16 de marzo de 2017

Peculado en Venezuela. Las causas. El decálogo del peculado...

Los esbozos que hemos presentado a quienes han tenido la inmensa gentileza en leernos y que han excedido el ofrecimiento original de cuatro para convertirse en seis artículos, debían producir, como de hecho lo ofrecimos, un cuerpo de conclusiones que permitiese, desde la evidencia empírica mostrada, ubicar al menos algunas causas de la pervivencia del peculado en nuestro ámbito público. Este trabajo que presentamos a continuación, tiene esa pretensión.

Las causas que estimamos concurren para hacer pervivir el peculado en la función pública venezolana a lo largo del tiempo son, a nuestro juicio, las siguientes:

1.- “La sombra del botín de guerra”; la presencia de la “guerra” en nuestra impronta, acaso nos ha dejado eso como herencia. El afán de pensar que toda forma de propiedad, sobre todo si se trata de bienes materiales, es “apropiable” por cualquiera, en cualquier instante, según sean las necesidades a satisfacer, es muy propio de nuestra cultura basada, precisamente, en la satisfacción de la necesidad perentoria por cualquier medio. Al tratarse de la propiedad pública, pareciese que esa percepción del “botín de guerra” se hace más intensa.

2.- “La recompensa por los servicios prestados y la impunidad por consecuencia”; esta percepción tiene dos componentes, una que se deriva de los “servicios efectivamente prestados y su remuneración” y los “servicios prestados por convicción”. Los primeros se refieren a los servidores públicos per se y las remuneraciones que reciben. El servicio público en Venezuela tradicionalmente ha pagado sueldos muy bajos, en ocasiones pírricos, que hacen prácticamente imposible la supervivencia. Ante esa pasmosa realidad, el servidor público pudiese llegar a considerar que no siendo justamente remunerado, la concusión, el cohecho y, como último recurso, la apropiación de bienes públicos “pudiesen compensar” la diferencia salarial o la remuneración que, efectivamente, por servicios prestados, debiese corresponderle en justicia.

La otra está referida a los “servicios prestados por convicción”; se supone que la lucha en la guerra, la prisión, la construcción de las instituciones y el trabajo sistemático por la consolidación de ellas, una vez logrado el triunfo de una idea que se hace poder, son sufrimientos causados por “convicción propia”, no existiendo compromiso alguno de la Patria, vale decir, lo que se hizo por ella, el mero triunfo de la idea lo compensa. Parece ser que en Venezuela, sobre todo en figuras que alcanzan el poder político, existe la convicción (explotada ad nauseam por los acólitos de quienes terminan detentando el poder) de que “la Patria debe retribuir a sus benefactores”. En ambos casos se genera la convicción de la “impunidad” como corolario. No puede haber culpa, ni comisión de delito si el Estado me obliga al “rebusque” y tampoco si he servido “con sacrificio” para lograr su bienestar. La impunidad es flexible según de quién, cuándo, dónde y cómo se trate, pero siempre priva sobre cualquier otra consideración. Todo pudiese ser reducido a un solo acto de habla: “…la Patria es un deudor eterno…”

3.- “La cosa pública siempre es pública cosa”; pareciera existir en nuestro país la convicción de que la “cosa pública” es “pública cosa”. Esta convicción pareciese basarse en un silogismo simple de definir: “…si la Patria es de todos y de la Patria es la cosa pública, entonces si nosotros somos la Patria, la cosa pública es nuestra, sin límite alguno”. Un razonamiento más elemental se traduce en un acto de habla ilocucionario de relativa sencillez y que hemos escuchado hasta la saciedad desde niños: “la calle es de todos”. Pero si la ensuciamos y hay que limpiarla: “… la limpia el gobierno…”.

Son actos de habla de una pasmosa simpleza pero sugiere un mecanismo mental de interpretación respecto de todo lo que tenga que ver con “el gobierno”. Desde aquí se produce otro silogismo de evidente simpleza pero de gran contundencia: “…si el Gobierno es de la Patria y la Patria es de todos, el Gobierno es de todos; y si el Gobierno es de todos, los bienes del Gobierno son de todos…”.

Botín de guerra, sentido de acreencia de la Patria hacia su servidor y la cosa pública como pública cosa, se intersectan para formar una percepción más compleja, que favorece una conducta motivada por la concurrencia de tales causales, en detrimento de los bienes del Estado y en provecho de la aspiración particular del funcionariado público.

4.- “El ejercicio arbitrario del mando”; hemos dicho que la venezolana es una sociedad estructurada sobre la base del poder como motivación. De allí que Mando y Riqueza sean esenciales para lograr el tan ansiado Reconocimiento. Ahora bien, la guerra y el gobierno de fuerza, nos lega como herencia el mando militar arbitrario e inmoral. La convicción de que “la Patria me debe”, sus bienes “son de todos”, contimas “míos porque le sirvo” y la “impunidad” me asiste porque “yo mando”, todo eso concurre para llegar a producir la convicción de que “puedo apropiarme de lo que deseé cuándo así lo deseé”.

5.- “El afán por la riqueza y fácil”; la Riqueza es esencial para el Reconocimiento. La exhibición de la posesión de bienes materiales y la creencia del “éxito indiscutible” asociado a tal posesión, produce el tan ansiado Reconocimiento de manera inmediata. La atención que se le presta a su portador y el trato que se le dispensa, es distintivo en Venezuela. Pero hay solo dos vías para acceder a la Riqueza: el trabajo y la apropiación. El primero es solo posible si se realiza una actividad legítima y legal de naturaleza lucrativa; el segundo, más fácil, implica solo la apropiación de los bienes o la oportunidad de obtenerlos con el mínimo esfuerzo. La evidencia empírica muestra que aquí ansiamos la riqueza por ser una vía expedita al Reconocimiento pero aspiramos obtenerla por la vía de menor resistencia y sacrificio.

6.- “La impronta del Saco y el Puñal”; se trata de otro resabio que nos queda de la “guerra” y de la “reacción natural” frente a las inflexiones de nuestros Sistemas Políticos. Cada vez que se ha presentado una tensión social como respuesta a presiones de naturaleza económica, conmoción política momentánea o cambio abrupto de Sistema Político, sectores de la población han reaccionado saqueando a la fuerza tanto la propiedad pública como la propiedad privada, actuando bajo la lógica que impone la convicción del “botín de guerra”. Y de manera natural se hace en relación a los bienes del Estado dejados “a buen recaudo”.

El ejercicio arbitrario del mando, el afán por la riqueza fácil y la impronta del saco y el puñal, pareciesen concurrir de manera permanente frente a la administración de los bienes del Estado.  Al propio tiempo, pareciesen ser inmanentes a nuestra impronta histórica y acaso actúan de manera automática si ciertas condiciones se dan simultáneamente, al ser parte constitutiva de nuestro imaginario nacional.

7.- “La imperiosa necesidad de Reconocimiento”; esencial para todo individuo que hace parte de una sociedad estructurada sobre la base del Poder como motivación, ya hemos mencionado en las seis anteriores la necesidad, prácticamente básica, que implica “ser reconocido”. La sensación de que “no existo” o “nadie me reconoce” produce miedo, tras aquel, resentimiento y, finalmente, odio, que culmina reproduciéndose en violencia. La falta de Reconocimiento, nutre convenientemente el discurso político de la vindicación, sobre todo si puede ubicarse su falta como consecuencia de la acción voluntaria de un “enemigo interno” a quien conviene que “tú no seas reconocido”.

8.- “La pobreza crónica”; la evidencia empírica muestra, ampliamente, que en Venezuela ningún Sistema Político, y, por consecuencia quienes los han dirigido, ha resuelto el problema de la pobreza estructural colectiva. El metabolismo de nuestros Sistemas Políticos supone la existencia o irrupción de un líder carismático, alrededor del cual se forma una célula pentagonal de poder (ideólogos, románticos, políticos de oficio, soldados y negociantes), que termina reproduciéndose hasta lograr la existencia vital de retículas oligárquicas, que colonizan el Sistema Político y sus Subsistemas, a saber, el subsistema político Estado (que les es connatural), el subsistema político societal con quien se relaciona e intersecta y su correspondiente correlato económico.  De esa estructura nace una oligarquía (en el sentido aristotélico del término) y de esta nace, por consecuencia de la decantación de recursos financieros (también definida por nosotros en otra oportunidad como "goteo prebendario"), una clase media administradora y tributaria. Menos del 17% de la población, en cada tiempo histórico, termina en esa posición y solo el 2% hace parte de las oligarquías. Más del 70% y en ocasiones en números que superan el 85%, permanece en la pobreza. Buena parte de esa pobreza lo es en condiciones de indignidad y genera en su existencia un permanente resentimiento que abona a favor del discurso vindicador, por una parte y, por la otra, la convicción de que “alguien me debe”. Sea por necesidad real o por convicción, el asalto de la “pública cosa” resuelve ambas situaciones. El peculado de uso nace, en buena medida, de la pobreza crónica.

9.- “El trabajo para mí es un enemigo”; este acto de habla, que corresponde a un verso de la letra de un merengue dominicano, ejemplifica gráficamente lo que se quiere mostrar. Al buscar la riqueza por la vía de la menor resistencia y sacrificio, pero, además, al ser los salarios (tanto en el sector público como privado) tradicionalmente bajos o asignados a dedo según sea la proximidad a los “Jefes”, el trabajo remunerado no ofrece incentivos para su ejercicio. La concusión, el cohecho, el tráfico de influencias, la apropiación indebida de los bienes públicos y su negociado, ofrecen muchísimas más oportunidades de hacerse de riqueza que el ejercicio honrado de la función pública. La honestidad y la rectitud parecen no pagar en Venezuela. La violación de la ley, el arrime a un grupo concusional, la pertenencia a una banda o la sombra conveniente de un Jefe, se traduce en beneficios inmediatos, ratificando en el tiempo y por vía empírica, el verso de la melodía antillana.

10.- “Amo a la Patria, pero de lejos…”; la Patria es sujeto de versos, canciones, marchas y saludos, y, frecuentemente, se loa en el discurso político. Pero cabe preguntarse ¿Entiende el común su significado? ¿Se internaliza el significado del “bien común” cómo el bien de la Patria? ¿Más allá de los símbolos patrios, qué entiende el común por la Patria? El amor a la Patria que siente un japonés no es el mismo que siente un venezolano. Pareciese no existir el daño a la Patria. Acaso, en medio de una sociedad pletórica de carencias culturales, sociales y económicas, la Patria no pase de ser una abstracción casi inexistente, propia de construcciones retóricas pero jamás realidad tangible. Por eso “amo a la Patria” pero cuando mis intereses coliden con ese sentimiento: “…hasta allí llegó mi amor…”

De las diez causales expuestas, nos atrevemos a presentar, como producto final, lo que hemos definido como “El decálogo del peculado”, acaso como ejercicio entre jocoso y triste de lo que suponemos llevamos en el alma y pareciese estar allí, marcado como fierro candente en sus inicios y sin aparente solución:

1.- Toda propiedad, sea pública o privada, constituye botín de guerra.
2.- La Patria siempre “debe” a sus “benefactores”, por tanto no es punible ninguna forma de apropiación de lo “debido”.
3.- Toda “cosa pública” es “pública cosa”.
4.- Todo mando es “sagrado” y el que lo ejerce, tiene derecho y discrecionalidad sobre todo y todos.
5.- Todos tenemos derecho a la “riqueza” pero sin esfuerzo alguno.
6.- Toda riqueza o posesión del “dominado” es propiedad discrecional del “dominador”.
7.- Todo el que tiene mando y riqueza debe ser reconocido, no importa el origen de ese mando o de esa riqueza o de ambos.
8.- El funcionario público, en especial si es pobre, tiene derecho a todo aun sin cumplir con su deber.
9.- El trabajo para mi es un enemigo.
10.- El amor a la Patria no implica deberes hacia ella.

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