Los esbozos que hemos presentado
a quienes han tenido la inmensa gentileza en leernos y que han excedido el
ofrecimiento original de cuatro para convertirse en seis artículos, debían
producir, como de hecho lo ofrecimos, un cuerpo de conclusiones que permitiese,
desde la evidencia empírica mostrada, ubicar al menos algunas causas de la
pervivencia del peculado en nuestro ámbito público. Este trabajo que presentamos
a continuación, tiene esa pretensión.
Las causas que estimamos
concurren para hacer pervivir el peculado en la función pública venezolana a lo
largo del tiempo son, a nuestro juicio, las siguientes:
1.- “La sombra del botín de guerra”;
la presencia de la “guerra” en
nuestra impronta, acaso nos ha dejado eso como herencia. El afán de pensar que
toda forma de propiedad, sobre todo si se trata de bienes materiales, es “apropiable” por cualquiera, en
cualquier instante, según sean las necesidades a satisfacer, es muy propio de
nuestra cultura basada, precisamente, en la satisfacción de la necesidad
perentoria por cualquier medio. Al tratarse de la propiedad pública, pareciese
que esa percepción del “botín de guerra”
se hace más intensa.
2.- “La recompensa por los
servicios prestados y la impunidad por consecuencia”; esta percepción
tiene dos componentes, una que se deriva de los “servicios efectivamente prestados y su remuneración” y los “servicios prestados por convicción”.
Los primeros se refieren a los servidores públicos per se y las remuneraciones
que reciben. El servicio público en Venezuela tradicionalmente ha pagado
sueldos muy bajos, en ocasiones pírricos, que hacen prácticamente imposible la
supervivencia. Ante esa pasmosa realidad, el servidor público pudiese llegar a
considerar que no siendo justamente remunerado, la concusión, el cohecho y, como último recurso, la apropiación de bienes públicos “pudiesen compensar” la diferencia salarial o la remuneración que,
efectivamente, por servicios prestados, debiese corresponderle en justicia.
La otra está referida a los “servicios prestados por convicción”; se
supone que la lucha en la guerra, la prisión, la construcción de las
instituciones y el trabajo sistemático por la consolidación de ellas, una vez
logrado el triunfo de una idea que se hace poder, son sufrimientos causados por
“convicción propia”, no existiendo
compromiso alguno de la Patria, vale decir, lo que se hizo por ella, el mero
triunfo de la idea lo compensa. Parece ser que en Venezuela, sobre todo en
figuras que alcanzan el poder político, existe la convicción (explotada ad nauseam por los acólitos de quienes
terminan detentando el poder) de que “la
Patria debe retribuir a sus benefactores”. En ambos casos se genera la
convicción de la “impunidad” como
corolario. No puede haber culpa, ni
comisión de delito si el Estado me obliga al “rebusque” y tampoco si he servido “con sacrificio” para lograr su bienestar. La impunidad es flexible
según de quién, cuándo, dónde y cómo se trate, pero siempre priva sobre
cualquier otra consideración. Todo pudiese ser reducido a un solo acto de
habla: “…la Patria es un deudor eterno…”
3.- “La cosa pública siempre es
pública cosa”; pareciera
existir en nuestro país la convicción de que la “cosa pública” es “pública
cosa”. Esta convicción pareciese basarse en un silogismo simple de definir:
“…si la Patria es de todos y de la Patria
es la cosa pública, entonces si nosotros somos la Patria, la cosa pública es
nuestra, sin límite alguno”. Un razonamiento más elemental se traduce en un
acto de habla ilocucionario de relativa sencillez y que hemos escuchado hasta
la saciedad desde niños: “la calle es de
todos”. Pero si la ensuciamos y hay que limpiarla: “… la limpia el gobierno…”.
Son actos de habla de una pasmosa
simpleza pero sugiere un mecanismo mental de interpretación respecto de todo lo
que tenga que ver con “el gobierno”.
Desde aquí se produce otro silogismo de evidente simpleza pero de gran
contundencia: “…si el Gobierno es de la
Patria y la Patria es de todos, el Gobierno es de todos; y si el Gobierno es de
todos, los bienes del Gobierno son de todos…”.
Botín de guerra, sentido de acreencia de la Patria hacia su servidor y la cosa pública como pública cosa, se intersectan para formar una percepción más compleja, que favorece una conducta motivada por la concurrencia de tales causales, en detrimento de los bienes del Estado y en provecho de la aspiración particular del funcionariado público.
Botín de guerra, sentido de acreencia de la Patria hacia su servidor y la cosa pública como pública cosa, se intersectan para formar una percepción más compleja, que favorece una conducta motivada por la concurrencia de tales causales, en detrimento de los bienes del Estado y en provecho de la aspiración particular del funcionariado público.
4.- “El ejercicio arbitrario del
mando”; hemos dicho que la
venezolana es una sociedad estructurada sobre la base del poder como
motivación. De allí que Mando y Riqueza
sean esenciales para lograr el tan ansiado Reconocimiento.
Ahora bien, la guerra y el gobierno de fuerza, nos lega como herencia el mando
militar arbitrario e inmoral. La convicción de que “la Patria me debe”, sus bienes “son
de todos”, contimas “míos porque le
sirvo” y la “impunidad” me asiste
porque “yo mando”, todo eso concurre
para llegar a producir la convicción de que “puedo
apropiarme de lo que deseé cuándo así lo deseé”.
5.- “El afán por la riqueza y
fácil”; la Riqueza es
esencial para el Reconocimiento. La
exhibición de la posesión de bienes materiales y la creencia del “éxito indiscutible” asociado a tal
posesión, produce el tan ansiado Reconocimiento
de manera inmediata. La atención que se le presta a su portador y el trato que
se le dispensa, es distintivo en Venezuela. Pero hay solo dos vías para acceder
a la Riqueza: el trabajo y la apropiación. El primero es solo posible si se
realiza una actividad legítima y legal de naturaleza lucrativa; el segundo, más
fácil, implica solo la apropiación de los bienes o la oportunidad de obtenerlos
con el mínimo esfuerzo. La evidencia empírica muestra que aquí ansiamos la
riqueza por ser una vía expedita al Reconocimiento pero aspiramos obtenerla por la vía de menor resistencia y sacrificio.
6.- “La impronta del Saco y el
Puñal”; se trata de otro
resabio que nos queda de la “guerra”
y de la “reacción natural” frente a
las inflexiones de nuestros Sistemas Políticos. Cada vez que se ha presentado
una tensión social como respuesta a presiones de naturaleza económica,
conmoción política momentánea o cambio abrupto de Sistema Político, sectores de la población han reaccionado saqueando a la fuerza tanto la propiedad pública como la propiedad
privada, actuando bajo la lógica que impone la convicción del “botín de guerra”. Y de manera natural
se hace en relación a los bienes del Estado dejados “a buen recaudo”.
El ejercicio arbitrario del mando, el afán por la riqueza fácil y la
impronta del saco y el puñal, pareciesen concurrir de manera permanente frente
a la administración de los bienes del Estado.
Al propio tiempo, pareciesen ser inmanentes a nuestra impronta histórica
y acaso actúan de manera automática si ciertas condiciones se dan
simultáneamente, al ser parte constitutiva de nuestro imaginario nacional.
7.- “La imperiosa necesidad de
Reconocimiento”; esencial para todo individuo que hace parte de una
sociedad estructurada sobre la base del Poder como motivación, ya hemos
mencionado en las seis anteriores la necesidad, prácticamente básica, que
implica “ser reconocido”. La
sensación de que “no existo” o “nadie me reconoce” produce miedo, tras
aquel, resentimiento y, finalmente, odio, que culmina reproduciéndose en
violencia. La falta de Reconocimiento,
nutre convenientemente el discurso político de la vindicación, sobre todo si
puede ubicarse su falta como consecuencia de la acción voluntaria de un “enemigo interno” a quien conviene que “tú no seas reconocido”.
8.- “La pobreza crónica”; la evidencia empírica muestra, ampliamente, que en
Venezuela ningún Sistema Político, y, por consecuencia quienes los han
dirigido, ha resuelto el problema de la pobreza estructural colectiva. El
metabolismo de nuestros Sistemas Políticos supone la existencia o irrupción de
un líder carismático, alrededor del cual se forma una célula pentagonal de poder
(ideólogos, románticos, políticos de oficio, soldados y negociantes), que
termina reproduciéndose hasta lograr la existencia vital de retículas
oligárquicas, que colonizan el Sistema Político y sus Subsistemas, a saber, el
subsistema político Estado (que les es connatural), el subsistema político
societal con quien se relaciona e intersecta y su correspondiente correlato
económico. De esa estructura nace una
oligarquía (en el sentido aristotélico del término) y de esta nace, por
consecuencia de la decantación de recursos financieros (también definida por nosotros en otra oportunidad como "goteo prebendario"), una clase media
administradora y tributaria. Menos del 17% de la población, en cada tiempo
histórico, termina en esa posición y solo el 2% hace parte de las oligarquías. Más
del 70% y en ocasiones en números que superan el 85%, permanece en la pobreza.
Buena parte de esa pobreza lo es en condiciones de indignidad y genera en su
existencia un permanente resentimiento que abona a favor del discurso
vindicador, por una parte y, por la otra, la convicción de que “alguien me debe”. Sea por necesidad
real o por convicción, el asalto de la “pública
cosa” resuelve ambas situaciones. El
peculado de uso nace, en buena medida, de la pobreza crónica.
9.- “El trabajo para mí es un
enemigo”; este acto de habla, que corresponde a un verso de la letra de
un merengue dominicano, ejemplifica gráficamente lo que se quiere mostrar. Al
buscar la riqueza por la vía de la menor resistencia y sacrificio, pero, además, al ser los
salarios (tanto en el sector público como privado) tradicionalmente bajos o
asignados a dedo según sea la proximidad a los “Jefes”, el trabajo remunerado no ofrece incentivos para su
ejercicio. La concusión, el cohecho, el tráfico de influencias, la apropiación
indebida de los bienes públicos y su negociado, ofrecen muchísimas más
oportunidades de hacerse de riqueza que el ejercicio honrado de la función
pública. La honestidad y la rectitud parecen no pagar en Venezuela. La
violación de la ley, el arrime a un grupo concusional, la pertenencia a una
banda o la sombra conveniente de un Jefe, se traduce en beneficios inmediatos,
ratificando en el tiempo y por vía empírica, el verso de la melodía antillana.
10.- “Amo a la Patria, pero de
lejos…”; la Patria es sujeto de versos, canciones, marchas y saludos, y, frecuentemente, se loa en el discurso político. Pero cabe preguntarse ¿Entiende
el común su significado? ¿Se internaliza el significado del “bien común” cómo el bien de la Patria?
¿Más allá de los símbolos patrios, qué entiende el común por la Patria? El amor
a la Patria que siente un japonés no es el mismo que siente un venezolano.
Pareciese no existir el daño a la Patria. Acaso, en medio de una sociedad
pletórica de carencias culturales, sociales y económicas, la Patria no pase de
ser una abstracción casi inexistente, propia de construcciones retóricas pero
jamás realidad tangible. Por eso “amo a
la Patria” pero cuando mis intereses coliden con ese sentimiento: “…hasta allí llegó mi amor…”
De las diez causales expuestas,
nos atrevemos a presentar, como producto final, lo que hemos definido como “El decálogo del peculado”, acaso como
ejercicio entre jocoso y triste de lo que suponemos llevamos en el alma y
pareciese estar allí, marcado como fierro candente en sus inicios y sin
aparente solución:
1.- Toda propiedad, sea pública o
privada, constituye botín de guerra.
2.- La Patria siempre “debe” a
sus “benefactores”, por tanto no es punible ninguna forma de apropiación de lo
“debido”.
3.- Toda “cosa pública” es
“pública cosa”.
4.- Todo mando es “sagrado” y el
que lo ejerce, tiene derecho y discrecionalidad sobre todo y todos.
5.- Todos tenemos derecho a la
“riqueza” pero sin esfuerzo alguno.
6.- Toda riqueza o posesión del
“dominado” es propiedad discrecional del “dominador”.
7.- Todo el que tiene mando y
riqueza debe ser reconocido, no importa el origen de ese mando o de esa riqueza
o de ambos.
8.- El funcionario público, en
especial si es pobre, tiene derecho a todo aun sin cumplir con su deber.
9.- El trabajo para mi es un enemigo.
10.- El amor a la Patria no
implica deberes hacia ella.
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