29 de enero de 2017

“Mucuritas” en tiempo de “Pajarillo”…

Dos centurias hacen de aquel combate, acaso olvido en quienes más jóvenes, poco o nada les interesa la impronta patria y su avatares, dando por sentada la libertad, concepto que se invoca solo en tiempos de este malhadado gobierno, como si se tratase de un apremio actual y como si nunca nos hubiésemos matado por ella. Solo en el soldado, el que fue, el que es y el que será por vocación, y en aquel que tiene por desvelo los aconteceres de una Patria, a través del honroso oficio de investigador y en el más honroso  aún de docente, habitan esos recuerdos: Batalla de Las Mucuritas, 28 de enero de 1817. Sea propicia entonces la oportunidad para recordarla y nada más apropiado que hacerlo en tiempo de Pajarillo y en la voz de su líder victorioso, el Taita, el Catire, el Centauro de los Llanos: General en Jefe José Antonio Páez Herrera…

¡Maestro arpisto, arránquese!

…Llanero escribe con alma, 
lo que mira con los ojos…

Corre el 28 de enero de 1817. El General español Don Miguel de la Torre persigue a los llaneros de Páez al través de esas estepas resecas por el sol. Lo hace con la marcialidad de la tropa expedicionaria que ha traído el señor General Don Pablo Morillo. Con sus húsares de a caballo y sus tropas de infantería veteranas, pretende batir en sus predios a los dueños y señores de la planicie polvosa: los llaneros. Le han dicho se trata de unos orates que visten de taparrabos y montan descalzos. El General Páez se refiere a ese día en su autobiografía:

“El 27 de enero pernoctó Latorre en el hato el Frio, como una legua distante del lugar que yo había elegido para el combate, y á la mañana siguiente cuando marchábamos a ocuparlo observamos que ya iba pasando por él. Entonces tuve que hacer una marcha oblicua, redoblando el paso hasta tomar a barlovento, porque en los llanos, y principalmente en Apure, es peligroso el sotavento, sobre todo para la infantería, por causa del polvo, el humo de la pólvora, el viento y más que todo por el fuego de la paja que muchas veces se inflama con los tacos.”[1]
Páez los copa. Allí está el ejército español. Ya no se trata del Ñaña y tampoco de Cervériz. La Torre es un militar profesional que se ha cubierto de gloria en combates europeos. Mil cien hombres lleva Páez. Pocos van calzados, pero el acero de las lanzas brilla al sol, en la punta de las largas varas…

…escribe de los enojos 
que lo llevan a las armas…

“Conseguido, pues, el barlovento en la sabana, formé mis mil cien hombres en tres líneas, mandada la primera por los esforzados comandantes Ramón Nonato Pérez y Antonio Ranjel; la segunda por los intrépidos comandantes Rafael Rosáles y Doroteo Hurtado; la tercera quedó a la reserva a las órdenes del bravo comandante Cruz Carrillo. Confrontados así ambos ejércitos, salió Latorre con veinticinco húsares á reconocer mi flanco derecho, y colocándose en un punto donde podía descubrirlo, hizo alto. En el acto destaqué al sargento Ramón Valero con ocho soldados escogidos por su valor personal y montados en ágiles caballos, para que fuesen a atacar a aquel grupo, conminando  á todos ellos con la pena de ser pasados por las armas si no volvían a la formación con las lanzas teñidas en sangre enemiga.”[2]

Del lance que lo hace héroe, 
en medio de la sabana, 
del miedo del español 
hacia el machete y la lanza…

Ocho para confrontar veinticinco húsares mejor armados, mejor montados y mejor pertrechados. “Menudo orate, este” pensará La Torre “…que somos tres a uno…”. Y allá van entre el polvo y la paja, a galope tendido, los dueños de la sabana. Mirada febril, lanza en ristre; con los pulgares de los pies en los estribos llaneros, el resto de los dedos por fuera. Allá van como almas que lleva Mandinga, en esas noches negras de brujas y espantos, donde el miedo se disipa con ánimas en los cantos. Son los bravos de Apure, los más bravos entre bravos…

“Marcharon, pues, y al verlos acercar á tiro de pistola, dispararon los húsares enemigos sus carabinas; sobre el humo de la descarga, mis valientes ginetes se lanzaron sobre ellos, lanceándolos con tal furor que solo quedaron con vida cuatro ó cinco que huyeron despavoridos á reunirse al ejército. La torre de antemano había juzgado prudente retirarse cuando vió á los nuestros salir de filas para ir á atacarle. No es decible el entusiasmo y vítores con que el ejército recibió á aquel puñado de valientes que volvían cubiertos de gloria y mostrando orgullosos las lanzas teñidas en la sangre de los enemigos de la patria.”[3]
Regresa la ventolera de acero a sus filas. Lleva en las lanzas la prueba carmesí de quien es el dueño de las sabanas. La Torre atisba desde la formación “al mal trago darle prisa”….   “Sargento, mande usted tocar a generala, esto es para hoy, que ya para mañana será tarde…”…:

“Latorre sin perder tiempo avanzó sobre nosotros hasta ponerse a tiro de fusil; al romper el fuego, nuestra primera línea cargó vigorosamente, y á la mitad de la distancia se dividió, como yo le había prevenido, á derecha é izquierda, en dos mitades para cargar de flanco á la caballería que formaba las alas de la infantería enemiga. Había yo prevenido á los míos que en caso de ser rechazados, se retirasen sobre su altura aparentando derrota para engañar así al enemigo, y que volvieran caras cuando viesen que nuestra segunda línea atacaba á la caballería realista por la espalda. La operación tuvo el deseado éxito, y pronto quedó el enemigo sin más caballería que unos doscientos húsares europeos; pues la demás fue completamente derrotada y dispersa.”[4]
Confundidos, derrotados, sin posibilidad de reagruparse, el rutilante ejército expedicionario, vencedor de franceses a su tiempo, yace parcialmente derrotado en el campo de batalla. ¡Ah...el ingenio de mil lances!...¡Ah... el valor de sangre llanera!...¡Ah... la astucia de quien suelta el alma en un solo dado!:

“Entonces cincuenta hombres, que yo tenía de antemano preparados con combustibles prendieron fuego a la sabana por distintas direcciones, y bien pronto un mar inflamado lanzó oleadas de llamas sobre el frente, costado derecho y retaguardia de la infantería de Latorre que se había formado en cuadro. Al  no haber sido por casualidad de haberse quemado pocos días antes la sabana del otro lado de una cañada, que aun tenía agua y estaba situada á la izquierda del enemigo, única vía por donde podía hacer su retirada, hubiera perecido el ejército español en situación más terrible que la de Cambíses en los desiertos de Libia. En su retirada hubo de sufrir repetidas cargas de nuestra caballería, que saltaba sobre las llamas y los persiguió hasta el Paso del Frio, distante una legua del campo de batalla. Allí cesó la  persecución porque los realistas se refugiaron en un bosque sobre la margen derecha del río, donde no nos era posible penetrar con nuestra caballería.”[5]

…Y allá un 28 de enero, 
entre el tropel y la grita, 
se hizo inmortal el Catire, 
en tiempos de Mucuritas…

Sobre ese combate escribirá más tarde el propio Morillo “…catorce cargas consecutivas sobre mis cansados batallones me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes poco numerosa, como me había informado, sino tropas organizadas que podían competir con las mejores de S.M. el Rey…”

¡¡¡Viva Páez, caracha!!!




[1] Páez, José Antonio, Autobiografía. Imprenta de Hellet y Breen. Nueva York, 1869. Pág.124.
[2] Páez…Op.Cit…Pág.124.
[3] Páez…Idem…Págs. 124 y 125.
[4] Páez…Ibid…Pág.125.
[5] Páez…Ibid…Pág.125

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