24 de febrero de 2017

Historia de un intento. Peripecias sobre la construcción de un “ideal de país”.

En fecha reciente tuvimos la oportunidad de mirar en televisión una entrevista que le hiciese el Licenciado Pedro Penzini López (Globovisión) a la Señora Cipriana Ramos, presidenta del organismo empresarial que lleva por nombre CONSECOMERCIO, institución que agremia a un nutrido sector de empresarios del comercio de bienes y servicios en Venezuela. A una pregunta que le formulase el Licenciado Penzini respecto de un libro que portase la entrevistada, la Sra. Ramos le indicó se trataba de un texto publicado por FEDECAMARAS, otro organismo venezolano de agremiación empresarial, en el año 1993 y donde señalase algo que para ella resultaba en particular novedoso: “la coincidencia nacional en torno a un ideal común de progreso y, por ende, de país”.

Decía la Sra. Ramos, además y en torno a esta “novedosa concepción de su organismo empresarial hermano”, que era eso lo que nos hacía falta en estos tiempos que corren y que ella se había enterado, gracias al texto en referencia, que en la Venezuela de 1958, aquella que se asomaba a la democracia representativa, se había vivido un momento crucial “… en el que empresarios, líderes de múltiples sectores, obreros, políticos y Fuerzas Armadas…” se habían puesto de acuerdo para “…echar hacia adelante al país…”. El entrevistador “la acompañó en el sentimiento” y aquello quedó como si jamás en Venezuela se hubiesen hecho formulaciones equivalentes y desde una óptica, también equivalente, de concertación cívica.

Este artículo está dedicado a la Sra. Ramos, al Licenciado Penzini, a todos los venezolanos que se acerquen hasta este predio virtual y a todos aquellos quienes, aquende o allende nuestros mares, desconocedores además de nuestra historia, pensasen que las formulaciones por un país mejor y aglutinadas en torno a una concepción común, solo existiesen en la segunda mitad del siglo XX, bajo el amparo y por auspicio de la Democracia de Partidos. Daremos varios ejemplos apenas constreñidos a la primera mitad del Siglo XX, sin tocar las veces que en nuestra historia republicana anterior a ese período, innúmeros venezolanos de distintos gremios, pensamientos o actividades, hiciesen en sus tiempos históricos respectivos.

Iniciamos nuestro artículo con una cita textual del discurso que el General Juan Vicente Gómez Chacón, dirigiese al Congreso de la República en la oportunidad de su instalación, en el año de 1909. Decía entonces el General Gómez:

“Hace algún tiempo que nuestra Patria oscila entre dos extremos: la tiranía oficial y la intolerancia de los partidos políticos. Esos extremos nos han llevado siempre a la muerte de las libertades, a la guerra civil, y a la desolación de la República: males terribles que pueden curarse radicalmente en el actual momento histórico...(…) A ustedes tocará la envidiable dicha de extinguir para siempre las guerras civiles, de crear la atmósfera de la tolerancia, de fundar el respeto entre los partidos, de acrecentar el buen trato entre los hombres, de robustecer el imperio de la ley, de abrir corrientes del trabajo, de impulsar las productoras industrias, de guiar a la prensa periódica por derroteros de luz y de llevar, en fin, a Venezuela a igualarse con sus hermanas del Continente en vida civilizada y progresos de todo linaje.”[1]




[1] Salazar Martínez, Francisco; Tiempo de Compadres. LIBRERÍA PIÑANGO. Caracas, 1971.Págs.156 y 157
Sí, ciertamente, se trata del General Gómez quien se asoma al poder absoluto, luego de que apenas, en diciembre del año anterior, depusiese el gobierno de su compadre General Cipriano Castro con un golpe sagaz, rápido e incruento. Y expresa en su discurso los principios de un “ideal común de nación” donde existan “tolerancia, respeto entre los partidos, buen trato entre los hombres bajo el imperio de la ley” además de “productoras industrias” con una prensa guiada “por derroteros de luz” para llevar finalmente a Venezuela “…a igualarse con sus hermanas del Continente en vida civilizada y progresos de todo linaje”. Así parecía pensar el General Gómez, al menos en 1909 y este párrafo de su discurso, deja delineada la Venezuela meta a la que apuntaran luego, con el correr de los años, los intelectuales positivistas que lo acompañarán.

Lamentablemente, luego del año 14, se acabó la tolerancia, la aceptación de los partidos y el único “imperio de la ley” que superara al discurso, lo termina constituyendo aquel del General Gómez: “o estás conmigo o contra mí”. Buena parte de la corrección de ese rumbo inicial, se lo dio la pasmosa realidad del poder. Pero, para 1930, Venezuela no tenía deuda externa, se habían echado las bases de un modesto sector comercial y el país, luego de un siglo de guerras, a pesar del incidente del Falke (1929) y el pírrico alzamiento militar del Cuartel San Carlos (1928), estaba totalmente en paz. Ergástula, espaldero, espía, tortol, grillete  e informante pagado mediante, pero en paz.

Veintiún años más tarde, en 1930, el Doctor Alberto Adriani, el primer economista de la modernidad venezolana, escribía: “Debemos constituirnos, si nos es permitido ese lenguaje, para tener población (…) para ver ricos y opulentos nuestros Estados (…) La Patria nos agradecería que encontráramos- y nuestro deber es buscarlas- las vías seguras de su prosperidad…”. Carecería de relevancia aquella cita del Doctor Adriani (en tanto  simple intencionalidad discursiva de un intelectual ), si no fuese porque en 1936, el propio General Eleazar López Contreras, Presidente de la República, le designase Ministro de Agricultura y Cría, cartera ministerial que por cierto fundase el mismo Doctor Adriani y del que surgiese un semanario sobre temas económicos bautizado como “El Agricultor Venezolano”, publicación periódica que por su estatura técnica y el prestigio de su “editor”, contase con la colaboración de Rómulo Betancourt, para entonces enemigo jurado del gobierno. 

Adriani, junto al Doctor Manuel Egaña, también fue redactor del Plan de Febrero de 1936, instrumento rector para la reconducción del país que se proponía poner en práctica el General López Contreras para resolver, de la manera más expedita posible, los ingentes problemas nacionales y en el cual se establecían las líneas maestras para mejorar, entre otras asignaciones pendientes, la salubridad, la educación, la producción nacional, en particular aquella relativa a la industria agropecuaria y nuestras relaciones con la industria petrolera foránea. Desafortunadamente, Adriani fallece en condiciones muy extrañas: el 10 de agosto de 1936 es hallado muerto en su habitación, sin existir causa aparente para su deceso.

El General López hace un llamado a la nación para nuclearse en torno al gobierno que preside, a los fines de “hacer avanzar a la Patria por un camino seguro” invocando su confianza en torno a una “idea común”:

“Cada uno de vosotros, así sea el más humilde o el extraviado por pasiones políticas, tiene que confiar en esa palabra porque mi fe, jamás vacilante, en los destinos de la República y mi honor militar, la garantizan. (…) Considero un deber en mi Gobierno pedir esa colaboración amplia, y aún como ineludible obligación, pues, de conformidad con las ideas del Libertador, los hombres honrados, útiles y de mayor capacidad deben ser obligados a servir a la Causa Pública.”[2]




[1] Olavarría, Jorge; Un enigma llamado Gómez. FUNDACIÓN OLAVARRIA. Caracas, 2002. Pág.884.

La “Causa Pública”, “…los destinos de la República…”, “…la colaboración amplia…” son actos de habla que invocan la necesidad de “nuclearse” en torno a un ideal común de país y al que apuntará más tarde el Plan de Febrero. La realidad política también golpeó a López y no obstante alcanzar algunos logros en materia económica y social, los avatares derivados de y por la conservación del poder, consumieron en buena medida su mandato.

Electo Presidente Constitucional de la República el General Isaías Medina Angarita, se inicia una tumultuosa gestión de gobierno que discurre entre 1941 y 1945. Paradójicamente, es durante el gobierno del General Medina dónde se produce, luego de casi cincuenta años, la primera gran apertura política nacional, haciendo militante “la tolerancia” de la que hablase Gómez treinta seis años antes. Como consecuencia de esa apertura, el 13 de septiembre de 1941, un grupo de venezolanos, liderados por Rómulo Betancourt, funda el partido Acción Democrática, autodenominado “el partido del Pueblo”, organización política que deviene de la oposición más acérrima a los gobiernos predecesores de Medina. En ese acto fundacional, declama Betancourt ante la población que lo escucha entre vítores y aplausos:

“Consumir lo que producimos y empeñarnos en producir cada vez más (…) para hacer producir la tierra, se necesita de la tierra. Y tierra está necesitando y esperando este pueblo (…)… se ha acentuado la decadencia de nuestra producción agrícola y pecuaria (…) Que tengamos orgullo en andar vestidos con la tela que fabricó la mano de obra nacional en la empresa textil de capital nacional; de curarnos con la medicina que elaboró en los laboratorios nacionales, el técnico nacional; de construir nuestras casas con las maderas que aserraron, en las montañas venezolanas, los peones de Venezuela.”[3]

“Consumir lo que producimos”, “empeñarnos en producir más”, “tierra para el pueblo” son actos de habla que denotan gráficamente una intencionalidad que apunta a un “ideal de país” independiente y autoabastecido, numen de nación que se consolida con el siguiente conjunto de actos de habla “orgullo en andar vestidos con la tela que fabricó la mano de obra nacional en la empresa textil de capital nacional”, proposición inequívoca acerca de la existencia de una industria textil propia, que no solo fabrique lo que necesitemos, sino que sirva de fuente de empleo para los propios venezolanos; voluntad que se hace patente en la siguiente construcción discursiva “…curarnos con la medicina que elaboró en los laboratorios nacionales, el técnico nacional…” lo que sugiere la creación de una industria farmacéutica nacional; y que culmina con la construcción de nuestras casas “…con las maderas que aserraron, en las montañas venezolanas, los peones de Venezuela…”, sugiriendo así el establecimiento de una importante industria maderera, que sirva a su vez de apoyo a una pujante industria nacional de la construcción. De todo lo anterior, es indiscutible la presentación de una “propuesta de país” nucleado en torno a un ideal: “el progreso nacional”.

La propuesta que hiciese Betancourt en el acto fundacional de AD, la reitera, una vez más paradójicamente, el General Isaías Medina Angarita, en acto público realizado en Maracaibo, el 14 de noviembre de 1942, ante un auditórium de obreros petroleros y sus dirigentes sindicales. Dice allí el General Medina:

“…es necesario producir lo que consumimos; vayamos a la tierra, que ella pródigamente retribuye nuestro trabajo, volvamos al campo con cariño, que sus frutos colmarán nuestros mercados, cuidemos y mejoremos nuestros ganados para lograr que la carne sea de nuevo producto de exportación, aprovechemos esa gran riqueza nuestra que animadamente vive en nuestros ríos, en nuestros mares, a fin de que por el trabajo de los hombres de la costa, el pescado nuestro vaya pregonando por los mercados extraños la laboriosidad venezolana; vistamos nuestras telas, aprovechemos los productos de nuestra naciente industria y sintamos noble orgullo de todo lo que sea venezolano.”[1]




[1] Academia Nacional de la Historia. Textos Históricos.  Recuperado de internet en http://www.anhvenezuela.org/
Una vez más, ahora mediante el verbo del General Medina, Presidente de la República en funciones y de quien Betancourt, cada vez que se le ofreciese, despotricase impenitentemente de su gestión, se delinea una intención de país. “Producir lo que consumismos”; “volver a la tierra”; “productos nuestros colmando los mercados”; “la carne como producto de exportación merced del cuido de nuestros ganados”; “la prosperidad derivada de la riqueza nacional”; todos actos de habla que sugieren un ideal de nación, signada por la prosperidad colectiva, para concluir en una sentencia sorprendentemente equivalente: “sintamos noble orgullo de todo lo que sea venezolano”.

No obstante estar de acuerdo en un “ideal de país” equivalente, según sugieren ambos discursos, el 18 de octubre de 1945 se produce una rebelión militar que conduce a la renuncia del General Medina Angarita y a la ascensión de Rómulo Betancourt a la Primera Magistratura Nacional, virtud de la acción de armas y por ofrecimiento previo de quienes conducen el golpe. En los prolegómenos, los oficiales del Ejército que conducen la rebelión, han creado una logia castrense que lleva por nombre Unión Militar Patriótica. En el acta de juramentación que exigen firmar los líderes del movimiento para hacer parte de la UMP, los oficiales declaran:

“Los suscritos, Oficiales del Ejército, compenetrados con la necesidad en que se encuentra el país de renovar sus instituciones y métodos de Gobierno, introduciendo en ellos normas y hombres que con sentido de verdadero patriotismo y decencia política, hagan efectivo el progreso de la Nación, llevándola a ocupar un puesto de avanzada a que tiene derecho por su pasado glorioso; convencidos de que ya es hora de acabar para siempre con la incompetencia, el peculado y la mala fe que presiden los actos de nuestros gobiernos…”[5]

“El progreso de la nación”; “… ocupar un puesto de avanzada…”; “…renovar instituciones y métodos de Gobierno, introduciendo en ellos normas y hombres que con sentido de verdadero patriotismo y decencia política hagan efectivo el progreso de la Nación”; “…la incompetencia, el  peculado y la mala fe…” actos de habla que sugieren que (no obstante la intención que el General Gómez expresase en 1909, López Contreras hiciera material en el Plan de Febrero de 1936, expresase Medina en su discurso del 14 de noviembre de 1942, además de hacerla material en los logros alcanzados), se requiere una acción de fuerza por no haber sido suficiente la gestión de los gobiernos previos para cumplimentar ese “ideal de país” al que parecen apuntar quienes ahora reclaman el papel protagónico en el poder. Y esa sensación colectiva parece quedar de manifiesto con la amplia adhesión que recibe el gobierno de facto, ahora autodenominado “revolucionario”. Según hace saber Jesús Ramón Avendaño Lugo:

“La recién creada Federación de Cámaras de Comercio y Producción (…) – que aglutina los nuevos sectores patronales – da su respaldo al gobierno de la Junta. Desde el primer momento el resto de los partidos políticos la reconocen, de la misma forma los gremios profesionales, sindicatos, prensa, estudiantes, banca y el sector industrial, acuden a ofrecer su ayuda al gobierno. Los comunistas – antiguos colaboradores de Medina – un poco sorprendidos porque esperaban un golpe militar de derecha - declaran su apoyo a los avances progresistas.”[6]

Ahora barruntan que “sí”. A juzgar por la adhesión que recibe la Junta, “todos parecen estar de acuerdo” que con estos nuevos personeros en el poder político, si es posible alcanzar el ideal de nación que se ha manifestado con reiteración previamente y en el que se han concertado “todos los intereses”.

Esa intencionalidad queda manifestada expresamente el 30 de octubre de 1945, cuando el flamante Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Rómulo Betancourt Bello, se dirige al país para expresar:

“Sembrar el petróleo fue la palabra de orden escrita, demagógicamente en las banderas del régimen. Nosotros comenzaremos a sembrar el petróleo. En créditos baratos y a largo plazo, haremos desaguar hacia la industria, la agricultura y la cría, una apreciable parte de esos millones de bolívares esterilizados, como superávit fiscal no utilizados, en las cajas de la Tesorería Nacional.”[7]

En franca alusión a la frase que hiciese famosa el Secretario General del partido depuesto, quien fungiese además como ministro del gobierno renunciante y figura eminente de aquel (Doctor Arturo Uslar Pietri), Betancourt afirma que ellos “sí comenzaran a sembrar el petróleo” y lo harán en forma de “créditos baratos” que harán “desaguar hacia la industria” así como hacia la “agricultura y la cría”, invirtiendo el superávit financiero que duerme el sueño de los justos en la Tesorería Nacional. De modo que el “ideal de país” en progreso continuo que tanto se ha soñado hasta ahora, “sí, ahora sí”, será posible hacerlo realidad.

Tres años más tarde, concretamente el 14 de junio de 1948, el Doctor Arturo Uslar Pietri, el mismo citado con sorna por Betancourt, treinta y seis meses antes, escribe en el diario El Nacional y desde el exilio respecto de la gestión del Gobierno Revolucionario:

“Mucha gente sencilla, o reaccionaria, piensa que el Gobierno no gobierna o que los gobernados no acatan. Que todo parece ir a la buena de Dios sin rumbo ni concierto. (…) Lo que la gente advierte que falta es un rumbo. Es que sienten vagamente como si el país estuviera dando vueltas en un círculo vicioso del que no pudiera desprenderse. (…) El país está viviendo horas de mortal peligro. Si no se hace un grande y sincero esfuerzo por restablecer el verdadero rumbo, por hallar el camino, por ganar el tiempo, por organizarse efectivamente para el porvenir, resbalaremos ciegos, unos engolosinados en su festín y otros amurallados en sus rencores, a la ruina y a la desintegración.”[8]

 Con apenas tres años de horizonte, estos juicios de valor hechos por el Doctor Uslar reflejan todo lo contrario a lo que se pensaba en octubre de 1945. “El gobierno no gobierna”; “los gobernados no acatan”; “la gente advierte la falta de rumbo”; “sienten que el país estuviese dando vueltas en un círculo vicioso”; se están “viviendo horas de mortal peligro”, son todos actos de habla que desdicen de la esperanza inicial, incluso viniendo de quien vienen porque, al final de tan lapidario párrafo, el Doctor Uslar no culpa solo al sector gubernamental, porque advierte que “si no se hace un grande y sincero esfuerzo por restablecer el verdadero rumbo, por hallar el camino, por ganar el tiempo, por organizarse efectivamente para el porvenir, resbalaremos ciegos, unos engolosinados en su festín y otros amurallados en sus rencores, a la ruina y a la desintegración.” De modo que no son únicamente los que prometieron el “ideal de nación”, sino también los que hicieron comunión con ellos en la realización de ese ideal y que, en un momento dado, aparentemente “desistieron de sus adhesiones”  al percibir la traición de ese  “ideal de nación”.

El 28 de agosto de 1948, Edmundo Suegart, director del periódico El Heraldo, le arrequinta al Gobierno Revolucionario este encendido editorial, al señalar también desviaciones del “ideal común” , representadas en los desaguisados de la gestión pública:

“Las manifestaciones concretas de esto la tenemos en la paralización de nuestra evolución industrial, en el agotamiento de nuestras actividades agropecuarias, en la sensación de inestabilidad que respira nuestro comercio, en la insatisfacción que cruza a los medios obreros, en la creciente inflación que agobia al país, en el desorden administrativo reinante, en la ineficacia de los servicios públicos que antes fueron regulares y en todos estos elementos imponderables que integran la fisonomía política y moral de Venezuela hoy.”[9]

Suegart es un viejo enemigo de la Junta, pero en particular de AD. Al haber publicado una carta en 1946 de un connotado enemigo del gobierno, le suspenden el diario y lo hacen preso. Jura venganza y desde que es restituido a sus funciones y permitida de nuevo la libre circulación de su diario, se convierte en vocero contumaz de la enemistad hacia la Junta, pero en particular hacia Betancourt y su partido. Sin embargo, los señalamientos son concretos y los actos de habla se hacen eco de una apreciación general que se escucha en los más variados ambientes del país, por lo menos del país “que lee y escribe”: “la paralización de nuestra evolución industrial”; “el agotamiento de nuestras actividades agropecuarias”; “la sensación de inestabilidad que respira nuestro comercio”; “la insatisfacción que cruza a los medios obreros”; “la creciente inflación que agobia al país”; “el desorden administrativo reinante”; “la ineficacia de los servicios públicos”. Suegart no deja resquicio alguno y este editorial es apenas uno de los cinco que dedica con exclusividad al denuesto sistemático del “Gobierno Revolucionario”. Atrás parecen haber quedado los ofrecimientos y la búsqueda de ese “ideal común” de país. Suegart parece decir: “estamos otra vez en la ruina”.

Y no obstante haber casi duplicado el ingreso petrolero y decuplicado el esfuerzo en materia de inversión pública, estos tampoco son los “elegidos” para el “cambio indispensable”, a pesar de culminar siendo efectivamente “elegidos por el pueblo” luego de cumplidos, en sana paz, un par de procesos electorales, directos, universales y secretos, además por vez primera en Venezuela, y dónde resultan favorecidos con el “clamor popular”, al ser inequívocamente triunfadores en ambas contiendas. El 24 de noviembre de 1948, a escasos tres meses de los editoriales de Suegart y cinco de la carta de Uslar, el Ejército dispone del gobierno, derrocando al Presidente Constitucional de la República, Rómulo Gallegos Freire. En el país no pasa literalmente nada y de nuevo “todos los intereses coinciden” en esta “aséptica eliminación física” del gobierno en funciones. El “ideal de país” parece imponerlo.

Sobre esta acción expedita, hace saber el Alto Mando Militar en el comunicado que dirige a la nación, distinguido como N°6:

“El partido Acción Democrática continuó (…) los vicios políticos que caracterizaron a los anteriores gobiernos, aprovechándose seguidamente del poder para su propio beneficio, implantando el sectarismo político, manteniendo una agitación permanente y trayendo el desbarajuste total de la República. (…) Lograda definitivamente la posesión integral del Poder Civil por Acción Democrática, la fracción extremista que ha controlado dicho Partido inició una serie de maniobras tendientes a dominar también a las Fuerzas Armadas Nacionales, tratando de sembrar entre ellas la discordia y la desunión. (…) Los extremistas de Acción Democrática vieron la oportunidad de cumplir sus designios, increpando a las Fuerzas Armadas de una crisis artificial. (…) Esta situación obligó a  las Fuerzas Armadas a asumir el control de la República.”[10]

El “culpable” ahora no viste uniforme militar, ni se ampara bajo aparentes arrestos de “civilidad democrática”, ahora el “culpable” es el partido Acción Democrática. Una entidad política que como colectivo, fuera presa de “los vicios políticos que caracterizaron a los anteriores gobiernos”, de paso “aprovechándose seguidamente del poder para su propio beneficio, implantando el sectarismo político, manteniendo una agitación permanente y trayendo el desbarajuste total de la República…”

El Alto Mando Militar define como culpable a “la fracción extremista de AD”, que ha intentado desunir y dominar a las Fuerzas Armadas, pretendiendo, al propiciar una “crisis artificial”, lograr finalmente su cometido. Y estos neo salvadores “de cuartel”,  fieles centuriones del “ideal de país” tuvieron que cumplir con el obligante deber de su preservación. La peripecia de crear un ideal común, exige sacrificios ejemplares.

El 1° de enero de 1949, con ocasión de la salutación de inicios de año, que hace el Gobierno Nacional a toda la colectividad venezolana, el señor Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud, Presidente de la Junta Militar de Gobierno, hace saber la intencionalidad de lo que ahora él identifica como “Movimiento de Noviembre”, dejando implícito el fallecimiento definitivo de la “Revolución de Octubre”:

“El movimiento de noviembre constituye una reacción sana de  la vitalidad del país contra la exageración y la demagogia de una secta política, nunca un retroceso frente a las reformas que en nuestra legislación y en nuestra realidad, hemos venido conquistando desde 1936. La protección de los intereses económicos y del individuo, la vigencia de nuestra avanzada legislación social, se cumplen sin menoscabo de la dignidad de los ciudadanos y son expresión de confianza en que no se prepara un nuevo despotismo.”[11]

Según el Comandante Delgado, el movimiento militar de noviembre no es una acción exclusiva del Alto Mando Militar; se trata más bien de “una reacción sana de  la vitalidad del país contra la exageración y la demagogia de una secta política”, ratificando así la culpabilidad de una colectividad partidaria con fines de poder, en la promoción de múltiples obstáculos, originados en su comportamiento tumultuario y que hacían imposible avanzar hacia ese “ideal de país deseado por toda la colectividad venezolana”. Y ratifica que bajo ninguna circunstancia tal movimiento significa  “…retroceso frente a las reformas que en nuestra legislación y en nuestra realidad, hemos venido conquistando desde 1936…”, lo cual coloca a esta nueva juventud militar como protagonista indirecta de esa “conquistas” en las que, definitivamente, no han tomado parte alguna: o no estaban en el país o eran unos mozalbetes dedicados con exclusividad a sus iniciales deberes militares profesionales. Pero la turbamulta  y su aplaque, justifican cualquier protagonismo, por vulgarmente artificioso que parezca. Y ahora “devueltos a la verdadera senda hacia el ideal de país” con la garantía del respeto hacia “la dignidad de los ciudadanos”, queda claro que estos nuevos “salvadores de gorra y sable” no dirigen al país hacia “un nuevo despotismo”. La experiencia demostrará lo contrario para los venezolanos que los adversen.

El Comandante Delgado Chalbaud no verá concretarse ese “ideal de país”. El 13 de noviembre de 1950 es asesinado en Caracas, en circunstancias aún misteriosas en tanto su autoría intelectual pero clarísimas con respecto a su autoría material. Antes de su muerte, su compañero de Junta Militar, el Teniente Coronel Marcos Pérez Jiménez, en conferencia que dictase a los gobernadores de los estados de la República de Venezuela, el 13 de marzo de 1949, hace saber:

“Debemos admitir que nos ha faltado ese elemento fundamental en la vida de los pueblos que consiste en la formulación clara y precisa de un ideal nacional, capaz de obligarnos a un acuerdo de voluntades para su plena realización. Ese ideal (…) comporta dos formas fundamentales de enunciación colectiva: de un lado el aprovechamiento de nuestro acervo histórico como manantial de valores morales, y del otro, la utilización adecuada de los recursos naturales del país para mejorar la suerte de los venezolanos actuales, especialmente de los menos favorecidos y legar a las generaciones futuras una patria más próspera.” [12]

El Comandante Pérez Jiménez hace manifestación precisa de la necesidad de un “ideal nacional” y como él manifiesta “…capaz de obligarnos a un acuerdo de voluntades para su plena realización…”. Pero resulta que ya se viene caminando sobre ese “ideal nacional” tal cual él mismo lo define, esto es, “la utilización adecuada de los recursos naturales del país para mejorar la suerte de los venezolanos”, así lo han hecho el General López Contreras, el General Medina Angarita y Rómulo Betancourt, junto a sus adecos del malhadado trienio 45-48. Todos, en menor o mayor medida, han utilizado “los recursos naturales del país” para mejorar la situación de los venezolanos, en particular, de los más necesitados. De lo que no han echado mano suficientemente es “del aprovechamiento de nuestro acervo histórico como manantial de valores morales”, todo lo contrario, una nutrida concurrencia al convite del poder, le ha metido mano al erario público “cual lo hiciera con camaza en tonel de chicha andina”.

Tras el asesinato del  Comandante Delgado, lo sustituye el Doctor Germán Suárez Flamerich, quien queda en esta historia como el tonto del capirote, al proferir el conjunto de actos de habla que transcribimos sin comentario alguno y en la vecindad de un proceso electoral para la escogencia de una Asamblea Nacional Constituyente, que habría de resolver el problema de la sucesión presidencial, en suspenso desde el derrocamiento del Presidente Gallegos. Dirá Suárez:

“Os prometo solemnemente, a nombre del Gobierno de la República, que vuestra voluntad será respetada, e invoco de nuevo a Dios Todopoderoso para incitarlos a que meditéis en la inmensa responsabilidad de vuestra decisión…”[13]

La “voluntad” no fue respetada, aduciendo un “fraude electoral” que los contendores en el gobierno, les adjudican a los ganadores en el proceso electoral, por cierto su oposición política aún legalizada (¡!). Gracias a un artilugio jurídico urdido por el Doctor Laureano Vallenilla Planchart (según él mismo afirmara años más tarde, en una narración por demás dramática) las Fuerzas Armadas “reciben” la renuncia de la Junta de Gobierno, menos la de Pérez Jiménez, quien es nombrado Presidente Provisional de la República hasta tanto la Asamblea Nacional Constituyente determine las condiciones en las que habrá de elegirse un Presidente Constitucional.

Los diputados de la “oposición formal” son obligados a punta de billete o de pistola a “declinar” de sus cargos, siendo sustituidos por “parlamentarios legítimos” y el 17 de abril de 1953, el señor Coronel Marcos Evangelista Pérez Jiménez es proclamado Presidente Constitucional de la República de Venezuela, por la “legítima” Asamblea Nacional Constituyente y con arreglo a la Constitución Nacional reformada y sancionada por ese mismo cuerpo legislativo. Se pone en marcha, ahora sí, sí, sí, una vez más sí, el “ideal de país”; de hecho, lo bautizan como “Nuevo Ideal Nacional”.

En su discurso de toma de posesión, el nuevo Presidente Constitucional de la República de Venezuela, da a conocer la naturaleza de su “Nuevo Ideal Nacional”:
“Una nación que aspire a ocupar un sitio prominente y un gobierno digno de tal aspiración han de señalarse grandes objetivos, dedicarle plenamente energías y aptitudes, e inspirarse en un ideal nacional de claros delineamientos, que en nuestro caso se sintetiza en la transformación del medio físico y el mejoramientos de las condiciones morales, intelectuales y materiales de los venezolanos. Nuestro nuevo ideal nacional basta de por sí para justificar la creación de una mística que constituya el común denominador espiritual de los venezolanos en la tarea cimera de engrandecer la Patria.” [14]

Profiere Pérez Jiménez este inicial acto de habla y en este párrafo de su discurso: “Una nación que aspire a ocupar un sitio prominente…”. Cuarenta y cuatro años antes, decía el General Gómez respecto del ideal de nación que aspiraba para Venezuela  “…igualarse con sus hermanas del Continente en vida civilizada y progresos de todo linaje…”; ambos comparten la visión de una Patria próspera que ocupe un lugar prominente en vida civilizada.

Continua Pérez Jiménez “…un gobierno digno de tal aspiración han de señalarse grandes objetivos, dedicarle plenamente energías…”; planteaba el General Gómez como grandes objetivos “…robustecer el imperio de la ley, abrir corrientes del trabajo, impulsar las productoras industrias…” y afirmaba el General López Contreras, apenas a diecisiete años de esta toma de posesión “…los hombres honrados, útiles y de mayor capacidad deben ser obligados a servir a la Causa Pública…”  y una sensación compartida entre ambos Presidentes: solo así es posible un Gobierno digno.

Y concluye Pérez Jiménez que “la nación prominente” y “el gobierno digno de ella” deben “…inspirarse en un ideal nacional de claros delineamientos, que en nuestro caso se sintetiza en la transformación del medio físico y el mejoramientos de las condiciones morales, intelectuales y materiales de los venezolanos…”, la misma transformación del medio físico que intentó el General López Contreras en el contexto de la aplicación de su Plan de Febrero; el General Isaías Medina Angarita hiciera lo propio con la realización de su aspiración de nación próspera, a través de la idea de un capitalismo de Estado de emergencia, mientras se pasaba el trance de la Segunda Guerra Mundial; tratase también de la transformación que intentara la “Junta Revolucionaria” y aunque magramente por su tiempo de permanencia,  el gobierno democrático de Rómulo Gallegos. 
Todos tras “la tarea cimera de engrandecer la Patria” para que al fin, como plantease Betancourt en 1941, Medina en 1942 y Delgado Chalbaud en 1949 “…sintamos noble orgullo de todo lo que sea venezolano…”.

Un “ideal de país” próspero, civilizado, autoabastecido y autogestionario, independiente política y económicamente, con la mejora sustantiva de toda la población, en particular de los más necesitados, mediante la inversión intensiva y extensiva de las riquezas provenientes de la ingencia de los recursos naturales con los que la Providencia dotó a Venezuela, ha sido y parece seguir siendo ese ideal nacional que se viene pergeñando y luego tratando de construir, al menos, en esta muestra discursiva, desde los inicios del siglo XX.

Este “ideal de país” parece haber sido compartido por todos a quienes les tocó la responsabilidad de dirigirlo y haber producido coincidencia de intereses entre grupos disímiles, al inicio de las diversas coyunturas históricas por la que hubo de atravesar nuestra Patria en el período citado. Pero, devenido el tiempo, los individualismos, los viejos vicios nacionales surgidos de la avidez por el poder, la riqueza fácil, la oportunidad del usufructo del erario público en provecho propio, la concusión, la arbitrariedad y el cohecho, terminaron dando al traste con el intento de alcanzar ese “ideal de país”, surgiendo entonces la inmensidad de una duda que se refleja en un gigantesco interrogante ¿Por qué?...

Apenas a unos cuantos lustros de existencia que apenas superan la sextena, tiempo intrascendente frente a la historia de una nación, nos atrevemos presuntuosamente a afirmar que el problema no son los sistemas políticos y sus correlatos sociales y económicos; no son las ideologías radicales ni los apremios conceptuales de naturaleza política; tampoco la presencia impertérrita de morriones, sables y charreteras en nuestra impronta histórica criolla; menos los que se han ido, con pena y sin gloria o con ella orlada por la leyenda y los cánticos de adoración perpetua. La culpa, si puede atribuírsele a alguien por ese afán forense que nos persigue desde nuestra pretérita ascendencia española, la culpa es de nosotros, únicamente de nosotros: los venezolanos.

Hay una naturaleza fenotípica que nos obstinamos en no mirar, como quien acomplejado de una fealdad que se presume, se niega avergonzado a verse en un espejo, y mientras no lo hagamos, nunca estaremos seguros de quienes somos. Mirémonos pues en ese “espejo magistral” que es nuestra historia, aprendamos algo más de sus reflejos y entendamos, de una vez y para siempre, que la solución habita en la comprensión de aquella imagen. Solo aquella que devuelva el espejo, será reconocida y solo ella nos permitirá encontrar el mejor camino para nosotros.  No hay mesías, ni caminos fáciles, tampoco atajos, ni rutas entreveradas; la aventura de construir una nación, es larga y peligrosa, dolorosa y difícil, pero hay que emprenderla colectivamente. No hay opciones…




[1] Salazar Martínez, Francisco; Tiempo de Compadres. LIBRERÍA PIÑANGO. Caracas, 1971.Págs.156 y 157
[2] Olavarría, Jorge; Un enigma llamado Gómez. FUNDACIÓN OLAVARRIA. Caracas, 2002. Pág.884.
[3] Discurso pronunciado por Rómulo Betancourt Bello.13 de septiembre de 1941. Nuevo Circo de Caracas.
[4] Academia Nacional de la Historia. Textos Históricos.  Recuperado de internet en  http://www.anhvenezuela.org/.
[5] Catalá, José Agustín; 1945-1947. Del Golpe Militar a la Constituyente. Papeles de Archivo. Cuadernos de Divulgación Histórica. Nº9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág.3.
[6] Avendaño Lugo, José Ramón; El militarismo en Venezuela. CENTAURO. Caracas, 1982. Pág.129.
[7] Consalvi, Simón Alberto; La Revolución de Octubre. 1945-1948. La primera república liberal democrática. FUNDACIÓN ROMULO BETANCOURT. Caracas, 2010. Pág. 141.
[8] El Profesor Sócrates Ramírez informa que la versión completa de esta columna “Pizarrón” corre inserta en el Tomo VII-A, Carpeta A, 54, bajo el título “La falsificación de la realidad”, archivo de Rómulo Betancourt. Ramírez, Sócrates; Decir una revolución. ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA.FUNDACIÓN BANCARIBE. Caracas, 2014. Pág.244.

[9] Ramírez…Op.Cit…Pág. 234.
[10] Mayobre, Eduardo; Venezuela 1948-1958. La dictadura militar. FUNDACION ROMULO BETANCOURT. Caracas, 2013. Pág.78.
[11] Mayobre…Ibid…Pág. 100. Las negrillas son nuestras.
[12] Cartay, Rafael. La filosofía del régimen perezjimenista: el Nuevo Ideal Nacional. Recuperado de internet en: http://iies.faces.ula.ve/Revista/Articulos/Revista_15/Pdf/Rev15Cartay.pdf.Pág.9
[13] Mayobre…Op.Cit…Pág.109.
[14] Discurso de Toma de Posesión de la Presidencia de la República. Señor Coronel Marcos Pérez Jiménez, Presidente Constitucional de la República de Venezuela. Venezuela bajo un Nuevo Ideal Nacional.  Realizaciones durante el primer año de gobierno del Coronel Marcos Pérez Jiménez. República de Venezuela. Servicio Informativo Venezolano. IMPRENTA NACIONAL. Caracas, 1954. Págs. 23-28. 

16 de febrero de 2017

20 de febrero de 1859: el afán por la “onomástica” en la construcción del discurso político de la gesta “épica patética”.

Quisiéramos iniciar este artículo desde los significados que de la voz “onomástica”, muestra el Diccionario de la Real Academia Española. Dice allí el DRAE que el vocablo es de origen griego, concretamente deviene de la voz ὀνομαστικός,  onomastikós que significa “la forma de nombrar” y también de los vocablos ὀνομαστική, onomastikḗ, voces griegas que tratan acerca del “arte de nombrar”. De allí derivan los otros significados del mismo vocablo, a saber, “perteneciente o relativo a los nombres y especialmente a los nombres propios”; “ciencia que trata de la catalogación y estudio de los nombres propios”; conjunto de nombres propios de un lugar o de un país”; finalmente “día en que una persona celebra su santo”.

De manera que por “onomástica” y según el DRAE, pudiésemos entender no solo la fecha en que una persona “celebra su santo”, esto es, “la celebración del santo bajo cuya advocación nace”, sino un “arte-ciencia de nombrar”, “la ciencia de catalogar y estudiar nombres propios” y el “conjunto de nombres propios de un país”. De manera que la “onomástica” más allá del confinamiento que le impone la fórmula restrictiva “la fecha de…” tiene una acepción más amplia que pareciese, intuitivamente, ocurrir en nuestra historia patria con sus actores y aquellos quienes después, devenido el tiempo, pretenden hacer “una suerte de catálogo de nombres propios asociados a las fechas” y su conversión en “santoral patriótico obligatorio” de la nación venezolana.

Otro tanto ocurre con la “épica-patética”. El Doctor Luis Castro Leiva, en la recopilación de su obra que lleva por nombre “Lenguajes Republicanos”, es insistente en señalar el uso de esta fórmula que pareciese coronar nuestra práctica discursiva política, devenida luego de la guerra de emancipación. Dice el Doctor Castro, además, que nuestro lenguaje político resulta atravesado por cinco lenguajes políticos adicionales, a saber, el lenguaje de la República Clásica; aquel correspondiente a la Res Pública Cristiana; el lenguaje de la República del Humanismo Cívico italiano; el lenguaje de la República de la Sociedad Comercial estadounidense; y el lenguaje Jacobino de la República Francesa Revolucionaria. Esos cinco lenguajes, hacen sincretismo en el lenguaje Republicano Bolivariano, que sintetiza nuestro propio “lenguaje político venezolano” y que sirve al propósito de la construcción, al través de los siglos, de nuestro “discurso político venezolano”.

Una de las virtudes fundamentales que ese “lenguaje republicano bolivariano” exorna es el “valor” (virtud que deviene por supuesto de las “virtudes republicanas” del Humanismo Cívico y de la República Clásica Romana) y no existe mejor “arena” para manifestar el “valor” que la guerra. La acción de armas; las espadas al vuelo; los cañones humeantes; el relinchar de los caballos; la crispación de manos y rostros; el grito, la queja y el rictus de muerte en los cuerpos inermes; todos esos elementos aunados al “valor” sin límites por “el amor a la Patria”, son elementos esenciales en la construcción de una “épica guerrera” fundamental para la consolidación de una narrativa histórica, precisamente plétora de “valor”. Todos estos elementos, además, sirven para realzar el “patetismo” de la gesta, esto es, no hay “gesta sin dolor y melancolía” y por supuesto tampoco existe sin “sufrimiento patrio”. El conjunto completo nutre nuestra sempiterna discursiva política, haciéndola por ende de naturaleza “ética-patética”.

En otro orden de ideas, para nadie es un secreto que “la historia la escriben los vencedores” y “los vencedores”, por naturaleza, tienen sus “ideólogos”, sus “historiógrafos”, sus “poetas” y sus “aedas”. Y es posible que los tengan por su fuerte disposición “romántica”, entendiendo al Romanticismo como esa corriente literaria que, devenida en política en los años iniciales del siglo XIX europeo, se mostrase como una reacción natural al materialismo que avanzaba desde el mercantilismo hacia los albores de la era pre-revolucionaria industrial. Esencialmente basado en la rememoración de la gestas, de glorias pasadas y del culto a la figura del “héroe trágico”, el “romántico” cubre de llanto, sangre y emoción, la descripción de los “fastos triunfales” de los denodados luchadores de un tiempo. Pero también están los otros, los que motivados por el “indispensable estipendio” para la vida cotidiana, prestan sus intelectos para la “construcción de la gesta” desde la creación discursiva de ocasión, produciendo también sus buenas dosis de “llanto y sangre” para nutrir la “épica-patética” de un tiempo histórico. Los “ideólogos”, más elaborados doctrinariamente, convierten en “ideas formales” cualquier construcción gramatical que los “héroes trágicos” hayan formulado en el instante de la ocurrencia de su propia “épica patética”. Y como diría el ya vetusto cantante puertorriqueño Ismael Miranda, en una de sus piezas: “…así se compone un son…”

El 20 de febrero de 1859 es una de esas “fechas onomásticas” en el “santoral patriótico” devenido luego de la Guerra Federal, tras el triunfo de los liberales en ella y, por supuesto, la indispensable narrativa “épica-patética” indisolublemente asociada a la construcción de la “gesta federal popular”, gesta que hoy los poetas, los aedas y los “historiógrafos tarifados” de una nueva hueste de “épicos patéticos” tratan de revivir en una extraña y “frankensteiniana” solución de continuidad revolucionaria. Una modesta acción de armas que dirigiese el Comandante Tirso Salaverría y que pusiera a unos “alzados” (que aún no lo eran colectivamente) en la no poco despreciable cantidad de 900 fusiles (inmensa para la época y  acaso pírrica para otra nación), se convierte virtud de la “épica-patética” en la grandiosa “Toma de Coro”, además en la fecha iniciática de la Guerra Federal, porque según los constructores de esta “gesta”, permitió, días más tarde, el desembarco de uno de los “próceres” de aquella: el General Ezequiel Zamora. 

Epónimo del “Mito Zamorano”, Ezequiel no llegó solo, ni precedido por teas y banderas al viento. Fue un desembarco breve y en compañía de  algunos de quienes, más tarde, fuesen sindicados de ser los autores intelectuales de su muerte, acaecida a 11 meses de este periplo marítimo. Hoy, en este tiempo de revoluciones a medio cocinar, enjundia de definiciones “agarradas de los cabellos”, sus más connotados dirigentes, obsesionados por el afán de encontrar "oligarcas de ayer y de hoy" en contubernio atemporal para asesinar a Zamora, se empeñan en construir "relaciones de continuidad" para identificar a sus "enemigos oligarcas" de hoy "con la oligarquía parricida de ayer". Vano esfuerzo desde la "épica patética": ni ellos, ni su mesnada seguidora saben algo sustantivo sobre el particular.

Virtud de esa construcción de gestas, que supone un esguince obligado de la historia patria, al caer la narrativa histórica en el hueco de ese tan trillado “parte aguas” que nos encanta construir a los venezolanos mediante el discurso político de ocasión y bajo el auspicio de un conveniente uso de lo “ético-patético”, los liberales triunfantes le impusieron su santoral al resto del país, llevándolo incluso hasta los símbolos patrios, especialmente el Escudo de Armas, tras cambiarle el nombre a la República por el de Estados Unidos de Venezuela, re-bautizo indispensable para justificar su origen “Federal”.

Un comportamiento equivalente lo vemos más adelante en cuanta turbamulta nacida bajo la égida “revolucionaria” acaeciese en Venezuela. Citemos algunos ejemplos, comenzando con el “Abril” de Guzmán Blanco; el nutrido calendario de los “Restauradores” de Castro; el “Diciembre” de Gómez, junto a sus fechas para celebrar la “Rehabilitación”; el “14 de febrero de 1936” de los demócratas de la civilidad radical, en los tiempos tumultuosos iniciales del gobierno de López Contreras; el “18 de octubre de 1945” para la “Revolución Popular y Democrática” de los adecos; el “Noviembre” de 1948, ensalzado por los participantes de uniforme que derrocan a Rómulo Gallegos bajo el nombre de “Movimiento Militar” ; el “2 de diciembre”, del “Nuevo Ideal Nacional”; el “23 de enero de 1958” de los creadores de la Democracia de Partidos; y ahora, más recientemente, el “4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992” fechas máximas de esta suerte de ordalía que llaman “Revolución Bolivariana”, constituyen ejemplos palmarios de ese “santoral patriótico” impuesto al país por la facción triunfante, en cada inflexión que el devenir le obligase transitar a nuestros sistemas políticos.

Y hoy, en un ejercicio más de la estulticia de quienes gobiernan a Venezuela, se pretende, como afirmásemos previamente, construir una suerte de solución de continuidad entre aquel lejano 20 de febrero de 1859 y este remedo político informe de supuesta reivindicación popular, haciendo suyos unos eventos tan tristemente desafortunados como los de su propia impronta prefabricada, pero acaso unidos en la más despreciable herencia causal: la corrupción, la concusión y el cohecho como prácticas colectivas, especialmente públicas, unidas a los conflictos sociales subyacentes jamás enfrentados con honestidad y nunca resueltos con serena valentía…Imprescindible mirarse en ese espejo: acaso otro santoral está en camino...




14 de febrero de 2017

23 de diciembre de 1934: una fotografía de militares venezolanos “curiosamente interesante”.

El 23 de diciembre de 1934, el señor General Juan Vicente Gómez Chacón fue sujeto de la imposición de la recién creada condecoración Orden Francisco de Miranda. A tal efecto, se realizó en una mañana rutilante de Maracay, capital del Estado Aragua, en la entonces República de Venezuela, una “brillante” parada militar que el señor General Eleazar López Contreras, Ministro de Guerra y Marina, organizara en homenaje al Benemérito Presidente.

Para la preparación de esa parada militar, se reunió en la capital aragüeña a un nutrido grupo de oficiales del Ejército y la Marina Nacional, a los fines de la práctica respectiva, ensayo que también fuese presenciado por el señor General Gómez. Gracias al esfuerzo del estudioso e investigador de nuestra Historia Militar y Naval, Ramón Rivero Blanco, quien además alimenta consuetudinariamente la biblioteca virtual que lleva por nombre el de su padre, ese  distinguido oficial de nuestra Armada Nacional quien fuese el Capitán de Navío Ramón Rivero Núñez, pudimos tener acceso al folleto que con ocasión de aquellos fastos, editara el entonces Ministerio de Guerra y Marina.

Hay allí una fotografía que no podemos más que calificar de “curiosamente interesante”. Corresponde la gráfica, como afirmáramos previamente, a esos “extrañamente interesantes” instantes de la vida, donde se reúnen personajes que, en un futuro que aún desconocen, se encontrarán en cruces de caminos, algunos como amigos, otros como cuasi compadres y finalmente como enemigos, terminando todos en la desgracia o en el olvido o en el honroso recuerdo por sus obras. Hay un luenga nómina de más de 200 nombres, hoy, acaso, sin ninguna significación para estos muchachos de “celular e internet” pero mucho para quienes conocimos en vida a algunos de ellos y, a otros, como millones de venezolanos, los vimos cubrirse de gloria, en unos casos, de oprobios, en otros y fugaz figuración para unos terceros.

Hemos hecho una escogencia de los nombres de los oficiales que, desde nuestro punto de vista, terminaron haciendo historia en Venezuela en los siguientes 30 años (o acaso más) luego de tomada la gráfica, para posteriormente referir como se fueron cruzando sus vidas; finalmente, en calidad de qué y quienes terminaron haciendo parte de esa  historia patria de las siguientes décadas y como hoy, seguramente, ya pocos (salvo aquellos que fuimos testigos de su paso por esta tierra y estamos, virtud de la gracia de Dios, aun en ella) los recordamos. Estas líneas son en su homenaje, más allá de las miserias que puedan arrostrarles a algunos, en la ceguera que produce la imposibilidad del perdón o la pervivencia de la envidia más allá de la muerte.

En estricto orden de “rango y puesto” comenzaremos nuestra reláfica, advirtiendo que de los grados de Mayor hasta el grado de Subteniente, desconocemos los “puestos” que tuviesen esos oficiales para el momento de la gráfica. Comencemos por los dos más importantes y que creo que de ambos “algo” saben “algunos cuantos”. Se trata del General Juan Vicente Gómez Chacón y el General en Jefe Eleazar López Contreras; el primero, Presidente de la República en funciones para el momento de la foto; el segundo, Ministro de Guerra y Marina. El 19 de diciembre de 1935, luego del fallecimiento del primero el 17 de ese mes y ese año, el General López Contreras fue nombrado por el Consejo de Ministros, con arreglo a la Constitución Nacional vigente, Presidente Encargado de la República, siendo electo por el Congreso como Presidente Constitucional de la República en 1936, puesto que ejerciese hasta 1941. Allí están los dos jefes, en sendos caballos, encabezando el primer plano de la foto, flanqueados por su Estado Mayor. Unidos están por una relación casi paternal.

Entre los Coroneles, que montan 37 nombres, hemos escogido a 9. El primero que observamos es el Coronel Antonio Chalbaud Cardona. Figura prominente del Ejército Nacional, hace parte de los primeros oficiales que empuja la organización y profesionalización de la institución armada. Amigo personal del General López, terminará siendo por muchos años, elemento singular en el Alto Mando Militar. El Coronel Antonio Chalbaud Cardona, ya General, también terminará siendo suegro de un Subteniente, actor presente en esta foto, que se casará con una de sus “niñitas” quien para el instante de la gráfica, acaso anduviese con su madre “pintando postalitas”, “cosiendo bordados” o “aprendiendo a remendar”. Cuando lleguemos a los Subtenientes verán de quien se trata.

De la misma intencionalidad profesional de Chalbaud Cardona y gran impulsor del “modernismo militar”, alumno además del General López Contreras en esas lides, está el Coronel Juan Pablo López Centeno, hijo del viejo caudillo oriental General José Mercedes López; parte de la primera promoción de la nueva Escuela Militar, egresada de la institución el 5 de julio de 1911, con ocasión del primer centenario de nuestra independencia, será junto a los Generales López Contreras y Celis Paredes, puesto preso el 18 de octubre de 1945, con ocasión de la Rebelión Militar en contra del Gobierno Constitucional, cuya Primera Magistratura, fuese ocupada por otro de los oficiales que nombraremos más adelante. Algunos de los cabecillas de esa rebelión, esa tarde maracayera, se “retrataran” con ellos. El velo de la inocente ignorancia acerca del futuro, cubre sus primeras “estrellas” juveniles.

Figuran también entre los Coroneles, el nombre del Coronel Luis Manuel Bruzual Bermúdez, quien llegará a ser Inspector General del Ejército y Director de la Escuela Militar. Bruzual Bermúdez hace parte también de esa primera promoción del siglo XX, por tanto es compañero de López Centeno. Conocido como el “Viejo Cabeza e’Lata” fue en particular duro y firme con los entonces cadetes, durante su permanencia frente a la dirección de la Escuela Militar. Le decían así, porque se rapaba la cabeza como los prusianos y aquella solía “brillar” con el sol durante las revistas en el patio de honor. Su hijo mayor, Luis Manuel Bruzual Martínez, hará también carrera militar, especializándose en Armamento en la Fábrica Nacional de Armas de Guerra, en Bélgica. También están allí nombres de connotados “gomeros” que hicieron parte de la Ayudantía General del Benemérito, como los Coroneles Ulpiano Varela, Rafael Andrónico Rojas y Abelardo Mérida, por cierto este último epónimo del cuartel que guardase en su seno a una de las brigadas de infantería del Ejército de Venezuela muchos años después.

Por último se retrata entre los titulares de un “coronelato académico” (por cierto, no poseído por él), el “eterno espaldero” del General Gómez, el Coronel Eloy Tarazona. Silencioso, taimado y leal como un can, dormía en el suelo al pie de la puerta del dormitorio de su jefe. Se decía desempeñaba los trabajos “poco deseables” del Benemérito, desde la disposición rápida de enemigos hasta la propalación de “maledicencias” para generar “desgracias”. Tarazona muere asesinado en los años cincuenta, a manos de unos “esbirros de la Seguridad Nacional” pero no por razones políticas, sino porque se decía que él conocía el paradero del “gigantesco tesoro” que había dejado enterrado el General Gómez. Paradojalmente, murió a manos de sus equivalentes en vesania. Termina la lista el Coronel Marco Antonio Moros, el inicio de tres generaciones de militares: padre del General Marco Aurelio Moros y abuelo del Coronel Marco Antonio Moros Mejías.

Entre los Tenientes Coroneles, indispensable iniciarse con el nombre del más connotado de ese grupo: Isaías Medina Angarita, quien siendo Coronel le toca el traslado apresurado de la familia del General Gómez, tras su muerte y hasta el vapor que en Turiamo, los esperara para salir del país por instrucciones del General López Contreras, quien “temía por su seguridad”. El Coronel Medina será Ministro de Guerra y Marina. Ascendido a General de Brigada en 1940, será electo por el Congreso Nacional (elecciones de segundo grado) como Presidente Constitucional de la República de Venezuela, para el período 1941-1946. Está también allí el fundador de la moderna Armada Nacional, el Capitán de Fragata Felipe Larrazábal. Hijo del también Capitán de Fragata Felipe Larrazábal, hace parte de esos “nuevos oficiales” que aspiran a una Armada moderna. Felipe morirá en 1940, pero dejará echadas las bases de una nueva institución. Sus dos hijos varones, Carlos y Wolfgang serán también oficiales navales, alcanzando ambos el grado de Almirantes de la Armada. Wolfgang será también Presidente de la Junta Militar de gobierno (1958-1959) y candidato presidencial para el período 1959-1964. Carlos por su parte, será una figura decisiva en los sucesos militares del 23 de enero de 1958 y se le vinculará más tarde e indirectamente, a los alzamientos militares fallidos de 1962. Carlos, casualmente, hace parte de los dos únicos Guardiamarinas que figuran en esta foto. Y ambos tendrán que ver muy estrechamente con el auge y la caída del Subteniente al lado del cual se retratan. Una hija del Capitán Larrazábal, casará más tarde con otro oficial naval: Ricardo Sosa Ríos, quien no está en la foto, pero que llegará a ser también oficial Almirante y Comandante General de la Armada. Uno de sus hijos, Gustavo Ríos Larrazabal, hará carrera también en la Armada Nacional, alcanzando igualmente el grado de Almirante.

También figuran entre los oficiales del “dos de oro” los Tenientes Coroneles Delfín Becerra y Emilio López Mendez. Becerra (de quien dicen sus adversarios es “el hombre tres veces animal, Delfín, Becerra y el  mismo”) llegará a ser Ministro de Guerra y Marina durante la presidencia del General Medina Angarita. Será depuesto y apresado el 18 de octubre de 1945, tras la apurada rebelión militar que provocará la renuncia del Primer Mandatario Nacional, y que algunos de los Capitanes, Tenientes y Subtenientes que se toman la fotografía con él esa tarde, detonaran una mañana de octubre once años después. Ni el Coronel Becerra, ni aquellos noveles oficiales que inician su carrera militar, se imaginan lo que les depara la vida. Mientras tanto, se enjugan el sudor aquella mañana maracayera. El Coronel Emilio López Méndez está emparentado con uno de los artistas que será considerado con el tiempo, uno de los más grandes exponentes del paisajismo venezolano, miembro del llamado Círculo de Bellas Artes: Luis Alfredo López Méndez.

El Coronel Juan Jones Parra, será impulsor de la moderna industria nacional, así como suerte de puente entre los petroleros norteamericanos y los gobiernos sucesivos, al propio tiempo, será enlace futuro entre las misiones militares venidas del extranjero (especialmente de Estados Unidos) y el Ejército Nacional. Jones Parra (al igual que López Centeno) también será Director de la Escuela Militar y un hijo de él, por cierto del mismo nombre, será un reconocido ingeniero petrolero, entre el final de la década del cincuenta y los primeros años de la década del sesenta. Entre los Mayores, figura un nombre a quien le tocará una de las más ingratas tareas que exista para un militar, Eleazar Niño. En uno de los capítulos más difíciles de la historia patria contemporánea, será jefe de la Policía de Caracas. Pero de aquí hacia abajo, Capitanes, Tenientes y Subtenientes, la vida, como diría el cantante panameño Rubén Blades  les “…dará sorpresas…”.

El Capitán Esteban Chalbaud Cardona, hermano del Coronel Antonio Chalbaud Cardona, será tío político del afamado Subteniente que nombraremos más abajo, tío abuelo de sus hijas y tío de su esposa.  Esteban no llegará muy alto, pero “vivirá holgadamente”. El Capitán Ruperto Velasco, llegará, de Coronel, a ser Director de Guerra, siendo el Coronel Delfín Becerra, Ministro de Guerra y Marina. Ruperto tendrá una destacada figuración el día previo, así como el mismo aciago día (especialmente para él) de la Rebelión Militar de 1945. El 18 de octubre, a las 0900 horas, hace su entrada a la Escuela Militar con la intención de conducir en calidad de “invitado” al Mayor Carlos Delgado Chalbaud, Profesor en esa institución militar, a la sede del entonces Ministerio de Guerra y Marina, porque ya está bajo sospecha de sedición. Junto al Teniente Coronel Juan José Arévalo, a la sazón Director de la Escuela Militar, Velasco será el primer preso de la mañana. Pasado a retiro el mismo año, fallecerá en los años por venir sin pena ni gloria.

El Capitán Luis Ramos Sucre es hermano del poeta mártir del mismo apellido, mientras que el Capitán Manasés Eduardo Capriles, se convertirá con el tiempo en un acaudalado empresario en la capital aragüeña. Sus descendientes fundarán el importante rotativo “El Siglo”, que se convertirá en uno de los más importantes diarios del país por casi 50 años. Lamentablemente uno de aquellos descendientes se verá implicado en un extraño caso de homicidio, perpetrado en la persona de su señora esposa. Pero aún faltan cincuenta años para que eso pase. Manasés para ese instante, acaso ni hijos tenga.

El último de los Capitanes allí nombrados, se trata del piloto aviador Miguel Rodríguez. Junto a Vicente Landaeta Gil y Carlos Meyer Baldó, hace parte de los “primeros ases venezolanos del aire”; desafortunadamente fallecidos todos en accidentes aéreos, son los pioneros no solo de nuestra Aviación Militar Venezolana, sino también de nuestra Aviación Civil. El nombre de Miguel Rodríguez servirá durante muchos años, como epónimo de la única escuela de aviación civil que se tendrá en Venezuela bajo la égida del Ministerio de Comunicaciones. Pero Miguel ni se imagina, en el marco de esa foto, su trágico destino. Sus sueños “vuelan” en el azul cielo matutino de aquel lar militar maracayero.

Los cinco Tenientes que mencionaremos de seguidas, hicieron parte de la logia militar que bajo el nombre de Unión Militar Patriótica, condujese la Rebelión Militar de 1945 y que bautizada más tarde “Revolución de Octubre”, llevase al poder al partido Acción Democrática, con Rómulo Betancourt como su líder carismático dominador, luego de la renuncia del General Isaías Medina Angarita a la Presidencia de la República, en la tarde del día 19 de octubre. Fue la misma generación de oficiales que dirigiesen el país desde 1945 hasta 1958. Iniciamos nuestro relato de “Tenientazgos” con el Teniente Julio César Vargas Cárdenas, uno de los fundadores principales de la Unión Militar Patriótica (UMP), miembro del triunvirato líder del movimiento; militar hasta los tuétanos, primero de su promoción, serio y de una reciedumbre característica, Julio César se alzará el primer día de triunfo del movimiento al que pertenece. Se lo llevará el tremedal…

El Teniente Juan Pérez Jiménez, otro miembro fundador de la UMP, será conspirador también contra la Junta Revolucionaria de Gobierno, junto con Julio César, desde el día siguiente del golpe. El Teniente Enrique Rincón Calcaño, ya de Mayor y regresando de cumplir estudios en los Estados Unidos, se incorporará a la Rebelión Militar de 1945, el mismo 18 de octubre en horas de la tarde; será Enrique el que haga la “leva” de reservistas por Pagüita para reforzar las tropas del “tomado” Palacio de Miraflores. Los Tenientes Rómulo Fernández y Guillermo Pacannins, miembros también de la UMP, serán figuras relevantes durante el decenio militar. Rómulo terminará siendo General de Brigada y el último ministro de la defensa del gobierno militar. Guillermo, será el sempiterno Gobernador del Distrito Federal, luego de dejar sus funciones en la Aviación Militar.

Por cierto, Guillermo casará con una preciosísima mujer, de la que devendrá también una niña con los mismos atributos físicos de la madre. Bautizada Carolina y caído el gobierno del “Nuevo Ideal Nacional”, del cual Guillermo fuese figura prominente, la niña, convertida en elegante y bellísima dama, se casará con el único hijo varón de un “amo del valle”, José Herrera Uslar, a quien terminarán apodando, los frasquiteros de Caracas, “Pepito”. Carolina adoptará el apellido del esposo, como resulta tradicional que hiciese en ese tiempo, transformándose así en Carolina Herrera. Sí, ciertamente, de la afamada Carolina Herrera del diseño mundial de modas. Mientras, Guillermo, elegante por naturaleza, se alisa entonces la guerrera bajo el sol de Maracay, ni se imagina que lo espera ese futuro.

Toca el turno ahora a los Subtenientes, a los dueños de la única “estrella” en la carrera militar, que se obtiene sin el pago oprobioso de innúmeras cuotas morales, acaso aún bajo el velo de la ignorancia, llenos de emoción, ambiciones y deseos. Estos, realmente, calzan el contenido palmario de aquel viejo dicho latino que reza “los últimos serán los primeros”. Inicia nuestra lista el Subteniente Marcos Evangelista Pérez Jiménez, hermano en el momento de la foto de Juan, un par de años más antiguo en el Ejército pero que, a partir de 1945 y hasta 1958, se transformará en “Juan, el hermano de Pérez Jiménez”. Marcos será, junto a Julio César Vargas Cárdenas y Juan Pérez Jiménez, el fundador de la UMP; será Marcos el que llevará la voz cantante en las reuniones previas con Betancourt y Gonzalo Barrios para ir “madurando” la tan metada (posteriormente) “Unión Cívico-Militar”; y será Marcos el que le proponga a Betancourt convertirse en Presidente de la República, una vez llevada a cabo la rebelión militar, si esta tuviese éxito. Será Pérez Jiménez, el menor, el segundo preso del 18 de octubre; y será el gran ignorado en la repartición de los puestos de poder, cuando se estructure la Junta Revolucionaria de Gobierno, una vez triunfante la rebelión. Ocupará el cargo de Jefe del Estado Mayor, hasta el 24 de noviembre de 1948, fecha a partir de la cual, derrocado el gobierno constitucional del Presidente Rómulo Gallegos, pase a formar parte de la Junta Militar de Gobierno, triunvirato que compartirá, siendo Teniente Coronel, con Carlos Delgado Chalbaud; Marcos será, en ese cuerpo colegiado, Ministro de la Defensa Nacional.

El 13 de noviembre de 1950, asesinado el Comandante Delgado, Marcos Pérez Jiménez se convertirá en miembro de la Junta de Gobierno, siendo Presidente el Doctor Germán Suárez Flamerich. Continuará siendo Ministro de la Defensa Nacional pero en 1952, tras falsear el resultado electoral, se convertirá (previamente así lo habrán “decretado” las Fuerzas Armadas Nacionales) en Presidente Constitucional de la República de Venezuela, iniciándose así el país que el mismo definió inspirado por un “Nuevo Ideal Nacional". Rutilancia, poder y riqueza serán los símbolos de la era “Pérez Jiménez”, pero también lo serán las torturas, la muerte, la persecución y la concusión. Y en una fría madrugada caraqueña de enero de 1958, 24 años más tarde de la foto de Maracay, Marcos levantará vuelo sobre la otrora “ciudad de los techos rojos” abandonado en su tierra el “ideal Nacional” que no pudiese materializar en las mentes de sus compatriotas. Pero hoy, el delgado y silencioso Subteniente, se limita a obedecer la orden del fotógrafo. Lejos están las rutilancias del poder y ni se imagina el azul verdoso de las playas de La Orchila.

El segundo Subteniente, a quien sus superiores le critican esa “manía cinematográfica” de colocarse la gorra “de medio lado” y le increpan “se la enderece” para la foto, es un “muy entrador” muchacho de Ciudad Bolívar, que no por simpático deja de ser un tenso y disciplinado oficial subalterno. Se trata de Luis Felipe Llovera Páez. El eterno “segundo” de Pérez Jiménez, miembro de la UMP, más antiguo que él, pero su compañero de toda la vida. Será Luis Felipe “el alma de las fiestas” y la “lámpara de Diógenes” para Marcos. Miembro de la Junta Militar en 1948; segundo en la Junta de Gobierno de 1950 y Ministro de varias carteras en el gobierno del “Nuevo Ideal Nacional”. Luis Felipe será el fundador de la Oficina de Planes y Proyectos Especiales de la Presidencia de la República, el primer organismo de planificación nacional fundado en el país para entender el desarrollo como problema y producir soluciones de aplicación, también nacional, para tales fines.

Y será Luis Felipe quien, 23 años más tarde, en aquel diciembre de 1957, le aconseje a Marcos la partida expedita de la nación del “Ideal Nacional” ante la catedralicia verdad de que “pescuezo no retoña”. Mientras, aquella tarde del 23 de diciembre de 1934, lo único que preocupa a Luis Felipe, por ahora, es salir bien en la foto y como armar un “sabroso sarao” antes de partir a su comisión, luego de que se registre la instantánea para la historia.

También figuran en esa foto los Subtenientes Carlos Pulido Barreto, José León Rangel, Alberto Paoli Chalbaud y Rafael Arraez Morles. Todos muy animados de encontrarse aquella mañana con sus compañeros, recién salidos de esa hornaza que es la Escuela Militar. Se acomodan para la foto. Todos harán parte luego de la UMP y todos ocuparán puestos relevantes en el gobierno militar que se inicie en 1945 y más aún durante el gobierno de las Fuerzas Armadas propiamente dicho. Todos harán parte del “Nuevo Ideal Nacional” y todos harán devoción la realidad que intente surgir de su verbo. Y algunos serán “compadres” de Marcos, como los casos del “Negro” Pulido Barreto y el “Flaco” Paoli Chalbaud, quien dicho sea de paso, está emparentado con Marcos por vía de su esposa, Doña Flor Chalbaud de Pérez Jiménez, la “niñita” que decíamos, algunas líneas arriba, acaso empezaba a bordar para el momento de aquella foto.

Doña Flor es la hija de Antonio Chalbaud Cardona y sobrina de Esteban. Por cierto aquel robusto muchacho moreno que se arregla con fruición el uniforme para salir adecuadamente presentable en la foto, el Subteniente Carlos Pulido Barreto, será, de Coronel, el impulsor de la industria nacional de armamentos y, al propio tiempo, se le atribuirá la invención, por otra vía, de un curioso ágape criollo que se convertirá en “la vedette” de las fiestas 20 años después de la instantánea. Se tratará de la “Ternera Bailable” una suerte de “fiesta encopetada” en la que bailando al son de las más afamadas piezas de su tiempo, ejecutadas por las igualmente más famosas orquestas del momento, pueda el fiestero arrequintarse un buen trozo de carne en vara con su respectiva “guasacaca”, todo abundantemente “regado” con el muy fino y elegante whisky escocés. Pero por ahora, lo que le importa es que su guerrera se vea “apropiadamente” mientras los compañeros “le maman el gallo” por aquello de la abotonadura…

También está el Subteniente Josué López Henríquez, piloto aviador, quien llegado a General termine siendo Comandante General de la Aviación Militar e impulsor de la moderna aviación venezolana, con la incorporación de los aviones militares denominados “a reacción”. Pero hay un Subteniente muy delgado, de mirada vivaz, hermano de Julio César  Vargas Cárdenas. Tose levemente a veces, pero denota en él una vibrante energía interna, lo que se presume lo hace poseedor de una llama inextinguible que lo impulsa a sobresalir entre sus compañeros, a pesar de su extrema delgadez. Se trata del Subteniente Mario Ricardo Vargas Cárdenas. Será figura relevante en la UMP y será él quien servirá de enlace entre la UMP y AD, a través del Doctor Edmundo Fernández. Le corresponderá a Mario, de Capitán, ser el Oficial de Planta en la Escuela Militar que aquel 18 de octubre de 1945, impida la detención de Delgado Chalbaud, arrestando al Coronel Ruperto Velazco quien, hoy de Capitán, esta mañana y 11 años antes, se retrata con él en la Maracay gomera. Mario encarnará la figura esencial del llamado "oficial civilista democrático" en el gobierno del “Trienio Adeco”, siendo señalado por sus compañeros bajo ese preciso mote “El adeco”. Se extinguirá Mario víctima de la tisis, contra la cual luchó con vehemencia buena parte de su vida. Y aún caídos los adecos en el 48, será buscado por ellos para evitar su debacle. Dotado de un respeto enorme entre sus compañeros, no será detenido, firmará el acta de creación de la Junta Militar de Gobierno, siendo extrañado de Venezuela inmediatamente, para fallecer lejos de su tierra, allá en los Estados Unidos del Norte. Por ahora, Mario, como todos los demás, solo le preocupa cumplir con el cometido fotográfico que se le ha encomendado.

Allí están todos, los que más, los que menos. Los que se harán ricos y poderosos; los que morirán en el intento. Los que terminarán mal o se les apagarán las estrellas más pronto que lo que pudiesen imaginar esa mañana. Están los que serán siempre “románticos” y los que harán de “ideólogos”; están los que se arrimarán a la “política como oficio”, porque vivirán de y para ella; y están los que serán siempre soldados, hechos en y para la carrera de las armas, volviéndose incómodos en unos momentos o “convenientes” en otros. Y eso es lo que hace “curiosamente interesante” esta foto, porque pocas veces en la historia de un país, puede juntarse a tantos protagonistas: los que serán aliados; los que serán adversarios; los que serán enemigos; y los que se matarán irremediablemente. Todos unidos en un “serán” que desconocen en ese instante pero cuya presencia resulta inmortalizada en recuerdo gráfico, que ya hoy, acaso como ellos, sea olvido.

Honor a quienes así lo merezcan y perdón para todos, incluso para quienes ya no tenga sentido otorgárselo, porque acaso no haya nada que perdonar al comparar sus pecados con aquellos de quienes, peor que ellos y habiéndolos visto en ellos, los hubiesen cometido descaradamente bajo “el albo manto de la democracia”. ¡Que arroje la primera piedra quien, en Venezuela, esta tierra de tantos engaños, tantos oprobios y tantas tristezas, esté libre de haber cometido alguna vez, el deleznable pecado de la apetencia por el poder!…