13 de mayo de 2020

¿Por qué “Historia Política real” y no obsesión por la “Historia de la Política Real”?


Hace más de 50 años que consulto, leo, examino y analizo (vale compendiar en un solo vocablo, “investigo”) textos y documentos acerca de la historia de mi patria, en principio, por ser pasión que, personalmente, me consume. En segundo término, porque ha sido mi oficio para tener “una vida para vivir” (nunca para comer), que me permita sobrellevar la realidad, (no en pocas ocasiones) con paciencia monástica, dado que, como solía decir Federico Pacheco Level, quien conoce su pasado, entiende su presente y, eventualmente, podría manejar más eficientemente las frustraciones de su futuro, tan pronto este último se haga presente.

Los venezolanos, todos sin excepción alguna, compartimos un pasado común, aunque existan ignorantes supinos que lo nieguen, acaso por razones económicas y sociales (condensadas en sentencias lapidarias como “mi familia y yo estamos más allá del populacho y por ende no nos une ningún pasado común” o “vivimos muchos años fuera de Venezuela” o “mis abuelos no eran de aquí” ) o por mera y total ignorancia o, quizás, por aquello de que “el tema poco o nada me interesa” porque no hay “compensación pecuniaria” en su examen, ni correlato tangible “con mi vida individual reciente”. Culmen de un egoísmo inveterado, son las razones anteriores, sin embargo, reiterativa conducta de nuestros compatriotas al aproximarse a nuestra historia y, posiblemente, a eso se deba también la reiterada comisión de los mismos errores como pueblo así como equivalente muestrario de vicios, tanto públicos como privados, al través de los siglos. Reacios o ciegos a vernos en nuestro propio fenotípico espejo, nos negamos una y otra vez a nosotros mismos, tratando de ser quienes no somos. Así las cosas, buena parte de nuestra “óptica de aproximación a nuestra realidad histórica”, sobrevive condicionada por las conductas antes referidas.

Una de las consecuencias de esa “forma de mirar la realidad histórica” pareciese derivarse de lo que pensamos respecto de “lo político” y “la política”, junto a sus ocurrencias cotidianas e incluso la forma de narrarlas en el contexto de la obra histórica formalmente escrita. Filosofía y Teoría Política entienden del pensamiento político científico. La filosofía de su pensar, como esfuerzo filosófico universal, en averiguar “de dónde venimos y hacia dónde vamos” precisamente en política; la teoría, acerca del pensamiento formal respecto de los problemas reales que su quehacer cotidiano se plantea y como construir soluciones de aplicación. Ambas, tanto filosofía como teoría, han creado y desarrollado toda una estructura conceptual en materia de la política como ciencia. Así, conceptos como libertad, democracia, participación, oligarquía, teocracia, disenso, aristocracia, oligarquía, etc., por nombrar los más conspicuos en el discurso político cotidiano, son, como ya mencionásemos, “conceptos formales” y, como tales, tienen sus contextos, momentos y, sobre todo, contenidos de naturaleza también formal.

Infortunadamente, la pasión y la emoción que el discurso en la política real demanda, han convertido conceptos formales, tanto en teoría como en filosofía política, en vocablos de uso cotidiano, vaciándolos de sus contenidos y decantándolos, sin tasa y medida, en suerte de cloaca discursera sin fin, convirtiendo incluso sus trascendencias en menudencias y la interpretación de su devenir, en simplezas propias de la descarnada de sí "lucha por el poder". De este modo, incluso la obra histórica científicamente formal, hace uso libérrimo de conceptos como “caudillos” o “gamonales”, “democracia” o “dictadura”, vaciando tales conceptos de su contenido teórico, para insertarlos en un discurso acomodaticio, acaso formalizado mediante el uso sistemático de métodos de investigación histórica, pero absolutamente ausentes de rigurosidad teórica en tanto su desarrollo científico-político.

Importantes figuras de nuestro quehacer historiográfico nacional, construyen interpretaciones teóricas de natura política, de manera absolutamente intuitiva, partiendo acaso de que la “política como ciencia” es “accesoria” y que su sola presencia como autores consagrados de la historiografía nacional, les concede la licencia (a veces actuando como especie de corsarios de la omnicomprensión) para construir interpretaciones que, a la luz de la ciencia política, asumen ribetes de “mayúsculos disparates”. Siguiendo esa práctica, vemos importantes obras, por ejemplo, referidas a los tiempos de la llamada “democracia venezolana contemporánea” y sus protagonistas, donde hay densos desarrollos teóricos que acompañan la narración histórica de la política real, como si la primera tuviese protagonismo principal y la segunda, suerte de protagonismo secundario, en algunos casos, ni siquiera necesario. 

De allí que se convierta en cuasi obsesión hablar sin cesar de la “historia de la política real” en desmedro de la “historia política real”. ¿Y dónde radica la diferencia?...Vayamos a su encuentro.

La “historia de la política real” podría entenderse (presuntuoso de nuestra parte intentar construir un concepto "formal", pero sirva esta acción aventurada como intento) como la relación historiográfica de testimonios y acontecimientos relativos al devenir histórico de la política real (“realpolitik” según definiese el distinguido científico político alemán Max Weber), desarrollando en el contexto de tal relación, formulaciones teóricas de autoría propia, como afirmaciones taxativas en tanto causas y efectos. Así por ejemplo y en el caso de la historiografía venezolana contemporánea, observamos el uso reiterado de la formula conceptual “caudillos militares” (expresión redundante, por cierto, porque los caudillos por definición son obligatoriamente soldados) para referirse a jefes militares que extienden su labor a la política y su ejercicio; “democracia” para titular cualquier forma de gobierno que apele a las libertades de pensamiento, expresión, movimiento, así como libertad de elegir; “golpe de estado” o “derrocamiento” para denotar un cambio violento de rumbo presidencial, mediante la defenestración del titular previo al cambio; y los conceptos republicanos más utilizados de “libertad”, “patria” y “pueblo” para significar lo que se interpreta y siente acerca de la primera o de quienes calzan la identidad y derecho de ser la segunda y/o formar legítima parte del tercero. Vocablos convertidos en comunes, al interior del discurso político cotidiano, han perdido su significación teórica, reiteramos, formal y se usan en un sentido más de “interpretación personal” o incluso, más peligrosamente, “de sentir gastroventral propio”. La sola presencia de un "brillante" nombre propio importante en la historiografía nacional, invalida toda crítica y convierte tal aproximación “en interpretación teóricamente válida”.

La “historia política real” presupone el mismo ejercicio historiográfico respecto de la narración de acontecimientos y testimonios, pero utilizando, para la construcción de interpretaciones teóricas, los conceptos formales que ofrecen tanto la Filosofía Política como la Teoría Política. Un par de casos bastante interesantes lo ofrecen las reiteradas narraciones de los cambios de gobiernos que se experimentasen en Venezuela en 1945 y 1958 respectivamente. Se ha dicho (y escrito ad nauseam) que el señor general Isaías Medina Angarita fue sujeto de “derrocamiento” mediante una rebelión militar, en 1945 y que el señor general Marcos Pérez Jiménez, lo propio, pero mediante una rebelión popular, en 1958. No hubo tal “derrocamiento” desde la perspectiva de la teoría política, en ninguno de los dos casos: el general Medina renunció a su cargo y el general Pérez abandonó sus deberes públicos, sin cumplir los extremos de ley. No hubo tal “revolución” en 1945 y menos una “rebelión popular” en 1958, in stricto sensus y, aún más, desde la perspectiva del Derecho menos. No obstante, ambas y muy reiteradas argumentaciones, resultaron convenientes al discurso político, atinente al contexto de la realpolitik en cada oportunidad y los trabajos que se escribieron a posteriori, sobre todo aquellos de autoría atribuible a protagonistas o “dolientes” de la época, reiteraron, acaso por omisión intencional, los mismos errores teórico-políticos. En suma: se escribió “la historia de la política real” no la “historia política real”.

Caso equivalente ocurre con la “democracia” y sus sustantivos adjetivados, a veces, así como adjetivos sustantivados en otras, de “democrática o democrático”. Tan difuso como “revolución”, “revolucionario o revolucionaria”, a cada nuevo trabajo o aproximación teórica discursiva, un nuevo concepto acomodaticio, al servicio de la argumentación negatoria o afirmativa. Uso impreciso y resultados convenientes, tal cual un vestido hecho a la medida; teoría y filosofía políticas, importando muy poco.

De ahí que resulta esencial comenzar a trabajar seriamente sobre la posibilidad de construir “historia política” encastrando formales fórmulas conceptuales de la Filosofía y la Teoría Política con la narración metodológica formal de la historiografía. Esto es, cuando se hable de “democracia” a qué fórmula teórica en lo político nos referimos con este concepto o, al menos, qué se entendía por tal en el tiempo histórico sujeto de estudio y análisis.  Cuando hablemos de “Patria y Pueblo”, ambos conceptos republicanos por antonomasia, en qué acepción conceptual se abordan o se abordaron en su tiempo o qué se entiende, teóricamente, en la actualidad. En suma: definir tiempo, espacio y conceptos, para solidificar argumentaciones sustantivas en lo teórico. Gran favor le haríamos a las Ciencias Sociales y su indispensable esfuerzo interdisciplinar, en el contexto de una realidad cada vez más compleja, sobre todo en este tiempo histórico, caracterizado por la confusión, la obscuridad conceptual, la ignorancia supina y la desesperanza  intelectual, sobre todo y todos en unos líderes políticos bien "baratos" en su profundidad de pensamiento…Nunca será tarde, para cuando llegue la dicha, mientras:  hay que fabricarle un camino…

2 comentarios:

  1. Saludos mi distinguido compañero de pupitre, me alegra y reconforta saber que podemos seguir disfrutando por esta vía de sus siempre sabios y enjundiosos análisis, acerca de nuestro acontecer histórico - político, algo que buena falta hace por estos tiempos, un abrazo y mucho éxito.

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    1. Mi dilecto compañero de pupitre y afectos comunes, recibe un abrazo sentido en tiempos de "cuarentena COVID" al principio y "roja-rojita" ahora. Pláceme saber de ti. Un abrazo...

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