22 de marzo de 2017

El gobierno provisorio. 1958: El asunto de la “UNIDAD NACIONAL”…

La “unidad” es voz permanente en el discurso político venezolano desde hace 200 años.  La invoca el Libertador Simón Bolívar como desesperado llamado a la preservación de la integridad de su creación colombiana. La invoca José Antonio Páez, tras la creación de una nación independiente y su preservación más allá de las apetencias regionales. La invocan los revolucionarios reformistas, tras su proyecto de reformas constitucionales. Lo hacen hasta la saciedad los que terminan abrevando de las mieles de la oligarquía, que nace en torno a Páez y se acrecienta tras los generales de la Independencia que lo suceden. Lo hacen obstinadamente los liberales en tiempos de la Guerra Federal, convocando a la “unión revolucionaria”, seguida luego por la invocación que hace de ella cuanto gamonal se coloca al frente de las múltiples turbamultas que plagan el siglo XIX. Lo hace Antonio Guzmán Blanco en torno a su “ideal civilizatorio” para terminar haciéndolo también Cipriano Castro alrededor de su “Restauración Liberal Restauradora”.

La convoca Juan Vicente Gómez en aras de la construcción de una Patria “que se coloque a la par de sus hermanas del continente”  como uno de los ideales señeros de la “Rehabilitación” y luego la proclama Eleazar López Contreras para “construir una Patria en paz”. Lo propio hace Isaías Medina Angarita, tras la intencionalidad de “hacer Patria mediante el trabajo creador” y lo hace Rómulo Betancourt, luego de hacer parte de una rebelión contra Medina, pero en función de defender “la Revolución y los logros de una democracia perfecta”. Finalmente la invocan Carlos Delgado Chalbaud, al frente de un gobierno militar que derrocara a los adecos, “para derrotar el desbarajuste y dedicarse a la producción y el trabajo enriquecedor” y luego Marcos  Pérez Jiménez en torno a la necesaria construcción de su “Nuevo Ideal Nacional”.

Desde luego que no se trata de la misma “unidad”, pero es posible argumentar se trata de “una intencionalidad similar”, esto es, nuclear a la población, a los partidos, a las facciones oponentes e incluso a los enemigos “conversos”, en torno a un proyecto de nación que pasa, en principio, por la cristalización de un sistema político común. A ese criterio de “unidad nacional” apela el gobierno “de facto” que se inicia en 1958, luego de la partida de Marcos Pérez Jiménez.

El 22 de febrero de 1958, a casi un mes de fallecido el “Nuevo Ideal Nacional”, el Doctor Numa Quevedo, connotado miembro de la Junta Patriótica, es nombrado Ministro de Relaciones Interiores por el Contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, Presidente de la Junta de Gobierno en funciones. En su acto de juramentación, el Doctor Quevedo se expresa en nombre de la Junta en los siguientes términos:

“Tenemos por delante una tremenda empresa dentro de la cual no podemos desmayar un solo instante. Esta empresa es la echar las bases morales y materiales sobre las cuales debe levantarse el prestigio de una Patria integral, sin mezquinas parcelaciones. En este orden de ideas es imperativo que todos los venezolanos, de todos los climas, de todas las ideologías organizados o no en partidos políticos, pongamos nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento, y hasta una buena dosis de nuestro sacrificio personal, para llevar a cabo con honor y con orgullo la obra de grandeza del destino venezolano.”[1]
Con tono parecido a todos sus predecesores en la tarea de “convocar a la unidad”, el Doctor Quevedo profiere actos de habla ilocucionarios unos, tendentes a lo perlocucionario otros, que reflejan en conjunto la intencionalidad de la Junta y que el Ministro hace suya en esta declaración de prensa. La “tremenda empresa” de “echar las bases morales y materiales” para afianzar con seguridad “el prestigio de una Patria integral” para lo cual hay que renunciar a “mezquinas parcelaciones” y por estas razones “es imperativo que todos los venezolanos” más allá de ideologías y/o partidos políticos “pongamos nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento, y hasta una buena dosis de nuestro sacrificio personal, para llevar a cabo con honor y con orgullo la obra de grandeza del destino venezolano”. A esta “nueva unidad nacional” de todas las voluntades, empeñadas en la construcción de una nueva Patria democrática, integral, pero a la vez plural, convoca el “Gobierno Provisorio”, como él mismo Ejecutivo en funciones culmina auto bautizándose.

Cinco días más tarde, el 28 de febrero de 1958, el diario El Universal reseña las declaraciones de cuatro de los más importantes líderes políticos de la nación, en torno a la convocatoria a la “unidad nacional” que ha hecho el Gobierno Provisorio. Dice Rómulo Betancourt Bello, en representación del partido Acción Democrática (AD):

“…el franco entendimiento entre los partidos y gobierno, no debe ser acción consecuencial de una etapa de transitoriedad, sino es necesario establecerlo como norma permanente para mantener el clima de una unidad que fue consigna de la Junta Patriótica, en el desarrollo del movimiento que derrocó a la dictadura perezjimenista. Hago un llamado a gobernantes y gobernados, gente de partidos e independientes, a lograr una efectiva colaboración en favor del mantenimiento perenne de la unidad.”[2]

Por su parte, el Doctor Jóvito Villalba, como máximo representante del partido Unión Republicana Democrática (URD), se pronuncia sobre el llamado de la Junta a la “unidad nacional”:

“…todos debemos estar sinceramente interesados y dispuestos a llevar a nuestro país al logro de una verdadera vida institucional y que el divorcio entre partidos políticos y gobierno solo produce malos entendidos y funestas consecuencias. Se necesita el libre juego de los partidos para demostrar que ya están curados de ese terrible mal del cual sufrieron durante tantos años en Venezuela.”[3]

El Doctor Rafael Caldera, hablando por el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), añade a las declaraciones anteriores, no sin antes advertir que no es mucho lo que tiene que abundar respecto a lo que han señalado sus pares en las otras organizaciones políticas:

“…los partidos políticos dan magnífico ejemplo de sacrificada unidad, que desvirtúa la propaganda que tiende a presentarnos como factor de discordia. Ponemos el interés nacional por encima de nuestras aspiraciones y aceptamos, complacidos, este discreto papel, por considerar que es nuestra valiosa colaboración, hacia la conquista de los ideales señalados como meta para el futuro sano y libre de la Patria.”[4]

Y cierra las intervenciones el Doctor Gustavo Machado, actuando en nombre de su partido, el Partido Comunista de Venezuela (PCV), siendo escueto en su intervención para señalar que “….el grupo político que represento siempre será factor de unidad, ya que hay la disposición de sacrificar conveniencias personales y partidistas en aras de este fundamental principio de la actualidad política venezolana.”[5] Cuatro de los más importantes líderes políticos del momento (acaso los cuatro más importantes) parecen suscribir la propuesta de “unidad nacional” del gobierno, aun cuando no lo hagan de manera formal, esto es, por escrito y en presencia de los medios. Actos de habla como “norma permanente para mantener el clima de una unidad”; “efectiva colaboración en favor del mantenimiento perenne de la unidad”; “el libre juego de los partidos”; “el interés nacional por encima de nuestras aspiraciones”; “sacrificar conveniencias personales”, todos sugieren sacrificio, compromiso y entendimiento para hacer fructificar la “unidad nacional”, de hecho, tres de los cuatro dirigentes hacen referencia expresa a la “unidad”, entendida como la subrogación de sus intereses políticos, partidistas y de poder, en favor de la construcción de un sistema político común. Y los cuatro suscriben la tesis de “entenderse” con el gobierno no solo en este tema, sino en todos aquellos que supongan la preservación de un “futuro sano y libre para la Patria.”.

El 9 de mayo de 1958, el diario La Religión ofrece una versión taquigráfica de la intervención que hace el Doctor Numa Quevedo en la ciudad de Maracaibo, con ocasión de la visita que realiza a esa entidad federal, en el marco de la gira que hacen por el país los ministros del despacho ejecutivo, a los fines de informar, a los diversos sectores de cada estado, la marcha de las actividades que realiza el “Gobierno Provisorio”, en atención a la solución de los ingentes problemas nacionales. Dice allí en nombre propio y representación de la Junta de Gobierno, respecto de lo que se ha conversado con los asistentes al acto:

“Hemos conversado de la unidad nacional, como fórmula histórica, mejor dicho, como salvación del futuro democrático de la República; la unidad entendida, no como especie inerme, sino unidad política expresada en forma dinámica, no quietista, bajo cuyo imperio deben realizarse los grandes acontecimientos y deben resolverse los grandes problemas nacionales”[6]

Considera el Ministro que la “unidad nacional” es definitivamente “la fórmula histórica” que representa “la salvación del futuro democrático de la República” y, acto seguido, procede a definirla más ampliamente no como la simple cohesión en torno a la idea democrática, sino como “unidad nacional” dinámica y “no quietista”, actos de habla que pudiesen significar la coincidencia de las distintas corrientes de opinión, por diversas que sean, en una identidad de objetivos que conduzca a la solución de “los grandes problemas nacionales” mediante la realización, en consecuencia, de “grandes acontecimientos” para lograrlo.

De modo que en estos primeros meses de gestión del “Gobierno Provisorio”, partidos, gobierno y diversos factores de la vida nacional, parecen haberle dado una oportunidad a la democracia de la que tanto se ha hablado (especialmente la “civilidad democrática” desde 1936) y, más aún, luego del malhadado episodio del Trienio (1945-1948). Parece demostrar lo que el Profesor Juan Carlos Rey definió más tarde y en términos  teóricos-políticos, como “pacto de conciliación de élites”.

Pero llama poderosamente la atención que en esa misma localidad, el Dr. Quevedo hace la siguiente aseveración: “Necesitamos, en definitiva, una conciencia nacional, un país nacional”[7]. Nueve años antes, el 13 de marzo de 1949, el Coronel Marcos Pérez Jiménez les dice a los gobernadores de estado, con ocasión de una convención nacional de mandatarios regionales: “…nos ha faltado ese elemento fundamental en la vida de los pueblos que consiste en la formulación clara y precisa de un ideal nacional, capaz de obligarnos a un acuerdo de voluntades para su plena realización…”. O Pérez Jiménez se equivocó en la construcción de su “ideal nacional” o el Doctor Quevedo tiene otra “idea” de lo que significa el “país nacional”. En cualquier caso, consignamos ambas “propuestas” para ejemplificar que en el discurso político venezolano, aún entre partes irreconciliables, sin identidad de métodos, medios y fines, la invocación de la “unidad en torno a un ideal nacional” parece ser una constante. Las preguntas que surgen son: ¿Por qué no la logramos? ¿A qué clase de “unidad nacional” apunta quien la propone? ¿No será que cada quién tiene su propia y conveniente visión de la “unidad nacional”?

En junio de 1958, cinco meses después de la “partida” de Pérez Jiménez, cuatro del nombramiento del Dr. Quevedo y una misma cantidad de meses de la “manifestación de apoyo a la unidad nacional” expresada públicamente por los más importantes dirigentes políticos de entonces, el Ministro de Relaciones Interiores se dirige al pueblo venezolano en alocución de radio y televisión, persuadido de que la prédica de la “unidad” está dando frutos. Con absoluto optimismo y en el marco de una exposición filosófica-jurídica que debería sustentar la ley electoral, dice el Ministro a la nación:

“Dentro de este clima de unidad, propicio a las grandes realizaciones, a la sinceridad y al entendimiento, la Nación debe buscar y hallar una fórmula que al integrar o abarcar por igual a todas las corrientes políticas, sea prenda de estabilidad republicana. Esta fórmula nos permitirá deponer las ambiciones, los exclusivismos partidistas y las arrogancias personales o regionalistas y contemplar sin pupilas empañadas por el rencor, la impaciencia ni la precipitación, la imagen verdadera de la Patria…”[8]

En límpido lenguaje político republicano, el Dr. Quevedo hace manifestación de la búsqueda que debe motivar a los venezolanos ahora que se encuentran disfrutando de un clima “de sinceridad y entendimiento” propicio a las “grandes realizaciones”. Se trata de una “fórmula” que permita “deponer ambiciones, exclusivismos partidistas o regionales” y también las viejas “arrogancias”, y en una figura de giro elegantemente literario que utiliza el Ministro: “contemplar sin pupilas empañadas por el rencor, la impaciencia ni la precipitación, la imagen verdadera de la Patria…”. La fórmula se quedará en el laboratorio de las ideas y el rencor, las arrogancias, la impaciencia y la precipitación, harán su eterno trabajo nacional. Lo poético se quedará en las pupilas empañadas, pero por la tristeza que conlleva el desencanto: el 7 de septiembre de 1958, se produce el alzamiento de la Policía de Caracas, con la intencionalidad de hacer “definitivo” un gobierno distinto al “provisorio”.

Ocho días antes, el 29 de agosto de 1958, el Ministro, dentro de un discurso más amplio, hace esta declamación admonitoria, otra vez por radio y televisión, en virtud de que el gobierno tiene serios indicios de que se está preparando una “posible asonada”:

“Ahora sí podemos sin labio avergonzado decir con el Libertador: “Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa”, recordando a la vez conforme al mayor de nuestros oráculos, que solo un Gobierno temperado puede ser libre, que esta libertad legítima ha sido usada para honrar al hombre venezolano y perfeccionar su suerte y que, sin vacilaciones, nos hemos armado de una firmeza igual a los peligros cuando estos se han presentado amenazando la nobleza de las Instituciones, siendo así en todo, fieles a la visión del Padre de la Patria.”[9]

Echando mano, una vez más, del más puro lenguaje político republicano y con la invocación que pareciese colocar a todos los venezolanos (seamos políticos, militares, académicos o científicos, adversarios o enemigos) por encima de nuestras “pre-disposiciones”, esto es, en aquella "pre-disposición" construida al mejor estilo del “Padre de la Patria”, Simón Bolívar, Libertador, el Doctor Quevedo, no obstante sus denodados esfuerzos discursivos, luce como el Quijote de Don Miguel de Cervantes, advirtiendo a los gigantes hechos molinos, de sus sinceras intenciones unitarias. Nada logra y ya veremos cuando abordemos el punto, que ese “madrugonazo policial” casi le cuesta el puesto, la honra política e incluso su libertad. Fracasan estos nuevos “libertadores de ocasión” y la corriente fragosa continúa.

El 3 de octubre de 1958, apenas a un par de meses de la contienda electoral, la revista Momento se lanza con un editorial de antología, con motivo de la pugna agraz que se libra entre los partidos y en ocasión de la proximidad de la “campaña electoral”. Dice allí el editorialista:

“…en los partidos políticos empieza a despertarse una beligerancia peligrosa, una pugnacidad que puede precipitar la violencia con resultados imprevisibles. Las grietas que se venían observando en la Unidad son cada vez más profundas e irreparables. La esperanza del pueblo, acerca de un acuerdo de organizaciones políticas, se ha desvanecido justificando – lamentablemente – la desconfianza que surgió al dilatarse las conversaciones de mesa redonda.”[10]

Se estrelló “la identidad de propósitos” contra la férrea pared de la estulticia. Feneció “la unidad sacrificada por la Patria” que expresase escuetamente el Doctor Caldera. La “unidad que fue consigna de la Junta Patriótica”, según Betancourt, ha venido a parar, en solo cinco meses, al arcón de los trastos inútiles. El “entendimiento entre partidos” de Jóvito Villalba, es palabra que el viento se llevó. Y “el factor de unidad” que ofreció Gustavo Machado, se ha transformado más bien en “factor de discordia”. El editorialista de la revista Momento es admonitorio:

“Frente a esta situación se requiere – antes de que sea demasiado tarde – un solemne acuerdo de todas las fuerzas políticas para encaminar las actividades electorales en un ambiente de orden, de mutuo respeto y de serenidad. (…) Es absurdo y antivenezolano reeditar la encarnizada pugna del pasado. El desbordamiento de las pasiones puede dividir al país en facciones irreconciliables. La siembra del odio llevaría a extremos suicidas haciendo peligrar la libertad tan sangrientamente reconquistada el 23 de enero. Los partidos deben reflexionar ante esta tremenda responsabilidad evitando, con todos los medios a su alcance, la agitación y el tumulto. (…) La propaganda insidiosa y soez, la intimidación brutal y desenfrenada, el ataque a mansalva, la emboscada sangrienta, son frutos de una época que ha cancelado la historia.”[11]

Rodó la prédica del Ministro y la Junta; de nada valieron las promesas de los principales líderes de los partidos en liza. El desbordamiento de las pasiones”; “las facciones irreconciliables”; “la sombra del odio” todos estos signos expresados en contundentemente ilocucionarios actos de habla, se materializan en “la propaganda soez e insidiosa” que trae consigo “la agitación y el tumulto”, pudiendo venir con ellos “el ataque a mansalva” y “la emboscada sangrienta”. La proximidad al poder, así sea por vía electoral, resucita el mismo lenguaje que constituyó uno de los factores del desastre en la experiencia democrática, entre los años 1945 y 1948. Y el fablistán lo advierte.

A pesar del encono y lo contumaz de la pugna interpartidaria, en diciembre de ese año (1958) se efectúa el proceso electoral, siendo electo por amplia mayoría Rómulo Betancourt Bello. Sin embargo, en Caracas y en las primeras horas de concluidas las elecciones, grupos de votantes del candidato contrario con más chance de ganar, se niegan a reconocer el resultado. Se trata de algunos seguidores del Contralmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, quien previamente hubiese renunciado a la Junta para lanzarse a la contienda electoral y hubiese reconocido públicamente, desde un principio, el triunfo de Betancourt. “A venezolano no le gusta anotarse a perdedor” diría un viejo caudillejo decimonónico…

Como puede verse en este corto artículo, el camino del “Gobierno Provisorio” dista con mucho de haber sido un “lecho de rosas”. De aquellas, de las rosas de la “unidad nacional”, Quevedo y los que en Venezuela creyeron en sus encarnados y brillantes colores, terminaron obteniendo más bien las dolorosas espinas de la frustración. Pero aún queda camino por recorrer en este ejercicio evocador sobre el tiempo del “Gobierno Provisorio” de 1958 y habrá que expresar como el Quijote: “….Cosas veredes, Sancho…cosas veredes…”





[1] Quevedo, Numa; El gobierno provisorio. 1958. PENSAMIENTO VIVO. LIBBRERIA HISTORIA. Caracas, 1963. Pág.100.
[2] Quevedo…Op.Cit…Pág.104.
[3] Quevedo…Idemes…Pág.104.
[4] Quevedo…Ibíd…Pág.104
[5] Quevedo…Ibíd…Pág.104
[6] Quevedo…Ibid…Pág.34
[7] Quevedo…Ibid…Pág.37
[8] Quevedo…Ibid…Pág.42
[9] Quevedo…Ibid…Pág.55
[10] Quevedo…Ibid…Pág.70
[11] Quevedo…Ibid…Pág.71

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