La historia de los pueblos de América del Sur es plétora de sorpresas
maravillosas, al menos para aquellos que, además de estudiarla, tratando de
escrutar en nuestro pasado el origen de nuestras turbamultas, tropelías y
desgracias, la sentimos como propia, como parte de nuestra esencia vital, mina de llantos y pesares, pero también de
alegrías y de orgullos.
Venezuela y Argentina, no obstante estar situadas en la misma América del
Sur, lucen además de distantes, culturalmente distintas, para el ojo poco
atento y desaprensivo. Tienen, sin embargo, semejanzas singulares. Ambas son
naciones con amplios territorios que se desparraman en grandes llanuras, dónde
corre libre la vida, cuando no se le encarcela o tortura por el apremio
económico. Ambas naciones dieron a luz a tres de los más egregios Libertadores
del Continente, a saber, Simón Bolívar, José de San Martín y José Gervasio
Artigas. Tienen también en común una lucha denodada, dura y particularmente
sangrienta por su independencia del Imperio Español. Y ambas tienen, también en
común, la presencia de guerreros indómitos quienes, cual centauros de aquel
tiempo, más bien de nuestro tiempo histórico independentista, fuesen los principales
responsables de nuestra libertad, en acciones de armas ejemplares. Fueron las
lanzas libertadoras de aquellos hombres, instrumentos esenciales en la construcción de nuestra identidad como
pueblos libres. Nos referimos al llanero venezolano y al gaucho argentino. Los
pamperos de la eternidad heroica, jinetes de nuestro tiempo, libérrimos como el
viento. En apariencia dos señores de casta opuesta, trajes y valores culturales
diferentes, son más semejantes de lo que la simple apariencia juzga y estas
líneas pretenden mostrar pruebas irrefragables en ese sentido.
Ramón Páez es uno de los hijos menores del General José Antonio Páez
Herrera, el Centauro de los Llanos, el Taita, General de Generales y Padre de
la República de Venezuela. Uno de los más importantes guerreros de nuestra
independencia, se cubrió de gloria en encuentros militares contra las huestes
imperiales españolas en los llanos apureños. Batallas conocidas por los
epónimos de los sitios de su ocurrencia, cubren, con la bruñida plata del
triunfo, a aquel prócer venezolano: El Yagual, las Queseras del Medio y
Mucuritas. Ramón y me atrevo a nombrarlo por su primer nombre, acaso porque lo
siento como un compatriota cercano, escribió, ya maduro, un libro
(originalmente escrito en idioma inglés en las postrimerías del siglo XIX) que
llevara por nombre “Escenas rústicas en
Sur América o La vida en los llanos de Venezuela”. En 1929, se tradujo y publicó la obra en Venezuela
bajo el nombre antes referido y gracias al escritor Francisco Izquierdo. Sobre el
texto, escribe Pedro Francisco Lizardo, el 21 de octubre de 1980:
“La obra que despertó la
curiosidad de los lectores de su tiempo, fue impresa por Charles Scriber,
vecino de Nueva York en 1862. El mismo personaje hizo una segunda edición seis
años más tarde en 1868, que sirvió (…) de base a la edición francesa, aun
cuando la versión europea salió bastante mutilada, como lo apunta el traductor
venezolano.”[1]
Jorge Abelardo Ramos, nace en Buenos Aires en 1921. En la presentación de
su obra titulada “Revolución y
contrarrevolución en la Argentina” el editorial se refiere a él como:
“De ascendencia judeo-austríaca,
criolla y alemana, (Ramos), fue profesor universitario, periodista, político,
editor y conferencista itinerante de todas las universidades latinoamericanas.
Dos veces candidato a presidente de su país, ejerció el cargo de embajador (…) ante
el gobierno mexicano. (…) se lo ha acreditado como uno de los ensayistas
argentinos más controvertidos y a la vez más leídos del siglo XX.”[2]
Nada más distante que establecer
conexiones entrambos autores como personas individuales; asincrónicos en el
tiempo, disímiles en orígenes culturales y nacionales; de artes y oficios
distantes, casi tan distantes como el tiempo y el espacio que los separa. Sin embargo,
sus descripciones del gaucho y el llanero del siglo XIX, son, lo menos,
sorprendentemente equivalentes. Posiblemente una mina para los geógrafos
humanos o para los sociólogos ambientalistas, es posible hallar en las
descripciones de ambos autores, el condicionamiento de la tierra sobre la forja
del carácter de sus pobladores. Es esta la feliz coincidencia de la que hablase
en un principio y estas líneas tienen por objeto señalarla al través de letras
de ambos, tal cual las escribieran. Vayamos pues al encuentro de los gauchos
argentinos y sus hermanos de pampa, los llaneros venezolanos.
La historia política fundacional de la República Argentina, se inicia con
el correspondiente baño de sangre vernácula, abluciones hechas con profusión en virtud de las contiendas
civiles que se suscitaran tras la pugna por el poder político. Como en
Venezuela, la lucha de los caudillos militares, generales de la gesta
emancipadora, por alcanzar sus respectivas cuotas de poder, ocasionó, mucho más
temprano en la Argentina pampera, el choque de los aceros y la explosión de los
cañones. Una combinación letal que parece haber afectado las aristocracias
históricas en los antiguos virreinatos españoles, entre las apetencias
económicas, políticas y sociales de las otrora “oligarquías criollas virreinales”, dueñas de una capitalidad
indiscutida e indiscutible y, por consecuencia, dueñas del poder luego de la
gesta, ya trocadas en “oligarquías
criollas patriotas”, y sus expresiones equivalentes en las localidades
provinciales de aquellas comarcas, detonaron la confrontación civil en más de
una ocasión y a lo largo de decenios.
Jorge Abelardo Ramos, acucioso investigador del proceso histórico-político
de Argentina, hace notar esas incidencias en los primeros capítulos de su obra.
El detonante de la confrontación civil en la Argentina republicana (o que al menos intenta serlo) radica en la disputa entre “federales” y “unionistas”, así como la pugna entre
caudillos porteños, mediterráneos y litorales. Amparándose en los contenidos
políticos del Federalismo y el Republicanismo, discursos políticos que esconden
intencionalidades de otra índole, provincias interioranas y la
provincia-metrópolis de Buenos Aires se enfrentan por la hegemonía del poder político.
Gran Bretaña, conspiración mediante (en virtud de sus intereses económicos mundiales
in crescendo, particularmente en la
región), hace enfrentar a los argentinos para tratar de ganarse el Río de la
Plata y sus ricas regiones circunvecinas, precisamente, gracias a la promoción
del “río revuelto”. La “pérfida Albión” también azuza al
Imperio Portugués, radicado entonces en Brasil, para apropiarse de extensiones
importantes al oriente de la nación que nace; el Imperio Lusitano funge como
aliado incondicional de los ingleses en aquellas regiones australes.
“El gauchaje”, como bien lo llama Ramos, termina siendo
singular personaje en las contiendas civiles. Las lanzas que expulsaron al
Imperio Español de aquellas tierras sureñas, terminan siendo hábiles
instrumentos para matarse entre sí, al servicio de los intereses de sus
naturales jefes militares; de las oligarquías regionales en formación; o de los
intereses británicos disfrazados de “independencia
regional” como en el caso de la Banda Oriental de Argentina, luego de la
desaparición forzada del General José Gervasio Artigas.
Describe Ramos al gaucho en los siguientes términos:
“Este hombre clásico de
nuestras llanuras será el héroe central de la historia argentina. Por
extensión, gaucho será desde las guerras civiles de todo nuestro criollaje, esa
aleación racial formada por el vástago español y de indio, cuando no indio
puro, que constituirá el tipo étnico fundamental del país, antes de
complementarse con la irrigación sanguínea de la vieja Europa.”[3]
De manera que para Ramos, el gaucho es un mestizo, “cuando no indio puro”, “hombre clásico” de la pampa, protagonista
esencial de la historia argentina y por ende de “…las guerras civiles de todo nuestro criollaje…”. Casi ciento
treinta años antes, Ramón Páez describe al llanero venezolano:
“El pueblo habitante de la
vasta región de los Llanos (…) no es otra cosa que una amalgama de las varias
razas que componen la actual población de la República. Son estas: los blancos,
descendientes de los colonos españoles; los aborígenes o indios; y un crecido
número de negros. Esta raza (…) está dotada de una admirable
constitución física para adaptarse y resistir fatigas, peligros y rudos
trabajos. (…) Desgraciadamente se presta con facilidad perturbar la paz,
estando siempre listo para meterse en el primer movimiento revolucionario
surgido entre compatriotas más inteligentes, con la esperanza de equiparse con
toda clase de armas, lanzas, trabucos y espadas.”[4]
Páez también lo deja claro, mediando entrambos una centuria previa: el
llanero es un mestizo, con una tercera parte indígena, cuando no indio o negro
puro, que constituye además “el pueblo
habitante de la vasta región de los llanos…”, presto, además, a hacer parte
de cualquier movimiento revolucionario, como de hecho ocurrió en la Venezuela
que discurre desde la Revolución de las Reformas (1835) hasta la Revolución
Libertadora (1902).
Páez pasa entonces a describir otras características del llanero. Se
explaya y escribe:
“Confinada en medio de
interminables y desoladas llanuras, dominio de bestias salvajes y reptiles
ponzoñosos, su descendencia ha tenido que combatir toda la vida, luchando, no
solamente contra los primitivos dueños de la tierra sino contra los mismos
Elementos de fiera grandeza. (…) A pesar de tan insegura existencia, el
batallar constante entre la vida y la muerte, entre la ruda inteligencia y la
materia, ejerce sobre el llanero una especie de fascinación… (…). El centauro
moderno de desoladas comarcas del Nuevo Mundo: el llanero, gasta su vida a
caballo, y éste lo acompaña en todas sus acciones y actividades. Nada más noble
para él que recorrer las llanuras sin límites; echado sobre su ardiente corcel
dominando los toros salvajes; o derribando sus enemigos.”[5]
Ramos nos dice entonces del gaucho, centuria y lustros de por medio, allá
en un futuro distante que Páez no podrá nunca conocer:
“El sol y la lluvia, los
animales cerriles y la holganza, el paisaje tremendo, la astucia derivada del
conflicto con la naturaleza, la desconfianza y el desprecio hacia la ciudad
febril y mercantil, la soledad, la fuerza y la destreza física que todo el
medio le imponía hicieron del gaucho un admirable ejemplar humano. Conoció al
caballo, libre como él, y lo hizo su lugarteniente, su camarada, su torre
vigía, su carro de combate. Inventó sus armas, heredó otras del indio salvaje y
se acopló a la naturaleza hostil hasta dominarla con una sabiduría que a los
civilizados pareció milagrosa.”[6]
La naturaleza hostil; las inclemencias del tiempo; el dominio de lo cerril;
la importancia cotidiana de las armas; el sentimiento incontenible de libertad;
llaneros y gauchos de ese tiempo, suerte de centauros de orígenes comunes, que
protagonizan su historia Patria de manera singular. Ambos hacen del caballo su “eterno camarada” con el cual recorren “la llanura sin límites”, como afirma
Páez, siendo el noble bruto para ellos, como dice Ramos, “lugarteniente y torre vigía”. No parece haber distinción entre
gaucho y llanero, entre llanero y gaucho: hijos de una misma tierra inhóspita y
salvaje, la doman como al potro que han de montar mañana.
Dice Ramos del gaucho que “…la
majestad del escenario y el ocio lo inclinaron a la meditación poética, al
proverbio y a la seducción de la música”[7],
mientras Páez parece ripostarle desde un pasado lejano y respecto del llanero
venezolano, cuando expresa que no es de extrañar que “…el poeta que vive más o menos en todos los llaneros, exclame al
perder su esposa y su caballo: Mi mujer y mi caballo, se me murieron a un
tiempo, ¡Que mujer, ni que demonio!, mi caballo es lo que siento…”[8], añadiendo
posteriormente, líneas más abajo, “Todos
los llaneros aman apasionadamente la música, y despliegan en ella gran talento,
y componen muchas lindas canciones de carácter nacional…”[9]
La poesía, la música y los afectos furtivos son compañeras de estos
indómitos personajes. Guerreros feroces por naturaleza, acunan al propio tiempo
sentimientos de particular ternura hacia la mujer, los caballos y su pampa
querida. Reciedumbre y fortaleza, comparten lugar con los sentimientos más
hondos.
Pero finalmente quien sorprende es Ramón Páez, con este conjunto de juicios
de valor de un sorprendente valor histórico social:
“La vida del llanero, como
la de su prototipo el gaucho, es singularmente interesante y recuerda en muchos
aspectos la de las que como él habitan en el centro de extensas planicies. Se
lo ha comparado con los cosacos y los árabes con quienes tienen muchos puntos
de contacto, pero, más se parecen a los segundos.”[10]
Dos seres esenciales, inmanentes a la historia patria de dos pueblos
distantes, pero habitantes de un mismo continente, hermanados por la misma
tierra, las mismas soledades y los mismos apremios: el gaucho argentino y el llanero venezolano. Instrumentos eficaces
en la lucha política, primero para independizarse del Imperio Español y luego
para remover y entronizar jefes, gamonales, oligarcas o partidos. Desaparecidos
de forma pero jamás de fondo, siguen cabalgando en cuerpo y alma, sobre sus
briosos caballos, las planicies que un día domeñasen con amplitud. Dos visiones
separadas por tiempo y espacio que se encontraron en sus personalidades, la de
Ramón Páez, llanero venezolano, de y en la segunda mitad del siglo XIX; Jorge
Abelardo Ramos, argentino porteño del siglo XX, académico, periodista y
político; el otro, el venezolano, comerciante, hacendado y periodista, hijo de
uno de los más grandes próceres de la gesta emancipadora venezolana, también
parido sobre la misma tierra llanera. Singulares visiones de una herencia común
que nos une como pueblos hispanoamericanos y que vemos reflejadas en sus
expresiones escritas. Dios nos guarde como tierras y Dios guarde para siempre
nuestras propias herencias culturales. En la sombra del horizonte infinito de
la pampa, va el gaucho argentino sobre su caballo, cabalgando junto al llanero
venezolano; las sombras de sus lanzas se recortan en la luz crepuscular; ambos cantan
y versean, llevando en sus estrofas la fuerza incontenible de la libertad. ¡¡Viva la Patria!!
[1] Páez, Ramón; La vida en los llanos de
Venezuela. CENTAURO. Caracas, 1980. Pág.5
[2] Ramos, Jorge Abelardo; Revolución y
contrarrevolución en Argentina. Tomo I. DISTAL. Buenos Aires, 1999.
Contraportada.
[3] Ramos…Op.Cit…Pág.28
[4] Páez…Op.Cit…Pág.53 y 56
[5] Páez…Idem…Pág.54.
[6] Ramos…Ibid…Pág.28
[7] Ramos…Ibid…Pág.28
[8] Páez…Ibid…Pág.54
[9] Páez…Ibid…Pág.118
[10] Páez…Ibid…Pág.55