13 de octubre de 2018

18 de octubre de 1945: entre leyendas urbanas, construcciones discursivas y realidades contundentes.

Decía mi dilecto maestro Profesor Doctor Fernando Falcón Veloz que las palabras, especialmente en el discurso político, tienen fuerza vital. En elaboraciones más complejas tales como juicios de valor o su construcción en actos de habla intencionales, hablados a su vez en un lenguaje político particular, en un tiempo determinado y según prácticas sociales e históricas también determinadas por ese tiempo, suelen tener naturaleza petrificante, en el sentido de crear, como monolitos, conceptos, ocurrencias y eventos, hasta convertirlos en “realidades inconmovibles”, realidades que adquieren características de “verdades históricas” que, de tanto repetirlas “como loros”  (tanto los adeptos al discurso de ocasión como los inertes a todo estudio y lectura, también, incluso, no pocos de los denominados "expertos"), terminan haciendo parte del léxico político de generaciones.

Estas líneas tienen por objeto “desmitificar” parte de algunas de esas “verdades históricas” que se repitieron durante un tiempo en Venezuela, sobre todo entre los militantes y simpatizantes del partido Acción Democrática o por los seguidores de Rómulo Betancourt Bello, especialmente sus exégetas. Persuadidos de que esta fecha ya no tiene significación alguna en las generaciones de hoy, por una parte debido a la negligencia supina que rodea al conocimiento (y en alguna medida la enseñanza) de nuestra historia política patria y, por la otra, la creciente deformación por vía del trancazo improvisador y los burdos intentos de ideologización “roja-rojita”, imperativa obligación pedagógica significar que desde nuestra propia perspectiva metodológica y sus correspondientes modelos teóricos políticos de análisis, el 18 de octubre de 1945 se produjo la definitiva trascendencia del Sistema Político Militar Positivista (nacido en 1899 y viviente de fondo, no obstante importantes cambios estructurales y funcionales), hacia el Sistema Político Democrático, en su primer intento, llamado luego por algunos historiógrafos “República Liberal Democrática” (Simón Alberto Consalvi, por ejemplo), aunque entonces, especialmente para sus protagonistas políticos, se tratara más bien de una suerte de “revolución socialista con sordina” o de “socialdemocracia revolucionaria radical a la criolla”.

Entre el 18 de octubre de 1945 (del cual en esta fecha se conmemoran 75 años) y su correspondiente 24 de noviembre de 1948, media un período que en nuestra historia política, se suele definir como el “Trienio Adeco” o simplemente el “Trienio”, período que representa, en alguna medida, un compendio (bien concentrado por cierto) de algunas de las ocurrencias que, durante los últimos 22 años, los venezolanos hemos estado viviendo y sufriendo de manera impenitente. En el entendido de que se trata de dos naciones venezolanas bien distintas, histórica, moral, cultural, social y económicamente, los conflictos políticos allí vividos tuvieron cierta naturaleza equivalente con los actuales. Sin embargo hoy, tal como podemos constatarlo cotidianamente, sus “actos conclusivos” han sido, hasta ahora, totalmente opuestos.

No obstante, volviendo a nuestra temática fundamental, la idea medular de este artículo es tratar de desmontar las “leyendas urbanas”[1] que rodearon a ese período y que nos hemos atrevido a descomponer en dos aspectos esenciales (que hemos tratado de manera conjunta, en aras del tiempo y el espacio exigido por estas redes sociales, con la esperanza de ser alguna vez leídos), a saber, “la conspiración y la rebelión” y “la gestión y el derrocamiento”. Vayamos pues a su encuentro.

1.- La conspiración y la rebelión…

La logia militar conspirativa que promueve los eventos del 18 de octubre de 1945, es aquella bautizada por sus fundadores como Unión Militar Patriótica (UMP). Dirigen y fundan esta agrupación los mayores Julio César Vargas Cárdenas y Marcos Evangelista Pérez Jiménez; los capitanes Horacio López Conde, Miguel Nucete Paoli y Mario Ricardo Vargas Cárdenas; los tenientes Rafael Alfonso Ravard y Martín Márquez Añez, entre otros. De los 925 oficiales que hacen parte del Ejército, Armada y Aviación Militar de Venezuela para el momento de los hechos, al menos 123 hacen parte de la logia. Es la UMP la que conduce las primeras acciones militares, siendo además esta organización (por cierto y reiteramos, estrictamente militar), la que promueve antes de las acciones de armas, los contactos iniciales para reclutar adeptos. Sin embargo, a lo largo de los primeros meses de instalada la Junta Revolucionaria de Gobierno (asimismo en años posteriores), Rómulo Betancourt se hace a la tarea de singularizar el movimiento como una “conspiración cívico-militar”.

De hecho en una entrevista que sostiene Betancourt en la Embajada de los Estados Unidos, el 21 de noviembre de 1945, con Allan Dawson, funcionario de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica (del que se ha dicho estaba en Venezuela con la intención de “mediar” para la realización de la rebelión militar), Rómulo afirma categóricamente, según cita el mismo Dawson en informe a su dependencia de adscripción, que “este no fue un movimiento improvisado rápidamente. Había sido planeado por años. Siempre tuvimos confianza en el Ejército.”

Todo parece indicar, si se toma como cierta esta afirmación de Betancourt, que la conspiración entre civiles y militares era un hecho continuado en el tiempo, toda vez que se trataba de un movimiento “…planeado por años…”. Sin embargo, en declaraciones dadas por el capitán Mario Ricardo Vargas a la escritora y periodista Ana Mercedes Pérez (que esta última hiciera públicas en su libro titulado “La verdad inédita”), el citado oficial hubiese afirmado que “nuestro primer contacto con los dirigentes de Acción Democrática, lo tuvimos entre el 21 y el 25 de mayo de 1945”. El propio Marcos Pérez Jiménez en varias oportunidades habría afirmado lo mismo. Cinco meses, ciertamente, no representan un plan fraguado “…por años…”.

La rebelión militar del 18 de octubre de 1945 fue una situación sorpresiva e inesperada. Se dispara tras la detención del mayor Marcos Pérez Jiménez y el intento de detención del mayor Carlos Delgado Chalbaud- Gómez, así como del capitán Mario Vargas Cárdenas en la Escuela Militar, la mañana del 18 de octubre de 1945, lo que sugería la delación o el conocimiento por parte del gobierno en funciones, de una “conspiración militar en marcha”; de hecho y en días previos (entre el 16 y el 17 de octubre), el general Medina Angarita hubiese recibido una lista de ocho oficiales comprometidos en una probable asonada y en la que figurasen los nombres de ambos hermanos Vargas Cárdenas, Pérez Jiménez y Delgado Chalbaud-Gómez. 

Los primeros hechos de armas se dan en la Escuela Militar de La Planicie, el Palacio de Miraflores y el cuartel Gral. José Antonio Páez, ubicado en la ciudad de Maracay, estado Aragua. Todos los participantes en esos hechos, así como sus líderes, son oficiales del Ejército, así como de la Aviación Militar, miembros todos de la Unión Militar Patriótica. La incorporación de civiles, fuesen o no militantes del partido Acción Democrática, se va dando mucho después de iniciados los combates y concretamente en la ciudad de Caracas. De hecho, el maestro Rómulo Gallegos Freyre, a la sazón Presidente de AD, se entera de la participación de ese partido en la conspiración, por boca del propio Rómulo Betancourt y pasadas las 1300 horas (una de la tarde), el mismo día 18 de octubre. Hasta la detención sorpresiva de Pérez Jiménez, los únicos miembros de Acción Democrática que conocen de una conspiración  castrense son, además de Betancourt, el doctor Gonzalo Barrios Bustillos y, casi al filo de su transformación en rebelión, el doctor Raúl Leoni Otero.

De modo que mal puede hablarse de esa conjunción de “Pueblo y Ejército”; de una conspiración fraguada “desde años atrás” y de una rebelión “planificada estratégica y tácticamente como acción de armas”. Todas las afirmaciones anteriores (porque dudo que hoy existan dudas al respecto) hicieron parte del desarrollo de meras “leyendas urbanas”. La conspiración fue de origen estrictamente militar. Fue, además, la UMP, por conducto de Pérez Jiménez, quien le ofrece la Primera Magistratura Nacional a Rómulo Betancourt, de producirse una rebelión, como de hecho y de derecho termina ocurriendo el día 19 de octubre, pasadas las 1800 horas (6 de la tarde), según el testimonio del mayor Celestino Velazco, firmante del acta de creación de la Junta Revolucionaria de Gobierno y quien dirigiese no solo la toma del Palacio de Miraflores, sino, más tarde y en compañía del mayor Enrique Rincón Calcaño, la defensa de la posición de palacio, así como el reclutamiento de reservistas en la zona cercana a la iglesia de Pagüita. Rómulo Betancourt no participa en ninguna acción de armas y se mantiene a buen recaudo hasta la finalización de los combates. El resto hace parte de “la leyenda urbana” sobre el 18 de octubre, esto es y más concretamente: del cuento político truculento, propio de la propagación de la  "épica-patética  revolucionaria"…

Lo que sí no hace parte de la leyenda y salva al país de una sangría inútil, es la renuncia del general Isaías Medina Angarita, Presidente Constitucional de la República de Venezuela, hecho verificado a las 1500 horas (3 de la tarde), del día 19 de noviembre de 1945 y en el cuartel de caballería Gral. Ambrosio Plaza. El General Medina, bien categórico por cierto, hace saber a quienes reciben su declinación al ejercicio del cargo (a saber los mayores Julio César Vargas Cárdenas y Marcos Evangelista Pérez Jiménez), que lo hace, precisamente, para “…evitar al país la desgracia de una guerra civil…”[2]. De manera que mal puede hablarse de un “Medina derrocado”, más bien se está en presencia de un "Medina renunciante" de manera absolutamente voluntaria. Luego, Medina ratifica su renuncia al cargo, ya estando detenido en la Escuela Militar y ante la presencia del oficial de más alto rango, miembro (a última hora de paso) de la Unión Militar Patriótica: el mayor Carlos Román Delgado Chalbaud-Gómez.


2.- La gestión y el derrocamiento…

La Junta se inicia con el verbo tremendista del ahora flamante Presidente de la República, funcionario por vía de hecho, que no electo mediante ningún proceso constitucional previo, ni previsto tampoco por la misma vía, en ninguna fórmula equivalente. El movimiento ha sido hábilmente titulado “Revolución de Octubre”, acaso con el doble propósito de darle “connotación revolucionaria” a lo soviético y para tapar la mácula del golpe de Estado[3]. El 30 de octubre de 1945, el Presidente Betancourt se dirige a la nación por mensaje radial y para explicar la naturaleza del movimiento:

“La finalidad básica de nuestro movimiento es la de liquidar, de una vez por todas, los vicios de la administración, el peculado y el sistema de imposición personalista y autocrática, sin libre consulta de la voluntad popular, que fueron características de los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita. En consecuencia, la Junta Revolucionaria de Gobierno está dispuesta a proceder con serena, pero inquebrantable y resuelta energía, contra quienes pretendan propiciar el retorno a las condiciones político-administrativas frente a las cuales surgió la protesta armada de Pueblo y Ejército.”

Regresando al sentido colegiado de la rebelión, esto es, “Pueblo y Ejército” unidos en la “protesta armada”, la Junta se inicia admonitoria, por intermedio de su Presidente, contra los defenestrados y advirtiendo la acción enérgica contra quienes se les opongan, sobre todo aquellos quienes piensen retrotraerse a las condiciones “político-administrativas” del pasado reciente. La “imposición” personalista y autocrática, sin libre consulta popular” práctica sujeta a liquidación. El “peculado” y los “vicios administrativos”  pasan a ser costumbres deleznables cotidianas, propias del pasado recientemente muerto y los culpables de su ocurrencia, presos convertidos en reos de justicia mayor.

Treinta y seis conflictos de intensidad entre media y alta, de variada naturaleza política, económica y social, así como militar, persiguen esa gestión trienal desde el mismo 19 de octubre de 1945, cuando Pérez Jiménez y Vargas Cárdenas (Julio César, el mayor de los dos hermanos y Mayor del Ejército) son deliberadamente excluidos de la Junta Revolucionaria de Gobierno, provocando la insurrección de Vargas Cárdenas. Discurre proceloso este “río revolucionario” hasta el 24 de noviembre de 1948, fecha en la que el primer gobierno electo por votación popular, directa y secreta en la historia republicana de Venezuela hasta ese momento, resulta efectiva y por clara definición en Teoría Política, derrocado a manos del mismo sector militar que lo llevase al poder.

Sectarismo en la gestión pública; intentos de división de las Fuerzas Armadas; cooptación de todos los espacios políticos; uso de la violencia física contra el adversario partidista; pugna interpartidaria que el mismo Betancourt define como “guerra civil no declarada”; confrontación con la Iglesia Católica; confrontación sindical; choque frontal con los intereses de la industria, banca y comercio tanto locales como foráneos, especialmente aquella dedicada al negocio internacional del fructuoso aceite negro; enfrentamiento con la clase media emergente, por el intento de control sobre la educación primaria y secundaria, particularmente aquella bajo administración privada; totalitarismo ideológico; y, finalmente, peculado, cohecho y corrupción, son las acusaciones (algunas de ellas comprobables por vía empírica) que se le endilgan al partido Acción Democrática y al sector militar que simpatiza con esa organización política, en el desempeño de la función pública.

Más allá de lograr una Constitución Nacional sin pécora; alcanzar votaciones nunca antes vistas en la historia del país hasta ese momento, por su inequívoca amplia y bajo ningún concepto constreñida (por vía jurídica o de hecho) participación electoral del pueblo; decretar derechos políticos y ciudadanos a la población en general, jamás previamente consagrados en ordenamiento constitucional alguno antes del aprobado en 1947, las máculas corruptoras previamente citadas y un estado cotidiano de tensión política, aunado a otro de permanente enfrentamiento social, así como el peligro estratégico que significaba para la institución armada la pérdida de la cohesión (lograda con la defenestración de los viejos mandos y la creación de las Fuerzas Armadas Nacionales), dan al traste con el gobierno trienal. La obstinada convicción de poseer “todos los hilos en la mano” y de que “cobre y caña” podrían conspirar contra el propósito de la institución armada de alcanzar su modernización, así como su definitiva profesionalización, condujeron a AD a un destino nunca esperado, pero alguna vez imaginado en ese devenir trienal, mientras persistió esa “malhadada sociedad revolucionaria” entre el partido del pueblo y el joven sector militar complotado.

A despecho de que banca, incipiente industria local y empresa petrolera norteamericana, desde el primer año, se confabularan para ver caer a los "adecos" del poder, su propia estulticia, su ceguera y su arrogancia (muy propia de quien se siente seguro del ejercicio poder político, verbi gracia hoy), prepararon el terreno para su derrocamiento, para dolor de buena parte de los venezolanos de ese tiempo y aún hoy, al verse materializado en la persona de un republicano decente e íntegro como lo fuese Rómulo Gallegos Freyre. Destituido, preso y expulsado del país, Rómulo Gallegos constituye el único Primer Magistrado Nacional civil, defenestrado en funciones y en su tiempo histórico, mediante un golpe militar activo y triunfante, además sin disparar un solo tiro. Como se expresara en líneas previas, plétora es la teoría política en definiciones sobre esa situación, pero su tratamiento, reiteramos teórico, escapa a este corto artículo.

Respecto de ese golpe del 24 de noviembre de 1948 y del que este año se cumplen setenta y dos años exactos de su ocurrencia, importante hacer notar que existe un testimonio gráfico por demás elocuente, en la llamada colección Pozueta, con asiento en la Biblioteca Nacional y que ha sido sujeto de reproducción en muchas y muy afamadas publicaciones de circulación nacional. Se trata de una fotografía tomada en horas del mediodía y en las adyacencias de la esquina de Las Monjas, al sur oeste de la Plaza Bolívar de Caracas, precisamente en la misma fecha del golpe militar.

Un blindado hace guardia allí y su tripulación, distraída, ve pasar a los viandantes, mientras un par de soldados degustan sendos vasos de chicha al pie del tanque; en la torreta, un tercer soldado hace lo propio. Un espigado moreno, agente de policía, mira al fotógrafo de soslayo, mientras a la vera del blindado, pasa un señor, también desprevenido, quien disfruta del último “jalón” de un cigarrillo, ya casi extinto. Junto a él o acaso un poco más allá, un muchacho, embutido en lo que parece un “guarda polvos” escolar o posiblemente una bata de dependiente, pasa mirando con curiosidad juvenil a la potente pieza de artillería mecanizada, acaso solo conocida por aquel durante la realización de algún desfile militar, con ocasión de alguna fecha patria. Al frente del Capitolio Federal Legislativo, tres viandantes conversan y un poco más acá, un albañil camina en dirección oeste.  En suma, todos parecen estar pasando la faena de un “Golpe Militar” con absoluta tranquilidad, vale decir, en suerte de que “aquí no ha pasado nada”. Brillan por su ausencia los “5.000 compañeros armados” con los que los dirigentes de Acción Democrática, han amenazado previamente a los militares, “si acaso se atreviesen a darle un golpe a Gallegos”.

Años faltan para que aparezca en las letras castellanas, ese inmortal de la novela colombiana que fuese Gabriel García Márquez. Unos cuantos lustros más para que hagan aparición algunos de sus más brillantes cuentos. Pero en este caso, valga el uso de uno de sus afamados títulos: la caída de Rómulo Gallegos no se trató más que de la “crónica de una muerte anunciada”.  Y las acciones vengadoras de grupos de obreros “ofendidos por el ataque artero a la democracia”, armados con los fusiles “tomados en los cuarteles  de las manos callosas de soldados campesinos, arrancados de los arados por la voluntad atrabiliaria del militar reclutador y  dotados aquellos, además, de teas encendidas de fervor patriótico y democrático”, meros actos de habla de naturaleza tremendista, propias del discurso político de un tiempo “revolucionario” para esos instantes ya en plena e inequívoca agonía.

Leyendas urbanas, cuentos de camino, porque en nuestra tierra de gracia cuando el sable grita y canta, el birrete calla y escucha; y parecemos estar interpretando esa tonada desde 1830. Y cuando la obstinación toca su límite, "las hordas vengadoras" prefieren una chicha bien fría en lugar del escurrir de la sangre cálida. Para quien ejerce el poder político, la sorpresa no existe, hasta que alguna mañana aciaga, toca a su puerta, gélida como la parca, vestida de lóbrego color y con la guadaña roja en tinta, seguida inexorablemente por la traición. Y como el viejo programa de aquel afamado locutor y periodista, quien fuera en vida nuestro siempre recordado Luis Brito Arocha, afirmaremos sin empacho alguno: Así es mi tierra, compadre...¡Urpia, Dolores!... ¡Maestro arpisto, arránquese, que una nueva tonada acaso está esperando...!







[1] “…historia nunca sucedida pero contada como si hubiese realmente ocurrido…”. Neologismo acuñado por el folclorista estadounidense Richard Dorson (1916-1981), Doctor en Historia por la Universidad de Harvard y catedrático de Historia del Folclore en las universidades de Michigan e Indiana respectivamente.
[2] Hay dos testimonios que permiten presumir que la rebelión militar promovida por la UMP, presionada por las circunstancias, pudo haberse resistido, acaso con cierto éxito. El primero es el de Don Mario Briceño Iragorry, quien testimonia el nerviosismo vespertino de Delgado Chalbaud respecto de una “posible derrota” y la solicitud de este último al General Eleazar López Contreras para que fungiese como mediador, ante una posible rendición de la Escuela Militar. El otro, es del General Juan de Dios Celis Paredes, quien, en el propio cuartel Plaza, solicitase al General Medina su restitución al mando militar (Celis Paredes fungiría a la sazón como un ministro civil del despacho ejecutivo), con la garantía de tener éxito militar a muy corto plazo.
[3] “La intención de presentar la Revolución desde su origen como un acto popular, o al menos como resultado de la unión cívico-militar tiene-dentro del tiempo revolucionario- el propósito de eludir la carga significativa de la expresión golpe de Estado, cuya mención queda contenida para los actores en el solo uso de revolución.” Ramírez, Sócrates; Decir una Revolución. ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA. FUNDACIÓN BANCARIBE. Caracas, 2104. Pág.80.