12 de septiembre de 2016

El mito de la “Revolución”. Reflexiones teóricas acerca de su existencia en nuestra historia política venezolana.

La “Revolución” ese concepto político “mágico” que convertido en numen de las esperanzas de los pueblos, en particular de los más preteridos, ha cubierto con su amplia presencia nuestra historia patria. Desde los tiempos de la gesta emancipadora hasta los que corren en la actualidad, la “Revolución” ha sido ara, cirio y reclinatorio; bandera, consigna y acción; esperanza, desengaño y desilusión para las grandes mayorías; progreso, acomodo muelle, abuso de poder y fuente de riqueza para sus “fieles seguidores”. Y, por supuesto, fuente caudalosa de “mieles” para quienes ejerzan el poder finalmente, junto a su oligarquía clientelar tributaria.

La “Revolución” es un concepto político complejo y por ende de grandes tratativas en el ámbito de la Teoría Política. Sin embargo, en este corto trabajo, la abordaremos como concepto político de uso común en nuestra historia, en dos sentidos gráficos: uno longitudinal y otro transversal. El longitudinal se referirá al tiempo y el transversal a su interpretación, según la evidencia empírica nos ha permitido particularmente colegir, a lo largo de nuestras investigaciones. Ambos sentidos nos permiten pergeñar, además, una matriz en la que trataremos de ubicar su presencia en nuestra impronta política patria, mediante algunos ejemplos. Vamos a verla:

Acepción Conceptual-Período
1810-1835
1836-1899
1945-1948
1998-2016
Revolución
Emancipación

Revolución de Octubre

Re-Evolución
Revolución de las Reformas
Otras, Guerra Federal y todas las demás posteriores, en particular la Revolución Liberal Restauradora.

Revolución Bolivariana
Fuente: Elaboración propia.

La “Revolución” como carga política conceptual, supone un discurso, esto es, “un discurso político” que se asocia inextricablemente a su presencia y, por ende, unos “lenguajes políticos” en los que se expresa ese discurso. Entre 1810 y 1928, el discurso político asociado a la “Revolución” se expresa en lenguaje Republicano, combinación de Republicanismo Clásico (el de la República Romana), Republicanismo Jacobino Francés (devenido de la Revolución Francesa); Republicanismo de la Sociedad Comercial (nacido con la emancipación estadounidense); y el Republicanismo Escocés del siglo XVII. Todos esos lenguajes hacen sincretismo en el lenguaje Republicano Bolivariano, devenido a su vez del Republicanismo Bolivariano, surgido de la difusión de las ideas y pensamientos del Libertador Simón Bolívar, aun con mayor fuerza luego de la creación de un mito más complejo y que sirve de techumbre a toda nuestra construcción discursiva política propia: el mito bolivariano.

De 1928 hasta hoy, el discurso republicano de la “Revolución” es atravesado por el lenguaje político dominante del siglo XX en Venezuela: el lenguaje marxista. Devenido, por una parte, de una forma de “socialismo autóctono” (el socialismo Betancurista del PDN y luego de AD entre los años 1936-1958) o “del marxismo leninista propiamente dicho” (aquel difundido “religiosamente” por el Partido Comunista de Venezuela, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, las FALN-FLN y todas sus nombradías o escisiones pre y posteriores), se arraigó en nuestro “discurso político revolucionario” según se tratase de la postura más o menos “a la izquierda” de los “propaladores revolucionarios”. Necesario acotar que el discurso político de la actual Revolución Bolivariana es una suerte de “mélange” de todo lo anterior.

Tomando como referencia las ideas que sobre el particular nos enseñase el Doctor Fernando Falcón Veloz en alguna de sus clases magistrales (en el marco del Doctorado en Ciencias Políticas FCJP-CEP-UCV), en Venezuela parecen haber existido dos maneras de abordar la “Revolución”, es decir, “Revolución” en el sentido de cambiar todo (lo social, lo político y económico) por algo absolutamente distinto y radicalmente nuevo. Y, la otra, “Re-evolución”, que encarna una manera de cambiar el “todo” (político, económico y social) pero para rencausarlo hacia su “camino original”, una suerte de senda que se perdiese en el devenir por la “mala conducción de quienes tenían la responsabilidad de llevar la patria por y hacia la causa primigenia”. La primera coincide con dos definiciones formales del concepto y que prefiguran transformaciones radicales; aquella que nos proporciona el Profesor Norberto Bobbio en el Diccionario de Conceptos Políticos, y que supone la existencia de “alguien abajo” que sometido a la dominación de “alguien arriba” es expoliado y preterido, por lo que el “abajo” reacciona contra el “arriba”, y, en consecuencia, la violencia legítima es un curso probable de acción. Igualmente, lo hace con la definición marxista-leninista de Revolución: la demolición definitiva del Estado Burgués, bajo conducción y propiedad de una burguesía explotadora, dueña esta última de los medios de producción, quien además se apropia de la plusvalía del trabajo del proletariado, siempre explotado y en condiciones de miseria. La Revolución marxista supone, en consecuencia, la instauración de la “Dictadura del Proletariado” para garantizar que las condiciones de reproducción del Estado Burgués desaparezcan para siempre. La segunda, esto es, la Re-Evolución, pudiese no considerar una “transformación radical” por cuanto al suponer el re-encausamiento hacia una “senda perdida” necesariamente también supone que alguna vez existió o se concibió como “idea”, por lo que la transformación radical se refiere al “aquí y ahora” respecto de un “pasado mejor” o la reconducción hacia una creación estatal más “acertada en y con lo deseado”. Esto se traduce en la posible conservación de las estructuras existentes del Estado, mientras que en la primera, el Estado debe y tiene que desaparecer.

Nos atrevemos a clasificar como “Revoluciones” con esa intencionalidad radical, a la Revolución de Independencia, a la Revolución de Octubre y en alguna medida (por su condición precisamente de “ensalada mixta”) a la Revolución Bolivariana actual. La Gesta Emancipadora perseguía la expulsión del imperio español en Venezuela, sin duda alguna un cambio radical para ese tiempo histórico; la Revolución de Octubre, al plantear el cambio absoluto de las relaciones de poder existentes en Venezuela desde el siglo XIX entre población y Estado, así como la naturaleza estructural de este último, esto es, de un Estado cupular militar a un Estado popular democrático.

La componente radical de la Revolución Bolivariana en su sentido de cambio, vive solo en el discurso, esto es, la eliminación de un Estado burgués de partidos en un Estado popular, participativo y protagónico en su conjunto, además de “Socialista y Revolucionario”.
Las demás, tanto aquellas transcurridas durante el siglo XIX como, en buena medida, la Revolución Bolivariana también (imposible deslastrarse de su condición de mezclote ideológico), promovieron (y han promovido), trataron (y han tratado) y se expresaron (y siguen expresándose) discursivamente en el sentido de “re-encausar” el país hacia un ideal que, luego de la instalación del mito bolivariano, asumió una variopinta interpretación según fuesen los intereses de sus protagonistas revolucionarios de ocasión: el ideal bolivariano de sociedad. Son los casos que colocamos como ejemplos en la matriz presentada inicialmente: la Revolución de las Reformas, en alguna medida la Guerra Federal  y, en particular, la Revolución Liberal Restauradora.

En Venezuela, no obstante la ristra interminable de “revoluciones” en su seno, los conflictos sociales subyacentes nunca se han resuelto. En tal sentido, siempre ha sido posible construir un “discurso revolucionario” partiendo de la reivindicación de las “grandes mayorías preteridas”.  La existencia de una sustantiva e importante mayoría de la  población en condiciones de miseria, desatención y plétora de carencias materiales, sociales y, sobre todo, culturales e intelectuales, desde la propia existencia de la República de Venezuela, convierten al grueso de los habitantes en suerte de colectivo poblacional siempre expectante de soluciones urgentes.  Es allí donde “prende” el discurso vindicativo; la oferta por un mundo más justo y mejor; la colocación simple de culpabilidades acerca de tan precaria existencia, en la “oligarquía gobernante”, calificación punitiva asistida además y no en pocas ocasiones, por la palmaria presencia de cursos y recursos inconfutables. Por otra parte, a cada vindicación política revolucionaria y una vez logrado el triunfo de las huestes revolucionarias, sobreviene un metabolismo que pareciese inexorable, sobre todo si quien dirige la “Revolución” es un líder carismático dominador. Con él como núcleo, se establecen en su entorno cinco personajes: el romántico, el ideólogo, el político de oficio, el soldado y el aventurero negociante, tal cual se tratase de una célula generatriz. A partir de esa célula, comienzan a formarse retículas celulares de la misma estofa, cuya progresiva acumulación, termina definiendo una retícula oligárquica de la cual tienden a  “colgarse” prebendados de toda laya. El resto de la población permanece en la misma situación que un día los llevase a abrazar las “banderas vindicativas de la Revolución”. Así las cosas, a cada “Revolución” se sucede una nueva “decepción”, mientras esta termina siendo, en su vida útil, especie de “correa de trasmisión”  o “taquilla de despacho” dónde cada quien espera su turno para montarse o hacer la cola para recibir su respectiva dádiva; “…y si no es en esta, al menos será en la próxima…”

Y así, de “Revolución” en “Revolución”, hemos transitado nuestra existencia. Pero lo más paradójico es el discurso: con contenidos equivalentes, los engañadores de siempre, los trocados en saludantes y los buscones del negocio, protegidos por sus soldados de ocasión, terminan argumentándole a las grandes mayorías que son ellos los únicos “salvadores de la Patria”. Porque son ellos los “poseedores únicos de las características extraordinarias para hacer la Revolución” y que si no han completado “su obra reivindicadora” ha sido por la perfidia de sus enemigos, prisioneros de “inveterados vicios de clase” y por “el odio ancestral que siente la oligarquía hacia los preteridos”. Sorprendentemente y para colmo, mientras hacen esos ejercicios discursivos acusatorios, los “heroicos guerreros revolucionarios”  terminan siendo reos de las mismas vilezas que un día condenasen…La paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el ojo revolucionario…



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