29 de mayo de 2020

Sobre “política” y “argumentos jurídicos” en los albores de nuestra Primera República. La Junta Suprema de Caracas y el Consejo de Regencia de España.


El brillo de la charretera, el sable y la presencia tronante del cañón vengador, llenan las páginas de nuestra historia patria. Gritos y caballos; héroes de lanza y taparrabos, entre polvorientas sabanas y ríos de cursos procelosos,  hacen plenos los significados del discurso patriótico de manual escolar. Se invoca la presencia impertérrita del “héroe soldado” y todo significado de lucha, se subroga a su accionar, pletórico de la épica-patética que tanto gusta al orador patriotero de templete ocasional, tanto físico como discursivo, sobre todo hoy día en tiempos de oscurantismo “rojo, rojito”.

Pero esta patria y resulta lógico inferirlo del comportamiento de sus pobladores en cualquier tiempo histórico, más aún en el  reciente, olvida (o parece haberlo hecho) que su construcción como “patria republicana” también fue fruto del intelecto, la acción y la sapiencia de hombres de corbatines y cuellos altos; de serias levitas y verbo de densidad jurídica incontestable. Francisco Espejo, Miguel Peña, Miguel José Sanz, Andrés Bello y Juan Germán Roscio, por citar a los más conspicuos,  aunque sin apremios del lance personal y arreos de gamonal sediento de heroicidades,  construyeron sólidas argumentaciones tanto teóricas en lo político como en lo jurídico, que permitieron echar las bases de nuestros primeros intentos republicanos.

De eso conversaremos en estas líneas, precisamente, por estar rodando el crepúsculo de otro mes de mayo, mes en que específicamente en fecha 3, pero de 1810, hace ya 210 años, Don Andrés Bello respondiese al Consejo de Regencia de España, por comisión de la Junta Suprema de Caracas y con ocasión de los sucesos que condujesen a los miembros de la conjura del 19 de abril[1], a crear aquel cuerpo colegiado. Dialoguemos sobre este tema, asunto ausente de batallas y sangre heroica, pero plétora de sapiencia inconfutable y de construcción argumental impecable. Que también la pluma (que no los plumarios), hicieron su parte en esta gesta independentista, acaso en perfecta, además de efectiva, combinación entre toga y guerrera, birrete y morrión. Vayamos pues a su encuentro.

El 14 de febrero de 1810, el Consejo de Regencia de España, constituido como una derivación de la Junta Suprema de Aranjuez, luego de Sevilla y finalmente de Cádiz, con ocasión de la invasión napoleónica a España (además de las sucesivas derrotas infringidas a una combinación de pueblo y ejército español en resistencia), la abdicación de Carlos IV a favor de Bonaparte y el nombramiento que hiciese este último de su hermano José (mejor conocido entre los españoles del populacho como Pepe Botella y ya pueden saber porque clase de afición) como José I de España, hace una alocución, según indica el Dr. Caracciolo Parra Pérez, redactada por el afamado poeta Quintana, mediante la cual anunciaba a “los colonos en las tierras ultramarinas” la próxima convocatoria a las Cortes, a realizarse el 1º de marzo de 1810. Allí, por primera y única vez en la historia imperial española, la Regencia hace la siguiente declaración:

“Desde este momento, españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres:  no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre que ha de venir a representaros en el congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos.”[2]

Mejor conjunto de argumentos a favor de “los colonos americanos”  y de sus “apremios independentistas” presentes en la historia postrimera de su siglo XVIII y los albores del XIX, que para ese momento transitan, imposible hallar; el momento: nunca más apropiado. Pero antes de analizar el contenido potente de esta declaración, imprescindible formularnos una pregunta clave ¿Qué intereses políticos de fondo pudieron haber motivado tan “esplendorosa” declaración de la Regencia?

Desde las postrimerías del siglo XVIII los vientos de independencia política (en tanto cambio radical de los centros de poder), vienen trayendo barruntos de tempestad. La distancia desde la metrópoli; las restricciones normativas; las distinciones de castas entre peninsulares y blancos criollos, así como la imposición de reglas absurdas (como la variación arbitraria por parte de “regidores y oidores” de ocasión de los derechos de alcabala), han venido avilantando los ánimos desde labriegos a criadores, desde artesanos a comerciantes. La rebelión barquisimetana de Juan Francisco de León; la potente rebelión del Socorro y sus artesanos, que pone cerca de 20.000 tropas a las puertas del propio centro del virreinato de la Nueva Granada (Nuevo Reino de Granada), en su ciudad capital de Santa Fe, creando la temida posibilidad de una defenestración jamás pensada y menos deseada; el “movimiento revolucionario” (con posibilidad inequívoca de apellidarlo de tal, por los cambios que exige aún más radicales que los del Socorro pero, más aún, que aquellos que se exigirán en los procesos de independencia por venir), liderado por D. José María España y D. Manuel Gual, son muestras palmarias en distintos virreinatos, capitanías generales y gobernaciones de la América Española, de que viene un mar de fondo que amenaza convertirse en maremoto.

A esta situación de ínsita naturaleza americana, resulta menester sumar los vientos tormentosos que trajo la Revolución Francesa en su momento, con su carga sustantiva de republicanismo jacobino, vale decir, a una situación política, económica y social que afectaba de tiempo atrás a las colonias españolas ultramarinas, se adiciona un conjunto de ideas “revolucionarias” que claman cambios, unos expresados en tonos radicales, otros un poco más moderados, incluso sugiriendo cierta forma de cohabitación con el imperio español.

En el momento más difícil de esa “antigua monarquía española”, defenestrada, como ya dijésemos, por la abdicación forzada de Carlos IV, “el práctico secuestro” de su hijo Fernando por parte de Napoleón, quien llama tanto al padre como al hijo “cretinos ambiciosos” (por ejemplo, el rey padre habría sugerido la eliminación física del hijo y el hijo príncipe habría sugerido al magnífico corso “su propia adopción como hijo”) además con la España invadida por la “Grand Armée”, la última posibilidad de supervivencia de la Regencia, sobrevenida la derrota militar total, pasaba por “mudar provisionalmente” a las instituciones monárquicas fuera de los dominios territoriales de Europa, lo suficientemente lejos de la Francia y ¿Cuál mejor sitio de amparo que los virreinatos españoles en la América?. Pero habría que granjearse la amistad y apoyo de los “americanos españoles”, ofrecer una opción sólida a los moderados y lisonjear por vía convenientemente discursiva a los “republicanos de cabeza caliente”[3]. Así las cosas, la Regencia incorpora una diputación americana a las Cortes que pretende convocar al 1º de marzo de 1810, sugiriendo por el camino la forma de su elección.

Es entonces como el poeta liberal Manuel José Quintana se inspira y compone en la alocución, el párrafo más arriba citado y que procedemos a analizar de seguidas[4]. “Desde este momento, españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres…” conjunto magistral de actos de habla de naturaleza perlocucionaria[5], mediante el cual el gran poeta y jurista Manuel Quintana (y la Regencia por “complicidad” directa al convertirlo en “documento oficial”) reconocen la libertad de los americanos españoles. No debe tratarse de un simple ejercicio retórico: implica la admisión de una nueva condición. Y es en virtud de aquella nueva condición que “os veis elevados a la dignidad de hombres libres…”  de hecho y de derecho, al pasar a formar parte de unas Cortes que representan a España, unida en su lucha común contra el imperio francés, sin distingo de castas u orígenes. Se entremezclan entonces las aspiraciones políticas de los liberales españoles representados en Quintana, las aspiraciones “republicanas” de los americanos españoles y los deseos inmediatos de supervivencia de los monárquicos moderados, representados en el ala menos conservadora de las Cortes.

Pero los contenidos siguientes, que sirven de complemento a la primera afirmación de “hombres libres”, se suma la admisión que constituye o podría constituirse en “confesión de parte”:

“…no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia…”

Reconoce también el bardo trocado en combativo parlamentario y político de acción, la existencia de un “yugo” cuya dureza se hace mayor “mientras más luenga la distancia”, dogal que representa, sin la más mínima duda, al imperio español, a quien además culpa de “indiferencia en la mirada” , “vejación por codicia” y “destrucción por ignorancia”, acusaciones reiteradas en el discurso de los “republicanos americanos”, hechas además ad nauseam en sus declaraciones, por el más connotado de sus dirigentes políticos y militares, “adalid de la sedición”, enemigo convicto y confeso de la monarquía peninsular: Francisco de Miranda[6]. Años más tarde, cinco para ser exactos, el Libertador Simón Bolívar escribirá en su afamada Carta de Jamaica un conjunto argumental a un mismo tenor de aquel de Miranda y más específico respecto de la declaración del poeta Quintana, no obstante que las pruebas en otro sentido, podrían demostrar, en casos personales bien conocidos como la misma familia Bolívar, los Rodríguez del Toro, los León y los Mijares, que la riqueza también se habría derramado a raudales sobre aquellos, no obstante “la mirada indiferente y la vejación por codicia”…[7]

Culmina Quintana con una práctica declaración de principios: una vez elegidos los diputados de la América Española a las Cortes de Cádiz, como dignos representantes de la opinión, “vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos”;  ha subrogado Quintana en su discurso, en buena medida, el poder de “mandar” sobre sus súbditos “de ministros, virreyes y gobernadores” nada más y nada menos que en la representación del pueblo americano español designado para esas Cortes. ¡Dixit!

Las Cortes se reúnen, pero en la Capitanía General de Venezuela, se suceden los acontecimientos de abril, que comenzando con un germen equivalente a los “juntistas de Aranjuez” culmina sorpresivamente con la creación de una suerte de gobierno provisional que ha depuesto a la autoridad española, acusando de paso a su titular, el señor Capitán General Don Vicente Emparan, entre otras muchas cosas, de “francófilo convicto”[8]. El gobierno recientemente constituido, manifiesta su voluntad de no reconocer al Consejo de Regencia, asumiendo su propia conducción soberana y directamente.[9]

El 3 de mayo de 1810, corresponde a Don Andrés Bello, como ya hemos mencionado en líneas previas, la redacción de la contesta  al Consejo de Regencia (respecto de la convocatoria a la elección de representantes con destino a las Cortes de Cádiz) y en uso de una impecable argumentación jurídica, basada en las leyes imperiales vigentes, en tanto la representación de los ayuntamientos respecto de la ausencia de las autoridades legítimas, responde el distinguido jurista caraqueño. Afirma Bello en aquel documento:

“…las diversas corporaciones que sustituyéndose indefinidamente unas a otras, solo se asemejan en atribuirse todas una delegación de soberanía, que no habiendo sido hecha ni por el monarca reconocido ni por la gran comunidad de españoles de ambos hemisferios, no pueden menos de ser absolutamente nulas, ilegítimas y contrarias a los principios sancionados por nuestra misma legislación.”[10]

No hay manera legal de reconocer corporaciones que “sustituyéndose indefinidamente unas a otras” como reflejo de su única y propia decisión, hubiesen procedido sin el consentimiento del “monarca reconocido” y ni siquiera sin el consenso expreso de “la gran comunidad de españoles de ambos hemisferios”. Era lo que, ciertamente y de una manera tímida, habría tratado de hacer el Consejo de Regencia ante la convocatoria de las Cortes de España, el 1º de marzo, en Cádiz, pero, como bien afirmara Bello, desde la Junta Suprema de Aranjuez hasta el Consejo de Regencia, todas estas corporaciones se habían constituido sin apoyo del monarca legítimo (este habría abdicado) y menos del “secuestrado” príncipe, de quien se supone, acaso, nunca se habría manifestado a favor. En otro orden de ideas, las leyes vigentes resultaban claras al respecto y, posiblemente, aprovechándose del contenido de la alocución de Quintana, el tal Consejo de Regencia habría reconocido la libertad de los americanos por pura supervivencia política y material futura.

Otro asunto de forma y fondo, lo constituía la sugerencia acerca del procedimiento para la elección de los diputados americanos a las Cortes. No obstante sugerir se hiciera entre los miembros activos de los Ayuntamientos (que por cierto Don Francisco Antonio Zea, resultaría electo a esas Cortes por alguno de los ayuntamientos del Nuevo Reino de Granada), para los caraqueños de la Junta Suprema de Caracas, resultaba un insulto a la independencia que, en la alocución de marras, se le recociese de hecho, claro, bajo la única condición de elegir una representación ante las Cortes.

Pues no, afirman aquellos cabildantes criollos, aparte de no estar de acuerdo con la forma (ningún organismo apócrifo e ilegal podría imponer condiciones a los miembros legítimamente constituidos en un organismo capitular, en tanto la forma de elegir sus legítimos representantes), tampoco podrían aceptar de fondo una representación no surgida de su propio seno: hacerlo equivaldría reconocer la legalidad del Consejo de Regencia, asunto medular en disputa.[11] Como bien afirma Parra Pérez: “…los americanos querían ejercer sus derechos directamente como los peninsulares y repudiaban toda especie de cadenas…”[12]

El devenir continuó inexorable, sucediéndose entonces los hechos que nos llevaron al Congreso, la fundación de la Confederación de Venezuela y declaratoria de independencia, el 5 de julio de 1811. Y no es sino hasta agosto de ese mismo año que el Consejo de Regencia de España, responde a la contestación de Bello. Al respecto, citamos una vez más al Dr. Carraciolo Parra Pérez:

“A la actitud de la Junta de Caracas replicó la Regencia en los primeros días de agosto, declarando a los venezolanos vasallos rebeldes y ordenando el bloqueo condicional de sus provincias. En España se atribuía el movimiento a la desordenada ambición de algunos facciosos y la credulidad de los más, y aseguraba que pronto se extirparía el mal y se castigaría a sus contumaces autores.”[13]

Una confederación, dos repúblicas, una conversión a departamento dependiente de la República de Colombia, experimento integrador fallido de la febril mente bolivariana  y una final separación natural, conducirían definitivamente a la República de Venezuela, mucha sangre, mucho dolor, mucha candela, tristeza, destrucción mediante. Y sí, luego del intento de extirpación de los contumaces autores, España comenzó a perder su imperio, se hundió inexorablemente en una suerte de confusión política que la llevó a la destrucción total de su flota de guerra en 1898 y, finalmente, aunque no quiera reconocerse como apéndice de un devenir continuo, a una Guerra Civil que la enlutó y aún la enluta, entre 1936 y 1939, en pleno siglo XX. 

Próceres civiles o, más bien, mentes proceras en sus procederes, hoy hacen más falta que nunca. Argumentaciones sustantivas, discusión de ideas, creación de caminos. Pero en la obscuridad, los fuegos del saber no alumbran y, lastimosamente, solo queda la tea vengadora para alumbrar una vereda, misma a la que se llega, precisamente, saliendo del camino producto de la reflexión…Mala suerte, buena suerte, quien sabe…







[1] ¿Por qué la llamamos “conjura”? En el afamado texto del Dr. Carraciolo Parra Pérez, titulado “Historia de la Primera República” y en lo tocante a los prolegómenos de los eventos suscitados en Caracas, el 19 de abril de 1810, el autor hace referencia a varios intentos de conspiración contra la Capitanía General de Venezuela, ubicando el primero con fecha 24 de diciembre de 1809; el segundo, fechado el 2 de abril de 1810 y según Don Andrés Bello, aquel del 19 “…que fue continuación de la precedente y que triunfó..”. En la página 198 del  mismo texto, Parra Pérez desliza este párrafo: “El impetuoso ardor de los jóvenes caraqueños decidió la marcha de los sucesos y marcó con su sello indeleble los destinos del continente americano. Reunidos algunos de aquellos, el 18 de abril, en la casa de Manuel Díaz Casado-según Austria-resolvieron intentar un golpe al día siguiente y aprovechando las festividades del jueves santo, deponer las autoridades y establecer un nuevo gobierno en nombre de Fernando VII, con el fin de no alarmar prematuramente al pueblo, gobierno que presidiría, al principio por lo menos, el propio Capitán General.” Y respecto de los propios sucesos del 19, hace saber el citado autor y en la misma página: “A las tres de la madrugada del día decisivo, conferenciaban aún los conspiradores en la casa del doctor José Ángel Alamo. Los Montilla, Ribas y otros recorrieron la ciudad invitando al pueblo a reunirse en la plaza principal.” Y finaliza: “Delatados días atrás los manejos de los patriotas por el mulato Arévalo, capitán de las milicias de Aragua, a la sazón acantonadas en Caracas, Emparan respondió a quienes fueron anunciarle la conspiración que ya había tomado las medidas necesarias. Tampoco atendió el Capitán General a la denuncia que se le hizo de estar reunidos los del complot en casa de Alamo.” Basándonos en esta argumentación del citado historiógrafo, estimamos como “conjura” y, por ende, como “conjurados” a los autores de los sucesos del 19. El objeto de la “conjura” sería el gobierno de la Capitanía General de Venezuela, ergo, la propia monarquía española. Parra Pérez, Caracciolo; Historia de la Primera República de Venezuela. BIBLIOTECA AYACUCHO. Caracas, 1992. Pág.198.

[2] Parra Pérez… Op. Cit… Pág.196.
[3] Imposible olvidar un tercer y mayúsculo peligro: el afán del Imperio Británico por apropiarse de alguna o algunas de las más ricas colonias ultramarinas de España (caso de Buenos Aires), las ya apropiadas (caso Trinidad) y el también afán por lograr un “comercio abierto” con aquellas colonias hispanoamericanas, sin la intromisión de la corona española, ahora agravada por la presencia francesa en su territorio, enemiga capital de la pérfida Albión. Es precisamente esta última situación, la que hace que de “promotor velado de la independencia americana” (caso invasión de Miranda en 1806), el Imperio Británico pase a ser “fiel aliado” de España en su “guerra de independencia” contra Francia…
[4] Manuel José Quintana (1772-1857) afamado poeta liberal español, promotor de las ideas republicanas en la España de 1810. Promueve la existencia de unas Cortes españolas sin distinción de estamentos o castas. Su propuesta viene como “anillo al dedo” en tiempos de la huida hacia Cádiz, luego de la caída de Sevilla, en lo que a ganarse la simpatía de los americanos españoles se refiere, apelando a una suerte de “causa común”: la lucha contra el imperio francés…
[5] …si nos aproximamos al texto mediante el análisis de sus contenidos, al través de los métodos de observación del discurso político sugeridos por J.G.A Pocock y Quentin Skinner, además de la Teoría de los actos del habla de John Austin. En la teoría de Austin, una acto de habla perlocucionario es aquel que tiene por objeto inequívoco lograr en el oyente un cambio intencionado. Decirle a los americanos españoles o reconocerlos como “hombres libres” tiene la intencionalidad de hacerlos ver como tales, en el seno de los cuerpos políticos representativos del poder político, en una suerte de “nueva España”, aquella que debería surgir como consecuencia de la lucha contra la invasión francesa.
[6] “Las personas timoratas o menos instruidas que quieran imponerse a fondo de las razones de justicia y de equidad que necesitan estos procedimientos -junto con los hechos históricos que comprueban la inconcebible ingratitud, inauditas crueldades y persecuciones atroces del gobierno español hacia los inocentes e infelices habitantes del nuevo mundo, desde el momento casi de su descubrimiento - lean la epístola adjunta de D. Juan Viscardo, de la Compañía de Jesús, dirigida a sus compatriotas y hallaran en ella irrefragables pruebas y sólidos argumentos en favor de nuestra causa, dictados por un varón santo, y a tiempo de dejar el mundo, para parecer ante el Creador del Universo” Párrafo de la Proclama del Señor general Francisco de Miranda, Comandante General del Ejército Colombiano a los pueblos habitantes del continente Américo-Colombiano, con ocasión de su fallida invasión militar. Coro, 3 de agosto de 1806.
[7] “Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y cuando más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias americanas, para que no se traten, ni se entiendan, ni negocien.”  Rivas, Rivas José; Independencia y guerra a muerte. Textos fundamentales. FONDO EDITORIAL VENEZOLANO. Caracas, 1994. Pág.75.
[8] “Emparan era francófilo y decía públicamente que el propio Napoleón le había destinado al gobierno de Venezuela.” Parra Pérez…Ibíd…Pág.209
[9] Constituido el Ayuntamiento en Junta Suprema y enriquecido con la admisión en su seno de varias personas que se dieron por delegados de clases y corporaciones, declaró que las provincias de Venezuela asumían su propio gobierno, en nombre y representación de Fernando VII, sin prestar obediencia al Consejo de Regencia.” Parra Pérez… Ídem… Pág.201
[10] Parra Pérez…Ibid…Pág.209
[11] “Los ciudadanos hispanoamericanos, en uso de sus derechos antiguos e indisputables, “iban a instalarse en el goce inestimable de sus prerrogativas civiles y a poner una barrera al insoportable orgullo y codicia de los administradores” que a nombre del monarca, venían gobernándolos.” Parra Pérez…Ibíd…Pág.209
[12] Parra Pérez…ibíd….Pág.209
[13] Parra Pérez…Ibíd…Pág.210

13 de mayo de 2020

¿Por qué “Historia Política real” y no obsesión por la “Historia de la Política Real”?


Hace más de 50 años que consulto, leo, examino y analizo (vale compendiar en un solo vocablo, “investigo”) textos y documentos acerca de la historia de mi patria, en principio, por ser pasión que, personalmente, me consume. En segundo término, porque ha sido mi oficio para tener “una vida para vivir” (nunca para comer), que me permita sobrellevar la realidad, (no en pocas ocasiones) con paciencia monástica, dado que, como solía decir Federico Pacheco Level, quien conoce su pasado, entiende su presente y, eventualmente, podría manejar más eficientemente las frustraciones de su futuro, tan pronto este último se haga presente.

Los venezolanos, todos sin excepción alguna, compartimos un pasado común, aunque existan ignorantes supinos que lo nieguen, acaso por razones económicas y sociales (condensadas en sentencias lapidarias como “mi familia y yo estamos más allá del populacho y por ende no nos une ningún pasado común” o “vivimos muchos años fuera de Venezuela” o “mis abuelos no eran de aquí” ) o por mera y total ignorancia o, quizás, por aquello de que “el tema poco o nada me interesa” porque no hay “compensación pecuniaria” en su examen, ni correlato tangible “con mi vida individual reciente”. Culmen de un egoísmo inveterado, son las razones anteriores, sin embargo, reiterativa conducta de nuestros compatriotas al aproximarse a nuestra historia y, posiblemente, a eso se deba también la reiterada comisión de los mismos errores como pueblo así como equivalente muestrario de vicios, tanto públicos como privados, al través de los siglos. Reacios o ciegos a vernos en nuestro propio fenotípico espejo, nos negamos una y otra vez a nosotros mismos, tratando de ser quienes no somos. Así las cosas, buena parte de nuestra “óptica de aproximación a nuestra realidad histórica”, sobrevive condicionada por las conductas antes referidas.

Una de las consecuencias de esa “forma de mirar la realidad histórica” pareciese derivarse de lo que pensamos respecto de “lo político” y “la política”, junto a sus ocurrencias cotidianas e incluso la forma de narrarlas en el contexto de la obra histórica formalmente escrita. Filosofía y Teoría Política entienden del pensamiento político científico. La filosofía de su pensar, como esfuerzo filosófico universal, en averiguar “de dónde venimos y hacia dónde vamos” precisamente en política; la teoría, acerca del pensamiento formal respecto de los problemas reales que su quehacer cotidiano se plantea y como construir soluciones de aplicación. Ambas, tanto filosofía como teoría, han creado y desarrollado toda una estructura conceptual en materia de la política como ciencia. Así, conceptos como libertad, democracia, participación, oligarquía, teocracia, disenso, aristocracia, oligarquía, etc., por nombrar los más conspicuos en el discurso político cotidiano, son, como ya mencionásemos, “conceptos formales” y, como tales, tienen sus contextos, momentos y, sobre todo, contenidos de naturaleza también formal.

Infortunadamente, la pasión y la emoción que el discurso en la política real demanda, han convertido conceptos formales, tanto en teoría como en filosofía política, en vocablos de uso cotidiano, vaciándolos de sus contenidos y decantándolos, sin tasa y medida, en suerte de cloaca discursera sin fin, convirtiendo incluso sus trascendencias en menudencias y la interpretación de su devenir, en simplezas propias de la descarnada de sí "lucha por el poder". De este modo, incluso la obra histórica científicamente formal, hace uso libérrimo de conceptos como “caudillos” o “gamonales”, “democracia” o “dictadura”, vaciando tales conceptos de su contenido teórico, para insertarlos en un discurso acomodaticio, acaso formalizado mediante el uso sistemático de métodos de investigación histórica, pero absolutamente ausentes de rigurosidad teórica en tanto su desarrollo científico-político.

Importantes figuras de nuestro quehacer historiográfico nacional, construyen interpretaciones teóricas de natura política, de manera absolutamente intuitiva, partiendo acaso de que la “política como ciencia” es “accesoria” y que su sola presencia como autores consagrados de la historiografía nacional, les concede la licencia (a veces actuando como especie de corsarios de la omnicomprensión) para construir interpretaciones que, a la luz de la ciencia política, asumen ribetes de “mayúsculos disparates”. Siguiendo esa práctica, vemos importantes obras, por ejemplo, referidas a los tiempos de la llamada “democracia venezolana contemporánea” y sus protagonistas, donde hay densos desarrollos teóricos que acompañan la narración histórica de la política real, como si la primera tuviese protagonismo principal y la segunda, suerte de protagonismo secundario, en algunos casos, ni siquiera necesario. 

De allí que se convierta en cuasi obsesión hablar sin cesar de la “historia de la política real” en desmedro de la “historia política real”. ¿Y dónde radica la diferencia?...Vayamos a su encuentro.

La “historia de la política real” podría entenderse (presuntuoso de nuestra parte intentar construir un concepto "formal", pero sirva esta acción aventurada como intento) como la relación historiográfica de testimonios y acontecimientos relativos al devenir histórico de la política real (“realpolitik” según definiese el distinguido científico político alemán Max Weber), desarrollando en el contexto de tal relación, formulaciones teóricas de autoría propia, como afirmaciones taxativas en tanto causas y efectos. Así por ejemplo y en el caso de la historiografía venezolana contemporánea, observamos el uso reiterado de la formula conceptual “caudillos militares” (expresión redundante, por cierto, porque los caudillos por definición son obligatoriamente soldados) para referirse a jefes militares que extienden su labor a la política y su ejercicio; “democracia” para titular cualquier forma de gobierno que apele a las libertades de pensamiento, expresión, movimiento, así como libertad de elegir; “golpe de estado” o “derrocamiento” para denotar un cambio violento de rumbo presidencial, mediante la defenestración del titular previo al cambio; y los conceptos republicanos más utilizados de “libertad”, “patria” y “pueblo” para significar lo que se interpreta y siente acerca de la primera o de quienes calzan la identidad y derecho de ser la segunda y/o formar legítima parte del tercero. Vocablos convertidos en comunes, al interior del discurso político cotidiano, han perdido su significación teórica, reiteramos, formal y se usan en un sentido más de “interpretación personal” o incluso, más peligrosamente, “de sentir gastroventral propio”. La sola presencia de un "brillante" nombre propio importante en la historiografía nacional, invalida toda crítica y convierte tal aproximación “en interpretación teóricamente válida”.

La “historia política real” presupone el mismo ejercicio historiográfico respecto de la narración de acontecimientos y testimonios, pero utilizando, para la construcción de interpretaciones teóricas, los conceptos formales que ofrecen tanto la Filosofía Política como la Teoría Política. Un par de casos bastante interesantes lo ofrecen las reiteradas narraciones de los cambios de gobiernos que se experimentasen en Venezuela en 1945 y 1958 respectivamente. Se ha dicho (y escrito ad nauseam) que el señor general Isaías Medina Angarita fue sujeto de “derrocamiento” mediante una rebelión militar, en 1945 y que el señor general Marcos Pérez Jiménez, lo propio, pero mediante una rebelión popular, en 1958. No hubo tal “derrocamiento” desde la perspectiva de la teoría política, en ninguno de los dos casos: el general Medina renunció a su cargo y el general Pérez abandonó sus deberes públicos, sin cumplir los extremos de ley. No hubo tal “revolución” en 1945 y menos una “rebelión popular” en 1958, in stricto sensus y, aún más, desde la perspectiva del Derecho menos. No obstante, ambas y muy reiteradas argumentaciones, resultaron convenientes al discurso político, atinente al contexto de la realpolitik en cada oportunidad y los trabajos que se escribieron a posteriori, sobre todo aquellos de autoría atribuible a protagonistas o “dolientes” de la época, reiteraron, acaso por omisión intencional, los mismos errores teórico-políticos. En suma: se escribió “la historia de la política real” no la “historia política real”.

Caso equivalente ocurre con la “democracia” y sus sustantivos adjetivados, a veces, así como adjetivos sustantivados en otras, de “democrática o democrático”. Tan difuso como “revolución”, “revolucionario o revolucionaria”, a cada nuevo trabajo o aproximación teórica discursiva, un nuevo concepto acomodaticio, al servicio de la argumentación negatoria o afirmativa. Uso impreciso y resultados convenientes, tal cual un vestido hecho a la medida; teoría y filosofía políticas, importando muy poco.

De ahí que resulta esencial comenzar a trabajar seriamente sobre la posibilidad de construir “historia política” encastrando formales fórmulas conceptuales de la Filosofía y la Teoría Política con la narración metodológica formal de la historiografía. Esto es, cuando se hable de “democracia” a qué fórmula teórica en lo político nos referimos con este concepto o, al menos, qué se entendía por tal en el tiempo histórico sujeto de estudio y análisis.  Cuando hablemos de “Patria y Pueblo”, ambos conceptos republicanos por antonomasia, en qué acepción conceptual se abordan o se abordaron en su tiempo o qué se entiende, teóricamente, en la actualidad. En suma: definir tiempo, espacio y conceptos, para solidificar argumentaciones sustantivas en lo teórico. Gran favor le haríamos a las Ciencias Sociales y su indispensable esfuerzo interdisciplinar, en el contexto de una realidad cada vez más compleja, sobre todo en este tiempo histórico, caracterizado por la confusión, la obscuridad conceptual, la ignorancia supina y la desesperanza  intelectual, sobre todo y todos en unos líderes políticos bien "baratos" en su profundidad de pensamiento…Nunca será tarde, para cuando llegue la dicha, mientras:  hay que fabricarle un camino…