La percepción personal, los
sueños, los apremios, las carencias y la intencionalidad política, sobre todo
la intencionalidad política, han sido el alimento y, en no pocas ocasiones, el
aliento de nuestros sistemas políticos nacionales, aún más si se encuentran
bajo la conducción exclusiva de un líder carismático. Este blog de Historia
Política se inició con los mitos y las revoluciones; este artículo de hoy, lo
hace, en parte, con un “hurto intelectual”: el nombre de un
trabajo profundo que hiciese un día uno de los filósofos políticos e
historiadores venezolanos de las ideas políticas (acaso el más brillante) más
importantes del país, el Doctor Luis Castro Leiva. Aquel trabajo llevó por
nombre, precisamente, “Usos y abusos de
la historia” y, a grandes rasgos, referíase allí el Doctor Castro Leiva a “los usos y abusos” que de la Historia
se hacía, entre otros muchos casos,
particularmente en la construcción de la “retórica
política”.
Necesario entonces, en este
pequeño aporte a la discusión que se planteará en líneas subsiguientes, definir
que entendemos por “retórica política de
ocasión”. La Retórica
aristotélica trataba sobre el arte de convencer con el discurso oral, esto es,
el logro del convencimiento mediante el arte de la palabra hablada. Así se
mantuvo hasta que, en el siglo XVI, se transformó en lo que se entiende por Retórica hoy: la palabrería insustancial con el objeto premeditado de engañar o, al
menos, exornar con la palabra un intento discursivo de engaño. Lo único que
conserva en común la Retórica de hoy con
su par aristotélica, es el uso de la palabra hablada y esa semejanza es
fundamentalmente de forma. De modo que por “Retórica
Política” entendemos el uso de la
palabra hablada en el discurso de naturaleza política, con la intencionalidad
de engañar mediante su contenido, tras el alcance de un objetivo de poder.
Es de “ocasión” cuando la naturaleza
del momento, impone su construcción como recurso de convencimiento.
En la Historia Política
venezolana, existe un gran mito que, con la fuerza de la evidencia empírica de
sus logros materiales, ha permitido su replanteamiento según sean las “ocasiones” que se le presentasen a los
líderes políticos, en la construcción de su propia “retórica política de ocasión”. Ese gran mito es sin duda el “Mito Bolivariano”: un mito sólidamente
construido sobre las ideas, formulaciones y percepciones que el Libertador
Simón Bolívar dejase escritas en sus cartas personales, epístolas oficiales,
proclamas y discursos, refrendadas por sus incuestionables realizaciones. El “Mito Bolivariano” ha sido objeto de profusos estudios, como
lo constituye, por ejemplo, aquel que
realizase el Doctor Germán Carrera Damas, distinguido historiógrafo venezolano,
respecto del culto a Bolívar y su memoria.
Iniciado por el General José
Antonio Páez casi en la medianía del siglo XIX, el “Mito Bolivariano” fue explotado por el General Antonio Guzmán
Blanco hasta convertir a Bolívar en “revolucionario
liberal anti-oligárquico”. Lo propio hicieron quienes le sucedieron en el
Liberalismo Amarillo. El General Cipriano Castro lo revivió como “Liberal auténtico”, al bautizar su
turbamulta del momento como “Revolución
Liberal Restauradora”, precisamente “restauradora
de los verdaderos ideales liberales bolivarianos” traicionados “reiteradamente” (según él) por quienes habían usufructuado el
poder político nacional, hasta la ocurrencia de este nuevo movimiento
revolucionario vindicador. Lo propio hizo el General Juan Vicente Gómez, al
invocar a Bolívar como numen de su obra futura, en la oportunidad de asumir con
carácter de exclusividad el poder en Venezuela.
El General Eleazar López Contreras,
devenido por unción de la presencia carismática del General Gómez, estableció
incluso las llamadas “Cívicas
Bolivarianas” como organizaciones de apoyo a la gestión de gobierno,
tildando de anti-bolivarianos a los entonces recién nacidos “demócratas”, organizados políticamente
en el Partido Democrático Nacional (PDN), quienes por boca de Rómulo
Betancourt, culminan defendiéndose de tal acusación, invocando una clase muy
particular de “bolivarianismo” que
concluyen “definiendo” y por
consiguiente asumiendo: aquella que presenta al Libertador como “defensor incansable de la democracia”.
Así el Bolívar “republicano”, se
convierte mágicamente en “demócrata
liberal”.
Los militares venezolanos de 1948,
al frente del Movimiento Militar, terminan justificando el golpe contra el
régimen democrático electo en 1947, invocando el nombre de Bolívar y su “patriotismo militar hollado” por los
tumultuarios adecos del Trienio; mientras estos, desde el exilio, invocan “la traición a los ideales democráticos de
Bolívar” al haber procedido el sector castrense precisamente por “manu militari”. El General Marcos Pérez
Jiménez, heredero del sistema militar nacionalista bolivariano que fundasen
Gómez y Castro (y continuasen, en alguna medida edulcorado, López y Medina),
invoca, al frente del decenio militar, el “Ideal
Bolivariano” como uno de los pilares fundamentales del “Nuevo Ideal Nacional”. Y quienes encabezan el gobierno militar que
lo sustituye por abandono del cargo, lo visten de sed de venganza por las “humillaciones” de las que ha sido
víctima tal ideal, por parte del andino militar y su camarilla gobernante.
Sobre la presencia impertérrita de Bolívar, construyen los políticos demócratas
redivivos su sistema democrático representativo y una treintena de años más
tarde, otro grupo militar bajo la denominación de “Movimiento Revolucionario Bolivariano 200”, se alza en armas
contra el sistema democrático nacido, en teoría, bajo la égida de los ideales
del Libertador.
Así las cosas, Bolívar pasa de “liberal” a “militar patriota”; de “revolucionario
anti-oligárquico” a “militar
profesional”; de “militar
profesional” a “demócrata civil”.
Y en los tiempos que devienen luego del alzamiento hecho bajo su invocación por
los militares del MBR 200, Simón Bolívar ha transitado de “revolucionario” a la sorprendente trasmutación asincrónica de “socialista revolucionario”. Bolívar ha
sido “católico”, “maestro”, “filósofo”,
“historiador”, “galeno”, “artista”, “poeta”, “novelista”, “rosacruz” y “masón” , etc., etc., etc.,
hasta llegar a los increíbles oficios de “santo”
y “brujo”. Ha encarnado cuanto disímil personaje, los líderes políticos, en
particular los carismáticos, han considerado útil en la construcción de su
retórica de ocasión, siendo además “el
numen” de sistemas políticos que van desde las más crueles dictaduras hasta
las más corruptas democracias dizque socialistas, sirviendo de “padrino forzado” a procederes llenos de
la más evidente vesania o de la mayor, resoluta y concluyente reprobación. Al
igual que el Cristo de los cristianos o el Profeta Mahoma de los musulmanes,
Bolívar ha servido a cualquier propósito que exija la construcción de la “retórica política de ocasión”, de suerte
que durante doscientos años, hemos presenciado la existencia de un Bolívar “bueno” y otro “malo” según sea el bando en el que se milite. La figura física y política así como el recuerdo histórico de Bolívar, han
sido sujetos del más cruel y despiadado de los abusos.
El 1° de febrero de 2017, asistimos
al nacimiento de un nuevo mito: el “Mito
Zamorano”. Al igual que muchos de los personajes relevantes de nuestra
historia (verbigracia Bolívar) el General Ezequiel Zamora, caudillo militar
tanto de la llamada Insurrección Campesina de 1846 (Brito Figueroa) como de la
Guerra Federal, es sin duda un hito en su tiempo histórico. Militar por oficio
y talento natural, es originalmente un pequeño comerciante que termina lanzado
a la política por los avatares de una impronta de “grandeza patriótica” que le ha inculcado, desde niño, su madre,
Doña Paula Correa; los discursos incendiarios de Antonio Leocadio Guzmán
publicados en el diario “El Venezolano”
en los prolegómenos del Partido Liberal y que Zamora lee con fruición; y la influencia de su cuñado, francés
comunero venido a Venezuela. Lo cierto es que Zamora hace parte de cuanta
turbamulta van produciendo los liberales y termina convirtiéndose en caudillo
militar tras su participación en distintas acciones de armas, sin duda con
brillante desempeño.
Pero Zamora no es un “maestro”; no deja una “profusa” relación epistolar donde
planteé un ideario; y tampoco “la gesta”
que se le atribuye, calza esas proporciones. Zamora lleva la tea en un ambiente
pletórico de combustibles y, ciertamente, le da organicidad, pero no es el gran
líder que se pretende crear a partir de esa “gesta”.
Tampoco es una estrella fulgurante en un firmamento de estrellas; quienes lo
acompañan tampoco tienen trayectorias distintivas. Todos, los que combaten con
él y quienes lo adversan, hacen parte de una nación consumida por las
apetencias personales y pecuniarias; robada, engañada y arruinada sistemática y
permanentemente; con una población mayoritaria de negros, zambos y mulatos,
sometidos desde siempre a la más ignominiosa de las miserias, materiales,
culturales y sociales. Es, en suma, un polvorín y Zamora, como ya dijimos,
lleva la tea.
Pero allí entran las
conveniencias en la construcción de los “Mitos”.
Zamora habla de “tierra y hombres
libres”, de “horror a la oligarquía”
y de “elección popular”. Como actos
de habla sueltos, hacen contacto con los contenidos panfletarios de los
llamados “revolucionarios” de hoy.
Pero no se refiere Zamora a las mismas circunstancias agravantes. Habla de “tierra y hombres libres” porque en su
tiempo, la propiedad de la tierra está circunscrita a una oligarquía que
deviene de los antiguos generalatos de la independencia en contubernio con unos
banqueros terrófagos que se han hecho de la propiedad, entre otras acciones por la vía de la Ley de
Espera y Quita en los años previos, y cuyo precio inflan para ganar en la
especulación. Lo que podría ser definido como las “grandes mayorías” no tienen acceso a la tierra, porque no pueden
adquirirla y, al propio tiempo (y ahí entra la condición de “hombres libres”) a pesar de la liberación
de los esclavos, prácticamente se encuentran en estado de manumisión. Por otra parte, la imposibilidad de adquirir la tierra, los condena a una eterna condición de preteridos, de ciudadanos de segunda, una suerte de "siempre olvidados". Por eso
el “horror a la oligarquía” porque
ciertamente se trata de tal, más bien una oligarquía al mejor estilo feudal,
cuyos hábitos de propiedad, aunque con distintos apellidos y caras (en
Venezuela las oligarquías no son históricas), permanecerán en el país hasta
bien avanzado el siglo XX.
Y sobre la “elección popular” Zamora consagra el derecho a la votación de
todos. En ese tiempo no se permite “elegir
y ser elegido” si no se es propietario, con una renta mensual sujeta a
prueba, preferiblemente con una mínima concentración de melanina en la piel y
residente del cantón, además de poseedor de condiciones tan subjetivas como “probidad, religiosidad y reconocida
respetabilidad”. Zamora reivindica la libertad de “elegir y ser elegido” sin condicionantes. Sin embargo, en
años previos, él es un esclavista que llega a disputar en una corte (el Tribunal de Aboliciones de Guayana) la correspondiente indemnización del Gobierno por un grupo de esclavos liberados.
Zamora es una figura política de
su tiempo, orlado por la magia del hecho de armas, característica “épica patética” que exige la construcción
del mito. Pero en un país que nunca ha resuelto sus conflictos sociales
subyacentes; que siempre ha portado como enseña la pobreza más pasmosa, en vulgar
contraste con la más abyecta riqueza, siempre ofrece las condiciones para el
destructivo resentimiento social y por ende del discurso reivindicador. Así “tierra y hombres libres” sigue
teniendo, en alguna medida, vigencia como recurso retórico de ocasión. Y el “horror a la oligarquía” sigue ofreciendo la visión eterna de un “blanco rico” que vive en la abundancia
y es responsable de la miseria de las grandes mayorías preteridas, aun cuando
esa “oligarquía blanca” sea más bien
en la actualidad “roja”, los
terratenientes usen uniforme militar de contemporáneo corte antillano y los “revolucionarios de hoy” sean realmente “los ladrones de ayer, mañana y siempre” con
vestiduras conveniente y contemporáneamente “contestatarias”…y
por cierto también “rojas, rojitas…”.
Excelente escrito apreciado amigo. Hace poco en un debate ocurrido en la página de egresados de la AMV, sobre el episodio histórico de Zamora esclavista, publiqué el siguiente comentario:
ResponderBorrarLa historia es verdadera. Tenía esclavos y los vendió en Cd Bolívar cuando lo ascendieron a Gral. y los Monagas lo enviaron a Guayana en 1954, los documentos se hicieron públicos, conozco la historia y vi los documentos cuando adolescente. Mucho se ha escrito sobre el tema. Es doble discurso hablar de hombres libres pero me pagas mis esclavos .Si Carlos Andrés, Chávez, Maduro, el oportunista de Ernesto Villegas y los aduladores ven para otro lado y se hacen los bolsas, es otra cosa. Si Ramos Allup dice que fue violador, es su problema, yo no lo repito porque no tengo pruebas, pero de que fue esclavista´...Fue esclavista, Así hubiese dirigido magistralmente la Batalla de Santa Inés. Bolívar fue libertador, pero nadie puede hacerse el loco y olvidar que perdió la guarnición de Pto Cabello, y con ella la Primera República, además de negociar a Miranda a cambio de la indulgencia de Monteverde para con él y su grupito de "OLIGARGAS". Sin Embargo liberó sus esclavos no los vendió, Eso lo hace moralmente grande y diferente a tanto oportunista arrastrado e inmoral. AQUI HAY ALGO HIPÓCRITA QUE NO PUEDE SILENCIARSE por complacer políticos de turno”
De igual forma, además de compartir en mi muro su brillante escrito, lo comentaré en la referida página. Saludos y mi profunda admiración.
FE DE ERRATAS :Corrijo el año,es 1854 el párrafo queda aSÍ :"La historia es verdadera. Tenía esclavos y los vendió en Cd Bolívar cuando lo ascendieron a Gral. y los Monagas lo enviaron a Guayana en 1854.."
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