La “Revolución” ese concepto político “mágico” que convertido en numen de las esperanzas de los pueblos,
en particular de los más preteridos, ha cubierto con su amplia presencia
nuestra historia patria. Desde los tiempos de la gesta emancipadora hasta los
que corren en la actualidad, la “Revolución”
ha sido ara, cirio y reclinatorio; bandera, consigna y acción; esperanza,
desengaño y desilusión para las grandes mayorías; progreso, acomodo muelle, abuso
de poder y fuente de riqueza para sus “fieles
seguidores”. Y, por supuesto, fuente caudalosa de “mieles” para quienes ejerzan el poder finalmente, junto a su
oligarquía clientelar tributaria.
La “Revolución” es un concepto político complejo y por ende de grandes
tratativas en el ámbito de la Teoría Política. Sin embargo, en este corto
trabajo, la abordaremos como concepto político de uso común en nuestra
historia, en dos sentidos gráficos: uno longitudinal
y otro transversal. El longitudinal se referirá al tiempo y el transversal a su interpretación, según
la evidencia empírica nos ha permitido particularmente colegir, a lo largo de
nuestras investigaciones. Ambos sentidos nos permiten pergeñar, además, una
matriz en la que trataremos de ubicar su presencia en nuestra impronta política
patria, mediante algunos ejemplos. Vamos a verla:
Acepción
Conceptual-Período
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1810-1835
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1836-1899
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1945-1948
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1998-2016
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Revolución
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Emancipación
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Revolución de Octubre
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Re-Evolución
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Revolución de las Reformas
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Otras, Guerra Federal y todas las demás posteriores, en particular la
Revolución Liberal Restauradora.
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Revolución Bolivariana
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Fuente: Elaboración
propia.
La “Revolución” como carga política conceptual, supone un discurso, esto es, “un discurso político” que se asocia inextricablemente a su presencia y, por ende, unos “lenguajes políticos” en los que se expresa ese discurso. Entre 1810 y 1928, el discurso político asociado a la “Revolución” se expresa en lenguaje Republicano, combinación de Republicanismo Clásico (el de la República Romana), Republicanismo Jacobino Francés (devenido de la Revolución Francesa); Republicanismo de la Sociedad Comercial (nacido con la emancipación estadounidense); y el Republicanismo Escocés del siglo XVII. Todos esos lenguajes hacen sincretismo en el lenguaje Republicano Bolivariano, devenido a su vez del Republicanismo Bolivariano, surgido de la difusión de las ideas y pensamientos del Libertador Simón Bolívar, aun con mayor fuerza luego de la creación de un mito más complejo y que sirve de techumbre a toda nuestra construcción discursiva política propia: el mito bolivariano.
De 1928 hasta hoy, el discurso republicano de la “Revolución” es atravesado por el lenguaje político dominante del siglo XX en Venezuela: el lenguaje marxista. Devenido, por una parte, de una forma de “socialismo autóctono” (el socialismo Betancurista del PDN y luego de AD entre los años 1936-1958) o “del marxismo leninista propiamente dicho” (aquel difundido “religiosamente” por el Partido Comunista de Venezuela, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, las FALN-FLN y todas sus nombradías o escisiones pre y posteriores), se arraigó en nuestro “discurso político revolucionario” según se tratase de la postura más o menos “a la izquierda” de los “propaladores revolucionarios”. Necesario acotar que el discurso político de la actual Revolución Bolivariana es una suerte de “mélange” de todo lo anterior.
Tomando como referencia las ideas
que sobre el particular nos enseñase el Doctor Fernando Falcón Veloz en alguna
de sus clases magistrales (en el marco del Doctorado en Ciencias Políticas FCJP-CEP-UCV),
en Venezuela parecen haber existido dos maneras de abordar la “Revolución”, es decir, “Revolución” en el sentido de cambiar
todo (lo social, lo político y económico) por algo absolutamente distinto y
radicalmente nuevo. Y, la otra, “Re-evolución”,
que encarna una manera de cambiar el “todo”
(político, económico y social) pero para rencausarlo hacia su “camino original”, una suerte de senda
que se perdiese en el devenir por la “mala
conducción de quienes tenían la responsabilidad de llevar la patria por y hacia
la causa primigenia”. La primera coincide con dos definiciones formales del
concepto y que prefiguran transformaciones radicales; aquella que nos
proporciona el Profesor Norberto Bobbio en el Diccionario de Conceptos
Políticos, y que supone la existencia de “alguien
abajo” que sometido a la dominación de “alguien
arriba” es expoliado y preterido, por lo que el “abajo” reacciona contra el “arriba”,
y, en consecuencia, la violencia legítima es un curso probable de acción.
Igualmente, lo hace con la definición marxista-leninista de Revolución: la demolición definitiva del
Estado Burgués, bajo conducción y
propiedad de una burguesía explotadora, dueña esta última de los medios de
producción, quien además se apropia de la plusvalía del trabajo del
proletariado, siempre explotado y en condiciones de miseria. La Revolución marxista supone, en
consecuencia, la instauración de la “Dictadura
del Proletariado” para garantizar que las condiciones de reproducción del Estado Burgués desaparezcan para
siempre. La segunda, esto es, la Re-Evolución,
pudiese no considerar una “transformación
radical” por cuanto al suponer el
re-encausamiento hacia una “senda
perdida” necesariamente también supone que alguna vez existió o se concibió
como “idea”, por lo que la
transformación radical se refiere al “aquí
y ahora” respecto de un “pasado
mejor” o la reconducción hacia una creación estatal más “acertada en y con lo deseado”. Esto se
traduce en la posible conservación de las estructuras existentes del Estado, mientras
que en la primera, el Estado debe y tiene que desaparecer.
Nos atrevemos a clasificar como “Revoluciones” con esa intencionalidad
radical, a la Revolución de Independencia,
a la Revolución de Octubre y en
alguna medida (por su condición precisamente de “ensalada mixta”) a la Revolución
Bolivariana actual. La Gesta Emancipadora perseguía la expulsión del
imperio español en Venezuela, sin duda alguna un cambio radical para ese tiempo histórico; la Revolución de Octubre, al plantear el cambio absoluto de las
relaciones de poder existentes en Venezuela desde el siglo XIX entre población
y Estado, así como la naturaleza estructural de este último, esto es, de un Estado cupular militar a un Estado popular democrático.
La componente radical de la Revolución Bolivariana en su sentido de cambio, vive solo en el discurso, esto es, la eliminación de un Estado burgués de partidos en un Estado popular, participativo y protagónico en su conjunto, además de “Socialista y Revolucionario”.
Las demás, tanto aquellas transcurridas
durante el siglo XIX como, en buena medida, la Revolución Bolivariana también (imposible deslastrarse de su
condición de mezclote ideológico), promovieron (y han promovido), trataron (y
han tratado) y se expresaron (y siguen expresándose) discursivamente en el
sentido de “re-encausar” el país
hacia un ideal que, luego de la instalación del mito bolivariano, asumió una
variopinta interpretación según fuesen los intereses de sus protagonistas
revolucionarios de ocasión: el ideal
bolivariano de sociedad. Son los casos que colocamos como ejemplos en la
matriz presentada inicialmente: la Revolución
de las Reformas, en alguna medida la Guerra
Federal y, en particular, la Revolución Liberal Restauradora.
En Venezuela, no obstante la
ristra interminable de “revoluciones”
en su seno, los conflictos sociales subyacentes nunca se han resuelto. En tal
sentido, siempre ha sido posible construir un “discurso revolucionario” partiendo de la reivindicación de las “grandes mayorías preteridas”. La existencia de una sustantiva e
importante mayoría de la población en
condiciones de miseria, desatención y plétora de carencias materiales, sociales
y, sobre todo, culturales e intelectuales, desde la propia existencia de la
República de Venezuela, convierten al grueso de los habitantes en suerte de
colectivo poblacional siempre expectante de soluciones urgentes. Es allí donde “prende” el discurso vindicativo; la oferta por un mundo más justo
y mejor; la colocación simple de culpabilidades acerca de tan precaria
existencia, en la “oligarquía gobernante”,
calificación punitiva asistida además y no en pocas ocasiones, por la palmaria
presencia de cursos y recursos inconfutables. Por otra parte, a cada vindicación
política revolucionaria y una vez logrado el triunfo de las huestes
revolucionarias, sobreviene un metabolismo que pareciese inexorable, sobre todo
si quien dirige la “Revolución” es un
líder carismático dominador. Con él como núcleo, se establecen en su entorno
cinco personajes: el romántico, el
ideólogo, el político de oficio, el soldado y el aventurero negociante, tal
cual se tratase de una célula generatriz. A partir de esa célula, comienzan a
formarse retículas celulares de la misma estofa, cuya progresiva acumulación,
termina definiendo una retícula oligárquica de la cual tienden a “colgarse”
prebendados de toda laya. El resto de la población permanece en la misma
situación que un día los llevase a abrazar las “banderas vindicativas de la Revolución”. Así las cosas, a cada “Revolución” se sucede una nueva “decepción”, mientras esta termina
siendo, en su vida útil, especie de “correa
de trasmisión” o “taquilla de despacho” dónde cada quien
espera su turno para montarse o hacer la cola para recibir su respectiva dádiva;
“…y si no es en esta, al menos será en la
próxima…”
Y así, de “Revolución” en “Revolución”,
hemos transitado nuestra existencia. Pero lo más paradójico es el discurso: con
contenidos equivalentes, los engañadores de siempre, los trocados en saludantes
y los buscones del negocio, protegidos por sus soldados de ocasión, terminan
argumentándole a las grandes mayorías que son ellos los únicos “salvadores de la Patria”. Porque son
ellos los “poseedores únicos de las
características extraordinarias para hacer la Revolución” y que si no han
completado “su obra reivindicadora”
ha sido por la perfidia de sus enemigos, prisioneros de “inveterados vicios de clase” y por “el odio ancestral que siente la oligarquía hacia los preteridos”.
Sorprendentemente y para colmo, mientras hacen esos ejercicios discursivos
acusatorios, los “heroicos guerreros
revolucionarios” terminan siendo reos
de las mismas vilezas que un día condenasen…La
paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el ojo revolucionario…
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