Quisiéramos iniciar este artículo desde los significados que de la voz “onomástica”, muestra el Diccionario de
la Real Academia Española. Dice allí el DRAE que el vocablo es de origen
griego, concretamente deviene de la voz ὀνομαστικός,
onomastikós que significa “la forma de nombrar” y también de los
vocablos ὀνομαστική, onomastikḗ, voces
griegas que tratan acerca del “arte de
nombrar”. De allí derivan los otros significados del mismo vocablo, a
saber, “perteneciente o relativo a los
nombres y especialmente a los nombres propios”; “ciencia que trata de la
catalogación y estudio de los nombres propios”; “conjunto
de nombres propios de un lugar o de un país”; finalmente “día
en que una persona celebra su santo”.
De manera que por “onomástica” y
según el DRAE, pudiésemos entender no solo la fecha en que una persona “celebra su santo”, esto es, “la celebración del santo bajo cuya
advocación nace”, sino un “arte-ciencia
de nombrar”, “la ciencia de catalogar
y estudiar nombres propios” y el “conjunto
de nombres propios de un país”. De manera que la “onomástica” más allá del confinamiento que le impone la fórmula
restrictiva “la fecha de…” tiene una
acepción más amplia que pareciese, intuitivamente, ocurrir en nuestra historia
patria con sus actores y aquellos quienes después, devenido el tiempo,
pretenden hacer “una suerte de catálogo
de nombres propios asociados a las fechas” y su conversión en “santoral patriótico obligatorio” de la
nación venezolana.
Otro tanto ocurre con la “épica-patética”.
El Doctor Luis Castro Leiva, en la recopilación de su obra que lleva por nombre
“Lenguajes Republicanos”, es
insistente en señalar el uso de esta fórmula que pareciese coronar nuestra
práctica discursiva política, devenida luego de la guerra de emancipación. Dice
el Doctor Castro, además, que nuestro lenguaje político resulta atravesado por
cinco lenguajes políticos adicionales, a saber, el lenguaje de la República
Clásica; aquel correspondiente a la Res Pública Cristiana; el lenguaje de la
República del Humanismo Cívico italiano; el lenguaje de la República de la
Sociedad Comercial estadounidense; y el lenguaje Jacobino de la República
Francesa Revolucionaria. Esos cinco lenguajes, hacen sincretismo en el lenguaje
Republicano Bolivariano, que sintetiza nuestro propio “lenguaje político venezolano” y que sirve al propósito de la
construcción, al través de los siglos, de nuestro “discurso político venezolano”.
Una de las virtudes fundamentales que ese “lenguaje republicano bolivariano” exorna es el “valor” (virtud que deviene por supuesto
de las “virtudes republicanas” del
Humanismo Cívico y de la República Clásica Romana) y no existe mejor “arena” para manifestar el “valor” que la guerra. La acción de
armas; las espadas al vuelo; los cañones humeantes; el relinchar de los
caballos; la crispación de manos y rostros; el grito, la queja y el rictus de muerte
en los cuerpos inermes; todos esos elementos aunados al “valor” sin límites por “el
amor a la Patria”, son elementos esenciales en la construcción de una “épica guerrera” fundamental para la
consolidación de una narrativa histórica, precisamente plétora de “valor”. Todos estos elementos, además,
sirven para realzar el “patetismo” de
la gesta, esto es, no hay “gesta sin dolor y melancolía” y por supuesto
tampoco existe sin “sufrimiento patrio”. El
conjunto completo nutre nuestra sempiterna discursiva política, haciéndola por
ende de naturaleza “ética-patética”.
En otro orden de ideas, para nadie es un secreto que “la historia la escriben los vencedores” y “los vencedores”, por naturaleza, tienen sus “ideólogos”, sus “historiógrafos”,
sus “poetas” y sus “aedas”. Y es posible que los tengan por
su fuerte disposición “romántica”,
entendiendo al Romanticismo como esa
corriente literaria que, devenida en política en los años iniciales del siglo
XIX europeo, se mostrase como una reacción natural al materialismo que avanzaba
desde el mercantilismo hacia los albores de la era pre-revolucionaria
industrial. Esencialmente basado en la rememoración de la gestas, de glorias
pasadas y del culto a la figura del “héroe
trágico”, el “romántico” cubre de
llanto, sangre y emoción, la descripción de los “fastos triunfales” de los denodados luchadores de un tiempo. Pero
también están los otros, los que motivados por el “indispensable estipendio” para la vida cotidiana, prestan sus
intelectos para la “construcción de la
gesta” desde la creación discursiva de ocasión, produciendo también sus
buenas dosis de “llanto y sangre”
para nutrir la “épica-patética” de un
tiempo histórico. Los “ideólogos”,
más elaborados doctrinariamente, convierten en “ideas formales” cualquier construcción gramatical que los “héroes trágicos” hayan formulado en el
instante de la ocurrencia de su propia “épica
patética”. Y como diría el ya vetusto cantante puertorriqueño Ismael
Miranda, en una de sus piezas: “…así se
compone un son…”
El 20 de febrero de 1859 es una de esas “fechas
onomásticas” en el “santoral
patriótico” devenido luego de la Guerra Federal, tras el triunfo de los
liberales en ella y, por supuesto, la indispensable narrativa “épica-patética” indisolublemente asociada
a la construcción de la “gesta federal
popular”, gesta que hoy los poetas, los aedas y los “historiógrafos tarifados” de una nueva hueste de “épicos patéticos” tratan de revivir en
una extraña y “frankensteiniana” solución
de continuidad revolucionaria. Una modesta acción de armas que dirigiese el
Comandante Tirso Salaverría y que pusiera a unos “alzados” (que aún no lo eran colectivamente) en la no poco
despreciable cantidad de 900 fusiles (inmensa para la época y acaso pírrica para otra nación), se convierte
virtud de la “épica-patética” en la
grandiosa “Toma de Coro”, además en
la fecha iniciática de la Guerra Federal, porque según los constructores de
esta “gesta”, permitió, días más
tarde, el desembarco de uno de los “próceres”
de aquella: el General Ezequiel Zamora.
Epónimo del “Mito Zamorano”, Ezequiel no llegó solo, ni precedido por teas y banderas al viento. Fue un desembarco breve y en compañía de algunos de quienes, más tarde, fuesen sindicados de ser los autores intelectuales de su muerte, acaecida a 11 meses de este periplo marítimo. Hoy, en este tiempo de revoluciones a medio cocinar, enjundia de definiciones “agarradas de los cabellos”, sus más connotados dirigentes, obsesionados por el afán de encontrar "oligarcas de ayer y de hoy" en contubernio atemporal para asesinar a Zamora, se empeñan en construir "relaciones de continuidad" para identificar a sus "enemigos oligarcas" de hoy "con la oligarquía parricida de ayer". Vano esfuerzo desde la "épica patética": ni ellos, ni su mesnada seguidora saben algo sustantivo sobre el particular.
Epónimo del “Mito Zamorano”, Ezequiel no llegó solo, ni precedido por teas y banderas al viento. Fue un desembarco breve y en compañía de algunos de quienes, más tarde, fuesen sindicados de ser los autores intelectuales de su muerte, acaecida a 11 meses de este periplo marítimo. Hoy, en este tiempo de revoluciones a medio cocinar, enjundia de definiciones “agarradas de los cabellos”, sus más connotados dirigentes, obsesionados por el afán de encontrar "oligarcas de ayer y de hoy" en contubernio atemporal para asesinar a Zamora, se empeñan en construir "relaciones de continuidad" para identificar a sus "enemigos oligarcas" de hoy "con la oligarquía parricida de ayer". Vano esfuerzo desde la "épica patética": ni ellos, ni su mesnada seguidora saben algo sustantivo sobre el particular.
Virtud de esa construcción de gestas, que supone un esguince obligado de la
historia patria, al caer la narrativa histórica en el hueco de ese tan trillado
“parte aguas” que nos encanta
construir a los venezolanos mediante el discurso político de ocasión y bajo el
auspicio de un conveniente uso de lo “ético-patético”,
los liberales triunfantes le impusieron su santoral al resto del país,
llevándolo incluso hasta los símbolos patrios, especialmente el Escudo de
Armas, tras cambiarle el nombre a la República por el de Estados Unidos de Venezuela, re-bautizo indispensable para
justificar su origen “Federal”.
Un comportamiento equivalente lo vemos más adelante en cuanta turbamulta nacida bajo la égida “revolucionaria”
acaeciese en Venezuela. Citemos algunos ejemplos, comenzando con el “Abril” de Guzmán Blanco; el nutrido
calendario de los “Restauradores” de Castro; el
“Diciembre” de Gómez, junto a sus
fechas para celebrar la “Rehabilitación”;
el “14 de febrero de 1936” de los
demócratas de la civilidad radical, en los tiempos tumultuosos iniciales del gobierno de López Contreras; el “18 de octubre de 1945” para la “Revolución Popular y Democrática” de
los adecos; el “Noviembre” de 1948,
ensalzado por los participantes de uniforme que derrocan a Rómulo Gallegos bajo
el nombre de “Movimiento Militar” ;
el “2 de diciembre”, del “Nuevo Ideal Nacional”; el “23 de enero de 1958” de los creadores
de la Democracia de Partidos; y ahora, más recientemente, el “4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992”
fechas máximas de esta suerte de ordalía que llaman “Revolución Bolivariana”, constituyen ejemplos palmarios de ese “santoral patriótico” impuesto al país
por la facción triunfante, en cada inflexión que el devenir le obligase
transitar a nuestros sistemas políticos.
Y hoy, en un ejercicio más de la estulticia de quienes gobiernan a Venezuela,
se pretende, como afirmásemos previamente, construir una suerte de solución de
continuidad entre aquel lejano 20 de febrero de 1859 y este remedo político
informe de supuesta reivindicación popular, haciendo suyos unos eventos tan tristemente
desafortunados como los de su propia impronta prefabricada, pero acaso unidos
en la más despreciable herencia causal: la corrupción, la concusión y el cohecho
como prácticas colectivas, especialmente públicas, unidas a los conflictos
sociales subyacentes jamás enfrentados con honestidad y nunca resueltos con
serena valentía…Imprescindible mirarse en ese espejo: acaso otro santoral está en camino...
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