29 de junio de 2018

El pueblo venezolano: entre padrinazgos políticos retóricos y el abandono endémico…

Dios, Patria y  Pueblo. Dios como concepto universal que sirve al propósito de dotar de providenciales albricias la presencia de los “salvadores de ocasión”: si estamos con Dios y Dios con nosotros ¿Quién contra nosotros?...

Patria y pueblo, dos conceptos que nos vienen del fondo del lenguaje republicano, enzarzado luego con fuerza en el llamado republicanismo bolivariano. La Patria de los ancestros, donde reposan sus huesos y dónde se ha visto la luz de la existencia; la Patria, tierra y ríos, mares y montañas; la Patria país, sueño de libertad y creación etérea; la Patria, riqueza saqueada y virginidad hollada; la Patria toda y todos.

El Pueblo; el eterno castigado; el engañado por “los engañadores de oficio” sin importar su procedencia. El pueblo empobrecido y escarnecido, “pata en el suelo”, “Juan Nadie”[1]; el pueblo campesino u obrero, casi siempre pobre y preterido, agostado por sus vicios más que engrandecido por sus virtudes; el pueblo “que ha de contar con la vida aun cuando sea culpable”; el “Pueblo víctima”, víctima de todos y de todo.

En suma y en un ejercicio retórico en primera persona “…una Patria que salvar, un Pueblo que hay que redimir, bajo el cielo de un Dios que  indudablemente protegerá nuestras ejecutorias, porque somos los dueños de la verdad y de la razón; porque la vida nos acompaña y la muerte, así como la culpa y la derrota, representan el patrimonio seguro de nuestros enemigos. La certeza de un camino y la voluntad indeclinable de transitarlo, cueste lo que nos cueste…”.

Los “salvadores providenciales” de Venezuela, pero por encima de todo y todos, del “pueblo venezolano” han asumido una suerte de “padrinazgo reivindicador” que han patentizado en su discurso político a lo largo del tiempo, tiempo que nos atrevemos a extender hasta nuestro albores como República. La concesión a ultranza de la razón a sus “verdades”, fueran políticas, ideológicas o ambas, siendo interpretadas además como “verdad única”, se ha visto siempre soportada por una argumentación que alude al “sufrimiento de ese pueblo”, al que además se atribuye la inocencia absoluta frente a sus males, pero el deseo incontrovertible de ser “salvado a toda costa”.

Sin embargo (y la evidencia empírica es abrumadora al respecto), tomado el poder político, la mayoría de ese “pueblo salvado” termina en el abandono, mientras una parte trata, montándose en las ideas de quienes asumieran su salvataje, por razones estrictamente instrumentales, de recibir una parte (aunque sea pírrica) del botín en el que se termina convirtiendo la “Patria” y que los “salvadores de ocasión” culminan vulgarmente por saquear “en el nombre de Dios” o, paradójicamente, “en nombre del mismo Pueblo”.

Sobre ese tema pretendemos pergeñar ideas en el artículo que corre inserto líneas abajo, presentando evidencia discursiva en lo político, en diversos tiempos históricos de la Patria, donde con emoción y resuelta convicción se habla del “Pueblo”, de su “protagonismo inequívoco” en los movimientos que sus “salvadores de ocasión” acaudillan, aunque jamás resulte cierto o sea apenas una pequeña participación de adeptos, previamente convocados a la confrontación o al encuentro tumultuario. 

Sí, ciertamente, el pueblo como “testigo” o “protagonista”; el pueblo como “actor pasivo” por su ignorancia o por su inocencia, o, acaso, ambas cosas; y, finalmente, “el pueblo triunfador” por su “empeño y sacrificio” aunque todo no sea más que una farsa, que sirve al propósito intencionado de construir un discurso acomodaticio, posiblemente a la justificación plena de los actos ilegítimos e ilegales cometidos, a los simples fines de alcanzar el poder político. Res non verba…luego de mucha “verba” terminan descuartizando “la res”…

Iniciemos con una cita textual del bando que lanzasen los alzados con ocasión de la llamada Revolución de las Reformas, en el año del señor de 1835. Habiendo previamente anunciado, con el dramatismo que la situación imponía, que “La sangre venezolana corre en el Zulia; el Oriente está al borde de la guerra civil y todas las ciudades de la República están clamando por reformas…” y de dejar clara la culpa inequívoca de la “actual administración”, en tanto su “sordera” en escuchar “el clamor de una Patria  que sufre”, el discurso de los alzados es admonitorio pero conciliador a la vez:

“Nadie tiene nada que temer salvo quienes pretendan oponerse al justo levantamiento del Ejército y del pueblo: que sean reformadas nuestra administración y peores leyes y que sea respetada la sangre del último de los venezolanos. Ay de aquel que derrame una sola gota de nuestra preciosa sangre.”[2]  

En principio y como veremos repetirse en cada ocasión “Ejército y Pueblo” marchan juntos en la conducción del alzamiento, asonada que busca, por el “legítimo” bien del pueblo, “…que sean reformadas nuestra administración y peores leyes”, no teniendo nada que temer quienes no se opongan a sus designios revolucionarios, pero advirtiendo, a quien así lo haga, el peor de los destinos. La Revolución de las Reformas, de fondo un movimiento militar que se oponía al gobierno de turno, básicamente porque al General José Antonio Páez Herrera no lo había sustituido el próximo gamonal con charreteras, aspirante de turno a su parte del botín, terminó por ser derrotada. El “Pueblo” reclutado a la fuerza por los bandos en pugna, se mató inútilmente en los campos de batalla abiertos por aquella ocasión bélica y el erario público, lleno de deudas atrasadas desde los tiempo de la Gran Gesta libertaria, magro como resultaba ser su condición corporal natural, recibió más sustracción a sus ya pocos haberes, en razón de los ingentes gastos militares que se derivaron de los combates entre gobierno y alzados. ¿Y el pueblo? Pues bien muerto se quedó. Bien muerto de hambre y mengua, además, siendo este su mayoritario y definitivo destino.

Veintidós años más tarde, “el Pueblo”, llevado por la ventolera de otros alzados, con el hartazgo propio de quien por lustros se siente engañado por una parte y, por la otra, los eternos aventureros que hacen parte de nuestra impronta, siempre tras la búsqueda de alguna pitanza que llevar raudos al saco, terminó por hacerse presa de la tremolina y en informe turbamulta, se entregó a una guerra cruenta, precedida claro por encuentros armados e insurrecciones más pequeñas, bajo nuevos “liderazgos salvadores” que, en el discurso propio de la reivindicación, prometieron, de nuevo, “villas y castillos”.

En plena guerra, conocida más tarde como la Guerra Larga o Guerra Federal, el General Antonio Guzmán Blanco, en artículo publicado en el “Eco del Ejército”, órgano oficial de divulgación del Ejército Federal, desliza esta perla discursiva:

“Sin la oligarquía los partidos de Venezuela amarán la libertad i practicarán la igualdad sin esfuerzo, por convicción, por hábito y hasta por conveniencia. Con la oligarquía eso es imposible, porque tal minoría cree al resto de sus compatriotas seres inferiores, en quienes el uso de la libertad es insubordinación i usurpación de derechos la igualdad. La oligarquía defiende sus preocupaciones con toda la ceguera de la injusticia del fanático, en contraposición al pueblo que defiende sus derechos con todo el despecho del Soberano ofendido.”[3]

El General Guzmán Blanco se convertiría luego en Presidente de la República ejerciendo el poder por vía directa o gobernando por mampuesto en otras tantas. En este momento de su carrera política es, realmente, el diligente secretario de quien será el Jefe Político y Militar de Venezuela, el General Juan Crisóstomo Falcón, en las primeras de cambio y finalizada la contienda. Identificando al enemigo (el otro venezolano “no pueblo” por supuesto) con la “oligarquía”, deja claro que su existencia misma es óbice para el entendimiento entre partidos y sin ella, “la oligarquía”, todo será paz y felicidad entre partidos. Adicionalmente, quiere dejar claro que para esa “oligarquía” el resto de sus compatriotas son “seres inferiores” y que, por añadidura, consideran “el uso de la libertad, expresión de insubordinación” así como suerte de “usurpación de los derechos de igualdad”.

El “otro” (reiteramos “no pueblo”) representa la imposibilidad de ser libres e iguales, dos principios medulares del republicanismo jacobino, una ofensa al pasado libertario de gloria bolivariana. Pero en términos de Juan Nadie, del “pata en el suelo”, los que no quieren que sea el pueblo libre e igual, son “los ricos, blancos y acomodaos”. Y culmina Guzmán identificando en la oligarquía a quien “…defiende sus preocupaciones con toda la injusta ceguera del fanático…” contrapuesta, sin la más mínima duda, “al Pueblo”, a quien identifica como el “Soberano ofendido” quien, como debe ser en justicia, defiende sus derechos hollados por la oligarquía. Una pieza magistral de manipulación discursiva; el “otro”, definitivamente, “es no-pueblo”, esa condición es privativa de “nosotros sus salvadores”. Es la “oligarquía” la culpable del sufrimiento del “Pueblo”, precisamente porque considera al “Pueblo” inferior y, por ende, no sujeto a ser libre.

El General Antonio José Ramón de la Trinidad y María Guzmán Blanco, como dijésemos en líneas previas, se convirtió en Presidente de la República, primero sustituyendo a Falcón en sus numerosas ausencias del poder. Luego, por “mérito propio”, durante el período que llevase por nombre “El Septenio”; más tarde, en otro que se conociese como “El Quinquenio”; y un tercer período, muy breve, que se conociese bajo el mote de “La Aclamación”. 
Enamorado de París, adonde viajase de joven a negociar los eternos empréstitos de Venezuela, lo que le permitiese acumular una inmensa fortuna, lograda a base del cobro de comisiones bancarias a las instituciones acreedoras del crédito público, abandonaba el país con frecuencia para aposentarse en sus bellas mansiones, ubicadas en los lugares más lujosos de la “ciudad luz”. Conocido más tarde como el “Autócrata Civilizador”, ciertamente introdujo al país importantes cambios aprendidos en su “Europa soñada” pero “el pueblo” ese “pueblo sufrido”, considerado inferior por la oligarquía (según su discurso de 1857), entre 1870 y 1880, específicamente durante sus gobiernos, sigue siendo igual de pobre y preterido, visto en adición y como nunca antes,  en condición tremendamente inferior, precisamente por esa oligarquía que se forma entorno a Guzmán y sus seguidores.

Guzmán fallece en París, en 1899, inmensamente rico, de muerte natural y en edad provecta. En Venezuela, en los años por venir, se sigue hablando de “pueblo preterido y sufrido”, una verdad más que retórica, realmente catedralicia.  

A cuarenta y seis años de la muerte de Guzmán, siendo Presidente de la República el General Isaías Medina Angarita (paradójicamente la misma cantidad de años más tarde de haber pasado por otra Revolución triunfante, esta vez, Liberal Restauradora y al mando del General José Cipriano Castro Ruiz, quien termina desempeñando la Primera Magistratura de la nación, para finalmente culminar defenestrado, en ausencia, en 1908); una larga permanencia en el poder del General Juan Vicente Gómez Chacón (quien también fallece plácidamente en su cama, luego de veintisiete años, con ingente fortuna hecha al amparo de la cosa pública y también en edad provecta) y una transición “democrática”  de cuatro años, bajo el gobierno del General Eleazar López Contreras, un grupo de jóvenes oficiales del Ejército Nacional se revela, por motivaciones que van desde lo profesional y lo socioeconómico, hasta la obsesión por gobernar. Llevan de la mano al partido Acción Democrática, a quien entregan el poder político  en la persona de su máximo líder Rómulo Ernesto Betancourt Bello, quien termina siendo, en consecuencia, Presidente de la Junta de gobierno, a la que militares y civiles bautizan ( en justicia merced de los políticos de AD): Junta Revolucionaria de Gobierno.

El 19 de octubre de 1945, el Presidente de la Junta Revolucionaria se dirige a la nación, al través de la radio. Dice el Presidente en su mensaje radial:

“Los enemigos de la Revolución Popular y Democrática triunfante querrán detenerla, para que de nuevo se entronicen la inmoralidad administrativa y la despreocupación ante los problemas públicos que secularmente han venido caracterizando a los gobiernos venezolanos. El pueblo venezolano, todas las clases sociales democráticas de la Nación, nos respaldarán con su fervor solidario; (…) para que de las limpias manos del pueblo surja un Presidente de la República lealmente asistido de la confianza nacional.”[4]    

Y más adelante agrega:

“Sabíamos que nos respaldaba el fervor colectivo, la fe y la confianza  del pueblo; y también que éramos capaces, unidos la Nación y el Ejército con lazo firme de solidaridad para hacer surgir del desbarajuste político y administrativo al que el personalismo autocrático condujo a Venezuela, un régimen estable, con la seguridad colectiva garantizada, con los servicios públicos normalizados, con la maquinaria estatal marchando de manera firme.”[5]

Una vez más encontramos en el discurso político de los “salvadores de ocasión”, las referencias al “fervor colectivo, la fe y confianza del pueblo”; a la unión, “con lazo firme” de “Nación y Ejército”, acto de habla equivalente a los que hicieran los revolucionarios reformistas de 1835 y los liberales federalistas en 1857, ambos siempre “pueblo” mediante. El “personalismo autocrático”, el “desbarajuste administrativo”, así como “…la despreocupación por los problemas públicos…” pertenecen, con exclusividad y como es lógico suponer, a quienes son sujetos de defenestración. Los beneficios de su acción: todos concebidos para la felicidad del “pueblo”. Y como siempre “de las manos limpias del pueblo”, porque jamás un “pueblo inocente” puede llegar a tenerlas con máculas, surja al fin un “…un Presidente de la República lealmente asistido de la confianza nacional.”

Una de las motivaciones políticas vertebrales de la llamada “civilidad democrática radical” desde inicios del siglo XX, es la creación por vía constitucional del derecho a elegir y ser elegido tanto a la Primera Magistratura de la nación, como a los cargos de representación legislativa, mediante el ejercicio del sufragio popular, universal, directo y secreto.

Ciertamente esta llamada “Revolución” lo logra y en 1947 es electa una Asamblea Constituyente que redacta y aprueba una nueva Constitución, que, definitivamente, consagra el derecho a la elección popular, directa, universal y secreta para todos los venezolanos, consagrando también el voto para la mujer, dado el carácter “universal” del derecho al voto. Por lo menos la oferta del sufragio personalísimo “se la ha cumplido al pueblo”, aunque “el pueblo” no lo haya pedido expresamente e, incluso, no tenga claro cuál es el alcance de esa prerrogativa. Parece ser que el pueblo lo que espera es “Pan, tierra y trabajo”.

“El Pueblo” alcanza importantes derechos largamente postergados en el pasado, gracias a la gesta de la “Revolución”. Lo hace por vía constitucional; ocurre así con el derecho al trabajo; a la protección social integral; a la asistencia médica gratuita. También, por vía constitucional, se decreta el derecho a la libre asociación con fines sindicales, que existiese previamente pero no con ese carácter.  Sin embargo, quien no sea adeco (militante de Acción Democrática) o simpatice con los adecos o se relacione con ellos, en esa suerte de colusión gansteril propia de las organizaciones italianas de tal ralea, se le impide el ejercicio de la función pública; se le ignora en tanto las ayudas y peticiones; se le margina en tanto opinión partidaria o política; se le ataca físicamente sin tregua y cuartel. Se acusa a estos “neo-revolucionarios” civiles de ser en extremo sectarios; ellos responden airadamente que quienes no están con ellos: “son enemigos del pueblo”…

¿Y “el Pueblo”?: bien, gracias…No obstante los logros políticos, la gente sigue pasando trabajo; las empresas, pocas a la fecha en Venezuela, empiezan a sufrir los embates de algunas organizaciones sindicales que, lejos de luchar por los derechos de los trabajadores, se dedican a la extorsión de los patronos y al “sinvergüenceo” de los empleados. Las Fuerzas Armadas se quejan de que dirigentes políticos de AD “pretenden dividirlas” y que su “autoritas” se ve menoscabada por algunos gobernadores, de militancia inequívoca en el partido de gobierno.

Otros ven con resquemor que quienes siendo militares profesionales, si muestran abiertas simpatías hacia el partido Acción Democrática, reciben, junto a “ayudas especiales”, tratos definitivamente “preferenciales”.

Para finales de 1947, cuando se produce la elección del primer Presidente civil, por vía universal, directa y secreta, en la historia republicana de Venezuela, recayendo esa distinción en un hombre de conducta impoluta y trayectoria intachable como el novelista y docente Rómulo Gallegos Freyre, las acusaciones de cohecho, concusión y tráfico de influencias hacia Acción Democrática-Gobierno, son abanico multicolor que lejos de adornar su gestión, la convierten en la carnavalesca versión de un dislate político colectivo.

El 24 de noviembre de 1948, los mismos militares que los habían llevado al poder en 1945, derrocan al Presidente Gallegos y, como resulta lógico suponer, al partido AD. Los militares ponen preso a Gallegos y lo expulsan del país vía aérea.  De nuevo nos asalta la misma interrogante: ¿Y “el Pueblo”?. La respuesta reiterada: bien, gracias. Eso no parece haber sido con él. Aquí no pasa nada…Los salvadores se trocan en villanos y como invitados no deseados al convite, salen por la puerta de atrás, perseguidos, expoliados y hasta traicionados por la razón de sus desvelos: “el Pueblo”…

Se instala entonces en el poder político una Junta Militar de gobierno. La preside el Comandante Carlos Román Delgado Chalbaud-Gómez. Dirige una alocución al país, días más tarde. En el último párrafo de su alocución, al hacer uso de un discurso que atribuye culpas, distribuye responsabilidades heroicas y, finalmente, une, en afecto inextricable, a Fuerzas Armadas y pueblo venezolano, culmina un esperanzado Comandante Delgado, allí y ahora en funciones de Primer Mandatario Nacional:

“Los conceptos y hechos presentados en esta oportunidad, tanto los que describen la situación que encontramos como en los que revelan el éxito alcanzado para superarla, contienen severa censura para la gestión de los hombres a quienes fue confiado el Gobierno en 1945 y constituyen plena justificación de la rectificación que, atendiendo al clamor nacional, nos impusimos el 24 de noviembre de 1948….”[6]

Una vez más: “atendiendo al clamor nacional”. “Severa censura” a los hombres a quienes se confió el gobierno en 1945 y la “plena justificación a la rectificación” materializada en el golpe militar de 1948.

En nuestro discurso político “el Pueblo” suele ser mudo, imberbe, parvulario, inocente e incapaz de defenderse: alguien tiene que asumir su tutela, la interpretación de sus deseos y, como consecuencia directa, conducir las acciones que deben acometerse para su rescate y  trágico salvamento.

En 1958, el General Marcos Evangelista Pérez Jiménez, Presidente de la República surgido de los militares de 1948, habiendo forjado unos resultados electorales a su favor en 1953 y luego, en 1957, pretender quedarse en el poder mediante un plebiscito, del que forja igualmente resultados fraudulentos, abandona el cargo cuando se persuade de que ha perdido todos los apoyos medulares para conservar el poder sin disparar. Ese mismo año, se realizan unas elecciones libres y resulta electo Rómulo Ernesto Betancourt Bello. Por segunda vez en su vida y a una distancia de trece años de su primera presidencia, por cierto de facto, es electo para tan importante posición.

Apenas cuatro años más tarde, Betancourt es sujeto de dos intentos de derrocamiento. Uno de ellos, el llamado “Carupanazo”, el 4 de mayo de 1962, es encabezado por un grupo de oficiales navales, en una lejana población al este del país, donde tiene su asiento en centro de adiestramiento de las unidades de la Infantería de Marina (la ciudad de Carúpano). Ese grupo de oficiales insurrectos, convoca a la población al alzamiento militar por “la traición de la que ha sido víctima el pueblo” y añade que debido a “…la implantación de un régimen de terror por Betancourt y su camarilla, la reiterada suspensión de garantías constitucionales, la farsa de la Reforma Agraria, se busca la restauración democrática y la reconstrucción del país” [7]
Una y otra; y otra vez más: porque hay un “…régimen de terror implantado por una camarilla”, existe en consecuencia “traición al pueblo”. La “Reforma Agraria” es una farsa; en tal sentido urge “la restauración democrática” (por cierto y curiosamente, mediante un golpe de Estado contra un gobierno libremente electo) y como consecuencia: “la reconstrucción del país” resulta deber ineludible. Sentencias equivalentes: camarillas, oligarquías, grupos anárquicos dueños absolutos de erráticas y condenables conductas públicas. La necesidad imperiosa: salvar al pueblo, engañado y preterido.

Cincuenta y un años más tarde de la asonada de Carúpano, el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Comandante Hugo Chávez Frías, dirige a la nación una carta pública, al no poder asistir a los actos conmemorativos de la asonada militar del 4 de febrero de 1992, del cual él fuese importante figura y que le catapultase para llegar, por vía electoral y constitucional, a la Primera Magistratura de la nación, el 2 de diciembre de 1998. Dice Chávez en esa carta, refiriéndose a “su rebelión militar”:

“En aquella memorable jornada quedaron reivindicadas todas las luchas de nuestro pueblo; en aquella memorable jornada nuestras libertadoras y nuestros libertadores volvieron por todos los caminos; en aquella memorable jornada Bolívar se hizo razón de ser y entró en batalla por ahora y para siempre. Quienes de la mano de Bolívar, Robinson y Zamora, nos levantamos en armas y salimos aquella madrugada a jugarnos la vida por la patria y por el pueblo, teníamos plena conciencia de que en Venezuela había tocado fondo tres años atrás con la rebelión del 27 de febrero de 1989, que nos había marcado el camino; el pueblo en esa fecha ofrendó su vida combatiendo en las calles, el neoliberalismo salvaje que Washington pretendía imponernos.”[8]

Ciento setenta y ocho años después de la Revolución de las Reformas; ciento cincuenta y seis posteriores al artículo de Antonio Guzmán Blanco; a sesenta y ocho del mensaje radial de Rómulo Betancourt; desde cincuenta y uno del Carupanazo, las referencias a la “reivindicación de todas las luchas del pueblo”, a los “libertadores”, a Bolívar y a Zamora (caudillo federal);a la acción de “levantarse en armas” en sacrificio supremo “por la Patria y por el Pueblo”, se siguen invocando en el discurso político de ocasión, siempre además en beneficio del y para “el Pueblo”, un pueblo por cierto colocado en una suerte de “papel protagónico” en los combates contra el “neoliberalismo”, en este caso, configurando un escenario de "medias verdades", donde la borrosidad entre lucha política y saqueo por conveniencia y hambre, invaden la percepción de la realidad, pero benefician oportunamente al discurso político.

“El Pueblo” protagonista principal de una suerte de pieza teatral en la que su parlamento no se actúa por vía propia; en la que su papel, siempre escrito por otros, pretende declamar, por vía de emocionados terceros, cuáles son sus propias penurias, necesidades y aspiraciones.

“El Pueblo” protagonista mudo de sainetes fútiles, en oportunidades bien baratos, en los que se le ubica en el centro de los discursos políticos de quienes pretenden luego conducirlo, actuando como lo hace el ventrílocuo con su muñeco de oportunidad.

“El Pueblo” el mismo que en su pretendida “viveza criolla”, amanece más tarde con la confusión de una borrachera involuntaria de ideas, a la que lo han llevado aventureros y oportunistas de político templete, tras la pesadilla embaucadora de sus propios excesos discursivos “ideológicos y políticos”, pletóricos de sueños irrealizables pero favorecedores de sus intereses estratégicos y que, invariablemente, culminan siendo inmejorable oportunidad para apropiarse a manos llenas de su pobre patrimonio. 


Y así ha terminado siempre “El Pueblo Venezolano” lleno de padrinazgos retóricos, que ofrecen el paraíso por tres centavos, poco sacrificio y mucha dádiva; porque en su discapacidad inducida, es convencido de la necesidad de unas muletas, provistas siempre por un “defensor de los pobres y los desamparados”, desde lo esotérico-religioso, por ejemplo, por una María Lionza o un Negro Felipe, o, acaso, un Doctor José Gregorio Hernández; y desde lo político, por un Simón Bolívar, un José Antonio Páez, un Antonio Guzmán Blanco, un Cipriano Castro, un Juan Vicente Gómez, un Rómulo Betancourt y, finalmente, un Hugo Chávez. Un pueblo entre la medianía de la inocencia y las estribaciones de la culpabilidad por omisión; incapaz del ejercicio de una voluntad colectiva; en alguna medida egoísta; siempre hambreado y lleno de esperanzas vanas; esquilmado, engañado, abandonado  y sobre todo, invariablemente esperando, siempre esperando...




[1] “No olvides ni por un momento, eso sí, que el único inconsciente en esa mascarada, el único que no reclama sanción, es Juan-Nadie, es ese pobre pueblo analfabeta, alcoholizado, enfermo de todas las taras físicas y morales, enfermo sobre todo de ignorancia”….Rómulo Betancourt en carta a Germán Herrera Umérez. 1932. Betancourt, Rómulo, Antología política.1928-1935.EDITORIAL RB. Caracas, 1980. Pág.300. “Hoy, después de siglo y medio yo retomo esa frase: nuestra Patria hoy está herida en el corazón, nosotros estamos en una especie de fosa humana. Por todas partes hay niños hambrientos…” Hugo Chávez. Fragmento del discurso de toma de posesión. 2 de febrero de 1999. Recuperado de internet en www.vtv.gov.ve.
[2] Kerr Porter, Robert, Diario de un diplomático británico en Venezuela. 1825-1842. FUNDACIÓN POLAR. Caracas, 1997. Pág.701.
[3] “El Eco del Ejército. Barquisimeto, 7 de septiembre de 1859.
[4] Mensaje radial de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigido al país por el Presidente Provisional Rómulo Betancourt, el 19 de octubre de 1945. Catalá, José Agustín; Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la Constituyente. Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág. 110.
[5] Op.Cit; Catalá;Pág.110.
[6] Alocución del señor Presidente de la Junta Militar de Gobierno, Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud. Mayobre, Eduardo.EL DECENIO MILITAR. Fundación Rómulo Betancourt. Cuadernos. Caracas, 2010. Pag.95.
[7] Carupanazo, Proclama radial 04/05/2012.
[8] CARTA PÚBLICA DEL COMANDANTE HUGO CHÁVEZ A LA POBLACIÓN CON OCASIÓN DE UN ANIVERSARIO MÁS DE LA REBELIÓN MILITAR DEL 4/2/1992. TRANSCRIPCION VTV. 4/2/2013