29 de diciembre de 2020

Los “hermanos” de El Libertador: Don Juan Vicente Bolívar y sus “correrías sexuales” por los valles de Aragua…

 

En Venezuela resultó “natural” (y aún en cierto modo sigue siendo así) la existencia de “segundos frentes” y muchachos escondidos por consecuencia, a quienes se denominaban y aún se denominan “hijos naturales” como si los “hijos legítimos” naciesen “por obra y gracia del Espíritu Santo”. Veleidades discursivas de nuestro Derecho Civil (anclado en el Canónigo por muchas “revoluciones” que hubiesen acaecido), hubo de crearse ambas distinciones para preservar el derecho inalienable al patrimonio material, de aquellos vástagos habidos en las comunidades conyugales legales y no de hecho.

Afortunadamente y hace algunos años ha, ya no existen esas denominaciones antipáticas y poco se mira o admira tal distinción hoy día. Pero hace apenas un siglo, era estigma el apellido solitario luego del nombre de pila y aquellos que así firmasen, eran referidos por lo bajo, esto es, a “sotto voce”, precisamente, como “hijos naturales”. Han de imaginar quienes llegaran a leer estas líneas, como pudo haber sido hace casi tres centurias. Se condenó al anonimato a muchos; se reconoció a regañadientes a otros; o se “endosaron” paternidades incómodas a terceros, mediante estipendios generosos, matrimonios arreglados, manutención vitalicia o simple abuso de poder.

En estas líneas vamos a examinar un conjunto de aquellos, específicamente los que hubo de procrear Don Juan Vicente Bolívar y Ponte, progenitor (porque lo de “padre” en el sentido de la responsabilidad y el afecto, poco o tal vez nada) de Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, mejor conocido de manera más corta pero mucho más meritoria como El Libertador.

El referido Don Juan Vicente (parece que un “Don Juan” a todo trance), caballero de correrías sexuales intensas, de afectos tumultuosos y relaciones dudosas con más de una “señora”, casada o no, célibe e incluso en edad púber, fue sujeto de una averiguación y posterior instrucción de expediente por parte del señor obispo Don Diego Antonio Diez y Madroñero, Vicario de Cristo, Miembro del Consejo de su majestad el Rey y visitador del Obispado de Santo Domingo, además nombrado y confirmado obispo de Caracas, en el año del Señor de 1765[1].

La averiguación corría por causa del presunto delito de “mala conducta y amancebamiento” del que fuese acusado Don Juan en principio por la señora María Josefa Fernández, vecina de San Mateo, quien no solo le acusa de “vivir desarregladamente” con una muchacha de nombre María Bernarda, de diez y seis años de edad y quien es “hija natural de Juana de la Cruz” india mejor conocida como “La isleñita”. También teme la señora María Josefa por la integridad de sus tres hijas, menores todas, ya que el referido Don Juan Vicente es Teniente de Justicia, además de ser el propietario más rico de la comarca, esto es, “hombre muy principal” quien, valiéndose de tales atributos, abusa de aquellos para “hacerse de las muchachas que desea”,  a los fines de satisfacer sus más “torpes deseos”.

Pero dejemos que sea Doña María Josefa la que se explaye en testimonio:

“…para conseguirlas (las muchachas) se vale de su autoridad y poder llamándolas a su casa, valiéndose también para ello de otras mujeres, sus terceras, que de su propio conocimiento, por la amistad que siempre ha tenido en su casa y la frecuente comunicación de casi todos los días, cuando reside en este pueblo, sabe bien que el tal es, aunque ya de alguna edad, muy mozo, poco honesto en sus conversaciones y atrevido; por lo que ella (…) siempre ha vivido cuidadosa de sus tres hijas que tiene, llamadas Jacinta, la mayor, otra Margarita y la otra Rita, procurando tenerlas a la vista y aconsejarlas para que no se dejasen engañar por él si por casualidad alguna las encontraba solas como en efecto se lo ha pedido por sí mismo y terceras personas siempre que se le ha presentado la ocasión, con todas tres sucesivamente, según ellas le han contado afligidas de su persecución de la que también le dieron noticia Juana Requena y Juana Baptista Cortés de quienes dicho Don Juan Vicente se valió para que consiguieran de las hijas de la testigo que condescendiesen a los torpes intentos de este.”[2] 

El asunto no queda allí; no solo pretende Don Juan Vicente hacerse de las niñas directamente o por intermedio de terceros, prometiendo dotar a alguna de las hijas de María Josefa “de todo lo necesario”, allá en su casa de La Victoria, sino también promete asignarle “una maestra que la enseñase”, cosa a la que, definitivamente, la Fernández no consiente “persuadida de no ser buena su intención”. María Josefa va más allá, esto es, refiere que el acusado Don Juan ha intentado violentar a una dama joven en su propia casa. Al respecto acota en el mismo testimonio rendido ante su ilustrísima señoría Don Diego Antonio Diez y Madroñero:

“Dijo además que la Margarita le había contado a dicha Juana Baptista una noche que había estado para llamarla aquella tarde para libertarse del estrecho en que la puso queriéndola violentar dicho Don Juan, pues habiéndola encontrado sola y resistiendo ella la pretensión deshonesta, la cogió de una mano y por fuerza intentó meterla en el dormitorio y forcejeando le dijo que gritaría si no la dejaba, con lo cual y haber sentido tal vez que una hija de la referida Juana Baptista se llegaba a la casa, la dejó y se salió muy bravo y que lo mismo contó a la deponente la expresada Margarita…”[3]

 La misma Margarita Carmona Fernández, la “Margarita” referida por María Josefa, comparece días más tarde ante su señoría afirmando “…que le consta ser don Juan Vicente Bolívar deshonesto, ya por haber oído decir que mantiene mala amistad con la india de doctrina María Bernarda y que en ella ha tenido hijos, ya por lo mucho que a la testigo persiguió…”, añadiendo luego “…dándole a entender a ella misma sus deseos deshonestos, y últimamente por haberla querido forzar una tarde del año pasado que la encontró sola en su casa…”[4]

Menudo personaje este Don Juan en materia de satisfacer sus apremios viriles y a como dé lugar. De este testimonio de la Margarita, rescatamos una información interesante para estas breves líneas: como resultado del amancebamiento de María Bernarda con Don Juan y a pesar de su muy corta edad, “…ha tenido hijos…” primer indicio de que, hasta este momento, Simón Bolívar tuvo por consecuencia unos medios hermanos hijos de la joven mestiza. Más adelante veremos como la historia colonial de los Bolívar, “sepulta”  por mano directa de Don Juan Vicente, estos medios hermanos, fraguando “un conveniente matrimonio”.

Cuando Don Juan decline en su vida terrenal, declarará como “hijo” a un joven de nombre Agustín Bolívar, nacido en Maracaibo, durante “sus años mozos” y sin nombrar a la madre, se afirma se trató de una “dama principal de aquella ciudad” pero, se reitera, no identificada plenamente en su testamento. Deja Don Juan bienes a este Agustín pero nunca más reconoce haberlo vuelto a ver, por supuesto al igual que su señora  madre. De modo que este es otro “hermano” de Simón Bolívar. No sabemos si el propio Libertador hubo de tener alguna vez contacto con aquel durante los tiempos de la gesta emancipadora o acaso antes.

Pero continuemos con la causa que se le sigue en 1765, a este, sin duda alguna, “Bolívar gozón”. Dentro de los muchos testimonios que hacen abundoso el prontuario de abuso sexual de don Juan Vicente Bolívar, hay un caso que, en cierta medida, lo dispensa, acaso por el contubernio voluntario de la dama con el noble caraqueño, concretamente en sus andanzas de lo que hoy pudiéramos definir “audazmente” como “pederasta violador”[5].

Se trata del asunto de doña Josefa María Polanco, caso que en los términos del propio expediente, se conoció como “La Polanco”;  la doña de marras no solo es meretriz de oficio, sino que también ejerce la profesión más antigua del mundo con absoluto descaro, aprovechando el sueño e ignorancia de su conyugue, con todo aquel que puede hacerle alguna clase de bien adicional, aun estando “felizmente casada”. En tal sentido, “La Polanco” sirve a Don Juan en calidad de “celestina de muchachitas” que pone a disposición de “su empleador” para su conveniente y oportuno goce, así como el disfrute de sus propios encantos personales cuando no dispusiese de “mercancía fresca”. A resultas de “tales tratativas” la doña Polanco termina pariéndole una hija al referido Don Juan. Otra hermana más, de la que se tenga noticia, le sale al Libertador. Veamos…

El 19 de marzo de 1765, el Bachiller secretario que asiste al señor obispo Diez Madroñero, en la visita que se hace a esta población de San Mateo, deja constancia escrita de los procederes de “La Polanco”:

“…el ilustrísimo señor don Diego Antonio Diez Madroñero, mi Señor, digno obispo de esta diócesis, del Consejo de su Majestad, tuvo conocimiento de que Josefa María Polanco desde su mocedad, siendo soltera y casada y al presente mayor de edad, ha vivido y aún vive en mala amistad con varios hombres, de cuyo ilícito comercio tuvo dos hijos que mantiene grandes y en los años próximos, pasada ya a viuda, otros dos viviendo al presente la una de ellos con escándalo y mal ejemplo consiguiente a su notoriedad…”[6]

Acumula pues esta averiguación a la causa que se sigue al travieso de Don Juan, cuando se asienta que “La Polanco” luego de haber vivido como lo ha hecho, una de las relaciones que mantiene hoy, la lleva “con escándalo y mal ejemplo” dada la notoriedad del personaje de quien se trata. Procede entonces raudo el obispo a tomar declaración a testigos que han conocido de vista, trato y comunicación “a la misia Polanco”.  

La primera en deponer testimonio es Juana Tomasa Díaz, quien hace saber, no sin antes jurar por Dios decir toda la verdad y nada más que la verdad:

“…que con el motivo de su casamiento la depositaron habrá como cinco años en la casa de Josefa María Polanco, a quien sirvió en ella con este motivo sobre cuatro meses hasta que se casó, y en  ellos vio frecuentar la casa de aquella estando casada y su marido muy achacoso, a un caballero cuyo nombre expresó, y se reserva, y comiendo muchos días juntos a la mesa al tiempo de dormir el marido la siesta, aquél y la otra Josefa María se entraban en otro cuarto y mantenían, así cerrada la puerta, mucho tiempo y algunas noches que tal sujeto con la amistad que profesaba en la casa, se quedaba a dormir, y advertida la testigo se juntaban a solas como entre siesta, por lo cual algunas llanezas que vio de juegos entre los dos y mantenía la casa de todo lo necesario regalando azúcar, papelones, maíz y trigo, dándole también a la Josefa María dinero, estuvo siempre con el conocimiento de que el trato entre los dos era pecaminoso y ella, en particular, mala mujer, pues antes de casarse también estuvo con otros hombres, cuyos nombres no sabe…”[7]

Juana Tomasa no deja bien parada a “La Polanco”, deslizando además que existe un caballero, principal por los obsequios y el dinero con el que dota a Josefa María, que la frecuenta y con la que sostiene “un trato pecaminoso”; la testigo “expresa su nombre” pero pide reserva en la transcripción del testimonio. El nombre es Don Juan de Bolívar. El testimonio de Tomasa arroja más luz sobre el tema que tratamos en estas líneas:

“…y después de viuda ha oído decir que ha parido dos veces y que ahora está criando una niña, habiendo escuchado así mismo la testigo ser hija del sobredicho caballero, con quien la vio comunicar, según deja dicho cuando casada…”[8]

Y “clava el último clavo” sobre el libérrimo ataúd de las fogosidades de “La Polanco”, sobre la que terminará cayendo la pena del Hospicio[9] por residencia y depósito:

“…que la Josefa María Polanco estuvo peleada con Paula Flores, soltera de la Sabana de Caballero, celosa de que esta hubiese tenido un hijo de su mancebo. Que era todo cuanto tenía que decir y que la mala vida y escándalo de Josefa María Polanco era público y notorio…”[10]

De modo que existe otra señora y con hijos. Se trata de la india Paula Flores, quien parece que también le ha parido unos hijos al caballero y quien también provee a aquella casa de los bienes necesarios.

Sobre el asunto de la Flores y sus hijos y la pelea con la Polanco, por aquello de la niña cuya paternidad se atribuye al caballero “muy principal”, testimonian María Asención Silva, la india Josefa Guaruta, María Matea Cuello, María Luisa y, finalmente, el propio hermano de la Polanco, José Polanco. Dice la señora Silva que “…solo sabía que tenía hijos antes de ser casada y al presente, después de ser viuda, una niña…” no sin antes referir de manera directa que el caballero que frecuentaba a la Polanco “…vivía también en mala amistad con Paula Flores, en la Sabana del Medio (…) y que había tenido un hijo por lo que tuvo celos la Josefa María Polanco, y estuvo reñida con ella por un tiempo.” Ratifica la india Josefa Guaruta que “…también estuvo reñida la Josefa María Polanco con Paula Flores, por haber entendido había tenido con ella un hijo, dicho su mancebo el cual mantenía la casa de todo lo necesario.”[11]

María Matea Cuello ratifica el testimonio de María Asención Silva, refiriendo a la niña recién nacida, luego de la viudez de la Polanco. Pero es María Luisa la que detalla la cuestión de la paternidad de la niña. Dice en su testimonio: “…que vivió (María Luisa) en una casilla de ella inmediata a la de su vivienda (la de la Polanco), vio entrar con mucha frecuencia a la persona distinguida que nombró, y se reserva, y que habiendo parido la niña que tiene, llamó a la testigo aquella y la dijo que era del propio sujeto…” [12] Finalmente atestigua José Polanco, como ya indicásemos, hermano de la reiteradamente señalada,  en los siguientes términos: “…no obstante ser ya como de cuarenta tres años (la Polanco), se mantenía concubinada con el sujeto que nombró, y se reserva, y de su amistad ha resultado tener después de casada la hija que parió el año pasado.”[13]

En los testimonios citados, se observa el uso de la fórmula discursiva “…que nombró y se reserva…”, por ella se entiende que quien rinde testimonio ha nombrado a la persona ante el Señor Obispo y su secretario, quien redacta el documento, pero ha solicitado la reserva del nombre citado en el expediente escrito, por tratarse de caballero “muy principal” y, por ende, de “mucho poder”. El temor por las consecuencias, de saberse que se había hecho referencia directa al nombre de un poderoso, obligaba a las autoridades que instruían causas de esta naturaleza, a guardar las propiedades e integridad física de los declarantes, omitiendo en las deposiciones citadas el nombre del poderoso caballero, porque, al fin y al cabo: “poderoso caballero es don dinero”.

De los testimonios anteriores, se infieren otros dos “hermanos” de El Libertador, la niña de la Polanco y el niño de la Flores. Pero como nos dice el Doctor Alejandro Moreno Olmedo: “Diez Madroñero reseñará, fuera de este documento, otros muchos casos en San Mateo, en La Victoria, en Turmero y en Maracay, para atenernos solo a esta visita y a los valles de Aragua.”[14]

De modo que pudo haber tenido montones de medios hermanos, más allá de los legítimos conocidos de Vicente, María Antonia y Juana. Buena cantidad de “Bolívares” sueltos como sencillo por todas las comarcas por dónde hubiese andado el “Don Juan” de Don Juan Vicente Bolívar, agostado por sus apremios viriles incontenibles. María Bernarda y Josefa María fueron condenadas al Hospicio. Ambas se fugaron, la primera dos veces, una de la casa de Isabel Monroy y otra del propio Hospicio; y la segunda del Hospicio propiamente dicho y a pocos días de recluida. Ambas lo hacen con apoyo externo y la figura de Don Juan Vicente Bolívar se deja ver tras la sombras del escape. Cuando “reaparece” María Bernarda, lo hace “felizmente casada” con un señor bastante mayor a ella y quien “recomienda” el señor Teniente de Justicia: Don Juan Vicente Bolívar. Josefa María Polanco cae bajo el patrocinio del señor Teniente, quien promete “el eterno arrepentimiento de sus pecados y el recogimiento a una vida ausente del escándalo” diríamos hoy: zamuro cuidando carne…

Hemos visto entonces que “varios y no pocos” los “hermanos” que legara el padre de Simón Bolivar, El Libertador, a tan grande hombre. No sabemos si se tropezase alguna vez con alguno de ellos o si alguno, por aquello de la “voz de la sangre” se fuese tras la turbamulta patriota para cuidarle o velarle el sueño. Lo cierto es que esa impronta criolla del “hijo regao por allí”, no fue y no será (aún sigue existiendo, como lo atestigua el doloroso dato estadístico de los miles de niños abandonados) privativo de las clases populares.

Extendido sobre un fenotipo caribe y castellano a la vez, que se hace africano a fuer de práctica y sello en un crisol de razas que constituye nuestra especie media, se hace carta de presentación de un pueblo, sus próceres, políticos de oficio, aventureros y soldados, identificando nuestro gentilicio de forma tristemente palmaria. Viva Bolívar, sí, viva la Patria, sí, pero vivan también nuestros pecados que bien cerca los tenemos y en el alma los llevamos.

 



[1] “Entre los obispos venezolanos del tiempo precedente a la independencia, la segunda mitad del siglo XVIII, se destacan Diez Madroñero y Mariano Martí (…) quienes gobernaron seguido la diócesis caraqueña marcando con su impronta todo un período, treinta y seis años, de 1756 a 1792.” Moreno Olmedo, Alejandro; Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal. Expediente a don Juan Vicente de Bolívar. BID&CO.EDITOR. Caracas, 2006.Pág. 30.

[2] Op. Cit. Moreno Olmedo. Pág.46.

[3] Idem. Moreno Olmedo. Pág.46.

[4] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág. 48.

[5] Y decimos “audazmente” porque no existía el delito como tal. Acaso podría establecerse suerte de comparación entre el “forzamiento de niñas menores libres” pero el “forzamiento o violentamiento” no podría haberla invocado el esclavo o el manumiso porque no se le reconocía el “intuito personae”, siendo el amo el propietario de toda dignidad, si acaso se le reconociese por vía religiosa. Se remonta además a la Edad Media, el derecho del señor feudal a la posesión primera de la virginidad de las siervas de su feudo, incluso el primer coito al estar próxima a casarse una doncella; conocido como “Derecho de Pernada” era derecho exclusivo del señor feudal su ejercicio, sin anteposición de reclamo alguno por parte de autoridades reales o religiosas. Ese “Derecho de Pernada” se extendió a las posesiones ultramarinas, en el caso del Imperio Español y tanta fue su práctica, que se extendió, por ejemplo, a los grandes propietarios agrarios mejicanos durante el siglo XIX. En otras regiones del mundo, por ejemplo la Norte América anglosajona del siglo XVIII, la violación era práctica común sobre sirvientes, manumisos e incluso mujeres de bien, como bien lo hace notar la escritora canadiense Diana Gabaldón en sus conocidas novelas históricas, hoy llevadas a la televisión bajo el nombre de “Outlander”.

[6] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.100.

[7] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 100 y 101.

[8] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.101

[9] El Hospicio no era solamente para socorrer a quien requiriese de alguna atención económica o suerte de socorro, también servía de prisión para “depositar” allí a las mujeres incursas en delitos menores o actos considerados pecaminosos por la Santa Madre Iglesia, según indicasen sus más altos dignatarios, luego de causas seguidas conforme a Derecho Canónico.

[10] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.101

[11] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 102-106.

[12] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 105-106.

[13] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs.105-106.

[14] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.100

24 de noviembre de 2020

Nota breve para un hombre grande: Rómulo Gallegos Freyre

 

24 de noviembre de 1948; 24 de noviembre de 2020. Setenta y dos años del derrocamiento de Rómulo Gallegos Freyre, el primer presidente electo en Venezuela por el voto directo, universal y secreto en la historia republicana nacional hasta ese momento y el único, léase bien, el único Presidente Constitucional derrocado por un Golpe Militar, Pronunciamiento, Coup d’Etat o Putsch en la historia contemporánea de la república, en sana Teoría Política. El general Isaías Medina Angarita hubiese renunciado voluntariamente al cargo y el general Marcos Pérez Jiménez dejado el puesto en absoluto abandono.

Puesto el Presidente Gallegos en el predicamento de aceptar las peticiones exigidas por el Alto Mando Militar de entonces y habiéndose de plano negado, es sujeto de detención, defenestración y prisión en una instalación militar, las tres condiciones necesarias y suficientes para cumplir con las definiciones formales en Teoría Política, hoy día reconocidas plenamente y reiteramos: el Coup d’Etat francés, luego adoptado por el mundo anglosajón; el Pronunciamiento español; y, finalmente, el Putsch alemán. A los tres días es expulsado del país por la misma claque militar que lo depusiera, razón de más para ser calificado plenamente como “derrocamiento”.

En una historia cubierta por una suerte de manto “rojo” de absoluta deformación cognitiva, además sujeta a la memoria flaca de un pueblo mayoritariamente dotado de una proverbial ignorancia supina, enceguecido además por el hambre y la pobreza, características que lo colocan en un grave modo de supervivencia permanente,  valga la fecha para recordar a un hombre íntegro y honesto como Don Rómulo Gallegos. En tiempo de “pocos”, Rómulo Gallegos Freyre representa lo “mucho” que hemos perdido e inexorablemente nunca volverá. Sirva esta breve nota, al menos, para otear en un pasado cercano en tiempo, pero moralmente en las antípodas. 

12 de septiembre de 2020

…Y el tren se llevó el encanto…

Los trabajos escritos acerca de la historiografía política venezolana, exigen la rigurosidad formal del trabajo académico; solo siendo así, pueden ser consistentes con (y en) la seriedad de sus contenidos. Ahora bien, cuando se trasciende cierta edad, sin lustre y brillantez particular digna de mención pública, como parte inequívoca de ese abigarrado montón anónimo que significa la gran mayoría de la población, aun siendo (más bien habiendo intentado serlo) del oficio académico, se desea atender más al recuerdo, la rememoración y se es tentado, en grado sumo, por la reflexión final, destinada a las generaciones que vienen detrás y, acaso, por pretensión pedagógica, para las que vendrán. Este servidor considera haber llegado  a esa oportunidad cronológica de la vida y, en tal sentido, las referencias historiográficas desempeñarán en estas líneas eso: el papel de referencias indispensables para precisar protagonistas, lugares y testimonios. La reflexión política personal dominará el texto y este servidor se entregará, finalmente, a ella, acaso como testimonio en cierto sentido, de quien viviera en esa Venezuela que se marchó inexorablemente y de cuya memoria histórica intentaremos nutrirnos.

Para cuando se escriben estas líneas, aún faltan diez y siete días para conmemorar un aniversario más de aquella triste mañana en la que un grupo armado, atacase a un tren (paradójicamente de los últimos en funcionamiento pleno en Venezuela) destinado a llevar pasajeros con la única intención de pasar un rato de solaz esparcimiento. Familias con niños, jóvenes parejas y, acaso, algún grupo de amigos para divertirse, ocupaban en esa ocasión las doscientos y más plazas de aquella caravana de diez vagones, halados por una máquina diésel, con su respectiva dupla conductora: José Peña y Martín Rojas. Era la mañana del domingo, 29 de septiembre de 1963.

Nada hacía presumir que pudiera tratarse de una travesía distinta de todas las anteriores pero, desde al año anterior, al haberse producido las asonadas de mayo y junio en Carúpano y Pto. Cabello (Carupanazo y Porteñazo) protagonizadas en su mayoría por oficiales navales adscritos a los batallones de infantería de marina, el tren llevaba la custodia de un par de escuadras de guardias nacionales, armados de subametralladoras y sus jefes de revólveres. Un sargento (una especie entonces escasa en la Guardia Nacional, porque para serlo había que largar el alma) y ocho guardias, custodiaban ese transporte turístico. El sargento Saturnino Reyes, de 35 años de edad, tenía la responsabilidad de mando sobre ese breve destacamento.

Si Reyes contaba con treinta y cinco abriles cumplidos para esa fecha, su año natalicio bien pudiese ser ubicado, como mínimo, en 1928. Quien sabe cuántos de aquellos años tendría en la Guardia Nacional de Venezuela, para haber alcanzado entonces el grado de sargento; es posible que ya hubiese servido en ella por casi cuatro lustros. Ahora, jefe del par de escuadras destacadas en el tren con destino al parque de El Encanto, pasaba también el tiempo, quizás mirando de soslayo las “gracias” que adornasen a un par de muchachas quienes, durante la travesía, hubiesen tratado de buscarles conversación a él y algunos de sus compañeros. El deber suele ser laxo durante los domingos de guardia. Nunca se presume el peligro.

 

El tren hizo un par de paradas. La gente miraba pasar el selvático paisaje, algunos descuidados del entorno, conversaban animados entre promesas de un “día sabroso” y de “sorpresas por venir”, tal cual solía ocurrir con los venezolanos de entonces, dotados de cierta candidez campesina, sobre todo en los sectores populares.  Acaso uno que otro niño acusando hambre mañanera, hubiese preguntado a la madre cuando podrían entrarle “a los sanduches” de mortadela con mayonesa y “al Toddy” que llevaban en los “Thermos”. “Eso es pa’l almuerzo, muchacho. Cuando lleguemos…”.

Y llegaron al túnel…Y el tren se puso obscuro. Una detonación; luego el grito; par de tableteos de subametralladoras. Cae un guardia. Confusión, tiros y se hace la luz de nuevo. En el tren hay olor a pólvora; también hay humo. Entre lecos, se abren paso unos muchachos que gritan consignas, nombres: Olga Luzardo, Toribio García, Italo Sardi…FALN. Un hombre alto, joven, con una boina negra, tocada de enseña roja, asume el mando. Gira instrucciones para hacerse de las armas, manda pintas en paredes y máquina. Cómo epílogo, ordena al maquinista que se devuelva y después del túnel, en un recodo de la vía, hay tres carros esperándolos y se bajan los asaltantes; van dos de las muchachas quienes, desde temprano, estuvieran “coqueteándoles” a los guardias. Peña y Rojas se devuelven y cuando llegan al parque El Encanto, avisan de lo ocurrido. Mujeres y niños se cuentan entre los heridos. Allá quedaron regados los “sanduches de mortadela”. Los Thermos se hicieron añicos. No habrá asueto dominguero. La carrera militar de Reyes ha terminado, lo mismo para cinco de sus compañeros: todos quedaron tendidos en alguna parte del tren.

Para el 30 de septiembre ya se sabe públicamente quiénes fueron. Elementos de las recién fundadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, han asaltado el tren, así lo atestiguan “las pintas rojas”  escritas apresuradamente con “sprays” sobre la máquina y las paredes de la estación.  Nadie alcanza a saber porque y mucho menos la intención resulta clara. Los más sesudos, tanto autoridades como el común, no dejan de hacerse las eternas preguntas de rigor ¿Pero cuál sería el objetivo estratégico? ¿Cuál la intención política y militar? Y más de uno, de aquellos sempiternos aficionados a responsabilizar al gobierno por todo lo malo, argumentará: “Esa fue la Digepol para culpar a los comunistas, porque Rómulo hace rato que les tiene ganas”.

Ciertamente habían sido “los comunistas revolucionarios”, más concretamente, la Brigada Nº1, unidades tácticas de combate (UTC) adscritas a ella, parte orgánica integrante en Caracas de las FALN, Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. El gobierno, ipso facto, ordena la detención domiciliaria preventiva de los diputados del PCV y del MIR, mientras solicita a la Corte Suprema de Justicia se sirva considerar el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de los referidos diputados, retenidos ya en sus casas. Guillermo García Ponce por el PCV y Domingo Alberto Rangel por el MIR, se desmarcan del ataque y niegan cualquier participación en el hecho. Aun así, toda la directiva de ambos partidos y su representación parlamentaria, son sujetos, se reitera, de allanamiento de sus domicilios, así como de la inmunidad; luego son conducidos presos al cuartel San Carlos, en la ciudad de Caracas. Ambos partidos quedan ilegalizados y proscritos. Se inicia la larga noche de los comunistas y el ocaso de su imagen como luchadores por la reivindicación social y política de las mayorías: el peso de las muertes es mucho y el fracaso táctico aún mayor. El gobierno de Betancourt se anota “un triunfo” y lo que según el Dr. Ernesto Guevara (Comandante Che) debería pertenecer “al porvenir del imperialismo por entero”, se hace denominador común en la izquierda radical venezolana, a partir de tan inefable sin sentido: “la crisis y la derrota”.

Durante años esa “izquierda radical” venezolana, no reconocerá la autoría de aquel hecho, antes por el contrario, sus más  connotados dirigentes lo negarán. Más tarde, ante el poder de la evidencia, involucrarán a Teodoro Petkoff Malek en su comando y perpetración, por cierto inconsulta e independiente. PetKoff Malek tratará de defenderse, muchas veces inútilmente, de tan injusta acusación hecha “al voleo” y no sin cierta intención política oculta. Finalmente, derrotada la aventura guerrillera armada, los dirigentes (García Ponce entre otros) llegarán a decir que ese ataque habría resultado ser “responsabilidad de la acción arbitraria de alguna renegada unidad de nuestro aparato militar”.

En 1998 triunfa en las elecciones el comandante Hugo Chávez Frías, no pasando mucho tiempo antes que los entonces olvidados guerrilleros de los años 60, jefes algunos de la llamada con rimbombancia “lucha armada” (Alí Rodríguez Araque, Clodosvaldo Russian, Carlos Lanz, María León, Guillermo García Ponce, Juan Carlos Parisca, etc…), hagan su aparición como figuras singulares (y actorales) del gobierno y, por ende, sistema político en turno. Algunos llegan a convertirse en figuras de muy alta jerarquía en el Ejecutivo Nacional (Rodríguez Araque) y, llegado el momento, el gobierno termina confesándose “Socialista”. Fidel Castro logra al fin “hincarle el diente” a una muy querida presa petrolera, cabeza de playa representativa de sus “más caros anhelos revolucionarios” en América del Sur y hoy Venezuela encarna “la provincia más sureña” de Cuba la bella, cuna del “paraíso rojo castrista”. Los otrora derrotados comunistas, se yerguen vencedores en una versión no tan santa de su credo revolucionario: la Revolución Bolivariana. Pero qué más da: ya es antillana de forma y fondo, y baila al son que el castrismo toque.

Pero al fin  ¿Quién asaltó el tren de El Encanto? ¿Quién ejecutó la operación? CLIMAX es una sección muy interesante del medio electrónico conocido como “El Estímulo”. Dedicada a la difusión, entre otros temas, de nuestra historia política contemporánea, con ocasión de los 50 años del ataque al tren de El Encanto, hizo una crónica sobre el particular, crónica que titulase “La verdadera historia del tren de El Encanto”. Cuando terminaban la reseña, el redactor, según afirma en la misma crónica, hizo contacto con el cineasta Luis Correa (dos de sus más conocidas películas “Ledezma, el caso de Mamera” y “Se llamaba SN”). Correa, militante del PCV durante los tiempos de las FALN, resultó ser el jefe de la Brigada Nº1, esto lo convierte en el responsable sobre la ejecución de la operación sobre el tren de El Encanto.

De hecho, le reconoce al cronista de CLIMAX, la planificación y ejecución de aquella “operación militar” según su propia definición, con el conocimiento y bajo autorización del comando de las FALN, más concretamente de Guillermo García Ponce. Correa hace saber, según propio testimonio, que el ataque se debió a que, según informaciones de inteligencia, se determinó que a bordo del tren habría un cargamento de armas. La “operación” estaría destinada a su “expropiación revolucionaria”. La mortandad se produjo, según el cineasta, al haber sido descubiertos por un guardia, al caérsele el arma a una de las dos muchachas combatientes que los acompañara. Repreguntado por el redactor si la dirigencia tanto del PCV como del mando militar de las FALN, estuviesen enterados de la operación, Correa no dudó en afirmarlo categóricamente.

Luis Correa murió aquel año, a causa de un enfisema pulmonar, a la edad de 73 años. De haber estado vivo el sargento Saturnino Ruiz, habría tenido para ese momento 85 años. Cuando Correa ejecutó “impecablemente”  aquella “operación militar” contaba con la edad de 23 años. Le sustrajo a Ruiz su vida “en combate no tan glorioso”  y vivió la suya no tan “buenamente”. El último puesto que desempeñó fue, paradójicamente, el de Jefe de Seguridad en una dependencia del gobierno actual.

Esta es una página más de nuestra historia contemporánea venezolana, no muy diferente a otras en nuestra impronta histórica republicana. Unos individuos que, descuidadamente o acaso por impericia, maldad o mala intención, dejan que unos hechos se susciten, esperando como “caimán en boca de caño” el resultado de las acciones de un grupo de muchachos bisoños, sin experiencia y entrenamiento o plena convicción de realidad, imbuidos más de una suerte de romanticismo decimonónico, lleno de consignas, cancioncitas, banderas al vuelo y clarines sonoros. Las mismas escenas heroicas que solían verse pintadas en los murales de la Rusia moscovita de tiempos estalinianos y aún se ven en la Corea del Norte del adiposo dictadorzuelo de la deleznable dinastía Kim. Símiles de las desleídas vallas del castrismo cubano, sistema político hoy tan corrupto y codicioso como aquel de sus viejos enemigos postrimeros de los años cincuenta. “La misma vaina” diría aquel totalmente desprovisto del almidonado prestigio de la vieja academia.

A estas alturas uno no deja de volverse a preguntar, cuando se entera del fallecimiento de dos niñas argentinas de once años, en la frontera paraguaya, “combatientes heroicas” del Ejército del Pueblo Paraguayo; cuando mira las caras confundidas de sus pares, también niñas combatientes de la disidencia de las FARC o del “revolucionario” ELN ¿Hasta cuándo han de existir estos miserables que amparados en sus “discursos revolucionarios” arrastran a estos muchachos hasta un infierno de confusiones en nombre “la reivindicación de los pobres y desamparados” y una idea siempre difusa de “libertad y democracia”? ¿A cuántos habrán de arrancarles el encanto de una vida? Y así, como lo hicieran entonces los otros aquella mañana del 29 de septiembre de 1963, seguirán montando a niñas y niños en el tren de la estulticia, de los odios inútiles, reproductores en esencia de decepción y llenos del castigo del olvido. Y como aquella mañana, el tren se llevará su encanto y el encanto de todas las horas que podrían haber sido mejores y, al final, no les quedará otra cosa que reconocer que el tren, aquel miserable tren, se llevó el encanto de su juventud.


29 de mayo de 2020

Sobre “política” y “argumentos jurídicos” en los albores de nuestra Primera República. La Junta Suprema de Caracas y el Consejo de Regencia de España.


El brillo de la charretera, el sable y la presencia tronante del cañón vengador, llenan las páginas de nuestra historia patria. Gritos y caballos; héroes de lanza y taparrabos, entre polvorientas sabanas y ríos de cursos procelosos,  hacen plenos los significados del discurso patriótico de manual escolar. Se invoca la presencia impertérrita del “héroe soldado” y todo significado de lucha, se subroga a su accionar, pletórico de la épica-patética que tanto gusta al orador patriotero de templete ocasional, tanto físico como discursivo, sobre todo hoy día en tiempos de oscurantismo “rojo, rojito”.

Pero esta patria y resulta lógico inferirlo del comportamiento de sus pobladores en cualquier tiempo histórico, más aún en el  reciente, olvida (o parece haberlo hecho) que su construcción como “patria republicana” también fue fruto del intelecto, la acción y la sapiencia de hombres de corbatines y cuellos altos; de serias levitas y verbo de densidad jurídica incontestable. Francisco Espejo, Miguel Peña, Miguel José Sanz, Andrés Bello y Juan Germán Roscio, por citar a los más conspicuos,  aunque sin apremios del lance personal y arreos de gamonal sediento de heroicidades,  construyeron sólidas argumentaciones tanto teóricas en lo político como en lo jurídico, que permitieron echar las bases de nuestros primeros intentos republicanos.

De eso conversaremos en estas líneas, precisamente, por estar rodando el crepúsculo de otro mes de mayo, mes en que específicamente en fecha 3, pero de 1810, hace ya 210 años, Don Andrés Bello respondiese al Consejo de Regencia de España, por comisión de la Junta Suprema de Caracas y con ocasión de los sucesos que condujesen a los miembros de la conjura del 19 de abril[1], a crear aquel cuerpo colegiado. Dialoguemos sobre este tema, asunto ausente de batallas y sangre heroica, pero plétora de sapiencia inconfutable y de construcción argumental impecable. Que también la pluma (que no los plumarios), hicieron su parte en esta gesta independentista, acaso en perfecta, además de efectiva, combinación entre toga y guerrera, birrete y morrión. Vayamos pues a su encuentro.

El 14 de febrero de 1810, el Consejo de Regencia de España, constituido como una derivación de la Junta Suprema de Aranjuez, luego de Sevilla y finalmente de Cádiz, con ocasión de la invasión napoleónica a España (además de las sucesivas derrotas infringidas a una combinación de pueblo y ejército español en resistencia), la abdicación de Carlos IV a favor de Bonaparte y el nombramiento que hiciese este último de su hermano José (mejor conocido entre los españoles del populacho como Pepe Botella y ya pueden saber porque clase de afición) como José I de España, hace una alocución, según indica el Dr. Caracciolo Parra Pérez, redactada por el afamado poeta Quintana, mediante la cual anunciaba a “los colonos en las tierras ultramarinas” la próxima convocatoria a las Cortes, a realizarse el 1º de marzo de 1810. Allí, por primera y única vez en la historia imperial española, la Regencia hace la siguiente declaración:

“Desde este momento, españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres:  no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre que ha de venir a representaros en el congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos.”[2]

Mejor conjunto de argumentos a favor de “los colonos americanos”  y de sus “apremios independentistas” presentes en la historia postrimera de su siglo XVIII y los albores del XIX, que para ese momento transitan, imposible hallar; el momento: nunca más apropiado. Pero antes de analizar el contenido potente de esta declaración, imprescindible formularnos una pregunta clave ¿Qué intereses políticos de fondo pudieron haber motivado tan “esplendorosa” declaración de la Regencia?

Desde las postrimerías del siglo XVIII los vientos de independencia política (en tanto cambio radical de los centros de poder), vienen trayendo barruntos de tempestad. La distancia desde la metrópoli; las restricciones normativas; las distinciones de castas entre peninsulares y blancos criollos, así como la imposición de reglas absurdas (como la variación arbitraria por parte de “regidores y oidores” de ocasión de los derechos de alcabala), han venido avilantando los ánimos desde labriegos a criadores, desde artesanos a comerciantes. La rebelión barquisimetana de Juan Francisco de León; la potente rebelión del Socorro y sus artesanos, que pone cerca de 20.000 tropas a las puertas del propio centro del virreinato de la Nueva Granada (Nuevo Reino de Granada), en su ciudad capital de Santa Fe, creando la temida posibilidad de una defenestración jamás pensada y menos deseada; el “movimiento revolucionario” (con posibilidad inequívoca de apellidarlo de tal, por los cambios que exige aún más radicales que los del Socorro pero, más aún, que aquellos que se exigirán en los procesos de independencia por venir), liderado por D. José María España y D. Manuel Gual, son muestras palmarias en distintos virreinatos, capitanías generales y gobernaciones de la América Española, de que viene un mar de fondo que amenaza convertirse en maremoto.

A esta situación de ínsita naturaleza americana, resulta menester sumar los vientos tormentosos que trajo la Revolución Francesa en su momento, con su carga sustantiva de republicanismo jacobino, vale decir, a una situación política, económica y social que afectaba de tiempo atrás a las colonias españolas ultramarinas, se adiciona un conjunto de ideas “revolucionarias” que claman cambios, unos expresados en tonos radicales, otros un poco más moderados, incluso sugiriendo cierta forma de cohabitación con el imperio español.

En el momento más difícil de esa “antigua monarquía española”, defenestrada, como ya dijésemos, por la abdicación forzada de Carlos IV, “el práctico secuestro” de su hijo Fernando por parte de Napoleón, quien llama tanto al padre como al hijo “cretinos ambiciosos” (por ejemplo, el rey padre habría sugerido la eliminación física del hijo y el hijo príncipe habría sugerido al magnífico corso “su propia adopción como hijo”) además con la España invadida por la “Grand Armée”, la última posibilidad de supervivencia de la Regencia, sobrevenida la derrota militar total, pasaba por “mudar provisionalmente” a las instituciones monárquicas fuera de los dominios territoriales de Europa, lo suficientemente lejos de la Francia y ¿Cuál mejor sitio de amparo que los virreinatos españoles en la América?. Pero habría que granjearse la amistad y apoyo de los “americanos españoles”, ofrecer una opción sólida a los moderados y lisonjear por vía convenientemente discursiva a los “republicanos de cabeza caliente”[3]. Así las cosas, la Regencia incorpora una diputación americana a las Cortes que pretende convocar al 1º de marzo de 1810, sugiriendo por el camino la forma de su elección.

Es entonces como el poeta liberal Manuel José Quintana se inspira y compone en la alocución, el párrafo más arriba citado y que procedemos a analizar de seguidas[4]. “Desde este momento, españoles americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres…” conjunto magistral de actos de habla de naturaleza perlocucionaria[5], mediante el cual el gran poeta y jurista Manuel Quintana (y la Regencia por “complicidad” directa al convertirlo en “documento oficial”) reconocen la libertad de los americanos españoles. No debe tratarse de un simple ejercicio retórico: implica la admisión de una nueva condición. Y es en virtud de aquella nueva condición que “os veis elevados a la dignidad de hombres libres…”  de hecho y de derecho, al pasar a formar parte de unas Cortes que representan a España, unida en su lucha común contra el imperio francés, sin distingo de castas u orígenes. Se entremezclan entonces las aspiraciones políticas de los liberales españoles representados en Quintana, las aspiraciones “republicanas” de los americanos españoles y los deseos inmediatos de supervivencia de los monárquicos moderados, representados en el ala menos conservadora de las Cortes.

Pero los contenidos siguientes, que sirven de complemento a la primera afirmación de “hombres libres”, se suma la admisión que constituye o podría constituirse en “confesión de parte”:

“…no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia…”

Reconoce también el bardo trocado en combativo parlamentario y político de acción, la existencia de un “yugo” cuya dureza se hace mayor “mientras más luenga la distancia”, dogal que representa, sin la más mínima duda, al imperio español, a quien además culpa de “indiferencia en la mirada” , “vejación por codicia” y “destrucción por ignorancia”, acusaciones reiteradas en el discurso de los “republicanos americanos”, hechas además ad nauseam en sus declaraciones, por el más connotado de sus dirigentes políticos y militares, “adalid de la sedición”, enemigo convicto y confeso de la monarquía peninsular: Francisco de Miranda[6]. Años más tarde, cinco para ser exactos, el Libertador Simón Bolívar escribirá en su afamada Carta de Jamaica un conjunto argumental a un mismo tenor de aquel de Miranda y más específico respecto de la declaración del poeta Quintana, no obstante que las pruebas en otro sentido, podrían demostrar, en casos personales bien conocidos como la misma familia Bolívar, los Rodríguez del Toro, los León y los Mijares, que la riqueza también se habría derramado a raudales sobre aquellos, no obstante “la mirada indiferente y la vejación por codicia”…[7]

Culmina Quintana con una práctica declaración de principios: una vez elegidos los diputados de la América Española a las Cortes de Cádiz, como dignos representantes de la opinión, “vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos”;  ha subrogado Quintana en su discurso, en buena medida, el poder de “mandar” sobre sus súbditos “de ministros, virreyes y gobernadores” nada más y nada menos que en la representación del pueblo americano español designado para esas Cortes. ¡Dixit!

Las Cortes se reúnen, pero en la Capitanía General de Venezuela, se suceden los acontecimientos de abril, que comenzando con un germen equivalente a los “juntistas de Aranjuez” culmina sorpresivamente con la creación de una suerte de gobierno provisional que ha depuesto a la autoridad española, acusando de paso a su titular, el señor Capitán General Don Vicente Emparan, entre otras muchas cosas, de “francófilo convicto”[8]. El gobierno recientemente constituido, manifiesta su voluntad de no reconocer al Consejo de Regencia, asumiendo su propia conducción soberana y directamente.[9]

El 3 de mayo de 1810, corresponde a Don Andrés Bello, como ya hemos mencionado en líneas previas, la redacción de la contesta  al Consejo de Regencia (respecto de la convocatoria a la elección de representantes con destino a las Cortes de Cádiz) y en uso de una impecable argumentación jurídica, basada en las leyes imperiales vigentes, en tanto la representación de los ayuntamientos respecto de la ausencia de las autoridades legítimas, responde el distinguido jurista caraqueño. Afirma Bello en aquel documento:

“…las diversas corporaciones que sustituyéndose indefinidamente unas a otras, solo se asemejan en atribuirse todas una delegación de soberanía, que no habiendo sido hecha ni por el monarca reconocido ni por la gran comunidad de españoles de ambos hemisferios, no pueden menos de ser absolutamente nulas, ilegítimas y contrarias a los principios sancionados por nuestra misma legislación.”[10]

No hay manera legal de reconocer corporaciones que “sustituyéndose indefinidamente unas a otras” como reflejo de su única y propia decisión, hubiesen procedido sin el consentimiento del “monarca reconocido” y ni siquiera sin el consenso expreso de “la gran comunidad de españoles de ambos hemisferios”. Era lo que, ciertamente y de una manera tímida, habría tratado de hacer el Consejo de Regencia ante la convocatoria de las Cortes de España, el 1º de marzo, en Cádiz, pero, como bien afirmara Bello, desde la Junta Suprema de Aranjuez hasta el Consejo de Regencia, todas estas corporaciones se habían constituido sin apoyo del monarca legítimo (este habría abdicado) y menos del “secuestrado” príncipe, de quien se supone, acaso, nunca se habría manifestado a favor. En otro orden de ideas, las leyes vigentes resultaban claras al respecto y, posiblemente, aprovechándose del contenido de la alocución de Quintana, el tal Consejo de Regencia habría reconocido la libertad de los americanos por pura supervivencia política y material futura.

Otro asunto de forma y fondo, lo constituía la sugerencia acerca del procedimiento para la elección de los diputados americanos a las Cortes. No obstante sugerir se hiciera entre los miembros activos de los Ayuntamientos (que por cierto Don Francisco Antonio Zea, resultaría electo a esas Cortes por alguno de los ayuntamientos del Nuevo Reino de Granada), para los caraqueños de la Junta Suprema de Caracas, resultaba un insulto a la independencia que, en la alocución de marras, se le recociese de hecho, claro, bajo la única condición de elegir una representación ante las Cortes.

Pues no, afirman aquellos cabildantes criollos, aparte de no estar de acuerdo con la forma (ningún organismo apócrifo e ilegal podría imponer condiciones a los miembros legítimamente constituidos en un organismo capitular, en tanto la forma de elegir sus legítimos representantes), tampoco podrían aceptar de fondo una representación no surgida de su propio seno: hacerlo equivaldría reconocer la legalidad del Consejo de Regencia, asunto medular en disputa.[11] Como bien afirma Parra Pérez: “…los americanos querían ejercer sus derechos directamente como los peninsulares y repudiaban toda especie de cadenas…”[12]

El devenir continuó inexorable, sucediéndose entonces los hechos que nos llevaron al Congreso, la fundación de la Confederación de Venezuela y declaratoria de independencia, el 5 de julio de 1811. Y no es sino hasta agosto de ese mismo año que el Consejo de Regencia de España, responde a la contestación de Bello. Al respecto, citamos una vez más al Dr. Carraciolo Parra Pérez:

“A la actitud de la Junta de Caracas replicó la Regencia en los primeros días de agosto, declarando a los venezolanos vasallos rebeldes y ordenando el bloqueo condicional de sus provincias. En España se atribuía el movimiento a la desordenada ambición de algunos facciosos y la credulidad de los más, y aseguraba que pronto se extirparía el mal y se castigaría a sus contumaces autores.”[13]

Una confederación, dos repúblicas, una conversión a departamento dependiente de la República de Colombia, experimento integrador fallido de la febril mente bolivariana  y una final separación natural, conducirían definitivamente a la República de Venezuela, mucha sangre, mucho dolor, mucha candela, tristeza, destrucción mediante. Y sí, luego del intento de extirpación de los contumaces autores, España comenzó a perder su imperio, se hundió inexorablemente en una suerte de confusión política que la llevó a la destrucción total de su flota de guerra en 1898 y, finalmente, aunque no quiera reconocerse como apéndice de un devenir continuo, a una Guerra Civil que la enlutó y aún la enluta, entre 1936 y 1939, en pleno siglo XX. 

Próceres civiles o, más bien, mentes proceras en sus procederes, hoy hacen más falta que nunca. Argumentaciones sustantivas, discusión de ideas, creación de caminos. Pero en la obscuridad, los fuegos del saber no alumbran y, lastimosamente, solo queda la tea vengadora para alumbrar una vereda, misma a la que se llega, precisamente, saliendo del camino producto de la reflexión…Mala suerte, buena suerte, quien sabe…







[1] ¿Por qué la llamamos “conjura”? En el afamado texto del Dr. Carraciolo Parra Pérez, titulado “Historia de la Primera República” y en lo tocante a los prolegómenos de los eventos suscitados en Caracas, el 19 de abril de 1810, el autor hace referencia a varios intentos de conspiración contra la Capitanía General de Venezuela, ubicando el primero con fecha 24 de diciembre de 1809; el segundo, fechado el 2 de abril de 1810 y según Don Andrés Bello, aquel del 19 “…que fue continuación de la precedente y que triunfó..”. En la página 198 del  mismo texto, Parra Pérez desliza este párrafo: “El impetuoso ardor de los jóvenes caraqueños decidió la marcha de los sucesos y marcó con su sello indeleble los destinos del continente americano. Reunidos algunos de aquellos, el 18 de abril, en la casa de Manuel Díaz Casado-según Austria-resolvieron intentar un golpe al día siguiente y aprovechando las festividades del jueves santo, deponer las autoridades y establecer un nuevo gobierno en nombre de Fernando VII, con el fin de no alarmar prematuramente al pueblo, gobierno que presidiría, al principio por lo menos, el propio Capitán General.” Y respecto de los propios sucesos del 19, hace saber el citado autor y en la misma página: “A las tres de la madrugada del día decisivo, conferenciaban aún los conspiradores en la casa del doctor José Ángel Alamo. Los Montilla, Ribas y otros recorrieron la ciudad invitando al pueblo a reunirse en la plaza principal.” Y finaliza: “Delatados días atrás los manejos de los patriotas por el mulato Arévalo, capitán de las milicias de Aragua, a la sazón acantonadas en Caracas, Emparan respondió a quienes fueron anunciarle la conspiración que ya había tomado las medidas necesarias. Tampoco atendió el Capitán General a la denuncia que se le hizo de estar reunidos los del complot en casa de Alamo.” Basándonos en esta argumentación del citado historiógrafo, estimamos como “conjura” y, por ende, como “conjurados” a los autores de los sucesos del 19. El objeto de la “conjura” sería el gobierno de la Capitanía General de Venezuela, ergo, la propia monarquía española. Parra Pérez, Caracciolo; Historia de la Primera República de Venezuela. BIBLIOTECA AYACUCHO. Caracas, 1992. Pág.198.

[2] Parra Pérez… Op. Cit… Pág.196.
[3] Imposible olvidar un tercer y mayúsculo peligro: el afán del Imperio Británico por apropiarse de alguna o algunas de las más ricas colonias ultramarinas de España (caso de Buenos Aires), las ya apropiadas (caso Trinidad) y el también afán por lograr un “comercio abierto” con aquellas colonias hispanoamericanas, sin la intromisión de la corona española, ahora agravada por la presencia francesa en su territorio, enemiga capital de la pérfida Albión. Es precisamente esta última situación, la que hace que de “promotor velado de la independencia americana” (caso invasión de Miranda en 1806), el Imperio Británico pase a ser “fiel aliado” de España en su “guerra de independencia” contra Francia…
[4] Manuel José Quintana (1772-1857) afamado poeta liberal español, promotor de las ideas republicanas en la España de 1810. Promueve la existencia de unas Cortes españolas sin distinción de estamentos o castas. Su propuesta viene como “anillo al dedo” en tiempos de la huida hacia Cádiz, luego de la caída de Sevilla, en lo que a ganarse la simpatía de los americanos españoles se refiere, apelando a una suerte de “causa común”: la lucha contra el imperio francés…
[5] …si nos aproximamos al texto mediante el análisis de sus contenidos, al través de los métodos de observación del discurso político sugeridos por J.G.A Pocock y Quentin Skinner, además de la Teoría de los actos del habla de John Austin. En la teoría de Austin, una acto de habla perlocucionario es aquel que tiene por objeto inequívoco lograr en el oyente un cambio intencionado. Decirle a los americanos españoles o reconocerlos como “hombres libres” tiene la intencionalidad de hacerlos ver como tales, en el seno de los cuerpos políticos representativos del poder político, en una suerte de “nueva España”, aquella que debería surgir como consecuencia de la lucha contra la invasión francesa.
[6] “Las personas timoratas o menos instruidas que quieran imponerse a fondo de las razones de justicia y de equidad que necesitan estos procedimientos -junto con los hechos históricos que comprueban la inconcebible ingratitud, inauditas crueldades y persecuciones atroces del gobierno español hacia los inocentes e infelices habitantes del nuevo mundo, desde el momento casi de su descubrimiento - lean la epístola adjunta de D. Juan Viscardo, de la Compañía de Jesús, dirigida a sus compatriotas y hallaran en ella irrefragables pruebas y sólidos argumentos en favor de nuestra causa, dictados por un varón santo, y a tiempo de dejar el mundo, para parecer ante el Creador del Universo” Párrafo de la Proclama del Señor general Francisco de Miranda, Comandante General del Ejército Colombiano a los pueblos habitantes del continente Américo-Colombiano, con ocasión de su fallida invasión militar. Coro, 3 de agosto de 1806.
[7] “Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo y cuando más, el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias americanas, para que no se traten, ni se entiendan, ni negocien.”  Rivas, Rivas José; Independencia y guerra a muerte. Textos fundamentales. FONDO EDITORIAL VENEZOLANO. Caracas, 1994. Pág.75.
[8] “Emparan era francófilo y decía públicamente que el propio Napoleón le había destinado al gobierno de Venezuela.” Parra Pérez…Ibíd…Pág.209
[9] Constituido el Ayuntamiento en Junta Suprema y enriquecido con la admisión en su seno de varias personas que se dieron por delegados de clases y corporaciones, declaró que las provincias de Venezuela asumían su propio gobierno, en nombre y representación de Fernando VII, sin prestar obediencia al Consejo de Regencia.” Parra Pérez… Ídem… Pág.201
[10] Parra Pérez…Ibid…Pág.209
[11] “Los ciudadanos hispanoamericanos, en uso de sus derechos antiguos e indisputables, “iban a instalarse en el goce inestimable de sus prerrogativas civiles y a poner una barrera al insoportable orgullo y codicia de los administradores” que a nombre del monarca, venían gobernándolos.” Parra Pérez…Ibíd…Pág.209
[12] Parra Pérez…ibíd….Pág.209
[13] Parra Pérez…Ibíd…Pág.210