La “unidad” es voz permanente en el discurso político venezolano desde
hace 200 años. La invoca el Libertador
Simón Bolívar como desesperado llamado a la preservación de la integridad de su
creación colombiana. La invoca José Antonio Páez, tras la creación de una
nación independiente y su preservación más allá de las apetencias regionales. La
invocan los revolucionarios reformistas, tras su proyecto de reformas
constitucionales. Lo hacen hasta la saciedad los que terminan abrevando de las
mieles de la oligarquía, que nace en torno a Páez y se acrecienta tras los
generales de la Independencia que lo suceden. Lo hacen obstinadamente los
liberales en tiempos de la Guerra Federal, convocando a la “unión revolucionaria”, seguida luego por la invocación que hace de
ella cuanto gamonal se coloca al frente de las múltiples turbamultas que plagan
el siglo XIX. Lo hace Antonio Guzmán Blanco en torno a su “ideal civilizatorio” para terminar haciéndolo también Cipriano
Castro alrededor de su “Restauración Liberal Restauradora”.
La convoca Juan Vicente Gómez en
aras de la construcción de una Patria “que
se coloque a la par de sus hermanas del continente” como uno de los ideales señeros de la “Rehabilitación” y luego la proclama
Eleazar López Contreras para “construir
una Patria en paz”. Lo propio hace Isaías Medina Angarita, tras la
intencionalidad de “hacer Patria mediante
el trabajo creador” y lo hace Rómulo Betancourt, luego de hacer parte de
una rebelión contra Medina, pero en función de defender “la Revolución y los logros de una democracia perfecta”. Finalmente la
invocan Carlos Delgado Chalbaud, al frente de un gobierno militar que derrocara
a los adecos, “para derrotar el
desbarajuste y dedicarse a la producción y el trabajo enriquecedor” y luego
Marcos Pérez Jiménez en torno a la
necesaria construcción de su “Nuevo Ideal
Nacional”.
Desde luego que no se trata de la
misma “unidad”, pero es posible
argumentar se trata de “una
intencionalidad similar”, esto es, nuclear
a la población, a los partidos, a las facciones oponentes e incluso a los
enemigos “conversos”, en torno a un proyecto de nación que pasa, en principio,
por la cristalización de un sistema político común. A ese criterio de “unidad nacional” apela el gobierno “de facto” que se inicia en 1958, luego
de la partida de Marcos Pérez Jiménez.
El 22 de febrero de 1958, a casi
un mes de fallecido el “Nuevo Ideal
Nacional”, el Doctor Numa Quevedo, connotado miembro de la Junta
Patriótica, es nombrado Ministro de Relaciones Interiores por el Contralmirante
Wolfgang Larrazábal Ugueto, Presidente de la Junta de Gobierno en funciones. En
su acto de juramentación, el Doctor Quevedo se expresa en nombre de la Junta en
los siguientes términos:
“Tenemos
por delante una tremenda empresa dentro de la cual no podemos desmayar un solo
instante. Esta empresa es la echar las bases morales y materiales sobre las
cuales debe levantarse el prestigio de una Patria integral, sin mezquinas
parcelaciones. En este orden de ideas es imperativo que todos los venezolanos,
de todos los climas, de todas las ideologías organizados o no en partidos
políticos, pongamos nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento, y hasta una buena
dosis de nuestro sacrificio personal, para llevar a cabo con honor y con
orgullo la obra de grandeza del destino venezolano.”[1]
Con tono parecido a todos sus
predecesores en la tarea de “convocar a
la unidad”, el Doctor Quevedo profiere actos de habla ilocucionarios unos,
tendentes a lo perlocucionario otros, que reflejan en conjunto la
intencionalidad de la Junta y que el Ministro hace suya en esta declaración de
prensa. La “tremenda empresa” de “echar las bases morales y materiales”
para afianzar con seguridad “el prestigio
de una Patria integral” para lo cual hay que renunciar a “mezquinas parcelaciones” y por estas
razones “es imperativo que todos los
venezolanos” más allá de ideologías y/o partidos políticos “pongamos nuestro esfuerzo, nuestro
pensamiento, y hasta una buena dosis de nuestro sacrificio personal, para llevar
a cabo con honor y con orgullo la obra de grandeza del destino venezolano”.
A esta “nueva unidad nacional” de
todas las voluntades, empeñadas en la construcción de una nueva Patria
democrática, integral, pero a la vez plural, convoca el “Gobierno Provisorio”, como él mismo Ejecutivo en funciones culmina
auto bautizándose.
Cinco días más tarde, el 28 de
febrero de 1958, el diario El Universal reseña las declaraciones de cuatro de
los más importantes líderes políticos de la nación, en torno a la convocatoria
a la “unidad nacional” que ha hecho
el Gobierno Provisorio. Dice Rómulo Betancourt Bello, en representación del
partido Acción Democrática (AD):
“…el
franco entendimiento entre los partidos y gobierno, no debe ser acción
consecuencial de una etapa de transitoriedad, sino es necesario establecerlo
como norma permanente para mantener el clima de una unidad que fue consigna de
la Junta Patriótica, en el desarrollo del movimiento que derrocó a la dictadura
perezjimenista. Hago un llamado a gobernantes y gobernados, gente de partidos e
independientes, a lograr una efectiva colaboración en favor del mantenimiento
perenne de la unidad.”[2]
Por su parte, el Doctor Jóvito Villalba, como máximo
representante del partido Unión Republicana Democrática (URD), se pronuncia
sobre el llamado de la Junta a la “unidad
nacional”:
“…todos
debemos estar sinceramente interesados y dispuestos a llevar a nuestro país al
logro de una verdadera vida institucional y que el divorcio entre partidos
políticos y gobierno solo produce malos entendidos y funestas consecuencias. Se
necesita el libre juego de los partidos para demostrar que ya están curados de
ese terrible mal del cual sufrieron durante tantos años en Venezuela.”[3]
El Doctor Rafael Caldera,
hablando por el Comité de Organización Política Electoral Independiente
(COPEI), añade a las declaraciones anteriores, no sin antes advertir que no es
mucho lo que tiene que abundar respecto a lo que han señalado sus pares en las
otras organizaciones políticas:
“…los
partidos políticos dan magnífico ejemplo de sacrificada unidad, que desvirtúa
la propaganda que tiende a presentarnos como factor de discordia. Ponemos el
interés nacional por encima de nuestras aspiraciones y aceptamos, complacidos,
este discreto papel, por considerar que es nuestra valiosa colaboración, hacia
la conquista de los ideales señalados como meta para el futuro sano y libre de
la Patria.”[4]
Y cierra las intervenciones el
Doctor Gustavo Machado, actuando en nombre de su partido, el Partido Comunista
de Venezuela (PCV), siendo escueto en su intervención para señalar que “….el grupo político que represento siempre
será factor de unidad, ya que hay la disposición de sacrificar conveniencias
personales y partidistas en aras de este fundamental principio de la actualidad
política venezolana.”[5]
Cuatro de los más importantes líderes políticos del momento (acaso los cuatro
más importantes) parecen suscribir la propuesta de “unidad nacional” del gobierno, aun cuando no lo hagan de manera
formal, esto es, por escrito y en presencia de los medios. Actos de habla como “norma permanente para mantener el clima de
una unidad”; “efectiva colaboración en favor del mantenimiento perenne de la
unidad”; “el libre juego de los partidos”; “el interés nacional por encima de
nuestras aspiraciones”; “sacrificar conveniencias personales”, todos
sugieren sacrificio, compromiso y entendimiento para hacer fructificar la “unidad nacional”, de hecho, tres de los
cuatro dirigentes hacen referencia expresa a la “unidad”, entendida como la subrogación de sus intereses políticos,
partidistas y de poder, en favor de la construcción de un sistema político
común. Y los cuatro suscriben la tesis de “entenderse”
con el gobierno no solo en este tema, sino en todos aquellos que supongan la
preservación de un “futuro sano y libre
para la Patria.”.
El 9 de mayo de 1958, el diario
La Religión ofrece una versión taquigráfica de la intervención que hace el
Doctor Numa Quevedo en la ciudad de Maracaibo, con ocasión de la visita que
realiza a esa entidad federal, en el marco de la gira que hacen por el país los
ministros del despacho ejecutivo, a los fines de informar, a los diversos
sectores de cada estado, la marcha de las actividades que realiza el “Gobierno Provisorio”, en atención a la
solución de los ingentes problemas nacionales. Dice allí en nombre propio y
representación de la Junta de Gobierno, respecto de lo que se ha conversado con
los asistentes al acto:
“Hemos
conversado de la unidad nacional, como fórmula histórica, mejor dicho, como
salvación del futuro democrático de la República; la unidad entendida, no como
especie inerme, sino unidad política expresada en forma dinámica, no quietista,
bajo cuyo imperio deben realizarse los grandes acontecimientos y deben
resolverse los grandes problemas nacionales”[6]
Considera el Ministro que la “unidad nacional” es definitivamente “la fórmula histórica” que representa “la salvación del futuro democrático de la
República” y, acto seguido, procede a definirla más ampliamente no como la
simple cohesión en torno a la idea democrática, sino como “unidad nacional” dinámica y “no
quietista”, actos de habla que pudiesen significar la coincidencia de las
distintas corrientes de opinión, por diversas que sean, en una identidad de
objetivos que conduzca a la solución de “los
grandes problemas nacionales” mediante la realización, en consecuencia, de “grandes acontecimientos” para lograrlo.
De modo que en estos primeros
meses de gestión del “Gobierno
Provisorio”, partidos, gobierno y diversos factores de la vida nacional,
parecen haberle dado una oportunidad a la democracia de la que tanto se ha
hablado (especialmente la “civilidad
democrática” desde 1936) y, más aún, luego del malhadado episodio del Trienio (1945-1948). Parece demostrar lo
que el Profesor Juan Carlos Rey definió más tarde y en términos teóricos-políticos, como “pacto de conciliación de élites”.
Pero llama poderosamente la
atención que en esa misma localidad, el Dr. Quevedo hace la siguiente
aseveración: “Necesitamos, en definitiva,
una conciencia nacional, un país nacional”[7].
Nueve años antes, el 13 de marzo de 1949, el Coronel Marcos Pérez Jiménez
les dice a los gobernadores de estado, con ocasión de una convención nacional
de mandatarios regionales: “…nos ha
faltado ese elemento fundamental en la vida de los pueblos que consiste en la
formulación clara y precisa de un ideal nacional, capaz de obligarnos a un
acuerdo de voluntades para su plena realización…”. O Pérez Jiménez se equivocó
en la construcción de su “ideal nacional”
o el Doctor Quevedo tiene otra “idea”
de lo que significa el “país nacional”. En cualquier
caso, consignamos ambas “propuestas”
para ejemplificar que en el discurso político venezolano, aún entre partes
irreconciliables, sin identidad de métodos, medios y fines, la invocación de la
“unidad en torno a un ideal nacional”
parece ser una constante. Las preguntas que surgen son: ¿Por qué no la logramos? ¿A qué clase de “unidad nacional” apunta quien
la propone? ¿No será que cada quién tiene su propia y conveniente visión de la
“unidad nacional”?
En junio de 1958, cinco meses
después de la “partida” de Pérez
Jiménez, cuatro del nombramiento del Dr. Quevedo y una misma cantidad de meses
de la “manifestación de apoyo a la unidad
nacional” expresada públicamente por los más importantes dirigentes
políticos de entonces, el Ministro de Relaciones Interiores se dirige al pueblo
venezolano en alocución de radio y televisión, persuadido de que la prédica de
la “unidad” está dando frutos. Con
absoluto optimismo y en el marco de una exposición filosófica-jurídica que
debería sustentar la ley electoral, dice el Ministro a la nación:
“Dentro
de este clima de unidad, propicio a las grandes realizaciones, a la sinceridad
y al entendimiento, la Nación debe buscar y hallar una fórmula que al integrar
o abarcar por igual a todas las corrientes políticas, sea prenda de estabilidad
republicana. Esta fórmula nos permitirá deponer las ambiciones, los
exclusivismos partidistas y las arrogancias personales o regionalistas y
contemplar sin pupilas empañadas por el rencor, la impaciencia ni la
precipitación, la imagen verdadera de la Patria…”[8]
En límpido lenguaje político
republicano, el Dr. Quevedo hace manifestación de la búsqueda que debe motivar
a los venezolanos ahora que se encuentran disfrutando de un clima “de sinceridad y entendimiento” propicio
a las “grandes realizaciones”. Se
trata de una “fórmula” que permita “deponer ambiciones, exclusivismos
partidistas o regionales” y también las viejas “arrogancias”, y en una figura de giro elegantemente literario que
utiliza el Ministro: “contemplar sin
pupilas empañadas por el rencor, la impaciencia ni la precipitación, la imagen
verdadera de la Patria…”. La fórmula se quedará en el laboratorio de las
ideas y el rencor, las arrogancias, la impaciencia y la precipitación, harán su
eterno trabajo nacional. Lo poético se quedará en las pupilas empañadas, pero
por la tristeza que conlleva el desencanto: el 7 de septiembre de 1958, se
produce el alzamiento de la Policía de Caracas, con la intencionalidad de hacer
“definitivo” un gobierno distinto al “provisorio”.
Ocho días antes, el 29 de agosto de 1958, el Ministro, dentro de un discurso más amplio, hace esta declamación admonitoria, otra vez por radio y televisión, en virtud de que el gobierno tiene serios indicios de que se está preparando una “posible asonada”:
“Ahora
sí podemos sin labio avergonzado decir con el Libertador: “Unidad, Unidad,
Unidad, debe ser nuestra divisa”, recordando a la vez conforme al mayor de
nuestros oráculos, que solo un Gobierno temperado puede ser libre, que esta
libertad legítima ha sido usada para honrar al hombre venezolano y perfeccionar
su suerte y que, sin vacilaciones, nos hemos armado de una firmeza igual a los
peligros cuando estos se han presentado amenazando la nobleza de las
Instituciones, siendo así en todo, fieles a la visión del Padre de la Patria.”[9]
Echando mano, una vez más, del
más puro lenguaje político republicano y con la invocación que pareciese colocar
a todos los venezolanos (seamos políticos, militares, académicos o científicos,
adversarios o enemigos) por encima de nuestras “pre-disposiciones”,
esto es, en aquella "pre-disposición" construida al mejor estilo del “Padre de la
Patria”, Simón Bolívar, Libertador, el Doctor Quevedo, no obstante sus
denodados esfuerzos discursivos, luce como el Quijote de Don Miguel de Cervantes, advirtiendo
a los gigantes hechos molinos, de sus sinceras intenciones unitarias. Nada logra y ya veremos cuando abordemos el
punto, que ese “madrugonazo policial”
casi le cuesta el puesto, la honra política e incluso su libertad. Fracasan
estos nuevos “libertadores de ocasión”
y la corriente fragosa continúa.
El 3 de octubre de 1958, apenas a
un par de meses de la contienda electoral, la revista Momento se lanza con un editorial de antología, con motivo de la pugna
agraz que se libra entre los partidos y en ocasión de la proximidad de la “campaña electoral”. Dice allí el
editorialista:
“…en
los partidos políticos empieza a despertarse una beligerancia peligrosa, una
pugnacidad que puede precipitar la violencia con resultados imprevisibles. Las
grietas que se venían observando en la Unidad son cada vez más profundas e
irreparables. La esperanza del pueblo, acerca de un acuerdo de organizaciones
políticas, se ha desvanecido justificando – lamentablemente – la desconfianza
que surgió al dilatarse las conversaciones de mesa redonda.”[10]
Se estrelló “la identidad de propósitos” contra la férrea pared de la
estulticia. Feneció “la unidad sacrificada por la Patria”
que expresase escuetamente el Doctor Caldera. La “unidad que fue consigna de la Junta Patriótica”, según Betancourt,
ha venido a parar, en solo cinco meses, al arcón de los trastos inútiles. El “entendimiento entre partidos” de Jóvito
Villalba, es palabra que el viento se llevó. Y “el factor de unidad” que ofreció Gustavo Machado, se ha
transformado más bien en “factor de
discordia”. El editorialista de la revista Momento es admonitorio:
“Frente
a esta situación se requiere – antes de que sea demasiado tarde – un solemne
acuerdo de todas las fuerzas políticas para encaminar las actividades
electorales en un ambiente de orden, de mutuo respeto y de serenidad. (…) Es
absurdo y antivenezolano reeditar la encarnizada pugna del pasado. El
desbordamiento de las pasiones puede dividir al país en facciones
irreconciliables. La siembra del odio llevaría a extremos suicidas haciendo
peligrar la libertad tan sangrientamente reconquistada el 23 de enero. Los
partidos deben reflexionar ante esta tremenda responsabilidad evitando, con
todos los medios a su alcance, la agitación y el tumulto. (…) La propaganda
insidiosa y soez, la intimidación brutal y desenfrenada, el ataque a mansalva,
la emboscada sangrienta, son frutos de una época que ha cancelado la historia.”[11]
Rodó la prédica del Ministro y la
Junta; de nada valieron las promesas de los principales líderes de los partidos
en liza. “El desbordamiento de las pasiones”; “las facciones irreconciliables”;
“la sombra del odio” todos estos signos expresados en contundentemente
ilocucionarios actos de habla, se materializan en “la propaganda soez e insidiosa” que trae consigo “la agitación y el tumulto”, pudiendo
venir con ellos “el ataque a mansalva”
y “la emboscada sangrienta”. La
proximidad al poder, así sea por vía electoral, resucita el mismo lenguaje que
constituyó uno de los factores del desastre en la experiencia democrática,
entre los años 1945 y 1948. Y el fablistán lo advierte.
A pesar del encono y lo contumaz
de la pugna interpartidaria, en diciembre de ese año (1958) se efectúa el
proceso electoral, siendo electo por amplia mayoría Rómulo Betancourt Bello. Sin embargo,
en Caracas y en las primeras horas de concluidas las elecciones, grupos de
votantes del candidato contrario con más chance de ganar, se niegan a reconocer
el resultado. Se trata de algunos seguidores del Contralmirante Wolfgang
Larrazábal Ugueto, quien previamente hubiese renunciado a la Junta para lanzarse a la
contienda electoral y hubiese reconocido públicamente, desde un principio, el
triunfo de Betancourt. “A venezolano no
le gusta anotarse a perdedor” diría un viejo caudillejo decimonónico…
Como puede verse en este corto artículo, el camino del “Gobierno
Provisorio” dista con mucho de haber sido un “lecho de rosas”. De aquellas, de las rosas de la “unidad nacional”, Quevedo y los que en
Venezuela creyeron en sus encarnados y brillantes colores, terminaron
obteniendo más bien las dolorosas espinas de la frustración. Pero aún queda camino por recorrer en este ejercicio evocador
sobre el tiempo del “Gobierno Provisorio”
de 1958 y habrá que expresar como el Quijote: “….Cosas veredes, Sancho…cosas veredes…”
[1]
Quevedo, Numa; El gobierno provisorio. 1958. PENSAMIENTO VIVO. LIBBRERIA
HISTORIA. Caracas, 1963. Pág.100.
[2]
Quevedo…Op.Cit…Pág.104.
[3]
Quevedo…Idemes…Pág.104.
[4]
Quevedo…Ibíd…Pág.104
[5]
Quevedo…Ibíd…Pág.104
[6]
Quevedo…Ibid…Pág.34
[7]
Quevedo…Ibid…Pág.37
[8]
Quevedo…Ibid…Pág.42
[9]
Quevedo…Ibid…Pág.55
[10]
Quevedo…Ibid…Pág.70
[11]
Quevedo…Ibid…Pág.71
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