Dios, Patria y Pueblo. Dios como concepto universal que sirve
al propósito de dotar de providenciales albricias la presencia de los “salvadores de ocasión”: si estamos con Dios y Dios con nosotros
¿Quién contra nosotros?...
Patria y pueblo,
dos conceptos que nos vienen del fondo del lenguaje republicano, enzarzado
luego con fuerza en el llamado republicanismo
bolivariano. La Patria de los
ancestros, donde reposan sus huesos y dónde se ha visto la luz de la
existencia; la Patria, tierra y ríos, mares y montañas; la Patria país, sueño
de libertad y creación etérea; la Patria, riqueza saqueada y virginidad
hollada; la Patria toda y todos.
El Pueblo; el eterno castigado; el engañado
por “los engañadores de oficio” sin
importar su procedencia. El pueblo
empobrecido y escarnecido, “pata en el suelo”, “Juan Nadie”[1]; el
pueblo campesino u obrero, casi siempre pobre y preterido, agostado por sus
vicios más que engrandecido por sus virtudes; el pueblo “que ha de contar con la vida aun cuando sea culpable”; el “Pueblo
víctima”, víctima de todos y de todo.
En suma y en un ejercicio retórico en primera persona “…una
Patria que salvar, un Pueblo que hay que redimir, bajo el cielo de un Dios
que indudablemente protegerá nuestras
ejecutorias, porque somos los dueños de la verdad y de la razón; porque la vida
nos acompaña y la muerte, así como la culpa y la derrota, representan el
patrimonio seguro de nuestros enemigos. La certeza de un camino y la voluntad
indeclinable de transitarlo, cueste lo que nos cueste…”.
Los “salvadores providenciales” de
Venezuela, pero por encima de todo y todos, del “pueblo venezolano” han asumido una suerte de “padrinazgo reivindicador” que han patentizado en su discurso
político a lo largo del tiempo, tiempo que nos atrevemos a extender hasta
nuestro albores como República. La concesión a ultranza de la razón a sus “verdades”, fueran políticas,
ideológicas o ambas, siendo interpretadas además como “verdad única”, se ha visto siempre soportada por una argumentación
que alude al “sufrimiento de ese pueblo”,
al que además se atribuye la inocencia absoluta frente a sus males, pero el
deseo incontrovertible de ser “salvado a
toda costa”.
Sin
embargo (y la evidencia empírica es abrumadora al respecto), tomado el poder
político, la mayoría de ese “pueblo
salvado” termina en el abandono, mientras una parte trata, montándose en
las ideas de quienes asumieran su salvataje, por razones estrictamente
instrumentales, de recibir una parte (aunque sea pírrica) del botín en el que
se termina convirtiendo la “Patria” y
que los “salvadores de ocasión”
culminan vulgarmente por saquear “en el
nombre de Dios” o, paradójicamente, “en
nombre del mismo Pueblo”.
Sobre
ese tema pretendemos pergeñar ideas en el artículo que corre inserto líneas
abajo, presentando evidencia discursiva en lo político, en diversos tiempos
históricos de la Patria, donde con emoción y resuelta convicción se habla del “Pueblo”, de su “protagonismo inequívoco” en los movimientos que sus “salvadores de ocasión” acaudillan,
aunque jamás resulte cierto o sea apenas una pequeña participación de adeptos,
previamente convocados a la confrontación o al encuentro tumultuario.
Sí,
ciertamente, el pueblo como “testigo”
o “protagonista”; el pueblo como “actor pasivo” por su ignorancia o por
su inocencia, o, acaso, ambas cosas; y, finalmente, “el pueblo triunfador” por su “empeño
y sacrificio” aunque todo no sea más que una farsa, que sirve al propósito
intencionado de construir un discurso acomodaticio, posiblemente a la
justificación plena de los actos ilegítimos e ilegales cometidos, a los simples
fines de alcanzar el poder político. Res
non verba…luego de mucha “verba” terminan descuartizando “la res”…
Iniciemos
con una cita textual del bando que lanzasen los alzados con ocasión de la
llamada Revolución de las Reformas, en el año del señor de 1835. Habiendo previamente
anunciado, con el dramatismo que la situación imponía, que “La sangre venezolana corre en el Zulia; el Oriente está al borde de la
guerra civil y todas las ciudades de la República están clamando por reformas…”
y de dejar clara la culpa inequívoca de la “actual
administración”, en tanto su “sordera”
en escuchar “el clamor de una Patria que sufre”, el discurso de los alzados es
admonitorio pero conciliador a la vez:
“Nadie tiene nada que temer
salvo quienes pretendan oponerse al justo levantamiento del Ejército y del
pueblo: que sean reformadas nuestra administración y peores leyes y que sea
respetada la sangre del último de los venezolanos. Ay de aquel que derrame una
sola gota de nuestra preciosa sangre.”[2]
En
principio y como veremos repetirse en cada ocasión “Ejército y Pueblo” marchan juntos en la conducción del alzamiento,
asonada que busca, por el “legítimo”
bien del pueblo, “…que sean reformadas
nuestra administración y peores leyes”, no teniendo nada que temer quienes
no se opongan a sus designios revolucionarios, pero advirtiendo, a quien así lo
haga, el peor de los destinos. La Revolución de las Reformas, de fondo un
movimiento militar que se oponía al gobierno de turno, básicamente porque al
General José Antonio Páez Herrera no lo había sustituido el próximo gamonal con
charreteras, aspirante de turno a su parte del botín, terminó por ser
derrotada. El “Pueblo” reclutado a la
fuerza por los bandos en pugna, se mató inútilmente en los campos de batalla
abiertos por aquella ocasión bélica y el erario público, lleno de deudas
atrasadas desde los tiempo de la Gran Gesta libertaria, magro como resultaba
ser su condición corporal natural, recibió más sustracción a sus ya pocos
haberes, en razón de los ingentes gastos militares que se derivaron de los
combates entre gobierno y alzados. ¿Y el pueblo? Pues bien muerto se quedó.
Bien muerto de hambre y mengua, además, siendo este su mayoritario y definitivo
destino.
Veintidós
años más tarde, “el Pueblo”, llevado
por la ventolera de otros alzados, con el hartazgo propio de quien por lustros
se siente engañado por una parte y, por la otra, los eternos aventureros que
hacen parte de nuestra impronta, siempre tras la búsqueda de alguna pitanza que
llevar raudos al saco, terminó por hacerse presa de la tremolina y en informe
turbamulta, se entregó a una guerra cruenta, precedida claro por encuentros
armados e insurrecciones más pequeñas, bajo nuevos “liderazgos salvadores” que, en el discurso propio de la
reivindicación, prometieron, de nuevo, “villas
y castillos”.
En
plena guerra, conocida más tarde como la Guerra Larga o Guerra Federal, el
General Antonio Guzmán Blanco, en artículo publicado en el “Eco del Ejército”, órgano oficial de divulgación del Ejército
Federal, desliza esta perla discursiva:
“Sin la oligarquía los
partidos de Venezuela amarán la libertad i practicarán la igualdad sin
esfuerzo, por convicción, por hábito y hasta por conveniencia. Con la
oligarquía eso es imposible, porque tal minoría cree al resto de sus
compatriotas seres inferiores, en quienes el uso de la libertad es
insubordinación i usurpación de derechos la igualdad. La oligarquía defiende
sus preocupaciones con toda la ceguera de la injusticia del fanático, en
contraposición al pueblo que defiende sus derechos con todo el despecho del
Soberano ofendido.”[3]
El
General Guzmán Blanco se convertiría luego en Presidente de la República ejerciendo el poder por vía directa o gobernando por mampuesto en otras tantas.
En este momento de su carrera política es, realmente, el diligente secretario
de quien será el Jefe Político y Militar de Venezuela, el General Juan
Crisóstomo Falcón, en las primeras de cambio y finalizada la contienda.
Identificando al enemigo (el otro venezolano “no pueblo” por supuesto) con la “oligarquía”, deja claro que su existencia misma es óbice para el
entendimiento entre partidos y sin ella, “la
oligarquía”, todo será paz y felicidad entre partidos. Adicionalmente,
quiere dejar claro que para esa “oligarquía” el resto de sus compatriotas son “seres inferiores” y que, por añadidura, consideran “el uso de la libertad, expresión de
insubordinación” así como suerte de “usurpación
de los derechos de igualdad”.
El “otro” (reiteramos “no pueblo”) representa la imposibilidad de ser libres e iguales,
dos principios medulares del republicanismo jacobino, una ofensa al pasado
libertario de gloria bolivariana. Pero en términos de Juan Nadie, del “pata en el suelo”, los que no quieren
que sea el pueblo libre e igual, son “los
ricos, blancos y acomodaos”. Y
culmina Guzmán identificando en la oligarquía a quien “…defiende sus preocupaciones con toda la injusta ceguera del
fanático…” contrapuesta, sin la más mínima duda, “al Pueblo”, a quien identifica como el “Soberano ofendido” quien, como debe ser en justicia, defiende sus
derechos hollados por la oligarquía. Una pieza magistral de manipulación
discursiva; el “otro”,
definitivamente, “es no-pueblo”, esa
condición es privativa de “nosotros sus
salvadores”. Es la “oligarquía”
la culpable del sufrimiento del “Pueblo”,
precisamente porque considera al “Pueblo”
inferior y, por ende, no sujeto a ser libre.
El
General Antonio José Ramón de la Trinidad y María Guzmán Blanco, como dijésemos
en líneas previas, se convirtió en Presidente de la República, primero
sustituyendo a Falcón en sus numerosas ausencias del poder. Luego, por “mérito propio”, durante el período que
llevase por nombre “El Septenio”; más
tarde, en otro que se conociese como “El
Quinquenio”; y un tercer período, muy breve, que se conociese bajo el mote
de “La Aclamación”.
Enamorado de
París, adonde viajase de joven a negociar los eternos empréstitos de Venezuela,
lo que le permitiese acumular una inmensa fortuna, lograda a base del cobro de
comisiones bancarias a las instituciones acreedoras del crédito público,
abandonaba el país con frecuencia para aposentarse en sus bellas mansiones,
ubicadas en los lugares más lujosos de la “ciudad
luz”. Conocido más tarde como el “Autócrata
Civilizador”, ciertamente introdujo al país importantes cambios aprendidos
en su “Europa soñada” pero “el pueblo” ese “pueblo sufrido”, considerado inferior por la oligarquía (según su
discurso de 1857), entre 1870 y 1880, específicamente durante sus gobiernos,
sigue siendo igual de pobre y preterido, visto en adición y como nunca antes, en condición tremendamente inferior, precisamente
por esa oligarquía que se forma entorno a Guzmán y sus seguidores.
Guzmán
fallece en París, en 1899, inmensamente rico, de muerte natural y en edad
provecta. En Venezuela, en los años por venir, se sigue hablando de “pueblo preterido y sufrido”, una verdad
más que retórica, realmente catedralicia.
A cuarenta y seis años de la muerte de Guzmán,
siendo Presidente de la República el General Isaías Medina Angarita
(paradójicamente la misma cantidad de años más tarde de haber pasado por otra
Revolución triunfante, esta vez, Liberal Restauradora y al mando del General
José Cipriano Castro Ruiz, quien termina desempeñando la Primera Magistratura
de la nación, para finalmente culminar defenestrado, en ausencia, en 1908); una
larga permanencia en el poder del General Juan Vicente Gómez Chacón (quien
también fallece plácidamente en su cama, luego de veintisiete años, con ingente
fortuna hecha al amparo de la cosa pública y también en edad provecta) y una
transición “democrática” de cuatro años, bajo el gobierno del General
Eleazar López Contreras, un grupo de jóvenes oficiales del Ejército Nacional se
revela, por motivaciones que van desde lo profesional y lo socioeconómico,
hasta la obsesión por gobernar. Llevan de la mano al partido Acción
Democrática, a quien entregan el poder político en la persona de su máximo líder Rómulo
Ernesto Betancourt Bello, quien termina siendo, en consecuencia, Presidente de
la Junta de gobierno, a la que militares y civiles bautizan ( en justicia merced
de los políticos de AD): Junta
Revolucionaria de Gobierno.
El
19 de octubre de 1945, el Presidente de la Junta Revolucionaria se dirige a la
nación, al través de la radio. Dice el Presidente en su mensaje radial:
“Los enemigos de la
Revolución Popular y Democrática triunfante querrán detenerla, para que de
nuevo se entronicen la inmoralidad administrativa y la despreocupación ante los
problemas públicos que secularmente han venido caracterizando a los gobiernos
venezolanos. El pueblo venezolano, todas las clases sociales democráticas de la
Nación, nos respaldarán con su fervor solidario; (…) para que de las limpias
manos del pueblo surja un Presidente de la República lealmente asistido de la
confianza nacional.”[4]
Y
más adelante agrega:
“Sabíamos que nos respaldaba
el fervor colectivo, la fe y la confianza
del pueblo; y también que éramos capaces, unidos la Nación y el Ejército
con lazo firme de solidaridad para hacer surgir del desbarajuste político y
administrativo al que el personalismo autocrático condujo a Venezuela, un
régimen estable, con la seguridad colectiva garantizada, con los servicios
públicos normalizados, con la maquinaria estatal marchando de manera firme.”[5]
Una
vez más encontramos en el discurso político de los “salvadores de ocasión”, las referencias al “fervor colectivo, la fe y confianza del pueblo”; a la unión, “con lazo firme” de “Nación y Ejército”, acto de habla equivalente a los que hicieran
los revolucionarios reformistas de 1835 y los liberales federalistas en 1857,
ambos siempre “pueblo” mediante. El “personalismo autocrático”, el “desbarajuste
administrativo”, así como “…la
despreocupación por los problemas públicos…” pertenecen, con exclusividad y
como es lógico suponer, a quienes son sujetos de defenestración. Los beneficios
de su acción: todos concebidos para la felicidad del “pueblo”. Y como siempre “de
las manos limpias del pueblo”, porque jamás un “pueblo inocente” puede llegar a tenerlas con máculas, surja al fin
un “…un Presidente de la República
lealmente asistido de la confianza nacional.”
Una
de las motivaciones políticas vertebrales de la llamada “civilidad democrática radical” desde inicios del siglo XX, es la
creación por vía constitucional del derecho a elegir y ser elegido tanto a la
Primera Magistratura de la nación, como a los cargos de representación
legislativa, mediante el ejercicio del sufragio popular, universal, directo y
secreto.
Ciertamente
esta llamada “Revolución” lo logra y
en 1947 es electa una Asamblea Constituyente que redacta y aprueba una nueva
Constitución, que, definitivamente, consagra el derecho a la elección popular,
directa, universal y secreta para todos los venezolanos, consagrando también el
voto para la mujer, dado el carácter “universal”
del derecho al voto. Por lo menos la oferta del sufragio personalísimo “se la ha cumplido al pueblo”, aunque “el pueblo” no lo haya pedido
expresamente e, incluso, no tenga claro cuál es el alcance de esa prerrogativa.
Parece ser que el pueblo lo que espera es “Pan,
tierra y trabajo”.
“El Pueblo”
alcanza importantes derechos largamente postergados en el pasado, gracias a la
gesta de la “Revolución”. Lo hace por
vía constitucional; ocurre así con el derecho al trabajo; a la protección
social integral; a la asistencia médica gratuita. También, por vía
constitucional, se decreta el derecho a la libre asociación con fines
sindicales, que existiese previamente pero no con ese carácter. Sin embargo, quien no sea adeco (militante de
Acción Democrática) o simpatice con los adecos o se relacione con ellos, en esa
suerte de colusión gansteril propia de las organizaciones italianas de tal
ralea, se le impide el ejercicio de la función pública; se le ignora en tanto
las ayudas y peticiones; se le margina en tanto opinión partidaria o política;
se le ataca físicamente sin tregua y cuartel. Se acusa a estos “neo-revolucionarios” civiles de ser en
extremo sectarios; ellos responden airadamente que quienes no están con ellos: “son enemigos del pueblo”…
¿Y “el Pueblo”?: bien, gracias…No obstante
los logros políticos, la gente sigue pasando trabajo; las empresas, pocas a la
fecha en Venezuela, empiezan a sufrir los embates de algunas organizaciones
sindicales que, lejos de luchar por los derechos de los trabajadores, se
dedican a la extorsión de los patronos y al “sinvergüenceo” de los empleados.
Las Fuerzas Armadas se quejan de que dirigentes políticos de AD “pretenden dividirlas” y que su “autoritas” se ve menoscabada por
algunos gobernadores, de militancia inequívoca en el partido de gobierno.
Otros
ven con resquemor que quienes siendo militares profesionales, si muestran
abiertas simpatías hacia el partido Acción Democrática, reciben, junto a “ayudas especiales”, tratos
definitivamente “preferenciales”.
Para
finales de 1947, cuando se produce la elección del primer Presidente civil, por
vía universal, directa y secreta, en la historia republicana de Venezuela,
recayendo esa distinción en un hombre de conducta impoluta y trayectoria
intachable como el novelista y docente Rómulo Gallegos Freyre, las acusaciones
de cohecho, concusión y tráfico de influencias hacia Acción
Democrática-Gobierno, son abanico multicolor que lejos de adornar su gestión,
la convierten en la carnavalesca versión de un dislate político colectivo.
El
24 de noviembre de 1948, los mismos militares que los habían llevado al poder
en 1945, derrocan al Presidente Gallegos y, como resulta lógico suponer, al
partido AD. Los militares ponen preso a Gallegos y lo expulsan del país vía
aérea. De nuevo nos asalta la misma
interrogante: ¿Y “el Pueblo”?. La
respuesta reiterada: bien, gracias. Eso no parece haber sido con él. Aquí no
pasa nada…Los salvadores se trocan en villanos y como invitados no deseados al
convite, salen por la puerta de atrás, perseguidos, expoliados y hasta
traicionados por la razón de sus desvelos: “el
Pueblo”…
Se
instala entonces en el poder político una Junta Militar de gobierno. La preside
el Comandante Carlos Román Delgado Chalbaud-Gómez. Dirige una alocución al
país, días más tarde. En el último párrafo de su alocución, al hacer uso de un
discurso que atribuye culpas, distribuye responsabilidades heroicas y,
finalmente, une, en afecto inextricable, a Fuerzas Armadas y pueblo venezolano,
culmina un esperanzado Comandante Delgado, allí y ahora en funciones de Primer
Mandatario Nacional:
“Los conceptos y hechos
presentados en esta oportunidad, tanto los que describen la situación que
encontramos como en los que revelan el éxito alcanzado para superarla,
contienen severa censura para la gestión de los hombres a quienes fue confiado
el Gobierno en 1945 y constituyen plena justificación de la rectificación que,
atendiendo al clamor nacional, nos impusimos el 24 de noviembre de 1948….”[6]
Una
vez más: “atendiendo al clamor nacional”.
“Severa censura” a los hombres a
quienes se confió el gobierno en 1945 y la “plena
justificación a la rectificación” materializada en el golpe militar de
1948.
En nuestro discurso político “el Pueblo” suele ser mudo, imberbe,
parvulario, inocente e incapaz de defenderse: alguien tiene que asumir su
tutela, la interpretación de sus deseos y, como consecuencia directa, conducir
las acciones que deben acometerse para su rescate y trágico salvamento.
En
1958, el General Marcos Evangelista Pérez Jiménez, Presidente de la República
surgido de los militares de 1948, habiendo forjado unos resultados electorales a
su favor en 1953 y luego, en 1957, pretender quedarse en el poder mediante un
plebiscito, del que forja igualmente resultados fraudulentos, abandona el cargo
cuando se persuade de que ha perdido todos los apoyos medulares para conservar
el poder sin disparar. Ese mismo año, se realizan unas elecciones libres y
resulta electo Rómulo Ernesto Betancourt Bello. Por segunda vez en su vida y a
una distancia de trece años de su primera presidencia, por cierto de facto, es
electo para tan importante posición.
Apenas
cuatro años más tarde, Betancourt es sujeto de dos intentos de derrocamiento.
Uno de ellos, el llamado “Carupanazo”,
el 4 de mayo de 1962, es encabezado por un grupo de oficiales navales, en una
lejana población al este del país, donde tiene su asiento en centro de
adiestramiento de las unidades de la Infantería de Marina (la ciudad de
Carúpano). Ese grupo de oficiales insurrectos, convoca a la población al
alzamiento militar por “la traición de la
que ha sido víctima el pueblo” y añade que debido a “…la implantación de un régimen de terror por Betancourt y su
camarilla, la reiterada suspensión de garantías constitucionales, la farsa de
la Reforma Agraria, se busca la restauración democrática y la reconstrucción
del país” [7]
Una
y otra; y otra vez más: porque hay un “…régimen
de terror implantado por una camarilla”, existe en consecuencia “traición al pueblo”. La “Reforma Agraria” es una farsa; en tal
sentido urge “la restauración
democrática” (por cierto y curiosamente, mediante un golpe de Estado contra
un gobierno libremente electo) y como consecuencia: “la reconstrucción del país” resulta deber ineludible. Sentencias equivalentes: camarillas, oligarquías, grupos anárquicos
dueños absolutos de erráticas y condenables conductas públicas. La
necesidad imperiosa: salvar al pueblo,
engañado y preterido.
Cincuenta
y un años más tarde de la asonada de Carúpano, el Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela, Comandante Hugo Chávez Frías, dirige a la nación una
carta pública, al no poder asistir a los actos conmemorativos de la asonada
militar del 4 de febrero de 1992, del cual él fuese importante figura y que le
catapultase para llegar, por vía electoral y constitucional, a la Primera
Magistratura de la nación, el 2 de diciembre de 1998. Dice Chávez en esa carta,
refiriéndose a “su rebelión militar”:
“En aquella memorable
jornada quedaron reivindicadas todas las luchas de nuestro pueblo; en aquella
memorable jornada nuestras libertadoras y nuestros libertadores volvieron por
todos los caminos; en aquella memorable jornada Bolívar se hizo razón de ser y
entró en batalla por ahora y para siempre. Quienes de la mano de Bolívar,
Robinson y Zamora, nos levantamos en armas y salimos aquella madrugada a
jugarnos la vida por la patria y por el pueblo, teníamos plena conciencia de
que en Venezuela había tocado fondo tres años atrás con la rebelión del 27 de
febrero de 1989, que nos había marcado el camino; el pueblo en esa fecha
ofrendó su vida combatiendo en las calles, el neoliberalismo salvaje que
Washington pretendía imponernos.”[8]
Ciento
setenta y ocho años después de la Revolución de las Reformas; ciento cincuenta
y seis posteriores al artículo de Antonio Guzmán Blanco; a sesenta y ocho del mensaje radial de Rómulo Betancourt; desde cincuenta y uno del
Carupanazo, las referencias a la “reivindicación
de todas las luchas del pueblo”, a los “libertadores”,
a Bolívar y a Zamora (caudillo federal);a la acción de “levantarse en armas” en sacrificio supremo “por la Patria y por el Pueblo”, se siguen invocando en el discurso
político de ocasión, siempre además en beneficio del y para “el Pueblo”, un pueblo por cierto
colocado en una suerte de “papel
protagónico” en los combates contra el “neoliberalismo”, en este caso, configurando un escenario de "medias verdades", donde la borrosidad entre lucha política y saqueo
por conveniencia y hambre, invaden la percepción de la realidad, pero
benefician oportunamente al discurso político.
“El Pueblo”
protagonista principal de una suerte de pieza teatral en la que su parlamento
no se actúa por vía propia; en la que su papel, siempre escrito por otros,
pretende declamar, por vía de emocionados terceros, cuáles son sus propias
penurias, necesidades y aspiraciones.
“El Pueblo”
protagonista mudo de sainetes fútiles, en oportunidades bien baratos, en los
que se le ubica en el centro de los discursos políticos de quienes pretenden
luego conducirlo, actuando como lo hace el ventrílocuo con su muñeco de
oportunidad.
“El Pueblo”
el mismo que en su pretendida “viveza
criolla”, amanece más tarde con la confusión de una borrachera involuntaria
de ideas, a la que lo han llevado aventureros y oportunistas de político
templete, tras la pesadilla embaucadora de sus propios excesos discursivos “ideológicos y políticos”, pletóricos de
sueños irrealizables pero favorecedores de sus intereses estratégicos y que,
invariablemente, culminan siendo inmejorable oportunidad para apropiarse a
manos llenas de su pobre patrimonio.
Y
así ha terminado siempre “El Pueblo
Venezolano” lleno de padrinazgos retóricos, que ofrecen el paraíso por tres
centavos, poco sacrificio y mucha dádiva; porque en su discapacidad inducida,
es convencido de la necesidad de unas muletas, provistas siempre por un “defensor de los pobres y los desamparados”,
desde lo esotérico-religioso, por ejemplo, por una María Lionza o un Negro Felipe, o, acaso, un Doctor José Gregorio Hernández; y desde lo político,
por un Simón Bolívar, un José Antonio Páez, un Antonio Guzmán Blanco, un Cipriano Castro, un Juan Vicente Gómez, un Rómulo Betancourt y,
finalmente, un Hugo Chávez. Un pueblo entre la medianía de la inocencia y las estribaciones de la culpabilidad por omisión; incapaz del ejercicio de una voluntad
colectiva; en alguna medida egoísta; siempre hambreado y lleno de esperanzas vanas; esquilmado, engañado,
abandonado y sobre todo, invariablemente esperando, siempre esperando...
[1] “No olvides ni por un
momento, eso sí, que el único inconsciente en esa mascarada, el único que no
reclama sanción, es Juan-Nadie, es ese pobre pueblo analfabeta, alcoholizado,
enfermo de todas las taras físicas y morales, enfermo sobre todo de ignorancia”….Rómulo
Betancourt en carta a Germán Herrera Umérez. 1932. Betancourt, Rómulo,
Antología política.1928-1935.EDITORIAL RB.
Caracas, 1980. Pág.300. “Hoy, después de siglo y medio yo retomo esa frase: nuestra Patria
hoy está herida en el corazón, nosotros estamos en una especie de fosa humana.
Por todas partes hay niños hambrientos…” Hugo
Chávez. Fragmento del discurso de toma de posesión. 2 de febrero de 1999. Recuperado de internet en www.vtv.gov.ve.
[2] Kerr Porter, Robert, Diario de un diplomático británico en
Venezuela. 1825-1842. FUNDACIÓN POLAR. Caracas, 1997. Pág.701.
[4] Mensaje
radial de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigido al país por el
Presidente Provisional Rómulo Betancourt, el 19 de octubre de 1945. Catalá,
José Agustín; Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la
Constituyente. Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág. 110.
[6] Alocución del
señor Presidente de la Junta Militar de Gobierno, Teniente Coronel Carlos
Delgado Chalbaud. Mayobre, Eduardo.EL DECENIO MILITAR. Fundación Rómulo
Betancourt. Cuadernos. Caracas, 2010. Pag.95.
[8] CARTA PÚBLICA DEL COMANDANTE HUGO CHÁVEZ A LA POBLACIÓN CON
OCASIÓN DE UN ANIVERSARIO MÁS DE LA REBELIÓN MILITAR DEL 4/2/1992. TRANSCRIPCION
VTV. 4/2/2013