En biografía que escribiese el Doctor Antonio García
Ponce, de mí siempre admirado y dilecto general Isaías Medina Angarita, corre
inserta una anécdota que podríamos calificar de “curiosidad histórica” muy propia además de nuestros Andes
venezolanos y en la que se sirven cruzar tres caminos vivenciales, con acaso
poca o ninguna relación original, salvo los avatares de nuestras propias
guerras civiles decimonónicas, bautizadas con altisonancia como “Revoluciones”. El 29 de septiembre de 1870, en plena ocurrencia de
la “Revolución Azul”, el general José
Escolástico Andrade, viejo prócer de la independencia, conservador sin cortapisas, zuliano por nacimiento y merideño por adopción, se apresta a defender con 500 “azules de armas tomar” los predios históricos libertarios de la
ciudad de Trujillo.
Como atacantes y enviados por el “curioso” general Matías Salazar, jefe
del Ejército Federal, quien así lo ha ordenado al jefe regional, general Rafael
Daboín, van dos líderes militares al mando de 1.500 liberales amarillos,
reputados además de “guzmancistas” al
mejor estilo de aquellos “liberales de
Antonio”. Son el general José Rosendo Medina y el coronel Manuel María
Contreras, el primero coriano y el segundo caraqueño, pero arraigados en la
región andina, siendo prolíficos fundadores de familias, ambos en la ciudad de
San Cristóbal y regiones circunvecinas. Las señoras, hijas e hijos de ambos oficiales,
son descendientes directos de antañonas familias locales, nacidas y radicadas
bastante tiempo atrás, en esos corredores andinos, cornucopia de costumbres,
arrestos y arreos militares. En encarnizado combate defiende el general Andrade
la plaza y atacan con furia los jefes Medina y Contreras; derrotados al fin,
los “azules” defensores rinden la
plaza, no sin antes cubrirse de la gloria que otorgan el coraje, el arrojo y la
valentía, además de la sangre inútil que de costumbre las acompañan.
El combate en referencia sería otro más en la larga
historia venezolana del siglo XIX, plétora de revoluciones, reyertas y
alzamientos armados, pero resulta que allí, casualmente, coinciden sin
esperarlo y como ya señaláramos en líneas previas, los generales Medina y
Andrade, así como el coronel Contreras: el primero, padre del general Ignacio
Andrade, quien será Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, entre 1897 y
1899, esto es 27 años más tarde. El coronel Manuel María Contreras, será el
padre del general Eleazar López Contreras, quien también ejercerá como
Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, entre los años 1936 y 1940, 66
años en el futuro de aquella mañana trujillana. Y, finalmente, “last but not least”, el general José
Rosendo Medina, quien será el padre del también general Isaías Medina Angarita,
71 años en el horizonte histórico de aquella acción de armas, Presidente de los
Estados Unidos de Venezuela, como apenas atrás indicásemos, entre los años 1941
y 1945. Tres combatientes de altura, quienes posiblemente jamás hubiesen
llegado a imaginar en vida, a alguno de sus hijos siendo Primer Mandatario Nacional de
y en aquella patria criolla, “la mismita”
que tanto amara el principal de sus señeros guías tanto en el pensamiento como
en la acción cotidiana: Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios
y Ponte.
Andrade, Contreras y Medina no llegarán a ver a
aquellos niños crecer: los tres morirán antes, en combates diversos en aquellas
montañas, acaecidos a lo largo de nuestras guerras intestinas. A resultas de su
desaparición física, los muchachos serán levantados y educados por padres
putativos, en las personas de tíos, hermanos mayores, padrinos o denodadas y
sacrificadas madres, como resulta lógico suponer, en este viejo matriarcado que
fue, ha sido y será nuestra patria. No en balde su nombre, el nombre como la
distinguimos tanto propios como extraños, cuadra más como nombre de mujer: VENEZUELA…...Siempre sola, desamparada y
esperando inútilmente, pero jamás flaqueando en su dura lucha cotidiana por levantar
su prole en abandono, fuese voluntario o no… ¡Viva mi Patria querida!