Sin pretender ser presuntuosos,
por aquello de pensar que en otras latitudes distintas de las nuestras
pudiésemos ser sujetos de lectura (u objetos al tratarse de nuestros artículos),
imperioso resulta hacer una breve explicación para quienes no son venezolanos e
incluso aquellos que siéndolo, poco conozcan de esta nuestra tierra, en
particular del llano patrio.
El artículo está dedicado a recordar
una hazaña militar de nuestra gesta emancipadora, impronta histórica que nos
une a todos los venezolanos y acaecida en los llanos de Apure, como allí
acotamos, el 28 de enero de 1817, lo que nos coloca a dos centurias de su
ocurrencia, vale decir, sobre su bicentenario.
Para una gran mayoría de
compatriotas, en particular los más jóvenes, estas fechas pasan “por debajo de la mesa”, pensamos que,
entre otras cosas, porque quienes tienen el poder político hoy día en
Venezuela, utilizan estas onomásticas patrias para intensificar su fastidiosa y
reiterada labor ideologizante, actividad que poco o nada guarda relación con el
fondo o forma de aquel acontecimiento, pero que sirve al propósito del exordio
panfletario de ocasión, afición casi adictiva de la carmesí facción.
Las explicaciones que
consideramos menester hacer, se contraen a la significación de vocablos allí
utilizados y que pasan inadvertidos para cualquier lector no familiarizado con
ellos. Comencemos por “Mucuritas”.
Una múcura en lenguaje indígena es una vasija de barro, que difiere de la “Tinaja” por cuanto la “Múcura” es esferoidal, disponiendo de
un orificio circular para verter líquidos en su interior o extraer de ella los
líquidos allí vertidos. Comúnmente para cargar agua, la voz que identifica al
objeto, viaja, con diferentes acepciones, a lo largo del norte de nuestro
continente hispanoamericano.
El diminutivo de “Múcura” es “Mucurita”, esto es, una vasija más pequeña. El sitio donde se
efectuó la afamada batalla, llevaba por nombre “Las Mucuritas”. La inexorable destrucción del tiempo, le quitó el
artículo y el propio General Páez, el jefe de aquella confrontación por el
bando patriota, se refiere a ese lugar de la sabana como “el sitio de Mucuritas”. En invierno, esa parte del llano apureño
se anega, al ser cruzado por ríos y caños. Acaso llevara su nombre por ser
abrevadero común de viandantes, quienes recogieran el agua precisamente en “mucuritas”, pero esta conclusión es una
lucubración propia y por consiguiente no disponemos de evidencia empírica para
sostenerla.
Hablemos ahora del “Pajarillo”. Sabemos de sobra que por “Pajarillo” se entiende el sustantivo que describe, en
simple castellano, a un “pájaro pequeño”.
El “Pajarillo”, en este caso,
representa “un tiempo armónico y musical”
de nuestra música autóctona llanera venezolana, creación musical propia que
recibe el nombre genérico de “Joropo
Llanero”, una variante musical venezolana (porque también tenemos “Joropo Oriental”) y que reproduce
versiones bailables unas y cantables otras, bailables y cantables todas, a
gusto de intérpretes y participantes, porque el llanero no entiende de normas
cuando se trata de la expresión viva y libre de su emoción. Comparten
personalidades propias “La Chipola”, “El
Seis por Derecho”, “La Periquera” y “El Pasaje”, entre otras combinaciones
armónicas.
El Joropo tiene un parecido sorprendente con el “Son Jarocho Yucateco”, oriundo de la península de Yucatán, solo
que los grupos musicales que lo interpretan suelen ser más numerosos que los
nuestros, pero los instrumentos dominantes son comunes, a saber, el arpa, una
guitarra pequeña que en Venezuela es de cuatro cuerdas y lleva, precisamente
por esa característica, el nombre de “Cuatro”,
además de las maracas, hechas del fruto de un árbol que lleva por nombre “Taparo” y que se rellenan de semillas
para lograr un sonido acompasado, coadyuvante, junto a la cuerdas del arpa, en la distribución de tonalidades, así como también
en el compás de la pieza. El arpa, como instrumento protagonista, es una
incorporación posterior, que pudiese corresponder a tiempos más avanzados en el
siglo XIX; en aquellos del General Páez, es posible que el protagonismo lo
tuviese un instrumento criollo de cuerdas denominado “Bandola”, parecido también a una guitarra pequeña, muy complejo de
ejecutar y mucho más fácil de portar que el arpa. Acaso su nombre derivase del
uso de las armas (trabucos, carabinas o mosquetones) “a la bandolera”, esto es, cruzadas sobre las espaldas.
El tiempo de “Pajarillo” como su nombre lo indica, implica “el enérgico revolotear” de los versos entre los “vientos armónicos” del joropo,
imprimiéndole a las coplas, estructura métrica poética que sirve de base a las
letras de tales composiciones, una fuerza emotiva distintiva. El llanero
venezolano es en particular “musical”
y canta en toda ocasión, desde las desventuras en el amor, hasta las propias de
la dura existencia en la que se ve inmerso cotidianamente. Lo hizo desde el
siglo XVI; lo propio a lo largo de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, y lo hace
aún hoy en los prolegómenos del XXI. Llanero pasa penuria pero siempre canta,
aún en los momentos más álgidos de su existencia.
Nota aparte merecen el General en
Jefe José Antonio Páez Herrera y sus aguerridos compañeros de armas. Nacido a
las orillas del río Curpa, en el actual Estado Portuguesa, el 13 de junio de
1790, contaba Páez con la edad de 27 años para el momento del combate referido.
Al igual que todos los próceres que “largaron
el pellejo” en los campos de Venezuela por el logro de la independencia del
imperio español, era uno de los jóvenes líderes de armas entonces y, lo más
curioso, ya era considerado “General de Generales”. Páez no solo fue el
guerrero más distinguido de las sabanas venezolanas, sino terminó siendo el
primer Presidente de la República de Venezuela, pudiendo adscribírsele cierta
paternidad en ese constructo geopolítico.
Maltratado con cierta frecuencia
en el discurso político venezolano, tildado hoy día con el epíteto de “traidor” por algún líder de este
tiempo, llevado por una “emoción extemporánea”,
Páez, desde nuestra muy humilde percepción, no hizo otra cosa que seguir sus
propios mandatos personales, más allá de las apetencias que se le atribuyen
(que nada raro tiene que las haya tenido y hayan sido convenientemente
alimentadas por los interesados en sus proximidades, en aras de la búsqueda de
alguna pitanza tras el inevitable reparto del botín, conducta muy propia de los
adulantes en Venezuela y en el entorno más cercano al poder político): no
podían consentir ser “Departamento”
supeditados a un gobierno lejano, después de haber luchado, justamente, por
todo lo contrario. Tampoco resultaba posible ser consentida, la posibilidad de
la existencia de un “príncipe criollo”
o un “presidente vitalicio” por muy
orlada de laureles que hubiese sido la trayectoria de quien así lo pretendiese.
Lucharon justamente contra ambas figuras, aunque luego hayan pretendido
(algunos de nuestros próceres, particularmente el propio Páez) convertirse en
aquello que tanto adversaron, virtud acaso de las malditas veleidades del
poder.
La Patria venezolana, la misma
que hoy pretenden convertir en patente de corso en ocasiones y en otras en lar
inextinguible, más allá del apremio cotidiano, solo para justificar la
permanencia en el poder; esa Patria que recoge en su seno los restos de
nuestros ancestros, no se hizo gratis y tampoco virtud de un pacto político
entre oligarquías; se construyó con la sangre de miles de compatriotas, con el
sufrimiento de montones de progenitores, con la viudez temprana, la anciana
lágrima furtiva y sobre la miseria permanente de millones.
Se ha utilizado como
justificación para cualquier tropelía y ha encabezado los discursos políticos
de auténticos gamonales, así como de ladrones de toda laya y sinvergüenzas
manipuladores de la palabra oportuna, tras la búsqueda de pingües beneficios
materiales o de poder. Pero es nuestra Patria, con sus virtudes y defectos, con
sus llantos a cuestas, con sus intemperancias, con su sangre, ya sea seca y
terrosa, ya sea fresca o purpurina. Y será siempre nuestra Patria…Y sí, siempre
tendremos Patria, para bien o para mal, porque la sangre vertida por ella, bien
ha valido la pena y bien la valdrá… ¡Viva
Venezuela, Patria mía!