Los que vivimos en la Venezuela de hoy, escuchamos formularse la pregunta
que titula este artículo, tanto a propios como a extraños, reiterada y
obstinadamente. En el contexto de la peor crisis económica, política y social
de nuestra historia contemporánea y una de las más graves (no la única por
cierto) de nuestra historia republicana, cabe siempre preguntarse ¿Cómo es
posible que no se haya producido en el país una importante conmoción nacional?
¿Por qué la gente opta por huir en lugar de luchar? ¿Qué mantiene a Nicolás
Maduro, el peor presidente de la historia republicana contemporánea (con
muchísimo), firme en el poder político? Esotéricas y de impronta hechicera
muchas las explicaciones; histórico políticas algunas. Intentamos entonces con
esta, pergeñar ideas empíricas respecto de
las segundas. Vayamos a su encuentro.
El General Juan Vicente Gómez Chacón fue Presidente de la República
hasta su muerte y por la no menos módica suma de 27 años (1908-1935). El General Eleazar López
Contreras lo sucedió y culminó su período sin conmociones sustantivas (1935-1940), no
obstante haber enfrentado un primer año de gobierno con importantes conflictos políticos
y sociales. El General Isaías Medina Angarita (1940-1945) renunció al cargo en medio de una
rebelión militar sorpresiva (1945), promovida por menos del 20% de la oficialidad profesional de entonces, quienes en su mayoría aspiraban a reivindicaciones profesionales,
sociales y económicas. Posiblemente de haberlos atendido a tiempo, acaso el
General Medina hubiese culminado su mandato sin mayores inconvenientes, pero
eso es ucronía y no pretendemos entrar en el nebuloso mundo de la lucubración.
Rómulo Gallegos (1947-1948) fue derrocado por esos mismos militares, en medio de una
crisis política de importantes consecuencias, que hizo eclosión en 1948. Esos
mismos oficiales de las Fuerzas Armadas gobernaron el país por 10 años
consecutivos (1948-1958), cometiendo dos fraudes electorales sustantivos y con un período
(1953-1958) que fuera caracterizado en Venezuela, hoy día e incluso por sus
detractores, como uno de los más brillantes en términos económicos, sociales,
de paz social y estabilidad política hasta su momento. Culminó con el abandono
del cargo del General Marcos Pérez Jiménez,Presidente en funciones, en medio de una crisis económica,
política y social de cierta magnitud, junto a un cerco internacional a los gobiernos
militares suramericanos de su tiempo.
Ningún gobierno del tiempo de la Democracia de Partidos (1958-1998) resultó
derrocado. Incluso los gobiernos de Rómulo Betancourt (1959-1964) y el segundo de Carlos
Andrés Pérez (1989-1993), no pudieron ser defenestrados por rebeliones militares y en el caso
del primero, aún con un intento fallido de magnicidio, que persiguiese
finalmente un desenlace en esa dirección. Ambos se caracterizaron por contextos
políticos, económicos y sociales muy complejos, si se les compara con sus
contextos, reiteramos, políticos, económicos y sociales precedentes. Dicho en términos más simplistas: siempre se
transitó la senda de “mal en peor” o
al menos los adversarios políticos en cada tiempo histórico y sus medios de comunicación social propaladores,
así se dieron la tarea en señalar. Entonces ¿Tienen los venezolanos contemporáneos sangre de horchata? ¿Acunan
en sus almas complejos profundos de mártires del Gólgota? O antes por el
contrario ¿Han alcanzado una tan "ínclita madurez política" que no obstante la “crisis horribilis”, los hace pensar más en
los votos que en las balas?
La explicación, según este investigador, parece tener que ver con tres componentes
esenciales: una importante parte de la
sociedad cómplice y promotora de la concusión y el cohecho, comportamiento de origen fonotípicamente histórico; la indiferencia
colectiva frente al destino del país que se habita como "República", ignorando supina y mayoritariamente el significado del concepto; y,
finalmente, el apoyo irrestricto del componente militar al sostenimiento del
orden político, funcionando como lo hace un ejército de ocupación en un país
derrotado.
Comencemos por la primera de esas componentes: las sociedades cómplices. Ciertamente, no es la venezolana la única
de las sociedades cómplices en la historia política mundial. Como ejemplos
palmarios tenemos a la sociedad alemana frente a los horrores del nazismo y la
persecución judía; una importante parte de la francesa frente a la ocupación
alemana, durante la Segunda Guerra Mundial y en la delación, además de
persecución, de sus propios compatriotas en resistencia; la silente sociedad checa
mientras duró el imperio del terror de Reinhard Heydrich; las sociedades
argentina y chilena durante los gobiernos protagonizados por las Fuerzas
Armadas como colectivos sociales corporativizados; parte de la sociedad siria
frente a las matanzas de Duma y Guta oriental; una sustantiva representación
social hebrea frente a la expoliación y matanza del pueblo palestino; además de
un largo etcétera que la evidencia empírica, luz meridiana en las Ciencias
Sociales, provee a manos llenas.
Las “sociedades cómplices” parecieran serlo por dos razones fundamentales: miedo y
corrupción. Ambos son componentes esenciales de una misma motivación: la supervivencia. Existen gobiernos “especialistas” en el manejo de esos “instrumentos de naturaleza estrictamente
humana”, tremendamente eficaces en el mantenimiento del control social. Durante
el tiempo de la llamada (por la izquierda venezolana) “lucha armada”, específicamente durante el gobierno presidido por
el Dr. Rafael Caldera Rodríguez, en el contexto de la aplicación práctica de su muy afamada "Política de Pacificación", a los “detenidos”,
especialmente los más connotados guerrilleros, se les conducía a los llamados “vuelos de la muerte”, tal cual aquellos
célebres de sus pares en los gobiernos australes, en este caso militares argentinos y chilenos, pero con una variante muy
venezolana, además de una eficacia respaldada por argumentos de una indiscutible y "bien elocuente" solidez material. A bordo de un helicóptero Bell
Ranger, con las compuertas de vuelo abiertas, se colocaba al “detenido” en la disyuntiva de “salir despedido al vacío” o aceptar una
maleta rellena de billetes (variante criolla bien propia). Apenas unos pocos resultaron ser “Ícaros por convicción ideológica”, los
demás, mirando de soslayo el esmeraldino color que dimana de la moneda estadounidense,
“cayeron derrotados” en sus, hasta
ese lucrativo momento, “férreas
convicciones ideológicas”.
Lo que tratamos de mostrar en el párrafo anterior es que, antes de morir en
lucha desigual, el venezolano contemporáneo común parece preferir asirse a cualquier oportunidad de
hacer parte de la "lucrativa cadena de montaje", que rueda inexorable hacia “la magnífica oportunidad” de hacer dinero o, al menos, "manque sea fallo", obtener una prebenda, por pequeña que sea, por ejemplo, una bolsa de comida en
un contexto general de hambre compartida. El gobierno de la gerontocracia
cubana castrista es “un verdadero sabio
experto” en la administración de estos miserables mecanismos de control
social, mismos que ha extendido "con particular eficacia y eficiencia" a su provincia del sur, otrora llamada Venezuela
independiente. Pero es que lo propio hizo con suficiencia magistral Pérez
Jiménez en el período de oro (1953-1958); lo ejercitó también el General Gómez,
siendo continuado, aunque en una pírrica medida, sobre todo en lo militar, por los Generales López y Medina. Los adecos se apropiaron del mismo accionar no solo en el Trienio
(1945-1948) donde hicieron lujos de sus “mágicas
aplicaciones” (siendo señalados por sus adversarios hasta la saciedad por
corruptos, cohechadores y traficantes de influencias), sino durante todos los
ocho lustros que se extendió la Democracia de Partidos, junto a sus adversarios políticos, pero sobre una misma acera de poder: los “católicos, apostólicos y romanos”
copeyanos.
Hoy y aquí, así lo hace el gobierno del Presidente Maduro. Podríamos decir que de esa infortunada administración, por decir lo más benévolo, cuelga una “neo-oligarquía roja”,
corrupta, cohechadora y concusiva, de la que se desprende una “clase media” de reciente data y un
funcionariado que, aunque mal pagado, tiene al menos la posibilidad de “comer algo” respecto de una inmensa mayoría
que compromete lo poco que le queda de ahorros en la única inversión significativa: “comprar comida”. En el
peor de los casos, esa mayoría languidece hurgando dentro de la basura para buscar el diario sustento alimenticio,
alternando esa práctica, los más osados y para sobrevivir, con el atraco a mano armada (hasta con pedazos de vidrio como arma
punzo penetrante), para ver cómo se procuran al menos un mendrugo de algo
informe, para engañar con triste descaro el vacío estómago. La tan mentada “Caja CLAP” o la posibilidad de ser
preso, torturado o muerto en una ergástula, son mecanismos de una eficiencia
incontrovertible para contener a las grandes mayorías. La prebenda directa,
materializada en dólares, poder, camionetas, espalderos en motos de alta
cilindrada y ambientes urbanos de lujosa habitación, libres de peligro, con
asistencia médica de punta totalmente garantizada, además de vacaciones
principescas, son algunos de los “disfrutes”
que como miembro de esta “Nomenklatura roja criolla” esperan como incentivos a quien se rinda a las veleidades del poder. Un aproximado
de 7,5 millones de venezolanos en ambas condiciones, sean oligarcas o funcionarios prebendados y sus familiares, balan tras el canto pastor
de Nicolás Maduro. Los hubo ayer, los hay hoy y los habrá mañana. El asunto es
de “pueblos” no de “sistemas políticos, económicos y sociales”.
El venezolano común, en su inmensa mayoría, pobre, preterido, presa de la
ignorancia, muchas veces negligente y obnubilado por una suerte de sufrimiento
inveterado, siempre ha sido indiferente al “destino
de la Patria”. No habiendo tenido claro el concepto de República, ha
marchado ciego tras los cantos de sirenas, vindicativos en la mayoría de los
casos, de los líderes carismáticos de turno. El sueño por una “vida mejor” que nunca llega o llegará,
lo hace terminar en la misma pobreza endémica de todas sus horas pasadas o
haciendo parte de alguna banda local o nacional, que habita en la borrosidad de
la política de albañal con la corrupción y el hampa común. Símil del crimen
organizado (porque hoy día no hay parte de nuestro continente latinoamericano
dónde prohombre y gusano no bailen de consuno, si de intereses pecuniarios se trata), sus
capos y métodos de ascender, la política nuestra es un marasmo en cuyas
miserias se regodean sus protagonistas. Pero no fue distinto en el pasado, solo
con la única diferencia de que el hampa común “estaba allá” y se le “contrataba”
para el “trabajo sucio” a cambio de
hacerse la fuerza pública de la “vista
gorda”; hoy hace parte del gobierno, de los cuerpos deliberantes y de
todas las instancias de poder municipal, muy especialmente de aquel denominado
con rimbombancia panfletaria “Poder Popular”.
La clase media intelectual, profesional, técnica y comercial-bancaria, al menos en la historia
contemporánea y tras el inicio de la industria petrolera, no es más que un
subproducto de las oligarquías de turno, más que una consecuencia natural del
progreso económico y social de un colectivo llamado país, dotado desde un
principio de un plan coherente de desarrollo económico, más allá de banderías
partidarias y que impulse desde abajo el crecimiento de las grandes masas de
preteridos. Antes por el contrario, surge de un determinado sistema político
quien en el reparto del botín a sus seguidores, genera cierta actividad
económica que permite la formación de retículas medias funcionariales, que dan vida
al aparato económico y social del sistema político de turno. Esa forma de “construir país” nos persigue inclemente
y cuando el sistema político que da origen a su dinámica social propia, fenece de muerte súbita o cáncer social,
termina cayendo la estructura social, cuesta abajo en su rodada, especialmente la clase media, también de turno,
para dar paso a la repetición del mismo mecanismo perverso de construcción de
clases, una y otra vez...
Maduro está construyendo su “clase
media roja”, aquella para quien (para nada) es indiferente el destino de la
“Revolución Bonita”, pero para la
moribunda clase media de la “IV República”
solo hubo tres caminos: unirse a los pobres históricos; conservar con gran sacrificio sus ya magros
privilegios añosos; o, finalmente, huir hacia otros predios más promisorios
fuera de su Patria, en suerte de exilio voluntario. Los primeros terminaron siendo indiferentes por la derrota y
por la costumbre que ya existe entre los pobres históricos; los segundos se dieron a la tarea obsesiva de contar “los segundos” que les quedaban entre sus decadentes e inalcanzables privilegios añosos, dados los precios que
la hiperinflación impuso, siendo ya, por mera constitución, indiferentes a su
inexorable destino; los terceros, tienen por fuerza que ser indiferentes, al
enfrentar la dureza del despertar de un sueño en tierras extrañas, siendo
inmigrantes obligados, impelidos también por la supervivencia. La indiferencia también
es cuestión de “pueblos”, que no de
sistemas políticos y por muy lerdo que sea el Primer Magistrado Nacional, zoquete no es y él lo sabe,
contimás su entorno, en particular la gerontocracia palera antillana, que lo sustenta cada vez con mayor fuerza, bajo el influjo de los "bawalaos" ideológicos.
El Ejército Nacional profesional fue una creación depurada, encuadrada y
terminada por los Generales José Cipriano Castro Ruiz, Juan Vicente Gómez
Chacón y Eleazar López Contreras. Un Ejército concebido, junto a una red
carretera nacional, para “mantener el
orden interno” condición sine cua non
para lograr el tan ansiado (y nunca por desgracia alcanzado) “progreso nacional”. Dotado de los
principios esenciales de su existencia, estos son, la disciplina, la obediencia y la subordinación (el famoso DOS sobre
el que se basa toda la pirámide doctrinaria militar institucional venezolana),
el Ejército Nacional sirvió de sostén de los tres primeros gobiernos del
positivismo venezolano, que vio la luz en las primeras cuatro décadas del siglo XX en
Venezuela. El glorioso Ejército Nacional, “heredero
de las glorias épicas de la Patria Bolivariana”, encaminó al país hacia la
modernidad, siendo dotado entonces de cierto poder arbitral sobre la vida
política de la nación venezolana.
Pero, paradójicamente, fueron los civiles venezolanos (tanto la llamada
civilidad radical democrática como la civilidad democrática conciliadora), los que
confirieron al Ejército Nacional su papel de “actor de primer orden en la vida política nacional”, en lugar de su
mera condición arbitral. Los civiles siempre convocaron a los militares para “obrar contra el orden viciado”, bajo el pretexto inexcusable de cumplir “su sagrado deber para con la
Patria”. Y estando en el usufructo del poder, trataron de dividirlos o
utilizarlos como si se tratara de eunucos intelectuales o brutos congénitos por
aquello de haberse convertido en militares de profesión. Sobre las bayonetas de los soldados se han
sostenido, en nuestra historia política nacional contemporánea, todos nuestros
gobiernos. “Héroes y villanos”,
alternativamente, han sido en los últimos 80 años.
Y cada vez que los han convocado, tienen plena certeza de su llegada pero su partida, más temprano que tarde, se torna en constante incertidumbre, pregunta obligante de imperiosa respuesta. De la misma consistencia moral que nos caracteriza a todos los venezolanos (nuestros militares no vienen de Marte), pero dotados del libérrimo arbitrio, así como del poder legítimo, derivados ambos de la posesión indiscutible del máximo poder de fuego, así como de la posibilidad de decidir, sin perjuicio de ninguna especie, sobre la vida y a muerte de cualquier cristiano en nuestros predios nacionales, son presas fáciles de la concusión, el cohecho y el inefable tráfico de influencias, cayendo aún más estrepitosamente que los civiles en la procelosa corriente del billete fácil. Eso también lo sabe Maduro; de hecho, son ellos los que, de alguna u otra forma, lo han puesto allí, porque fue uno de ellos, contimás líder carismático dominador, quien así lo dispusiese. A ellos parte y reparte, a saco lleno, la riqueza hoy día nada fácil, producto de la escasa comercialización del también escasamente disponible aceite negro.
De forma y manera que una sociedad cómplice o al menos buena parte de ella,
un venezolano común indiferente a su suerte y una Fuerza Armada al servicio de
sus intereses pecuniarios, profesionales y
técnicos “como garantes del orden
interno” sostienen como pilares de piedra al gobierno de Nicolás Maduro
Moros, Primer Mandatario Nacional
quien, además, se reelegirá en los últimos comicios donde los venezolanos que
concurran a las urnas (las electorales, porque a las funerarias ya concurrieron
135 jóvenes venezolanos sin que terminase ocurriendo absolutamente nada),
culminarán ejerciendo, por última vez en nuestra historia política nacional, su
derecho al voto “libre, universal,
directo y secreto”, derecho político que no albergamos duda alguna,
desaparecerá con la aprobación por parte de la Asamblea Nacional Constituyente,
de su nuevo corpus constitucional de redacción estrictamente antillana, con aires
de habanera sumisión. No hay manera: mediocritas
lex, dura lex…