29 de diciembre de 2020

Los “hermanos” de El Libertador: Don Juan Vicente Bolívar y sus “correrías sexuales” por los valles de Aragua…

 

En Venezuela resultó “natural” (y aún en cierto modo sigue siendo así) la existencia de “segundos frentes” y muchachos escondidos por consecuencia, a quienes se denominaban y aún se denominan “hijos naturales” como si los “hijos legítimos” naciesen “por obra y gracia del Espíritu Santo”. Veleidades discursivas de nuestro Derecho Civil (anclado en el Canónigo por muchas “revoluciones” que hubiesen acaecido), hubo de crearse ambas distinciones para preservar el derecho inalienable al patrimonio material, de aquellos vástagos habidos en las comunidades conyugales legales y no de hecho.

Afortunadamente y hace algunos años ha, ya no existen esas denominaciones antipáticas y poco se mira o admira tal distinción hoy día. Pero hace apenas un siglo, era estigma el apellido solitario luego del nombre de pila y aquellos que así firmasen, eran referidos por lo bajo, esto es, a “sotto voce”, precisamente, como “hijos naturales”. Han de imaginar quienes llegaran a leer estas líneas, como pudo haber sido hace casi tres centurias. Se condenó al anonimato a muchos; se reconoció a regañadientes a otros; o se “endosaron” paternidades incómodas a terceros, mediante estipendios generosos, matrimonios arreglados, manutención vitalicia o simple abuso de poder.

En estas líneas vamos a examinar un conjunto de aquellos, específicamente los que hubo de procrear Don Juan Vicente Bolívar y Ponte, progenitor (porque lo de “padre” en el sentido de la responsabilidad y el afecto, poco o tal vez nada) de Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, mejor conocido de manera más corta pero mucho más meritoria como El Libertador.

El referido Don Juan Vicente (parece que un “Don Juan” a todo trance), caballero de correrías sexuales intensas, de afectos tumultuosos y relaciones dudosas con más de una “señora”, casada o no, célibe e incluso en edad púber, fue sujeto de una averiguación y posterior instrucción de expediente por parte del señor obispo Don Diego Antonio Diez y Madroñero, Vicario de Cristo, Miembro del Consejo de su majestad el Rey y visitador del Obispado de Santo Domingo, además nombrado y confirmado obispo de Caracas, en el año del Señor de 1765[1].

La averiguación corría por causa del presunto delito de “mala conducta y amancebamiento” del que fuese acusado Don Juan en principio por la señora María Josefa Fernández, vecina de San Mateo, quien no solo le acusa de “vivir desarregladamente” con una muchacha de nombre María Bernarda, de diez y seis años de edad y quien es “hija natural de Juana de la Cruz” india mejor conocida como “La isleñita”. También teme la señora María Josefa por la integridad de sus tres hijas, menores todas, ya que el referido Don Juan Vicente es Teniente de Justicia, además de ser el propietario más rico de la comarca, esto es, “hombre muy principal” quien, valiéndose de tales atributos, abusa de aquellos para “hacerse de las muchachas que desea”,  a los fines de satisfacer sus más “torpes deseos”.

Pero dejemos que sea Doña María Josefa la que se explaye en testimonio:

“…para conseguirlas (las muchachas) se vale de su autoridad y poder llamándolas a su casa, valiéndose también para ello de otras mujeres, sus terceras, que de su propio conocimiento, por la amistad que siempre ha tenido en su casa y la frecuente comunicación de casi todos los días, cuando reside en este pueblo, sabe bien que el tal es, aunque ya de alguna edad, muy mozo, poco honesto en sus conversaciones y atrevido; por lo que ella (…) siempre ha vivido cuidadosa de sus tres hijas que tiene, llamadas Jacinta, la mayor, otra Margarita y la otra Rita, procurando tenerlas a la vista y aconsejarlas para que no se dejasen engañar por él si por casualidad alguna las encontraba solas como en efecto se lo ha pedido por sí mismo y terceras personas siempre que se le ha presentado la ocasión, con todas tres sucesivamente, según ellas le han contado afligidas de su persecución de la que también le dieron noticia Juana Requena y Juana Baptista Cortés de quienes dicho Don Juan Vicente se valió para que consiguieran de las hijas de la testigo que condescendiesen a los torpes intentos de este.”[2] 

El asunto no queda allí; no solo pretende Don Juan Vicente hacerse de las niñas directamente o por intermedio de terceros, prometiendo dotar a alguna de las hijas de María Josefa “de todo lo necesario”, allá en su casa de La Victoria, sino también promete asignarle “una maestra que la enseñase”, cosa a la que, definitivamente, la Fernández no consiente “persuadida de no ser buena su intención”. María Josefa va más allá, esto es, refiere que el acusado Don Juan ha intentado violentar a una dama joven en su propia casa. Al respecto acota en el mismo testimonio rendido ante su ilustrísima señoría Don Diego Antonio Diez y Madroñero:

“Dijo además que la Margarita le había contado a dicha Juana Baptista una noche que había estado para llamarla aquella tarde para libertarse del estrecho en que la puso queriéndola violentar dicho Don Juan, pues habiéndola encontrado sola y resistiendo ella la pretensión deshonesta, la cogió de una mano y por fuerza intentó meterla en el dormitorio y forcejeando le dijo que gritaría si no la dejaba, con lo cual y haber sentido tal vez que una hija de la referida Juana Baptista se llegaba a la casa, la dejó y se salió muy bravo y que lo mismo contó a la deponente la expresada Margarita…”[3]

 La misma Margarita Carmona Fernández, la “Margarita” referida por María Josefa, comparece días más tarde ante su señoría afirmando “…que le consta ser don Juan Vicente Bolívar deshonesto, ya por haber oído decir que mantiene mala amistad con la india de doctrina María Bernarda y que en ella ha tenido hijos, ya por lo mucho que a la testigo persiguió…”, añadiendo luego “…dándole a entender a ella misma sus deseos deshonestos, y últimamente por haberla querido forzar una tarde del año pasado que la encontró sola en su casa…”[4]

Menudo personaje este Don Juan en materia de satisfacer sus apremios viriles y a como dé lugar. De este testimonio de la Margarita, rescatamos una información interesante para estas breves líneas: como resultado del amancebamiento de María Bernarda con Don Juan y a pesar de su muy corta edad, “…ha tenido hijos…” primer indicio de que, hasta este momento, Simón Bolívar tuvo por consecuencia unos medios hermanos hijos de la joven mestiza. Más adelante veremos como la historia colonial de los Bolívar, “sepulta”  por mano directa de Don Juan Vicente, estos medios hermanos, fraguando “un conveniente matrimonio”.

Cuando Don Juan decline en su vida terrenal, declarará como “hijo” a un joven de nombre Agustín Bolívar, nacido en Maracaibo, durante “sus años mozos” y sin nombrar a la madre, se afirma se trató de una “dama principal de aquella ciudad” pero, se reitera, no identificada plenamente en su testamento. Deja Don Juan bienes a este Agustín pero nunca más reconoce haberlo vuelto a ver, por supuesto al igual que su señora  madre. De modo que este es otro “hermano” de Simón Bolívar. No sabemos si el propio Libertador hubo de tener alguna vez contacto con aquel durante los tiempos de la gesta emancipadora o acaso antes.

Pero continuemos con la causa que se le sigue en 1765, a este, sin duda alguna, “Bolívar gozón”. Dentro de los muchos testimonios que hacen abundoso el prontuario de abuso sexual de don Juan Vicente Bolívar, hay un caso que, en cierta medida, lo dispensa, acaso por el contubernio voluntario de la dama con el noble caraqueño, concretamente en sus andanzas de lo que hoy pudiéramos definir “audazmente” como “pederasta violador”[5].

Se trata del asunto de doña Josefa María Polanco, caso que en los términos del propio expediente, se conoció como “La Polanco”;  la doña de marras no solo es meretriz de oficio, sino que también ejerce la profesión más antigua del mundo con absoluto descaro, aprovechando el sueño e ignorancia de su conyugue, con todo aquel que puede hacerle alguna clase de bien adicional, aun estando “felizmente casada”. En tal sentido, “La Polanco” sirve a Don Juan en calidad de “celestina de muchachitas” que pone a disposición de “su empleador” para su conveniente y oportuno goce, así como el disfrute de sus propios encantos personales cuando no dispusiese de “mercancía fresca”. A resultas de “tales tratativas” la doña Polanco termina pariéndole una hija al referido Don Juan. Otra hermana más, de la que se tenga noticia, le sale al Libertador. Veamos…

El 19 de marzo de 1765, el Bachiller secretario que asiste al señor obispo Diez Madroñero, en la visita que se hace a esta población de San Mateo, deja constancia escrita de los procederes de “La Polanco”:

“…el ilustrísimo señor don Diego Antonio Diez Madroñero, mi Señor, digno obispo de esta diócesis, del Consejo de su Majestad, tuvo conocimiento de que Josefa María Polanco desde su mocedad, siendo soltera y casada y al presente mayor de edad, ha vivido y aún vive en mala amistad con varios hombres, de cuyo ilícito comercio tuvo dos hijos que mantiene grandes y en los años próximos, pasada ya a viuda, otros dos viviendo al presente la una de ellos con escándalo y mal ejemplo consiguiente a su notoriedad…”[6]

Acumula pues esta averiguación a la causa que se sigue al travieso de Don Juan, cuando se asienta que “La Polanco” luego de haber vivido como lo ha hecho, una de las relaciones que mantiene hoy, la lleva “con escándalo y mal ejemplo” dada la notoriedad del personaje de quien se trata. Procede entonces raudo el obispo a tomar declaración a testigos que han conocido de vista, trato y comunicación “a la misia Polanco”.  

La primera en deponer testimonio es Juana Tomasa Díaz, quien hace saber, no sin antes jurar por Dios decir toda la verdad y nada más que la verdad:

“…que con el motivo de su casamiento la depositaron habrá como cinco años en la casa de Josefa María Polanco, a quien sirvió en ella con este motivo sobre cuatro meses hasta que se casó, y en  ellos vio frecuentar la casa de aquella estando casada y su marido muy achacoso, a un caballero cuyo nombre expresó, y se reserva, y comiendo muchos días juntos a la mesa al tiempo de dormir el marido la siesta, aquél y la otra Josefa María se entraban en otro cuarto y mantenían, así cerrada la puerta, mucho tiempo y algunas noches que tal sujeto con la amistad que profesaba en la casa, se quedaba a dormir, y advertida la testigo se juntaban a solas como entre siesta, por lo cual algunas llanezas que vio de juegos entre los dos y mantenía la casa de todo lo necesario regalando azúcar, papelones, maíz y trigo, dándole también a la Josefa María dinero, estuvo siempre con el conocimiento de que el trato entre los dos era pecaminoso y ella, en particular, mala mujer, pues antes de casarse también estuvo con otros hombres, cuyos nombres no sabe…”[7]

Juana Tomasa no deja bien parada a “La Polanco”, deslizando además que existe un caballero, principal por los obsequios y el dinero con el que dota a Josefa María, que la frecuenta y con la que sostiene “un trato pecaminoso”; la testigo “expresa su nombre” pero pide reserva en la transcripción del testimonio. El nombre es Don Juan de Bolívar. El testimonio de Tomasa arroja más luz sobre el tema que tratamos en estas líneas:

“…y después de viuda ha oído decir que ha parido dos veces y que ahora está criando una niña, habiendo escuchado así mismo la testigo ser hija del sobredicho caballero, con quien la vio comunicar, según deja dicho cuando casada…”[8]

Y “clava el último clavo” sobre el libérrimo ataúd de las fogosidades de “La Polanco”, sobre la que terminará cayendo la pena del Hospicio[9] por residencia y depósito:

“…que la Josefa María Polanco estuvo peleada con Paula Flores, soltera de la Sabana de Caballero, celosa de que esta hubiese tenido un hijo de su mancebo. Que era todo cuanto tenía que decir y que la mala vida y escándalo de Josefa María Polanco era público y notorio…”[10]

De modo que existe otra señora y con hijos. Se trata de la india Paula Flores, quien parece que también le ha parido unos hijos al caballero y quien también provee a aquella casa de los bienes necesarios.

Sobre el asunto de la Flores y sus hijos y la pelea con la Polanco, por aquello de la niña cuya paternidad se atribuye al caballero “muy principal”, testimonian María Asención Silva, la india Josefa Guaruta, María Matea Cuello, María Luisa y, finalmente, el propio hermano de la Polanco, José Polanco. Dice la señora Silva que “…solo sabía que tenía hijos antes de ser casada y al presente, después de ser viuda, una niña…” no sin antes referir de manera directa que el caballero que frecuentaba a la Polanco “…vivía también en mala amistad con Paula Flores, en la Sabana del Medio (…) y que había tenido un hijo por lo que tuvo celos la Josefa María Polanco, y estuvo reñida con ella por un tiempo.” Ratifica la india Josefa Guaruta que “…también estuvo reñida la Josefa María Polanco con Paula Flores, por haber entendido había tenido con ella un hijo, dicho su mancebo el cual mantenía la casa de todo lo necesario.”[11]

María Matea Cuello ratifica el testimonio de María Asención Silva, refiriendo a la niña recién nacida, luego de la viudez de la Polanco. Pero es María Luisa la que detalla la cuestión de la paternidad de la niña. Dice en su testimonio: “…que vivió (María Luisa) en una casilla de ella inmediata a la de su vivienda (la de la Polanco), vio entrar con mucha frecuencia a la persona distinguida que nombró, y se reserva, y que habiendo parido la niña que tiene, llamó a la testigo aquella y la dijo que era del propio sujeto…” [12] Finalmente atestigua José Polanco, como ya indicásemos, hermano de la reiteradamente señalada,  en los siguientes términos: “…no obstante ser ya como de cuarenta tres años (la Polanco), se mantenía concubinada con el sujeto que nombró, y se reserva, y de su amistad ha resultado tener después de casada la hija que parió el año pasado.”[13]

En los testimonios citados, se observa el uso de la fórmula discursiva “…que nombró y se reserva…”, por ella se entiende que quien rinde testimonio ha nombrado a la persona ante el Señor Obispo y su secretario, quien redacta el documento, pero ha solicitado la reserva del nombre citado en el expediente escrito, por tratarse de caballero “muy principal” y, por ende, de “mucho poder”. El temor por las consecuencias, de saberse que se había hecho referencia directa al nombre de un poderoso, obligaba a las autoridades que instruían causas de esta naturaleza, a guardar las propiedades e integridad física de los declarantes, omitiendo en las deposiciones citadas el nombre del poderoso caballero, porque, al fin y al cabo: “poderoso caballero es don dinero”.

De los testimonios anteriores, se infieren otros dos “hermanos” de El Libertador, la niña de la Polanco y el niño de la Flores. Pero como nos dice el Doctor Alejandro Moreno Olmedo: “Diez Madroñero reseñará, fuera de este documento, otros muchos casos en San Mateo, en La Victoria, en Turmero y en Maracay, para atenernos solo a esta visita y a los valles de Aragua.”[14]

De modo que pudo haber tenido montones de medios hermanos, más allá de los legítimos conocidos de Vicente, María Antonia y Juana. Buena cantidad de “Bolívares” sueltos como sencillo por todas las comarcas por dónde hubiese andado el “Don Juan” de Don Juan Vicente Bolívar, agostado por sus apremios viriles incontenibles. María Bernarda y Josefa María fueron condenadas al Hospicio. Ambas se fugaron, la primera dos veces, una de la casa de Isabel Monroy y otra del propio Hospicio; y la segunda del Hospicio propiamente dicho y a pocos días de recluida. Ambas lo hacen con apoyo externo y la figura de Don Juan Vicente Bolívar se deja ver tras la sombras del escape. Cuando “reaparece” María Bernarda, lo hace “felizmente casada” con un señor bastante mayor a ella y quien “recomienda” el señor Teniente de Justicia: Don Juan Vicente Bolívar. Josefa María Polanco cae bajo el patrocinio del señor Teniente, quien promete “el eterno arrepentimiento de sus pecados y el recogimiento a una vida ausente del escándalo” diríamos hoy: zamuro cuidando carne…

Hemos visto entonces que “varios y no pocos” los “hermanos” que legara el padre de Simón Bolivar, El Libertador, a tan grande hombre. No sabemos si se tropezase alguna vez con alguno de ellos o si alguno, por aquello de la “voz de la sangre” se fuese tras la turbamulta patriota para cuidarle o velarle el sueño. Lo cierto es que esa impronta criolla del “hijo regao por allí”, no fue y no será (aún sigue existiendo, como lo atestigua el doloroso dato estadístico de los miles de niños abandonados) privativo de las clases populares.

Extendido sobre un fenotipo caribe y castellano a la vez, que se hace africano a fuer de práctica y sello en un crisol de razas que constituye nuestra especie media, se hace carta de presentación de un pueblo, sus próceres, políticos de oficio, aventureros y soldados, identificando nuestro gentilicio de forma tristemente palmaria. Viva Bolívar, sí, viva la Patria, sí, pero vivan también nuestros pecados que bien cerca los tenemos y en el alma los llevamos.

 



[1] “Entre los obispos venezolanos del tiempo precedente a la independencia, la segunda mitad del siglo XVIII, se destacan Diez Madroñero y Mariano Martí (…) quienes gobernaron seguido la diócesis caraqueña marcando con su impronta todo un período, treinta y seis años, de 1756 a 1792.” Moreno Olmedo, Alejandro; Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal. Expediente a don Juan Vicente de Bolívar. BID&CO.EDITOR. Caracas, 2006.Pág. 30.

[2] Op. Cit. Moreno Olmedo. Pág.46.

[3] Idem. Moreno Olmedo. Pág.46.

[4] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág. 48.

[5] Y decimos “audazmente” porque no existía el delito como tal. Acaso podría establecerse suerte de comparación entre el “forzamiento de niñas menores libres” pero el “forzamiento o violentamiento” no podría haberla invocado el esclavo o el manumiso porque no se le reconocía el “intuito personae”, siendo el amo el propietario de toda dignidad, si acaso se le reconociese por vía religiosa. Se remonta además a la Edad Media, el derecho del señor feudal a la posesión primera de la virginidad de las siervas de su feudo, incluso el primer coito al estar próxima a casarse una doncella; conocido como “Derecho de Pernada” era derecho exclusivo del señor feudal su ejercicio, sin anteposición de reclamo alguno por parte de autoridades reales o religiosas. Ese “Derecho de Pernada” se extendió a las posesiones ultramarinas, en el caso del Imperio Español y tanta fue su práctica, que se extendió, por ejemplo, a los grandes propietarios agrarios mejicanos durante el siglo XIX. En otras regiones del mundo, por ejemplo la Norte América anglosajona del siglo XVIII, la violación era práctica común sobre sirvientes, manumisos e incluso mujeres de bien, como bien lo hace notar la escritora canadiense Diana Gabaldón en sus conocidas novelas históricas, hoy llevadas a la televisión bajo el nombre de “Outlander”.

[6] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.100.

[7] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 100 y 101.

[8] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.101

[9] El Hospicio no era solamente para socorrer a quien requiriese de alguna atención económica o suerte de socorro, también servía de prisión para “depositar” allí a las mujeres incursas en delitos menores o actos considerados pecaminosos por la Santa Madre Iglesia, según indicasen sus más altos dignatarios, luego de causas seguidas conforme a Derecho Canónico.

[10] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.101

[11] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 102-106.

[12] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 105-106.

[13] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs.105-106.

[14] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.100

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