10 de septiembre de 2018

Entre llaneros y gauchos: razas, lanzas y hermandades…

La historia de los pueblos de América del Sur es plétora de sorpresas maravillosas, al menos para aquellos que, además de estudiarla, tratando de escrutar en nuestro pasado el origen de nuestras turbamultas, tropelías y desgracias, la sentimos como propia, como parte de nuestra esencia vital,  mina de llantos y pesares, pero también de alegrías y de orgullos.

Venezuela y Argentina, no obstante estar situadas en la misma América del Sur, lucen además de distantes, culturalmente distintas, para el ojo poco atento y desaprensivo. Tienen, sin embargo, semejanzas singulares. Ambas son naciones con amplios territorios que se desparraman en grandes llanuras, dónde corre libre la vida, cuando no se le encarcela o tortura por el apremio económico. Ambas naciones dieron a luz a tres de los más egregios Libertadores del Continente, a saber, Simón Bolívar, José de San Martín y José Gervasio Artigas. Tienen también en común una lucha denodada, dura y particularmente sangrienta por su independencia del Imperio Español. Y ambas tienen, también en común, la presencia de guerreros indómitos quienes, cual centauros de aquel tiempo, más bien de nuestro tiempo histórico independentista, fuesen los principales responsables de nuestra libertad, en acciones de armas ejemplares. Fueron las lanzas libertadoras de aquellos hombres, instrumentos esenciales  en la construcción de nuestra identidad como pueblos libres. Nos referimos al llanero venezolano y al gaucho argentino. Los pamperos de la eternidad heroica, jinetes de nuestro tiempo, libérrimos como el viento. En apariencia dos señores de casta opuesta, trajes y valores culturales diferentes, son más semejantes de lo que la simple apariencia juzga y estas líneas pretenden mostrar pruebas irrefragables en ese sentido.

Ramón Páez es uno de los hijos menores del General José Antonio Páez Herrera, el Centauro de los Llanos, el Taita, General de Generales y Padre de la República de Venezuela. Uno de los más importantes guerreros de nuestra independencia, se cubrió de gloria en encuentros militares contra las huestes imperiales españolas en los llanos apureños. Batallas conocidas por los epónimos de los sitios de su ocurrencia, cubren, con la bruñida plata del triunfo, a aquel prócer venezolano: El Yagual, las Queseras del Medio y Mucuritas. Ramón y me atrevo a nombrarlo por su primer nombre, acaso porque lo siento como un compatriota cercano, escribió, ya maduro, un libro (originalmente escrito en idioma inglés en las postrimerías del siglo XIX) que llevara por nombre “Escenas rústicas en Sur América o La vida en los llanos de Venezuela”. En 1929,  se tradujo y publicó la obra en Venezuela bajo el nombre antes referido y gracias al escritor Francisco Izquierdo. Sobre el texto, escribe Pedro Francisco Lizardo, el 21 de octubre de 1980:

“La obra que despertó la curiosidad de los lectores de su tiempo, fue impresa por Charles Scriber, vecino de Nueva York en 1862. El mismo personaje hizo una segunda edición seis años más tarde en 1868, que sirvió (…) de base a la edición francesa, aun cuando la versión europea salió bastante mutilada, como lo apunta el traductor venezolano.”[1]

Jorge Abelardo Ramos, nace en Buenos Aires en 1921. En la presentación de su obra titulada “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” el editorial se refiere a él como:

De ascendencia judeo-austríaca, criolla y alemana, (Ramos), fue profesor universitario, periodista, político, editor y conferencista itinerante de todas las universidades latinoamericanas. Dos veces candidato a presidente de su país, ejerció el cargo de embajador (…) ante el gobierno mexicano. (…) se lo ha acreditado como uno de los ensayistas argentinos más controvertidos y a la vez más leídos del siglo XX.”[2] 

 Nada más distante que establecer conexiones entrambos autores como personas individuales; asincrónicos en el tiempo, disímiles en orígenes culturales y nacionales; de artes y oficios distantes, casi tan distantes como el tiempo y el espacio que los separa. Sin embargo, sus descripciones del gaucho y el llanero del siglo XIX, son, lo menos, sorprendentemente equivalentes. Posiblemente una mina para los geógrafos humanos o para los sociólogos ambientalistas, es posible hallar en las descripciones de ambos autores, el condicionamiento de la tierra sobre la forja del carácter de sus pobladores. Es esta la feliz coincidencia de la que hablase en un principio y estas líneas tienen por objeto señalarla al través de letras de ambos, tal cual las escribieran. Vayamos pues al encuentro de los gauchos argentinos y sus hermanos de pampa, los llaneros venezolanos.

La historia política fundacional de la República Argentina, se inicia con el correspondiente baño de sangre vernácula, abluciones hechas  con profusión en virtud de las contiendas civiles que se suscitaran tras la pugna por el poder político. Como en Venezuela, la lucha de los caudillos militares, generales de la gesta emancipadora, por alcanzar sus respectivas cuotas de poder, ocasionó, mucho más temprano en la Argentina pampera, el choque de los aceros y la explosión de los cañones. Una combinación letal que parece haber afectado las aristocracias históricas en los antiguos virreinatos españoles, entre las apetencias económicas, políticas y sociales de las otrora “oligarquías criollas virreinales”, dueñas de una capitalidad indiscutida e indiscutible y, por consecuencia, dueñas del poder luego de la gesta, ya trocadas en “oligarquías criollas patriotas”, y sus expresiones equivalentes en las localidades provinciales de aquellas comarcas, detonaron la confrontación civil en más de una ocasión y a lo largo de decenios.

Jorge Abelardo Ramos, acucioso investigador del proceso histórico-político de Argentina, hace notar esas incidencias en los primeros capítulos de su obra. El detonante de la confrontación civil en la Argentina republicana (o que al menos intenta serlo) radica en la disputa entre “federales” y “unionistas”, así como la pugna entre caudillos porteños, mediterráneos y litorales. Amparándose en los contenidos políticos del Federalismo y el Republicanismo, discursos políticos que esconden intencionalidades de otra índole, provincias interioranas y la provincia-metrópolis de Buenos Aires se enfrentan por la hegemonía del poder político. Gran Bretaña, conspiración mediante (en virtud de sus intereses económicos mundiales in crescendo, particularmente en la región), hace enfrentar a los argentinos para tratar de ganarse el Río de la Plata y sus ricas regiones circunvecinas, precisamente, gracias a la promoción del “río revuelto”. La “pérfida Albión” también azuza al Imperio Portugués, radicado entonces en Brasil, para apropiarse de extensiones importantes al oriente de la nación que nace; el Imperio Lusitano funge como aliado incondicional de los ingleses en aquellas regiones australes. 

“El gauchaje”, como bien lo llama Ramos, termina siendo singular personaje en las contiendas civiles. Las lanzas que expulsaron al Imperio Español de aquellas tierras sureñas, terminan siendo hábiles instrumentos para matarse entre sí, al servicio de los intereses de sus naturales jefes militares; de las oligarquías regionales en formación; o de los intereses británicos disfrazados de “independencia regional” como en el caso de la Banda Oriental de Argentina, luego de la desaparición forzada del General José Gervasio Artigas.

Describe Ramos al gaucho en los siguientes términos:

“Este hombre clásico de nuestras llanuras será el héroe central de la historia argentina. Por extensión, gaucho será desde las guerras civiles de todo nuestro criollaje, esa aleación racial formada por el vástago español y de indio, cuando no indio puro, que constituirá el tipo étnico fundamental del país, antes de complementarse con la irrigación sanguínea de la vieja Europa.”[3]

De manera que para Ramos, el gaucho es un mestizo, “cuando no indio puro”, “hombre clásico” de la pampa, protagonista esencial de la historia argentina y por ende de “…las guerras civiles de todo nuestro criollaje…”. Casi ciento treinta años antes, Ramón Páez describe al llanero venezolano:

“El pueblo habitante de la vasta región de los Llanos (…) no es otra cosa que una amalgama de las varias razas que componen la actual población de la República. Son estas: los blancos, descendientes de los colonos españoles; los aborígenes o indios; y un crecido número de negros. Esta raza (…) está dotada de una admirable constitución física para adaptarse y resistir fatigas, peligros y rudos trabajos. (…) Desgraciadamente se presta con facilidad perturbar la paz, estando siempre listo para meterse en el primer movimiento revolucionario surgido entre compatriotas más inteligentes, con la esperanza de equiparse con toda clase de armas, lanzas, trabucos y espadas.”[4]

Páez también lo deja claro, mediando entrambos una centuria previa: el llanero es un mestizo, con una tercera parte indígena, cuando no indio o negro puro, que constituye además “el pueblo habitante de la vasta región de los llanos…”, presto, además, a hacer parte de cualquier movimiento revolucionario, como de hecho ocurrió en la Venezuela que discurre desde la Revolución de las Reformas (1835) hasta la Revolución Libertadora (1902).

Páez pasa entonces a describir otras características del llanero. Se explaya y escribe:

“Confinada en medio de interminables y desoladas llanuras, dominio de bestias salvajes y reptiles ponzoñosos, su descendencia ha tenido que combatir toda la vida, luchando, no solamente contra los primitivos dueños de la tierra sino contra los mismos Elementos de fiera grandeza. (…) A pesar de tan insegura existencia, el batallar constante entre la vida y la muerte, entre la ruda inteligencia y la materia, ejerce sobre el llanero una especie de fascinación… (…). El centauro moderno de desoladas comarcas del Nuevo Mundo: el llanero, gasta su vida a caballo, y éste lo acompaña en todas sus acciones y actividades. Nada más noble para él que recorrer las llanuras sin límites; echado sobre su ardiente corcel dominando los toros salvajes; o derribando sus enemigos.”[5]

Ramos nos dice entonces del gaucho, centuria y lustros de por medio, allá en un futuro distante que Páez no podrá nunca conocer:

“El sol y la lluvia, los animales cerriles y la holganza, el paisaje tremendo, la astucia derivada del conflicto con la naturaleza, la desconfianza y el desprecio hacia la ciudad febril y mercantil, la soledad, la fuerza y la destreza física que todo el medio le imponía hicieron del gaucho un admirable ejemplar humano. Conoció al caballo, libre como él, y lo hizo su lugarteniente, su camarada, su torre vigía, su carro de combate. Inventó sus armas, heredó otras del indio salvaje y se acopló a la naturaleza hostil hasta dominarla con una sabiduría que a los civilizados pareció milagrosa.”[6]

La naturaleza hostil; las inclemencias del tiempo; el dominio de lo cerril; la importancia cotidiana de las armas; el sentimiento incontenible de libertad; llaneros y gauchos de ese tiempo, suerte de centauros de orígenes comunes, que protagonizan su historia Patria de manera singular. Ambos hacen del caballo su “eterno camarada” con el cual recorren “la llanura sin límites”, como afirma Páez, siendo el noble bruto para ellos, como dice Ramos, “lugarteniente y torre vigía”. No parece haber distinción entre gaucho y llanero, entre llanero y gaucho: hijos de una misma tierra inhóspita y salvaje, la doman como al potro que han de montar mañana.

Dice Ramos del gaucho que “…la majestad del escenario y el ocio lo inclinaron a la meditación poética, al proverbio y a la seducción de la música”[7], mientras Páez parece ripostarle desde un pasado lejano y respecto del llanero venezolano, cuando expresa que no es de extrañar que “…el poeta que vive más o menos en todos los llaneros, exclame al perder su esposa y su caballo: Mi mujer y mi caballo, se me murieron a un tiempo, ¡Que mujer, ni que demonio!, mi caballo es lo que siento…”[8], añadiendo posteriormente, líneas más abajo, “Todos los llaneros aman apasionadamente la música, y despliegan en ella gran talento, y componen muchas lindas canciones de carácter nacional…”[9]

La poesía, la música y los afectos furtivos son compañeras de estos indómitos personajes. Guerreros feroces por naturaleza, acunan al propio tiempo sentimientos de particular ternura hacia la mujer, los caballos y su pampa querida. Reciedumbre y fortaleza, comparten lugar con los sentimientos más hondos.

Pero finalmente quien sorprende es Ramón Páez, con este conjunto de juicios de valor de un sorprendente valor histórico social:

“La vida del llanero, como la de su prototipo el gaucho, es singularmente interesante y recuerda en muchos aspectos la de las que como él habitan en el centro de extensas planicies. Se lo ha comparado con los cosacos y los árabes con quienes tienen muchos puntos de contacto, pero, más se parecen a los segundos.”[10]

Dos seres esenciales, inmanentes a la historia patria de dos pueblos distantes, pero habitantes de un mismo continente, hermanados por la misma tierra, las mismas soledades y los mismos apremios: el gaucho argentino y el llanero venezolano. Instrumentos eficaces en la lucha política, primero para independizarse del Imperio Español y luego para remover y entronizar jefes, gamonales, oligarcas o partidos. Desaparecidos de forma pero jamás de fondo, siguen cabalgando en cuerpo y alma, sobre sus briosos caballos, las planicies que un día domeñasen con amplitud. Dos visiones separadas por tiempo y espacio que se encontraron en sus personalidades, la de Ramón Páez, llanero venezolano, de y en la segunda mitad del siglo XIX; Jorge Abelardo Ramos, argentino porteño del siglo XX, académico, periodista y político; el otro, el venezolano, comerciante, hacendado y periodista, hijo de uno de los más grandes próceres de la gesta emancipadora venezolana, también parido sobre la misma tierra llanera. Singulares visiones de una herencia común que nos une como pueblos hispanoamericanos y que vemos reflejadas en sus expresiones escritas. Dios nos guarde como tierras y Dios guarde para siempre nuestras propias herencias culturales. En la sombra del horizonte infinito de la pampa, va el gaucho argentino sobre su caballo, cabalgando junto al llanero venezolano; las sombras de sus lanzas se recortan en la luz crepuscular; ambos cantan y versean, llevando en sus estrofas la fuerza incontenible de la libertad. ¡¡Viva la Patria!!




[1] Páez, Ramón; La vida en los llanos de Venezuela. CENTAURO. Caracas, 1980. Pág.5
[2] Ramos, Jorge Abelardo; Revolución y contrarrevolución en Argentina. Tomo I. DISTAL. Buenos Aires, 1999. Contraportada.
[3] Ramos…Op.Cit…Pág.28
[4] Páez…Op.Cit…Pág.53 y 56
[5] Páez…Idem…Pág.54.
[6] Ramos…Ibid…Pág.28
[7] Ramos…Ibid…Pág.28
[8] Páez…Ibid…Pág.54
[9] Páez…Ibid…Pág.118
[10] Páez…Ibid…Pág.55