4 de enero de 2020

El espejo "electoral" de la historia política patria: reflejos pedagógicos.1897 - 2020


2020, querámoslo o no, trajo un nuevo proceso electoral, convocado, a reiterada solicitud, por nuestro inefable Presidente Obrero. Hoy estamos viviendo los "acontecimientos en pleno desarrollo" y que no se ofenda el tuerto fablistán uruguayo, por el uso sin permiso de su frase de marras, porque más a propósito: imposible. Estamos acostumbrados a las “prestidigitaciones electorales” de estos señores “rojos-rojitos”

En otro orden de ideas, no pocos compatriotas, por su supina ignorancia, especialmente en relación a nuestra historia patria, suponen tales abusos y arbitrariedades “muestras únicas” de esta gleba narco y que socialista, empotrada por fuerza en el poder político y en los tiempos venezolanos que corren. El espejo de nuestra historia política provee reflejos pedagógicos que acaso sirvan para dos propósitos: el primero, como evidencia empírica (posiblemente inconfutable) que “no todo tiempo pasado fue mejor”. El segundo, que las malas prácticas para perpetuarse en el poder político y su usufructo, al menos en Venezuela, pareciesen no ser privativas de esta deleznable banda carmesí que hoy nos dirige; antes por el contrario, lucen venir rodando desde nuestra pretérita impronta, como herencia poco apreciada para algunos, pero como legado político para todos y que pareciera inevitable sufrir al fin. Vayamos a su encuentro.

El 1º de septiembre de 1897 se llevó a cabo un proceso electoral en el país, que, previamente y durante la campaña electoral de los candidatos en liza, parecía prometer un “final feliz” en muchos y variados sentidos. En primer lugar, podía decirse al final de la campaña y por el respeto mostrado por el Ejecutivo Nacional hacia los contendores, que las viejas costumbres autocráticas habían llegado definitivamente a su fin, arribando Venezuela a la condición de país “civilista” y por tanto “civilizado”. En segundo término, que la vieja promesa política del “sufragio libre”, enarbolada en las banderas de un Ezequiel Zamora vengador, durante la Guerra Larga, tendría al fin correlato material, al ser promulgado y ratificado definitivamente como derecho en la Constitución de 1893. Finalmente, que los tiempos de las montoneras sangrientas, propias de gamonales en defensa de sus intereses regionales particulares, quedarían, de una vez y para siempre, defenestrados, virtud de este ejercicio libérrimo del derecho político ciudadano.

Concurrían a aquella contienda cinco candidatos. En principio, el general Ignacio Andrade, representando la facción dominante, vale decir, el “candidato” del general Joaquín Crespo Torres, Héroe del Deber Cumplido, el Taita, el hombre fuerte de la República y, por supuesto, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela. La segunda opción, con bastante chance por cierto, era representada por el Partido Liberal Nacionalista, en la persona del díscolo y curioso general José Manuel Hernández, mejor conocido como “El Mocho”, héroe de Orocopiche, manco de Los Lirios y señor de afanes levantiscos, quien, según nos narra el Doctor Ramón J. Velásquez  “…contaba con partidarios en Carabobo, Lara, Zulia, los Andes y Guayana…”[1]. Iba de tercero en esa carrera, pero con poco chance, el Doctor Juan Pablo Rojas Paúl, ex-presidente de la República y mejor conocido entre la gente (especialmente los caraqueños) como cara e’gallina, hombre de muchas dudas en torno a sus “muy mudables lealtades” pero “aún amarillo” en cuanto a sus creencias liberales y, en consecuencia, dudoso él del “amarillismo” de Andrade. Iba en esa contienda como cuarto candidato, el general Francisco Tosta García, héroe militar de su tiempo, hombre de particular impostura, escritor, periodista y, por añadidura, también adversario militante de Andrade por su pasado conservador y, por ende, según Tosta, “poco confiable”. Finalmente, abanderado del novel socialismo en nuestra tierra, promovido por una naciente organización política conocida como Partido Popular, el general, poeta y escritor Pedro Arismendi Brito.

La parla popular caraqueña habría acuñado su respectivo lema, respecto de los “intereses” de cada uno de ellos: Andrade iría tras “las mesas” (electorales, se entiende); Hernández tras “las masas”; Rojas Paúl, con fama de “curero”, lo haría tras “las misas”; Brito, poeta al fin, tras “las musas”; y, finalmente, Tosta, rochelero y con fama de galán, tras “las mozas”. La mesa estaba servida entonces y el pueblo “en masa”, acudiría a “las mesas" electorales a depositar su voto “por el candidato de su preferencia”, a los fines de la escogencia de sus magistrados, como corresponde a un "pueblo libre", de "impronta republicana" y bajo "el imperio de la ley". El 31 de julio de 1897, al despuntar la noche, obscuros figurones fueron aproximándose a Caracas, enfundados en gruesas cobijas, armados de revólveres, sables y machetes, con el objeto de tomar las plazas públicas, lugares emblemáticos dónde tendría lugar el proceso eleccionario. En otros predios nacionales, se procedió a la recluta forzosa de hombres jóvenes “ante cualquier eventualidad” y una combinación de soldados y fuerza pública, al servicio de alcaldes y jefes civiles, se sirvieron tomar los registros electorales y las mesas de votación. 

El “crespismo” por órdenes directas del señor general Presidente de la República, se servía “tomar por motivos de seguridad pública” los espacios dónde tendrían lugar las elecciones presidenciales. Acota el Doctor David Ruiz Chataing, en su biografía del general Ignacio Andrade, que la mesnada armada crespista “…impidió a los adversarios hacerse representar en las mesas de inscripción y votación, así como en las Juntas Inspectoras de las Inscripciones y Registro Electoral… (…) y con el apoyo de las autoridades, votaron repetidas veces los asustados hombres del campo, falseándose el “sufragio popular”…”[2]. El voto de esos “asustados hombres de campo” fue obligatoriamente consignado a favor del señor general Ignacio Andrade (sable y revólver en  mano mediante, portados por buena parte de sus conmilitones), candidato del también señor general Presidente Joaquín Crespo Torres. El editorial del 2 de septiembre de 1897, correspondiente al periódico El Pregonero, relata algunas de las incidencias de aquel proceso electoral, específicamente en la ciudad de Caracas y en los siguientes términos:

“A las 12 de la noche ya las plazas estaban ocupadas semimilitarmente y desde esa hora hasta la 5 de la mañana acabaron de entrar a la ciudad todos los que habían de votar con los de la ciudad en las mesas del Distrito Federal. Notábase que la mayor parte de esa recluta electoral llevaban (sic), ostensiblemente, armas. Muchos de ellos espadas, revólveres y machetes los más, medio escondidos debajo de la cobija que les colgaba del brazo. A su frente se encontraban conocidos jefes civiles, oficiales y comisarios de Aragua, de los pueblos de los Altos, de Los Teques, Carrizales, Baruta, Cortada del Guayabo, Altos de Mariches, Guarenas y Santa Lucía.”[3]

Electores de otras regiones, armados “ostensiblemente”; intimidando a los electores de la oposición política y “movilizados” por el crespismo para impedir el desarrollo natural y libérrimo del proceso. Continúa el editorial de El Pregonero:

“A varios jefes civiles de las parroquias se les hizo presente la ley de elecciones por la cual los electores debían votar en su respectiva parroquia. Del  mismo modo se les pidió el desarme de los grupos acampados en las plazas, pues su actitud amenazante no convenía al ejercicio de un derecho político en que la ciudadanía no tiene otra arma que el derecho al sufragio. En las parroquias de San Juan, Altagracia, La Pastora, Santa Teresa y Santa Rosalía, sucedía lo mismo que en Catedral: fueron rechazados los grupos antagónicos a Andrade que querían votar.”[4]

Otro diario capitalino, esta vez El Tiempo, también en su editorial del 2 de septiembre de 1897, desliza:

“El atentado político que presenció ayer la capital, es la solución que siempre ha dado el partido (liberal amarillo) a los problemas políticos. Examinemos el asunto con relación a los jefes civiles, obligados por la Ley a orientar y defender a los vecinos del municipio, en relación al derecho natural violado por la invasión de ciudadanos armados de otros distritos, y los andradistas incapaces de tener electores en Caracas, los traen de Miranda e invaden con ellos, a media noche la capital, ocupan las plazas públicas señaladas por los jefes civiles para realizar la elección y entonces rechazan a los que, en grupos pacíficos, llegaron a la hora precisa sin divisas, garrotes ni machetes a ejercer el acto legal más importante que pueda realizarse en una República.” [5]

Y continúa en tono más grave y acusatorio:

“Con las mesas electorales ocupadas por gente armada, el sufragio quedaba, de hecho, anulado, las garantías constitucionales violadas y desconocida la organización democrática de la República. Como el candidato Ignacio Andrade desempeñó en los últimos meses la Presidencia del Estado Miranda, reclutaron gente en Guarenas, Guatire, Santa Lucía, Los Teques y peones de todas las haciendas de esa región. Se trataba de un asalto brutal de los forasteros sobre Caracas, pues no podían triunfar legalmente. Con este golpe prueba la oligarquía amarilla que no respeta el derecho ajeno, que no acepta los comicios conforme a la ley y que está dispuesta a dominar el país por las malas y aunque el país los rechaza.”[6]

Ciento veinte y tres años nos separan de aquellos acontecimientos. Estampas parecidas a las narradas, especialmente en los editoriales de los diarios El Pregonero y  El Tiempo, por testigos presenciales además de aquellas enojosas circunstancias, nos han rodeado en casi todo el acontecer electoral que hemos vivido en Venezuela desde el año 2014. Seis años ininterrumpidos de gente armada, intimidante, de comportamiento total y absolutamente violatorio de los derechos políticos ciudadanos, consagrados además en el ordenamiento constitucional y electoral vigente, impidiendo además el ejercicio del voto por todos los medios o ejerciéndolo en lugares, mesas y tiempos no cónsonos con la ley, son parte de nuestra realidad electoral hoy. Pareciese una suerte de herencia maldita o el recurso inevitable de los que persiguen su perpetuación en el poder político, a todo trance y evento. 

Acotamos la existencia de este pasado, para que sirva de enseñanza a todos nosotros en estos tiempos de obscuridad y para que, de una vez y para siempre, tengamos clara una verdad catedralicia, esta es, que el poder no es un simple espacio o ejercicio común del dominio de unos sobre otros: el poder es una enfermedad capaz de producir los comportamientos políticos más abyectos. Imposible evitar su acción contaminante…Preparémonos para otro episodio más de ignominia y oprobio, porque esta oligarquía roja, como su par amarilla de hace más de un siglo y así lo afirmase el editor de El Tiempo entonces: “…no acepta los comicios conforme a la ley…y está dispuesta a dominar el país por las malas, aunque el país la rechace.”



[1] Velásquez, Ramón J; Joaquín Crespo, el último caudillo liberal. Tomo II. BIBLIOTECA BIOGRÁFICA VENEZOLANA. EL NACIONAL.BANCO DEL CARIBE. Caracas, 2010. Pág.107
[2] Ruiz Chataing, David; Ignacio Andrade. BIBLIOTECA BIOGRÁFICA VENEZOLANA. EL NACIONAL. BANCO DEL CARIBE. Caracas, 2010. Pág.55
[3] Velásquez…Op.Cit…Pág.109
[4] Velásquez...Idem…Pág.110
[5] Velásquez…Ibíd…Pág.111
[6] Velásqueza…Ibíd…Pág.112