En fecha reciente tuvimos la
oportunidad de mirar en televisión una entrevista que le hiciese el Licenciado
Pedro Penzini López (Globovisión) a la Señora Cipriana Ramos, presidenta del
organismo empresarial que lleva por nombre CONSECOMERCIO, institución que
agremia a un nutrido sector de empresarios del comercio de bienes y servicios
en Venezuela. A una pregunta que le formulase el Licenciado Penzini respecto de
un libro que portase la entrevistada, la Sra. Ramos le indicó se trataba de un
texto publicado por FEDECAMARAS, otro organismo venezolano de agremiación
empresarial, en el año 1993 y donde señalase algo que para ella resultaba en
particular novedoso: “la coincidencia
nacional en torno a un ideal común de progreso y, por ende, de país”.
Decía la Sra. Ramos, además y en
torno a esta “novedosa concepción de su
organismo empresarial hermano”, que era eso lo que nos hacía falta en estos
tiempos que corren y que ella se había enterado, gracias al texto en
referencia, que en la Venezuela de 1958, aquella que se asomaba a la democracia
representativa, se había vivido un momento crucial “… en el que empresarios, líderes de múltiples sectores, obreros,
políticos y Fuerzas Armadas…” se habían puesto de acuerdo para “…echar hacia adelante al país…”. El
entrevistador “la acompañó en el
sentimiento” y aquello quedó como si jamás en Venezuela se hubiesen hecho
formulaciones equivalentes y desde una óptica, también equivalente, de concertación
cívica.
Este artículo está dedicado a la
Sra. Ramos, al Licenciado Penzini, a todos los venezolanos que se acerquen
hasta este predio virtual y a todos aquellos quienes, aquende o allende
nuestros mares, desconocedores además de nuestra historia, pensasen que las
formulaciones por un país mejor y aglutinadas en torno a una concepción común,
solo existiesen en la segunda mitad del siglo XX, bajo el amparo y por auspicio
de la Democracia de Partidos. Daremos varios ejemplos apenas constreñidos a la
primera mitad del Siglo XX, sin tocar las veces que en nuestra historia
republicana anterior a ese período, innúmeros venezolanos de distintos gremios,
pensamientos o actividades, hiciesen en sus tiempos históricos respectivos.
Iniciamos nuestro artículo con
una cita textual del discurso que el General Juan Vicente Gómez Chacón,
dirigiese al Congreso de la República en la oportunidad de su instalación, en
el año de 1909. Decía entonces el General Gómez:
“Hace
algún tiempo que nuestra Patria oscila entre dos extremos: la tiranía oficial y
la intolerancia de los partidos políticos. Esos extremos nos han llevado
siempre a la muerte de las libertades, a la guerra civil, y a la desolación de
la República: males terribles que pueden curarse radicalmente en el actual
momento histórico...(…) A ustedes tocará la envidiable dicha de extinguir para
siempre las guerras civiles, de crear la atmósfera de la tolerancia, de fundar
el respeto entre los partidos, de acrecentar el buen trato entre los hombres,
de robustecer el imperio de la ley, de abrir corrientes del trabajo, de
impulsar las productoras industrias, de guiar a la prensa periódica por
derroteros de luz y de llevar, en fin, a Venezuela a igualarse con sus hermanas
del Continente en vida civilizada y progresos de todo linaje.”[1]
[1] Salazar Martínez,
Francisco; Tiempo de Compadres. LIBRERÍA PIÑANGO. Caracas, 1971.Págs.156
y 157
Sí, ciertamente, se trata del
General Gómez quien se asoma al poder absoluto, luego de que apenas, en
diciembre del año anterior, depusiese el gobierno de su compadre General
Cipriano Castro con un golpe sagaz, rápido e incruento. Y expresa en su
discurso los principios de un “ideal
común de nación” donde existan “tolerancia,
respeto entre los partidos, buen trato entre los hombres bajo el imperio de la
ley” además de “productoras industrias”
con una prensa guiada “por derroteros de
luz” para llevar finalmente a Venezuela “…a
igualarse con sus hermanas del Continente en vida civilizada y progresos de
todo linaje”. Así parecía pensar el General Gómez, al menos en 1909 y este
párrafo de su discurso, deja delineada la Venezuela meta a la que apuntaran
luego, con el correr de los años, los intelectuales positivistas que lo
acompañarán.
Lamentablemente, luego del año
14, se acabó la tolerancia, la aceptación de los partidos y el único “imperio de la ley” que superara al
discurso, lo termina constituyendo aquel del General Gómez: “o estás conmigo o contra mí”. Buena
parte de la corrección de ese rumbo inicial, se lo dio la pasmosa realidad del
poder. Pero, para 1930, Venezuela no tenía deuda externa, se habían echado las
bases de un modesto sector comercial y el país, luego de un siglo de guerras, a
pesar del incidente del Falke (1929) y el pírrico alzamiento militar del
Cuartel San Carlos (1928), estaba totalmente en paz. Ergástula, espaldero, espía, tortol, grillete e informante pagado mediante, pero en paz.
Veintiún años más tarde, en 1930,
el Doctor Alberto Adriani, el primer economista de la modernidad venezolana,
escribía: “Debemos constituirnos, si nos
es permitido ese lenguaje, para tener población (…) para ver ricos y opulentos
nuestros Estados (…) La Patria nos agradecería que encontráramos- y nuestro
deber es buscarlas- las vías seguras de su prosperidad…”. Carecería de
relevancia aquella cita del Doctor Adriani (en tanto simple intencionalidad discursiva de un
intelectual ), si no fuese porque en 1936, el propio General Eleazar López
Contreras, Presidente de la República, le designase Ministro de Agricultura y
Cría, cartera ministerial que por cierto fundase el mismo Doctor Adriani y del
que surgiese un semanario sobre temas económicos bautizado como “El Agricultor Venezolano”, publicación
periódica que por su estatura técnica y el prestigio de su “editor”, contase con la colaboración de Rómulo Betancourt, para
entonces enemigo jurado del gobierno.
Adriani, junto al Doctor Manuel
Egaña, también fue redactor del Plan de Febrero de 1936, instrumento rector
para la reconducción del país que se proponía poner en práctica el General
López Contreras para resolver, de la manera más expedita posible, los ingentes
problemas nacionales y en el cual se establecían las líneas maestras para
mejorar, entre otras asignaciones pendientes, la salubridad, la educación, la
producción nacional, en particular aquella relativa a la industria agropecuaria
y nuestras relaciones con la industria petrolera foránea. Desafortunadamente,
Adriani fallece en condiciones muy extrañas: el 10 de agosto de 1936 es hallado
muerto en su habitación, sin existir causa aparente para su deceso.
El General López hace un llamado a la nación para nuclearse en torno al gobierno que preside, a los fines de “hacer avanzar a la Patria por un camino seguro” invocando su confianza en torno a una “idea común”:
“Cada
uno de vosotros, así sea el más humilde o el extraviado por pasiones políticas,
tiene que confiar en esa palabra porque mi fe, jamás vacilante, en los destinos
de la República y mi honor militar, la garantizan. (…) Considero un deber en mi
Gobierno pedir esa colaboración amplia, y aún como ineludible obligación, pues,
de conformidad con las ideas del Libertador, los hombres honrados, útiles y de
mayor capacidad deben ser obligados a servir a la Causa Pública.”[2]
La “Causa Pública”, “…los destinos de la República…”, “…la colaboración
amplia…” son actos de habla que invocan la necesidad de “nuclearse” en torno a un ideal común de
país y al que apuntará más tarde el Plan de Febrero. La realidad política
también golpeó a López y no obstante alcanzar algunos logros en materia
económica y social, los avatares derivados de y por la conservación del poder,
consumieron en buena medida su mandato.
Electo Presidente Constitucional
de la República el General Isaías Medina Angarita, se inicia una tumultuosa
gestión de gobierno que discurre entre 1941 y 1945. Paradójicamente, es durante
el gobierno del General Medina dónde se produce, luego de casi cincuenta años,
la primera gran apertura política nacional, haciendo militante “la tolerancia” de la que hablase Gómez
treinta seis años antes. Como consecuencia de esa apertura, el 13 de septiembre
de 1941, un grupo de venezolanos, liderados por Rómulo Betancourt, funda el
partido Acción Democrática,
autodenominado “el partido del Pueblo”, organización
política que deviene de la oposición más acérrima a los gobiernos predecesores
de Medina. En ese acto fundacional,
declama Betancourt ante la población que lo escucha entre vítores y aplausos:
“Consumir lo que producimos y empeñarnos en producir cada vez más (…) para
hacer producir la tierra, se necesita de la tierra. Y tierra está necesitando y
esperando este pueblo (…)… se ha acentuado la decadencia de nuestra producción
agrícola y pecuaria (…) Que tengamos orgullo en andar vestidos con la tela que
fabricó la mano de obra nacional en la empresa textil de capital nacional; de
curarnos con la medicina que elaboró en los laboratorios nacionales, el técnico
nacional; de construir nuestras casas con las maderas que aserraron, en las
montañas venezolanas, los peones de Venezuela.”[3]
“Consumir lo que producimos”, “empeñarnos en producir más”, “tierra
para el pueblo” son actos de habla que denotan gráficamente una
intencionalidad que apunta a un “ideal de
país” independiente y autoabastecido, numen de nación que se consolida con
el siguiente conjunto de actos de habla “orgullo
en andar vestidos con la tela que fabricó la mano de obra nacional en la
empresa textil de capital nacional”, proposición inequívoca acerca de la
existencia de una industria textil propia, que no solo fabrique lo que
necesitemos, sino que sirva de fuente de empleo para los propios venezolanos;
voluntad que se hace patente en la siguiente construcción discursiva “…curarnos con la medicina que elaboró en
los laboratorios nacionales, el técnico nacional…” lo que sugiere la
creación de una industria farmacéutica nacional; y que culmina con la
construcción de nuestras casas “…con las
maderas que aserraron, en las montañas venezolanas, los peones de Venezuela…”,
sugiriendo así el establecimiento de una importante industria maderera, que
sirva a su vez de apoyo a una pujante industria nacional de la construcción. De
todo lo anterior, es indiscutible la presentación de una “propuesta de país” nucleado en torno a un ideal: “el progreso nacional”.
La propuesta que hiciese
Betancourt en el acto fundacional de AD, la reitera, una vez más
paradójicamente, el General Isaías Medina Angarita, en acto público realizado
en Maracaibo, el 14 de noviembre de 1942, ante un auditórium de obreros
petroleros y sus dirigentes sindicales. Dice allí el General Medina:
“…es
necesario producir lo que consumimos; vayamos a la tierra, que ella
pródigamente retribuye nuestro trabajo, volvamos al campo con cariño, que sus
frutos colmarán nuestros mercados, cuidemos y mejoremos nuestros ganados para
lograr que la carne sea de nuevo producto de exportación, aprovechemos esa gran
riqueza nuestra que animadamente vive en nuestros ríos, en nuestros mares, a
fin de que por el trabajo de los hombres de la costa, el pescado nuestro vaya
pregonando por los mercados extraños la laboriosidad venezolana; vistamos
nuestras telas, aprovechemos los productos de nuestra naciente industria y
sintamos noble orgullo de todo lo que sea venezolano.”[1]
[1] Academia
Nacional de la Historia. Textos Históricos.
Recuperado de internet en http://www.anhvenezuela.org/.
Una vez más, ahora mediante el
verbo del General Medina, Presidente de la República en funciones y de quien
Betancourt, cada vez que se le ofreciese, despotricase impenitentemente de su
gestión, se delinea una intención de país. “Producir
lo que consumismos”; “volver a la tierra”; “productos nuestros colmando los
mercados”; “la carne como producto de exportación merced del cuido de nuestros
ganados”; “la prosperidad derivada de la riqueza nacional”; todos actos de
habla que sugieren un ideal de nación, signada por la prosperidad colectiva,
para concluir en una sentencia sorprendentemente equivalente: “sintamos
noble orgullo de todo lo que sea venezolano”.
No obstante estar de acuerdo en
un “ideal de país” equivalente, según
sugieren ambos discursos, el 18 de octubre de 1945 se produce una rebelión
militar que conduce a la renuncia del General Medina Angarita y a la ascensión
de Rómulo Betancourt a la Primera Magistratura Nacional, virtud de la acción de
armas y por ofrecimiento previo de quienes conducen el golpe. En los
prolegómenos, los oficiales del Ejército que conducen la rebelión, han creado
una logia castrense que lleva por nombre Unión Militar Patriótica. En el acta
de juramentación que exigen firmar los líderes del movimiento para hacer parte
de la UMP, los oficiales declaran:
“Los
suscritos, Oficiales del Ejército, compenetrados con la necesidad en que se
encuentra el país de renovar sus instituciones y métodos de Gobierno, introduciendo
en ellos normas y hombres que con sentido de verdadero patriotismo y decencia
política, hagan efectivo el progreso de la Nación, llevándola a ocupar un
puesto de avanzada a que tiene derecho por su pasado glorioso; convencidos de
que ya es hora de acabar para siempre con la incompetencia, el peculado y la
mala fe que presiden los actos de nuestros gobiernos…”[5]
“El progreso de la nación”; “… ocupar un puesto de avanzada…”; “…renovar instituciones y métodos de Gobierno, introduciendo en ellos normas y hombres que con sentido de verdadero patriotismo y decencia política hagan efectivo el progreso de la Nación”; “…la incompetencia, el peculado y la mala fe…” actos de habla que sugieren que (no obstante la intención que el General Gómez expresase en 1909, López Contreras hiciera material en el Plan de Febrero de 1936, expresase Medina en su discurso del 14 de noviembre de 1942, además de hacerla material en los logros alcanzados), se requiere una acción de fuerza por no haber sido suficiente la gestión de los gobiernos previos para cumplimentar ese “ideal de país” al que parecen apuntar quienes ahora reclaman el papel protagónico en el poder. Y esa sensación colectiva parece quedar de manifiesto con la amplia adhesión que recibe el gobierno de facto, ahora autodenominado “revolucionario”. Según hace saber Jesús Ramón Avendaño Lugo:
“La
recién creada Federación de Cámaras de Comercio y Producción (…) – que aglutina
los nuevos sectores patronales – da su respaldo al gobierno de la Junta. Desde
el primer momento el resto de los partidos políticos la reconocen, de la misma
forma los gremios profesionales, sindicatos, prensa, estudiantes, banca y el
sector industrial, acuden a ofrecer su ayuda al gobierno. Los comunistas –
antiguos colaboradores de Medina – un poco sorprendidos porque esperaban un golpe
militar de derecha - declaran su apoyo a los avances progresistas.”[6]
Ahora barruntan que “sí”. A juzgar por la adhesión que
recibe la Junta, “todos parecen estar de
acuerdo” que con estos nuevos personeros en el poder político, si es
posible alcanzar el ideal de nación que se ha manifestado con reiteración
previamente y en el que se han concertado “todos
los intereses”.
Esa intencionalidad queda
manifestada expresamente el 30 de octubre de 1945, cuando el flamante
Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Rómulo Betancourt Bello, se
dirige al país para expresar:
“Sembrar
el petróleo fue la palabra de orden escrita, demagógicamente en las banderas
del régimen. Nosotros comenzaremos a sembrar el petróleo. En créditos baratos y
a largo plazo, haremos desaguar hacia la industria, la agricultura y la cría,
una apreciable parte de esos millones de bolívares esterilizados, como
superávit fiscal no utilizados, en las cajas de la Tesorería Nacional.”[7]
En franca alusión a la frase que
hiciese famosa el Secretario General del partido depuesto, quien fungiese
además como ministro del gobierno renunciante y figura eminente de aquel
(Doctor Arturo Uslar Pietri), Betancourt afirma que ellos “sí comenzaran a sembrar el petróleo” y lo harán en forma de “créditos baratos” que harán “desaguar hacia la industria” así como
hacia la “agricultura y la cría”, invirtiendo
el superávit financiero que duerme el sueño de los justos en la Tesorería
Nacional. De modo que el “ideal de país”
en progreso continuo que tanto se ha soñado hasta ahora, “sí, ahora sí”, será posible hacerlo realidad.
Tres años más tarde, concretamente el 14 de junio de 1948, el Doctor Arturo Uslar Pietri, el mismo citado con sorna por Betancourt, treinta y seis meses antes, escribe en el diario El Nacional y desde el exilio respecto de la gestión del Gobierno Revolucionario:
“Mucha
gente sencilla, o reaccionaria, piensa que el Gobierno no gobierna o que los
gobernados no acatan. Que todo parece ir a la buena de Dios sin rumbo ni
concierto. (…) Lo que la gente advierte que falta es un rumbo. Es que sienten
vagamente como si el país estuviera dando vueltas en un círculo vicioso del que
no pudiera desprenderse. (…) El país está viviendo horas de mortal peligro. Si no
se hace un grande y sincero esfuerzo por restablecer el verdadero rumbo, por
hallar el camino, por ganar el tiempo, por organizarse efectivamente para el
porvenir, resbalaremos ciegos, unos engolosinados en su festín y otros
amurallados en sus rencores, a la ruina y a la desintegración.”[8]
Con apenas tres años de horizonte, estos
juicios de valor hechos por el Doctor Uslar reflejan todo lo contrario a lo que
se pensaba en octubre de 1945. “El
gobierno no gobierna”; “los gobernados no acatan”; “la gente advierte la falta
de rumbo”; “sienten que el país estuviese dando vueltas en un círculo vicioso”;
se están “viviendo horas de mortal
peligro”, son todos actos de habla que desdicen de la esperanza inicial,
incluso viniendo de quien vienen porque, al final de tan lapidario párrafo, el
Doctor Uslar no culpa solo al sector gubernamental, porque advierte que “si no se hace un grande y sincero esfuerzo
por restablecer el verdadero rumbo, por hallar el camino, por ganar el tiempo,
por organizarse efectivamente para el porvenir, resbalaremos ciegos, unos
engolosinados en su festín y otros amurallados en sus rencores, a la ruina y a
la desintegración.” De modo que no son únicamente los que prometieron el “ideal de nación”, sino también los que
hicieron comunión con ellos en la realización de ese ideal y que, en un momento
dado, aparentemente “desistieron de sus
adhesiones” al percibir la traición
de ese “ideal de nación”.
El 28 de agosto de 1948, Edmundo
Suegart, director del periódico El Heraldo, le arrequinta al Gobierno
Revolucionario este encendido editorial, al señalar también desviaciones del “ideal común” , representadas en los
desaguisados de la gestión pública:
“Las
manifestaciones concretas de esto la tenemos en la paralización de nuestra
evolución industrial, en el agotamiento de nuestras actividades agropecuarias,
en la sensación de inestabilidad que respira nuestro comercio, en la
insatisfacción que cruza a los medios obreros, en la creciente inflación que
agobia al país, en el desorden administrativo reinante, en la ineficacia de los
servicios públicos que antes fueron regulares y en todos estos elementos
imponderables que integran la fisonomía política y moral de Venezuela hoy.”[9]
Suegart es un viejo enemigo de la
Junta, pero en particular de AD. Al haber publicado una carta en 1946 de un
connotado enemigo del gobierno, le suspenden el diario y lo hacen preso. Jura
venganza y desde que es restituido a sus funciones y permitida de nuevo la
libre circulación de su diario, se convierte en vocero contumaz de la enemistad
hacia la Junta, pero en particular hacia Betancourt y su partido. Sin
embargo, los señalamientos son concretos y los actos de habla se hacen eco de
una apreciación general que se escucha en los más variados ambientes del país,
por lo menos del país “que lee y escribe”:
“la
paralización de nuestra evolución industrial”; “el agotamiento de nuestras
actividades agropecuarias”; “la sensación de inestabilidad que respira nuestro
comercio”; “la insatisfacción que cruza a los medios obreros”; “la creciente
inflación que agobia al país”; “el desorden administrativo reinante”; “la
ineficacia de los servicios públicos”. Suegart no deja resquicio alguno y este editorial es apenas uno de los
cinco que dedica con exclusividad al denuesto sistemático del “Gobierno Revolucionario”. Atrás parecen
haber quedado los ofrecimientos y la búsqueda de ese “ideal común” de país. Suegart parece decir: “estamos otra vez en la ruina”.
Y no obstante haber casi duplicado el ingreso petrolero y decuplicado el
esfuerzo en materia de inversión pública, estos tampoco son los “elegidos” para el “cambio indispensable”, a pesar de culminar siendo efectivamente “elegidos por el pueblo” luego de
cumplidos, en sana paz, un par de procesos electorales, directos, universales y
secretos, además por vez primera en Venezuela, y dónde resultan favorecidos con
el “clamor popular”, al ser inequívocamente
triunfadores en ambas contiendas. El
24 de noviembre de 1948, a escasos tres meses de los editoriales de Suegart y
cinco de la carta de Uslar, el Ejército dispone del gobierno, derrocando al
Presidente Constitucional de la República, Rómulo Gallegos Freire. En el país
no pasa literalmente nada y de nuevo “todos
los intereses coinciden” en esta “aséptica
eliminación física” del gobierno en funciones. El “ideal de país” parece imponerlo.
Sobre esta acción expedita, hace saber el Alto Mando Militar en el
comunicado que dirige a la nación, distinguido como N°6:
“El
partido Acción Democrática continuó (…) los vicios políticos que caracterizaron
a los anteriores gobiernos, aprovechándose seguidamente del poder para su
propio beneficio, implantando el sectarismo político, manteniendo una agitación
permanente y trayendo el desbarajuste total de la República. (…) Lograda
definitivamente la posesión integral del Poder Civil por Acción Democrática, la
fracción extremista que ha controlado dicho Partido inició una serie de
maniobras tendientes a dominar también a las Fuerzas Armadas Nacionales,
tratando de sembrar entre ellas la discordia y la desunión. (…) Los extremistas
de Acción Democrática vieron la oportunidad de cumplir sus designios,
increpando a las Fuerzas Armadas de una crisis artificial. (…) Esta situación
obligó a las Fuerzas Armadas a asumir el
control de la República.”[10]
El “culpable” ahora no viste uniforme militar, ni se ampara bajo
aparentes arrestos de “civilidad
democrática”, ahora el “culpable”
es el partido Acción Democrática. Una entidad política que como colectivo, fuera
presa de “los vicios políticos que caracterizaron a los anteriores gobiernos”, de paso “aprovechándose
seguidamente del poder para su propio beneficio, implantando el sectarismo
político, manteniendo una agitación permanente y trayendo el desbarajuste total
de la República…”.
El Alto Mando Militar define como culpable a “la fracción extremista de AD”, que ha intentado desunir y dominar a las Fuerzas Armadas, pretendiendo, al propiciar una “crisis artificial”, lograr finalmente su cometido. Y estos neo salvadores “de cuartel”, fieles centuriones del “ideal de país” tuvieron que cumplir con el obligante deber de su preservación. La peripecia de crear un ideal común, exige sacrificios ejemplares.
El 1° de enero de 1949, con ocasión de la salutación de inicios de año,
que hace el Gobierno Nacional a toda la colectividad venezolana, el señor
Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud, Presidente de la Junta Militar de
Gobierno, hace saber la intencionalidad de lo que ahora él identifica como “Movimiento de Noviembre”, dejando
implícito el fallecimiento definitivo de la “Revolución
de Octubre”:
“El
movimiento de noviembre constituye una reacción sana de la vitalidad del país contra la exageración y
la demagogia de una secta política, nunca un retroceso frente a las reformas
que en nuestra legislación y en nuestra realidad, hemos venido conquistando
desde 1936. La protección de los intereses económicos y del individuo, la
vigencia de nuestra avanzada legislación social, se cumplen sin menoscabo de la
dignidad de los ciudadanos y son expresión de confianza en que no se prepara un
nuevo despotismo.”[11]
Según el Comandante Delgado, el
movimiento militar de noviembre no es una acción exclusiva del Alto Mando
Militar; se trata más bien de “una
reacción sana de la vitalidad del país
contra la exageración y la demagogia de una secta política”, ratificando
así la culpabilidad de una colectividad partidaria con fines de poder, en la
promoción de múltiples obstáculos, originados en su comportamiento tumultuario
y que hacían imposible avanzar hacia ese “ideal
de país deseado por toda la colectividad venezolana”. Y ratifica que bajo
ninguna circunstancia tal movimiento significa
“…retroceso frente a las reformas
que en nuestra legislación y en nuestra realidad, hemos venido conquistando
desde 1936…”, lo cual coloca a esta nueva juventud militar como
protagonista indirecta de esa “conquistas”
en las que, definitivamente, no han tomado parte alguna: o no estaban en el
país o eran unos mozalbetes dedicados con exclusividad a sus iniciales deberes
militares profesionales. Pero la turbamulta
y su aplaque, justifican cualquier protagonismo, por vulgarmente artificioso
que parezca. Y ahora “devueltos a la
verdadera senda hacia el ideal de país” con la garantía del respeto hacia “la dignidad de los ciudadanos”, queda
claro que estos nuevos “salvadores de
gorra y sable” no dirigen al país hacia “un
nuevo despotismo”. La experiencia demostrará lo contrario para los
venezolanos que los adversen.
El Comandante Delgado Chalbaud no verá concretarse ese “ideal de país”. El 13 de noviembre de 1950 es asesinado en Caracas, en circunstancias aún misteriosas en tanto su autoría intelectual pero clarísimas con respecto a su autoría material. Antes de su muerte, su compañero de Junta Militar, el Teniente Coronel Marcos Pérez Jiménez, en conferencia que dictase a los gobernadores de los estados de la República de Venezuela, el 13 de marzo de 1949, hace saber:
“Debemos
admitir que nos ha faltado ese elemento fundamental en la vida de los pueblos
que consiste en la formulación clara y precisa de un ideal nacional, capaz de
obligarnos a un acuerdo de voluntades para su plena realización. Ese ideal (…)
comporta dos formas fundamentales de enunciación colectiva: de un lado el
aprovechamiento de nuestro acervo histórico como manantial de valores morales,
y del otro, la utilización adecuada de los recursos naturales del país para
mejorar la suerte de los venezolanos actuales, especialmente de los menos
favorecidos y legar a las generaciones futuras una patria más próspera.” [12]
El Comandante Pérez Jiménez hace
manifestación precisa de la necesidad de un “ideal
nacional” y como él manifiesta “…capaz
de obligarnos a un acuerdo de voluntades para su plena realización…”. Pero
resulta que ya se viene caminando sobre ese “ideal
nacional” tal cual él mismo lo define, esto es, “la utilización adecuada de los recursos naturales del país para
mejorar la suerte de los venezolanos”, así lo han hecho el General López
Contreras, el General Medina Angarita y Rómulo Betancourt, junto a sus adecos del
malhadado trienio 45-48. Todos, en menor o mayor medida, han utilizado “los recursos naturales del país” para
mejorar la situación de los venezolanos, en particular, de los más necesitados.
De lo que no han echado mano suficientemente es “del aprovechamiento de nuestro acervo histórico como manantial de
valores morales”, todo lo contrario, una nutrida concurrencia al convite
del poder, le ha metido mano al erario público “cual lo hiciera con camaza en tonel de chicha andina”.
Tras el asesinato del Comandante Delgado, lo sustituye el Doctor
Germán Suárez Flamerich, quien queda en esta historia como el tonto del
capirote, al proferir el conjunto de actos de habla que transcribimos sin
comentario alguno y en la vecindad de un proceso electoral para la escogencia
de una Asamblea Nacional Constituyente, que habría de resolver el problema de
la sucesión presidencial, en suspenso desde el derrocamiento del Presidente
Gallegos. Dirá Suárez:
“Os prometo solemnemente, a nombre del
Gobierno de la República, que vuestra voluntad será respetada, e invoco de
nuevo a Dios Todopoderoso para incitarlos a que meditéis en la inmensa
responsabilidad de vuestra decisión…”[13]
La “voluntad” no fue respetada, aduciendo un “fraude electoral” que los contendores en el gobierno, les
adjudican a los ganadores en el proceso electoral, por cierto su oposición
política aún legalizada (¡!). Gracias a un artilugio jurídico urdido por el
Doctor Laureano Vallenilla Planchart (según él mismo afirmara años más tarde,
en una narración por demás dramática) las Fuerzas Armadas “reciben” la renuncia de la Junta de Gobierno, menos la de Pérez
Jiménez, quien es nombrado Presidente Provisional de la República hasta tanto
la Asamblea Nacional Constituyente determine las condiciones en las que habrá
de elegirse un Presidente Constitucional.
Los diputados de la “oposición formal” son obligados a punta
de billete o de pistola a “declinar”
de sus cargos, siendo sustituidos por “parlamentarios
legítimos” y el 17 de abril de 1953, el señor Coronel Marcos Evangelista
Pérez Jiménez es proclamado Presidente Constitucional de la República de
Venezuela, por la “legítima” Asamblea
Nacional Constituyente y con arreglo a la Constitución Nacional reformada y
sancionada por ese mismo cuerpo legislativo. Se pone en marcha, ahora sí, sí,
sí, una vez más sí, el “ideal de país”;
de hecho, lo bautizan como “Nuevo Ideal
Nacional”.
En su discurso de toma de posesión, el nuevo Presidente Constitucional de la República de Venezuela, da a conocer la naturaleza de su “Nuevo Ideal Nacional”:
“Una
nación que aspire a ocupar un sitio prominente y un gobierno digno de tal
aspiración han de señalarse grandes objetivos, dedicarle plenamente energías y
aptitudes, e inspirarse en un ideal nacional de claros delineamientos, que en
nuestro caso se sintetiza en la transformación del medio físico y el
mejoramientos de las condiciones morales, intelectuales y materiales de los
venezolanos. Nuestro nuevo ideal nacional basta de por sí para justificar la
creación de una mística que constituya el común denominador espiritual de los
venezolanos en la tarea cimera de engrandecer la Patria.” [14]
Profiere Pérez Jiménez este inicial
acto de habla y en este párrafo de su discurso: “Una nación que aspire a ocupar un sitio prominente…”. Cuarenta y cuatro años antes, decía el General Gómez respecto del ideal de nación que
aspiraba para Venezuela “…igualarse con sus hermanas del Continente
en vida civilizada y progresos de todo linaje…”; ambos comparten la visión
de una Patria próspera que ocupe un
lugar prominente en vida civilizada.
Continua Pérez Jiménez “…un gobierno digno de tal aspiración han de
señalarse grandes objetivos, dedicarle plenamente energías…”; planteaba el
General Gómez como grandes objetivos “…robustecer
el imperio de la ley, abrir corrientes del trabajo, impulsar las productoras
industrias…” y afirmaba el General López Contreras, apenas a diecisiete
años de esta toma de posesión “…los
hombres honrados, útiles y de mayor capacidad deben ser obligados a servir a la
Causa Pública…” y una sensación
compartida entre ambos Presidentes: solo así es posible un Gobierno digno.
Y concluye Pérez Jiménez que “la nación prominente” y “el gobierno digno de ella” deben “…inspirarse en un ideal nacional de claros
delineamientos, que en nuestro caso se sintetiza en la transformación del medio
físico y el mejoramientos de las condiciones morales, intelectuales y
materiales de los venezolanos…”, la misma transformación del medio físico
que intentó el General López Contreras en el contexto de la aplicación de su
Plan de Febrero; el General Isaías Medina Angarita hiciera lo propio con la
realización de su aspiración de nación próspera, a través de la idea de un
capitalismo de Estado de emergencia, mientras se pasaba el trance de la Segunda
Guerra Mundial; tratase también de la transformación que intentara la “Junta Revolucionaria” y aunque
magramente por su tiempo de permanencia,
el gobierno democrático de Rómulo Gallegos.
Todos tras “la tarea cimera de engrandecer la Patria” para que al fin, como
plantease Betancourt en 1941, Medina en 1942 y Delgado Chalbaud en 1949 “…sintamos noble orgullo de todo lo que sea
venezolano…”.
Un “ideal de país” próspero, civilizado, autoabastecido y
autogestionario, independiente política y económicamente, con la mejora
sustantiva de toda la población, en particular de los más necesitados, mediante
la inversión intensiva y extensiva de las riquezas provenientes de la ingencia
de los recursos naturales con los que la Providencia dotó a Venezuela, ha
sido y parece seguir siendo ese ideal nacional que se viene pergeñando y luego
tratando de construir, al menos, en
esta muestra discursiva, desde los inicios del siglo XX.
Este “ideal de país” parece haber sido compartido por todos a quienes
les tocó la responsabilidad de dirigirlo y haber producido coincidencia de
intereses entre grupos disímiles, al inicio de las diversas coyunturas
históricas por la que hubo de atravesar nuestra Patria en el período citado.
Pero, devenido el tiempo, los individualismos, los viejos vicios nacionales
surgidos de la avidez por el poder, la riqueza fácil, la oportunidad del
usufructo del erario público en provecho propio, la concusión, la arbitrariedad
y el cohecho, terminaron dando al traste con el intento de alcanzar ese “ideal de país”, surgiendo entonces la
inmensidad de una duda que se refleja en un gigantesco interrogante ¿Por qué?...
Apenas a unos cuantos lustros de
existencia que apenas superan la sextena, tiempo intrascendente frente a la historia de una nación, nos atrevemos presuntuosamente a
afirmar que el problema no son los sistemas políticos y sus correlatos sociales
y económicos; no son las ideologías radicales ni los apremios conceptuales de
naturaleza política; tampoco la presencia impertérrita de morriones, sables y
charreteras en nuestra impronta histórica criolla; menos los que se han ido,
con pena y sin gloria o con ella orlada por la leyenda y los cánticos de
adoración perpetua. La culpa, si puede atribuírsele a alguien por ese afán
forense que nos persigue desde nuestra pretérita ascendencia española, la culpa
es de nosotros, únicamente de nosotros: los venezolanos.
Hay una naturaleza fenotípica que
nos obstinamos en no mirar, como quien acomplejado de una fealdad que se
presume, se niega avergonzado a verse en un espejo, y mientras no lo hagamos,
nunca estaremos seguros de quienes somos. Mirémonos pues en ese “espejo magistral” que es nuestra
historia, aprendamos algo más de sus reflejos y entendamos, de una vez y para
siempre, que la solución habita en la comprensión de aquella imagen. Solo
aquella que devuelva el espejo, será reconocida y solo ella nos permitirá
encontrar el mejor camino para nosotros.
No hay mesías, ni caminos fáciles, tampoco atajos, ni rutas entreveradas;
la aventura de construir una nación, es larga y peligrosa, dolorosa y difícil,
pero hay que emprenderla colectivamente. No hay opciones…
[1] Salazar Martínez,
Francisco; Tiempo de Compadres. LIBRERÍA PIÑANGO. Caracas, 1971.Págs.156
y 157
[3] Discurso pronunciado por Rómulo Betancourt Bello.13 de septiembre de
1941. Nuevo Circo de Caracas.
[4] Academia
Nacional de la Historia. Textos Históricos.
Recuperado de internet en http://www.anhvenezuela.org/.
[5] Catalá,
José Agustín; 1945-1947. Del Golpe Militar a la Constituyente. Papeles de
Archivo. Cuadernos de Divulgación Histórica. Nº9. CENTAURO. Caracas, 1992.
Pág.3.
[7] Consalvi,
Simón Alberto; La Revolución de Octubre. 1945-1948. La primera república liberal
democrática. FUNDACIÓN ROMULO BETANCOURT. Caracas, 2010. Pág. 141.
[8] El
Profesor Sócrates Ramírez informa que la versión completa de esta columna “Pizarrón” corre inserta en el Tomo
VII-A, Carpeta A, 54, bajo el título “La
falsificación de la realidad”, archivo de Rómulo Betancourt. Ramírez, Sócrates; Decir una
revolución. ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA.FUNDACIÓN BANCARIBE. Caracas,
2014. Pág.244.
[10] Mayobre,
Eduardo; Venezuela 1948-1958. La dictadura militar. FUNDACION ROMULO
BETANCOURT. Caracas, 2013. Pág.78.
[12] Cartay,
Rafael. La filosofía del régimen
perezjimenista: el Nuevo Ideal Nacional. Recuperado de
internet en: http://iies.faces.ula.ve/Revista/Articulos/Revista_15/Pdf/Rev15Cartay.pdf.Pág.9
[14] Discurso
de Toma de Posesión de la Presidencia de la República. Señor Coronel Marcos
Pérez Jiménez, Presidente Constitucional de la República de Venezuela.
Venezuela bajo un Nuevo Ideal Nacional.
Realizaciones durante el primer año de gobierno del Coronel Marcos Pérez
Jiménez. República de Venezuela. Servicio Informativo Venezolano. IMPRENTA
NACIONAL. Caracas, 1954. Págs. 23-28.