Nuestras Fuerzas Armadas (hoy en
el caso de Venezuela, por definición constitucional, Fuerza Armada Nacional
Bolivariana) han sido fundamentales protagonistas en Venezuela, con una figuración muy particular en nuestra
historia contemporánea que discurre en los últimos 80 años. Desde el inicio de su estructuración formal,
modernización, profesionalización y encuadramiento por iniciativa indiscutible de los Generales
José Cipriano Castro Ruiz, Juan Vicente Gómez Chacón, Eleazar López Contreras e
Isaías Medina Angarita, cada uno de ellos en funciones de Primeros Mandatarios
Nacionales entre 1899 y 1945, hasta su definitiva consolidación como
institución armada de primer orden durante la gestión del General Marcos
Evangelista Pérez Jiménez, creador del Nuevo
Ideal Nacional y jefe indiscutido del decenio militar, además de las más recientes gestiones aisladas de los diversos mandatarios de la Democracia de Partidos, la
Institución Armada venezolana ha sido “personaje
actuante, árbitro y gran decisor de nuestra vida nacional”. Y hoy, en los
tiempos que corren, para nadie es un secreto que la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana, sin lugar a la menor duda, constituye el soporte material del
autodenominado “Gobierno Bolivariano”.
Ahora bien, con independencia del contenido de
“verdad catedralicia” que carga la
expresión previa, existen en el mundo equipos militares y armamentos de guerra
desarrollados por la tecnología dominante en estos tiempos; también se aprecian
elementos propios del protocolo y el ceremonial militar; otro tanto puede
hablarse de una “psicología militar” y
existen especialistas que hablan hasta de una “sociología
militar”. La Planificación Estratégica, tan en boga hoy día, así como su
derivación táctica, son fruto de la Ciencia y el Arte Militar; y, también, hay
importantes estudiosos de la relación civil-militar, tanto fuera como dentro
del país. En fin, el “mundo militar”
da para todo, sobre todo en los países hispanoparlantes donde su actuación ha
sido tan decisiva en la marcha de nuestras vidas nacionales.
Los aspectos antes nombrados,
están debidamente circunscritos a campos del conocimiento de naturaleza académica
y cuentan con reconocidas figuras en el “mundo
civil” dedicadas a su estudio científico. Empíricamente es posible afirmar
que dentro de esos estudiosos existen prominentes figuras del “mundo militar” que, cumplido su
servicio activo en calidad de profesionales de las armas, se dedican luego al
estudio sistemático de tales temas. La Historia Militar uno de los campos más
amplios y que, en nuestra humilde opinión, abreva de las fuentes ofrecidas por
todos los demás, tiene y ha tenido importantísimas figuras del “mundo militar” dedicadas a su
investigación. Y es precisamente desde este rumbo particular que viramos hacia la existencia de ese personaje que, birlando un
vocablo de nuestro dilecto maestro Doctor Fernando Falcón Veloz, nos atrevemos
a definir como “el militarólogo”.
Pero veamos antes que definimos como “militar
profesional” yendo un paso más allá respecto de su definición académica formal.
Más allá de los equipos, los
aspectos de planificación, tanto táctica como estratégica y el largo etcétera
correspondiente, existe un temática muy amplia de la que solo conocen los “militares”, entendiendo por este último al profesional que permanece buena parte de
su vida útil al servicio de la carrera de las armas, sea tropa profesional,
suboficial u oficial dentro de una organización militar. Solo ellos, sean
morales o inmorales, púdicos o impúdicos, líderes o rastreros, ladrones o
prístinamente honrados (como los hay en cualquier organización humana), conocen
sus interioridades, su vida cotidiana y sus realidades. Solo ellos están en
capacidad de saber lo que ocurre “adentro”
y solo ellos pueden estar en capacidad de explicar el tamaño de las cuotas
morales que hay que pagar en el ejercicio de sus deberes. Luego de ellos, están
sus familiares inmediatos, quienes los acompañan o terminan siendo acaso las
víctimas involuntarias de una vida difícil, por mucho que desde afuera se
estime lo contrario o parezca lo contrario. Dicho en términos jurídico-
académicos: solo los militares tienen
conocimiento de causa, respecto de la vida militar.
Pero en nuestras sociedades
estructuradas sobre la base del poder como motivación, dónde las búsquedas de
vida se circunscriben al esfuerzo en lograr mando,
riqueza y reconocimiento, uno de los componentes del “reconocimiento” lo constituye la “figuración” y esta última tiene correlato directo con la “exposición en los medios”. Y allí sale
a relucir el protagonista de estas líneas: “el
militarólogo”. Por esta categoría entendemos a aquel profesional liberal, con independencia de su titulación académica, que,
con una sapiencia cuasi monástica, opina de la “vida militar y sus ocurrencias”
con absoluta propiedad y de manera pública. El “militarólogo” pudiera ser “militar”
en cuyo caso su existencia, empíricamente de nuevo, pudiese ser justificada
porque “nadie sabe más de zapatos que un
zapatero”. La media estadounidense suele ser en particular cuidadosa en
esos temas: la mayoría de sus “militarólogos”
son “militares profesionales” en
situación de retiro. Pero en Hispanoamérica es amplia la fauna de “militarólogos” civiles que quieren “calzar” el oficio, no habiendo calzado
otro par de botas que aquellas deportivas para lavar un automóvil o de hule para trascender un
pantano.
En Venezuela, hoy más que nunca,
hay “militarólogos políticos”, “militarólogos académicos”, “periodistas militarólogos” y “analistas políticos militarólogos”. Los
primeros tienen un discurso político que siempre gira en torno al “clima interno de la Fuerza Armada”; parecen
soñar con “golpes y conspiraciones
ocultas”; argumentan reiteradamente acerca de la “incomodidad en los cuarteles” y creen interpretar el “sentir de la oficialidad subalterna y sobre
todo de la tropa”; comúnmente hablan con absoluta propiedad de la dureza de
la “vida militar en las actuales
condiciones” y sobre los “desaciertos
de los mandos superiores”. En fin el
“militarólogo político” vive de la “vida militar” sin haberla vivido jamás y lo
más sorprendente: sin estarla viviendo.
Nuestra segunda categoría es el “militarólogo académico”. Siendo acaso
la más inocua de las categorías prenombradas, representa al estudiante o al
estudioso académico, que dedica todo su esfuerzo investigador a tratar de
encontrar “elementos ocultos” casi “esotéricos” en la “vida militar”. No debe confundirse con el investigador en Historia
Militar o en relaciones civiles-militares, campos científicos especializados
con métodos y doctrina para su abordaje desde hace importante cantidad de
luengos lustros. Se trata de aquellos que, obstinadamente, tratan de encontrar “comportamientos crípticos universalizables
a los Tenientes” o “miradas
sospechosas en los Generales” o “indisposiciones
visibles en las tropas respecto de la presencia de un Presidente” basándose
en la observación empírica.
Alguno de los “militarólogos
académicos” pudieran serlo, de nuevo empíricamente, acaso porque fueron
cadetes y no culminaron sus carreras, quedando en consecuencia “picados de culebra”; otros, por una sed
insaciable de figuración y este tema, en particular “esotérico” (por lo secreto), los convierte necesariamente en “libros públicos de obligante consulta”;
y finalmente, porque habiendo sido militares profesionales, dedicaron sus
esfuerzos académicos posteriores a estudiar acerca de su ámbito de existencia,
esfuerzo por demás legítimo si se ha pasado una vida tratando de “corregir entuertos”. En todo caso,
reiteramos, es la más inocua de las categorías y en algunos casos, algunos de
sus protagonistas, ejercen o han ejercido actuaciones honrosas, produciendo en
su devenir trabajos de investigación igualmente honrosos.
La segunda y tercera categorías
son las más “peligrosas”,
abundantemente verbosas y de discurso convenientemente confuso. Se trata de los
llamados “periodistas militarólogos”
o “periodistas que cubren la fuente
militar” y de los inefables “analistas
políticos militarólogos”. Por lo general profesionales del mundo civil, de
esa parte del mundo civil de la periferia más distante del mundo militar, se
dedican a teorizar sobre lo que “ocurre
al interior de los cuarteles” presuntamente basados en “fuentes confiables”, buscando todas las interpretaciones
susceptibles de ser utilizadas como convenientes “tubazos periodísticos”. Con el eterno “se dice en los cuarteles” o “desde
una fuente militar de las más altas” arman sus tramoyas respecto de lo que
deseen lograr ellos (o sus jefes). El “periodista
militarólogo” constituye el ave agorera del “eterno golpe militar silencioso,
suave y en marcha”.
Los “analistas políticos” por su parte, una suerte de fauna multiétnica
dónde concurre cualquier “bicho de uña”
que sin empleo conocido o fuente de ingreso constante, acude a los abrevaderos
de la opinión mediática, a “manifestar su
experta opinión” sobre cualquier tema político en boga, tienen su
componente sustantiva de “militarólogos”.
Cuando se “canchan el uniforme de tales”
resultan verdaderamente peligrosos. Para hacerse notar, dicen cualquier
disparate acerca de la vida militar, de la que conocen solo tres partes: nada, cero o la suma de los dos primeros.
La “opinión erudita” tras la búsqueda del
reconocimiento o el indispensable estipendio diario, constituye la herramienta
del “militarólogo del análisis político ocasional”.
Así, mis estimados lectores,
cuídense de los “militarólogos”, en
la acepción que nos hemos atrevido a definir a partir de la voz expresada
originalmente por el Doctor Falcón Veloz, especialmente atribuible a aquellos
que deseando ser “faroles”, no
llegasen ni a “farolillos”. Y si
quieren saber de los “militares”
búsquense a un “militar de carrera”
cualquiera que sea su situación en términos del servicio. Porque en este caso,
nunca ha pesado más, reiteramos, el contenido del viejo refrán: “zapatero a su zapato”. Los “militarólogos”,
sobre todo los fablistanes de arrestos castrenses o los analistas de “sesuda opinión” acaso no sean más que “simples briznas de paja en el viento” especialmente “…de pura paja…”
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