquel que pierde un brazo y argumenta auspicioso que se "siente más liviano" o "ha desarrollado en su cerebro" destrezas de las que no se sabía poseedor. Pero, incuestionablemente y respecto de la realidad de entonces y la actual, no queda la más mínima duda: la procesión va por dentro...