16 de febrero de 2017

20 de febrero de 1859: el afán por la “onomástica” en la construcción del discurso político de la gesta “épica patética”.

Quisiéramos iniciar este artículo desde los significados que de la voz “onomástica”, muestra el Diccionario de la Real Academia Española. Dice allí el DRAE que el vocablo es de origen griego, concretamente deviene de la voz ὀνομαστικός,  onomastikós que significa “la forma de nombrar” y también de los vocablos ὀνομαστική, onomastikḗ, voces griegas que tratan acerca del “arte de nombrar”. De allí derivan los otros significados del mismo vocablo, a saber, “perteneciente o relativo a los nombres y especialmente a los nombres propios”; “ciencia que trata de la catalogación y estudio de los nombres propios”; conjunto de nombres propios de un lugar o de un país”; finalmente “día en que una persona celebra su santo”.

De manera que por “onomástica” y según el DRAE, pudiésemos entender no solo la fecha en que una persona “celebra su santo”, esto es, “la celebración del santo bajo cuya advocación nace”, sino un “arte-ciencia de nombrar”, “la ciencia de catalogar y estudiar nombres propios” y el “conjunto de nombres propios de un país”. De manera que la “onomástica” más allá del confinamiento que le impone la fórmula restrictiva “la fecha de…” tiene una acepción más amplia que pareciese, intuitivamente, ocurrir en nuestra historia patria con sus actores y aquellos quienes después, devenido el tiempo, pretenden hacer “una suerte de catálogo de nombres propios asociados a las fechas” y su conversión en “santoral patriótico obligatorio” de la nación venezolana.

Otro tanto ocurre con la “épica-patética”. El Doctor Luis Castro Leiva, en la recopilación de su obra que lleva por nombre “Lenguajes Republicanos”, es insistente en señalar el uso de esta fórmula que pareciese coronar nuestra práctica discursiva política, devenida luego de la guerra de emancipación. Dice el Doctor Castro, además, que nuestro lenguaje político resulta atravesado por cinco lenguajes políticos adicionales, a saber, el lenguaje de la República Clásica; aquel correspondiente a la Res Pública Cristiana; el lenguaje de la República del Humanismo Cívico italiano; el lenguaje de la República de la Sociedad Comercial estadounidense; y el lenguaje Jacobino de la República Francesa Revolucionaria. Esos cinco lenguajes, hacen sincretismo en el lenguaje Republicano Bolivariano, que sintetiza nuestro propio “lenguaje político venezolano” y que sirve al propósito de la construcción, al través de los siglos, de nuestro “discurso político venezolano”.

Una de las virtudes fundamentales que ese “lenguaje republicano bolivariano” exorna es el “valor” (virtud que deviene por supuesto de las “virtudes republicanas” del Humanismo Cívico y de la República Clásica Romana) y no existe mejor “arena” para manifestar el “valor” que la guerra. La acción de armas; las espadas al vuelo; los cañones humeantes; el relinchar de los caballos; la crispación de manos y rostros; el grito, la queja y el rictus de muerte en los cuerpos inermes; todos esos elementos aunados al “valor” sin límites por “el amor a la Patria”, son elementos esenciales en la construcción de una “épica guerrera” fundamental para la consolidación de una narrativa histórica, precisamente plétora de “valor”. Todos estos elementos, además, sirven para realzar el “patetismo” de la gesta, esto es, no hay “gesta sin dolor y melancolía” y por supuesto tampoco existe sin “sufrimiento patrio”. El conjunto completo nutre nuestra sempiterna discursiva política, haciéndola por ende de naturaleza “ética-patética”.

En otro orden de ideas, para nadie es un secreto que “la historia la escriben los vencedores” y “los vencedores”, por naturaleza, tienen sus “ideólogos”, sus “historiógrafos”, sus “poetas” y sus “aedas”. Y es posible que los tengan por su fuerte disposición “romántica”, entendiendo al Romanticismo como esa corriente literaria que, devenida en política en los años iniciales del siglo XIX europeo, se mostrase como una reacción natural al materialismo que avanzaba desde el mercantilismo hacia los albores de la era pre-revolucionaria industrial. Esencialmente basado en la rememoración de la gestas, de glorias pasadas y del culto a la figura del “héroe trágico”, el “romántico” cubre de llanto, sangre y emoción, la descripción de los “fastos triunfales” de los denodados luchadores de un tiempo. Pero también están los otros, los que motivados por el “indispensable estipendio” para la vida cotidiana, prestan sus intelectos para la “construcción de la gesta” desde la creación discursiva de ocasión, produciendo también sus buenas dosis de “llanto y sangre” para nutrir la “épica-patética” de un tiempo histórico. Los “ideólogos”, más elaborados doctrinariamente, convierten en “ideas formales” cualquier construcción gramatical que los “héroes trágicos” hayan formulado en el instante de la ocurrencia de su propia “épica patética”. Y como diría el ya vetusto cantante puertorriqueño Ismael Miranda, en una de sus piezas: “…así se compone un son…”

El 20 de febrero de 1859 es una de esas “fechas onomásticas” en el “santoral patriótico” devenido luego de la Guerra Federal, tras el triunfo de los liberales en ella y, por supuesto, la indispensable narrativa “épica-patética” indisolublemente asociada a la construcción de la “gesta federal popular”, gesta que hoy los poetas, los aedas y los “historiógrafos tarifados” de una nueva hueste de “épicos patéticos” tratan de revivir en una extraña y “frankensteiniana” solución de continuidad revolucionaria. Una modesta acción de armas que dirigiese el Comandante Tirso Salaverría y que pusiera a unos “alzados” (que aún no lo eran colectivamente) en la no poco despreciable cantidad de 900 fusiles (inmensa para la época y  acaso pírrica para otra nación), se convierte virtud de la “épica-patética” en la grandiosa “Toma de Coro”, además en la fecha iniciática de la Guerra Federal, porque según los constructores de esta “gesta”, permitió, días más tarde, el desembarco de uno de los “próceres” de aquella: el General Ezequiel Zamora. 

Epónimo del “Mito Zamorano”, Ezequiel no llegó solo, ni precedido por teas y banderas al viento. Fue un desembarco breve y en compañía de  algunos de quienes, más tarde, fuesen sindicados de ser los autores intelectuales de su muerte, acaecida a 11 meses de este periplo marítimo. Hoy, en este tiempo de revoluciones a medio cocinar, enjundia de definiciones “agarradas de los cabellos”, sus más connotados dirigentes, obsesionados por el afán de encontrar "oligarcas de ayer y de hoy" en contubernio atemporal para asesinar a Zamora, se empeñan en construir "relaciones de continuidad" para identificar a sus "enemigos oligarcas" de hoy "con la oligarquía parricida de ayer". Vano esfuerzo desde la "épica patética": ni ellos, ni su mesnada seguidora saben algo sustantivo sobre el particular.

Virtud de esa construcción de gestas, que supone un esguince obligado de la historia patria, al caer la narrativa histórica en el hueco de ese tan trillado “parte aguas” que nos encanta construir a los venezolanos mediante el discurso político de ocasión y bajo el auspicio de un conveniente uso de lo “ético-patético”, los liberales triunfantes le impusieron su santoral al resto del país, llevándolo incluso hasta los símbolos patrios, especialmente el Escudo de Armas, tras cambiarle el nombre a la República por el de Estados Unidos de Venezuela, re-bautizo indispensable para justificar su origen “Federal”.

Un comportamiento equivalente lo vemos más adelante en cuanta turbamulta nacida bajo la égida “revolucionaria” acaeciese en Venezuela. Citemos algunos ejemplos, comenzando con el “Abril” de Guzmán Blanco; el nutrido calendario de los “Restauradores” de Castro; el “Diciembre” de Gómez, junto a sus fechas para celebrar la “Rehabilitación”; el “14 de febrero de 1936” de los demócratas de la civilidad radical, en los tiempos tumultuosos iniciales del gobierno de López Contreras; el “18 de octubre de 1945” para la “Revolución Popular y Democrática” de los adecos; el “Noviembre” de 1948, ensalzado por los participantes de uniforme que derrocan a Rómulo Gallegos bajo el nombre de “Movimiento Militar” ; el “2 de diciembre”, del “Nuevo Ideal Nacional”; el “23 de enero de 1958” de los creadores de la Democracia de Partidos; y ahora, más recientemente, el “4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992” fechas máximas de esta suerte de ordalía que llaman “Revolución Bolivariana”, constituyen ejemplos palmarios de ese “santoral patriótico” impuesto al país por la facción triunfante, en cada inflexión que el devenir le obligase transitar a nuestros sistemas políticos.

Y hoy, en un ejercicio más de la estulticia de quienes gobiernan a Venezuela, se pretende, como afirmásemos previamente, construir una suerte de solución de continuidad entre aquel lejano 20 de febrero de 1859 y este remedo político informe de supuesta reivindicación popular, haciendo suyos unos eventos tan tristemente desafortunados como los de su propia impronta prefabricada, pero acaso unidos en la más despreciable herencia causal: la corrupción, la concusión y el cohecho como prácticas colectivas, especialmente públicas, unidas a los conflictos sociales subyacentes jamás enfrentados con honestidad y nunca resueltos con serena valentía…Imprescindible mirarse en ese espejo: acaso otro santoral está en camino...




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