En Venezuela resultó “natural” (y
aún en cierto modo sigue siendo así) la existencia de “segundos frentes” y muchachos escondidos por consecuencia, a quienes
se denominaban y aún se denominan “hijos naturales” como
si los “hijos legítimos” naciesen “por obra y gracia del Espíritu Santo”.
Veleidades discursivas de nuestro Derecho Civil (anclado en el Canónigo por
muchas “revoluciones” que hubiesen
acaecido), hubo de crearse ambas distinciones para preservar el derecho
inalienable al patrimonio material, de aquellos vástagos habidos en las comunidades
conyugales legales y no de hecho.
Afortunadamente y hace algunos años ha, ya no existen esas denominaciones
antipáticas y poco se mira o admira tal distinción hoy día. Pero hace apenas un
siglo, era estigma el apellido solitario luego del nombre de pila y aquellos
que así firmasen, eran referidos por lo bajo, esto es, a “sotto voce”, precisamente, como “hijos naturales”. Han de imaginar quienes llegaran a leer estas
líneas, como pudo haber sido hace casi tres centurias. Se condenó al anonimato
a muchos; se reconoció a regañadientes a otros; o se “endosaron” paternidades incómodas a terceros, mediante estipendios
generosos, matrimonios arreglados, manutención vitalicia o simple abuso de
poder.
En estas líneas vamos a examinar un conjunto de aquellos, específicamente
los que hubo de procrear Don Juan Vicente Bolívar y Ponte, progenitor (porque
lo de “padre” en el sentido de la
responsabilidad y el afecto, poco o tal vez nada) de Simón Antonio de la
Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, mejor conocido de manera más corta
pero mucho más meritoria como El
Libertador.
El referido Don Juan Vicente (parece que un “Don Juan” a todo trance), caballero de correrías sexuales intensas,
de afectos tumultuosos y relaciones dudosas con más de una “señora”, casada o no, célibe e incluso en edad púber, fue sujeto
de una averiguación y posterior instrucción de expediente por parte del señor
obispo Don Diego Antonio Diez y Madroñero, Vicario de Cristo, Miembro del
Consejo de su majestad el Rey y visitador del Obispado de Santo Domingo, además
nombrado y confirmado obispo de Caracas, en el año del Señor de 1765[1].
La averiguación corría por causa del presunto delito de “mala conducta y amancebamiento” del que
fuese acusado Don Juan en principio por la señora María Josefa Fernández,
vecina de San Mateo, quien no solo le acusa de “vivir desarregladamente” con una muchacha de nombre María Bernarda,
de diez y seis años de edad y quien es “hija
natural de Juana de la Cruz” india mejor conocida como “La isleñita”. También teme la señora María Josefa por la
integridad de sus tres hijas, menores todas, ya que el referido Don Juan
Vicente es Teniente de Justicia, además de ser el propietario más rico de la
comarca, esto es, “hombre muy principal”
quien, valiéndose de tales atributos, abusa de aquellos para “hacerse de las muchachas que desea”, a los fines de satisfacer sus más “torpes deseos”.
Pero dejemos que sea Doña María Josefa la que se explaye en testimonio:
“…para conseguirlas (las muchachas)
se vale de su autoridad y poder llamándolas a su casa, valiéndose también para
ello de otras mujeres, sus terceras, que de su propio conocimiento, por la
amistad que siempre ha tenido en su casa y la frecuente comunicación de casi
todos los días, cuando reside en este pueblo, sabe bien que el tal es, aunque
ya de alguna edad, muy mozo, poco honesto en sus conversaciones y atrevido; por
lo que ella (…) siempre ha vivido cuidadosa de sus tres hijas que tiene,
llamadas Jacinta, la mayor, otra Margarita y la otra Rita, procurando tenerlas
a la vista y aconsejarlas para que no se dejasen engañar por él si por
casualidad alguna las encontraba solas como en efecto se lo ha pedido por sí
mismo y terceras personas siempre que se le ha presentado la ocasión, con todas
tres sucesivamente, según ellas le han contado afligidas de su persecución de
la que también le dieron noticia Juana Requena y Juana Baptista Cortés de quienes
dicho Don Juan Vicente se valió para que consiguieran de las hijas de la
testigo que condescendiesen a los torpes intentos de este.”[2]
El asunto no queda allí; no solo pretende Don Juan Vicente hacerse de las
niñas directamente o por intermedio de terceros, prometiendo dotar a alguna de
las hijas de María Josefa “de todo lo
necesario”, allá en su casa de La Victoria, sino también promete asignarle “una maestra que la enseñase”, cosa a la
que, definitivamente, la Fernández no consiente “persuadida de no ser buena su intención”. María Josefa va más
allá, esto es, refiere que el acusado Don Juan ha intentado violentar a una
dama joven en su propia casa. Al respecto acota en el mismo testimonio rendido
ante su ilustrísima señoría Don Diego Antonio Diez y Madroñero:
“Dijo además que la Margarita le
había contado a dicha Juana Baptista una noche que había estado para llamarla
aquella tarde para libertarse del estrecho en que la puso queriéndola violentar
dicho Don Juan, pues habiéndola encontrado sola y resistiendo ella la
pretensión deshonesta, la cogió de una mano y por fuerza intentó meterla en el
dormitorio y forcejeando le dijo que gritaría si no la dejaba, con lo cual y
haber sentido tal vez que una hija de la referida Juana Baptista se llegaba a
la casa, la dejó y se salió muy bravo y que lo mismo contó a la deponente la
expresada Margarita…”[3]
La misma Margarita Carmona
Fernández, la “Margarita” referida
por María Josefa, comparece días más tarde ante su señoría afirmando “…que le consta ser don Juan Vicente Bolívar
deshonesto, ya por haber oído decir que mantiene mala amistad con la india de
doctrina María Bernarda y que en ella ha tenido hijos, ya por lo mucho que a la
testigo persiguió…”, añadiendo luego “…dándole
a entender a ella misma sus deseos deshonestos, y últimamente por haberla
querido forzar una tarde del año pasado que la encontró sola en su casa…”[4]
Menudo personaje este Don Juan en materia de satisfacer sus apremios
viriles y a como dé lugar. De este testimonio de la Margarita, rescatamos una
información interesante para estas breves líneas: como resultado del
amancebamiento de María Bernarda con Don Juan y a pesar de su muy corta edad, “…ha tenido hijos…” primer indicio de
que, hasta este momento, Simón Bolívar tuvo por consecuencia unos medios
hermanos hijos de la joven mestiza. Más adelante veremos como la historia
colonial de los Bolívar, “sepulta” por mano directa de Don Juan Vicente, estos
medios hermanos, fraguando “un
conveniente matrimonio”.
Cuando Don Juan decline en su vida terrenal, declarará como “hijo” a un joven de nombre Agustín
Bolívar, nacido en Maracaibo, durante “sus
años mozos” y sin nombrar a la madre, se afirma se trató de una “dama principal de aquella ciudad” pero,
se reitera, no identificada plenamente en su testamento. Deja Don Juan bienes a
este Agustín pero nunca más reconoce haberlo vuelto a ver, por supuesto al
igual que su señora madre. De modo que
este es otro “hermano” de Simón
Bolívar. No sabemos si el propio Libertador hubo de tener alguna vez contacto
con aquel durante los tiempos de la gesta emancipadora o acaso antes.
Pero continuemos con la causa que se le sigue en 1765, a este, sin duda
alguna, “Bolívar gozón”. Dentro de
los muchos testimonios que hacen abundoso el prontuario de abuso sexual de don
Juan Vicente Bolívar, hay un caso que, en cierta medida, lo dispensa, acaso por
el contubernio voluntario de la dama con el noble caraqueño, concretamente en
sus andanzas de lo que hoy pudiéramos definir “audazmente” como “pederasta
violador”[5].
Se trata del asunto de doña Josefa María Polanco, caso que en los términos
del propio expediente, se conoció como “La
Polanco”; la doña de marras no solo
es meretriz de oficio, sino que también ejerce la profesión más antigua del
mundo con absoluto descaro, aprovechando el sueño e ignorancia de su conyugue,
con todo aquel que puede hacerle alguna clase de bien adicional, aun estando “felizmente casada”. En tal sentido, “La Polanco” sirve a Don Juan en calidad
de “celestina de muchachitas” que
pone a disposición de “su empleador”
para su conveniente y oportuno goce, así como el disfrute de sus propios
encantos personales cuando no dispusiese de “mercancía
fresca”. A resultas de “tales
tratativas” la doña Polanco termina pariéndole una hija al referido Don
Juan. Otra hermana más, de la que se tenga noticia, le sale al Libertador.
Veamos…
El 19 de marzo de 1765, el Bachiller secretario que asiste al señor obispo
Diez Madroñero, en la visita que se hace a esta población de San Mateo, deja constancia
escrita de los procederes de “La Polanco”:
“…el ilustrísimo señor don Diego
Antonio Diez Madroñero, mi Señor, digno obispo de esta diócesis, del Consejo de
su Majestad, tuvo conocimiento de que Josefa María Polanco desde su mocedad,
siendo soltera y casada y al presente mayor de edad, ha vivido y aún vive en
mala amistad con varios hombres, de cuyo ilícito comercio tuvo dos hijos que
mantiene grandes y en los años próximos, pasada ya a viuda, otros dos viviendo
al presente la una de ellos con escándalo y mal ejemplo consiguiente a su
notoriedad…”[6]
Acumula pues esta averiguación a la causa que se sigue al travieso de Don
Juan, cuando se asienta que “La Polanco”
luego de haber vivido como lo ha hecho, una de las relaciones que mantiene hoy,
la lleva “con escándalo y mal ejemplo”
dada la notoriedad del personaje de quien se trata. Procede entonces raudo el
obispo a tomar declaración a testigos que han conocido de vista, trato y comunicación
“a la misia Polanco”.
La primera en deponer testimonio es Juana Tomasa Díaz, quien hace saber, no
sin antes jurar por Dios decir toda la verdad y nada más que la verdad:
“…que con el motivo de su casamiento
la depositaron habrá como cinco años en la casa de Josefa María Polanco, a
quien sirvió en ella con este motivo sobre cuatro meses hasta que se casó, y en
ellos vio frecuentar la casa de aquella
estando casada y su marido muy achacoso, a un caballero cuyo nombre expresó, y
se reserva, y comiendo muchos días juntos a la mesa al tiempo de dormir el
marido la siesta, aquél y la otra Josefa María se entraban en otro cuarto y
mantenían, así cerrada la puerta, mucho tiempo y algunas noches que tal sujeto
con la amistad que profesaba en la casa, se quedaba a dormir, y advertida la
testigo se juntaban a solas como entre siesta, por lo cual algunas llanezas que
vio de juegos entre los dos y mantenía la casa de todo lo necesario regalando
azúcar, papelones, maíz y trigo, dándole también a la Josefa María dinero,
estuvo siempre con el conocimiento de que el trato entre los dos era pecaminoso
y ella, en particular, mala mujer, pues antes de casarse también estuvo con
otros hombres, cuyos nombres no sabe…”[7]
Juana Tomasa no deja bien parada a “La
Polanco”, deslizando además que existe un caballero, principal por los
obsequios y el dinero con el que dota a Josefa María, que la frecuenta y con la
que sostiene “un trato pecaminoso”; la
testigo “expresa su nombre” pero pide
reserva en la transcripción del testimonio. El nombre es Don Juan de Bolívar.
El testimonio de Tomasa arroja más luz sobre el tema que tratamos en estas
líneas:
“…y después de viuda ha oído decir
que ha parido dos veces y que ahora está criando una niña, habiendo escuchado
así mismo la testigo ser hija del sobredicho caballero, con quien la vio
comunicar, según deja dicho cuando casada…”[8]
Y “clava el último clavo” sobre
el libérrimo ataúd de las fogosidades de “La
Polanco”, sobre la que terminará cayendo la pena del Hospicio[9]
por residencia y depósito:
“…que la Josefa María Polanco estuvo
peleada con Paula Flores, soltera de la Sabana de Caballero, celosa de que esta
hubiese tenido un hijo de su mancebo. Que era todo cuanto tenía que decir y que
la mala vida y escándalo de Josefa María Polanco era público y notorio…”[10]
De modo que existe otra señora y con hijos. Se trata de la india Paula
Flores, quien parece que también le ha parido unos hijos al caballero y quien también
provee a aquella casa de los bienes necesarios.
Sobre el asunto de la Flores y sus hijos y la pelea con la Polanco, por
aquello de la niña cuya paternidad se atribuye al caballero “muy principal”, testimonian María
Asención Silva, la india Josefa Guaruta, María Matea Cuello, María Luisa y,
finalmente, el propio hermano de la Polanco, José Polanco. Dice la señora Silva
que “…solo sabía que tenía hijos antes de
ser casada y al presente, después de ser viuda, una niña…” no sin antes
referir de manera directa que el caballero que frecuentaba a la Polanco “…vivía también en mala amistad con Paula
Flores, en la Sabana del Medio (…) y
que había tenido un hijo por lo que tuvo celos la Josefa María Polanco, y
estuvo reñida con ella por un tiempo.” Ratifica la india Josefa Guaruta que
“…también estuvo reñida la Josefa María
Polanco con Paula Flores, por haber entendido había tenido con ella un hijo,
dicho su mancebo el cual mantenía la casa de todo lo necesario.”[11]
María Matea Cuello ratifica el testimonio de María Asención Silva,
refiriendo a la niña recién nacida, luego de la viudez de la Polanco. Pero es
María Luisa la que detalla la cuestión de la paternidad de la niña. Dice en su
testimonio: “…que vivió (María Luisa) en
una casilla de ella inmediata a la de su vivienda (la de la Polanco), vio
entrar con mucha frecuencia a la persona distinguida que nombró, y se reserva,
y que habiendo parido la niña que tiene, llamó a la testigo aquella y la dijo
que era del propio sujeto…” [12]
Finalmente atestigua José Polanco, como ya indicásemos, hermano de la
reiteradamente señalada, en los
siguientes términos: “…no obstante ser ya
como de cuarenta tres años (la Polanco), se mantenía concubinada con el sujeto
que nombró, y se reserva, y de su amistad ha resultado tener después de casada
la hija que parió el año pasado.”[13]
En los testimonios citados, se observa el uso de la fórmula discursiva “…que nombró y se reserva…”, por ella se
entiende que quien rinde testimonio ha nombrado a la persona ante el Señor
Obispo y su secretario, quien redacta el documento, pero ha solicitado la
reserva del nombre citado en el expediente escrito, por tratarse de caballero “muy principal” y, por ende, de “mucho poder”. El temor por las consecuencias,
de saberse que se había hecho referencia directa al nombre de un poderoso,
obligaba a las autoridades que instruían causas de esta naturaleza, a guardar
las propiedades e integridad física de los declarantes, omitiendo en las
deposiciones citadas el nombre del poderoso caballero, porque, al fin y al
cabo: “poderoso caballero es don dinero”.
De los testimonios anteriores, se infieren otros dos “hermanos” de El Libertador,
la niña de la Polanco y el niño de la Flores. Pero como nos dice el Doctor
Alejandro Moreno Olmedo: “Diez Madroñero
reseñará, fuera de este documento, otros muchos casos en San Mateo, en La Victoria,
en Turmero y en Maracay, para atenernos solo a esta visita y a los valles de
Aragua.”[14]
De modo que pudo haber tenido montones de medios hermanos, más allá de los
legítimos conocidos de Vicente, María Antonia y Juana. Buena cantidad de “Bolívares” sueltos como sencillo por
todas las comarcas por dónde hubiese andado el “Don Juan” de Don Juan Vicente Bolívar, agostado por sus apremios
viriles incontenibles. María Bernarda y Josefa María fueron condenadas al
Hospicio. Ambas se fugaron, la primera dos veces, una de la casa de Isabel
Monroy y otra del propio Hospicio; y la segunda del Hospicio propiamente dicho
y a pocos días de recluida. Ambas lo hacen con apoyo externo y la figura de Don
Juan Vicente Bolívar se deja ver tras la sombras del escape. Cuando “reaparece” María Bernarda, lo hace “felizmente casada” con un señor
bastante mayor a ella y quien “recomienda”
el señor Teniente de Justicia: Don Juan Vicente Bolívar. Josefa María Polanco cae
bajo el patrocinio del señor Teniente, quien promete “el eterno arrepentimiento de sus pecados y el recogimiento a una vida
ausente del escándalo” diríamos hoy: zamuro cuidando carne…
Hemos visto entonces que “varios y no
pocos” los “hermanos” que legara
el padre de Simón Bolivar, El Libertador, a tan grande hombre. No sabemos si se
tropezase alguna vez con alguno de ellos o si alguno, por aquello de la “voz de la sangre” se fuese tras la
turbamulta patriota para cuidarle o velarle el sueño. Lo cierto es que esa
impronta criolla del “hijo regao por allí”,
no fue y no será (aún sigue existiendo, como lo atestigua el doloroso dato
estadístico de los miles de niños abandonados) privativo de las clases
populares.
Extendido sobre un fenotipo caribe y castellano a la vez, que se hace
africano a fuer de práctica y sello en un crisol de razas que constituye
nuestra especie media, se hace carta de presentación de un pueblo, sus próceres,
políticos de oficio, aventureros y soldados, identificando nuestro gentilicio
de forma tristemente palmaria. Viva
Bolívar, sí, viva la Patria, sí, pero vivan también nuestros pecados que bien
cerca los tenemos y en el alma los llevamos.
[1] “Entre los obispos venezolanos del tiempo
precedente a la independencia, la segunda mitad del siglo XVIII, se destacan
Diez Madroñero y Mariano Martí (…) quienes gobernaron seguido la diócesis
caraqueña marcando con su impronta todo un período, treinta y seis años, de
1756 a 1792.” Moreno Olmedo,
Alejandro; Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal. Expediente a
don Juan Vicente de Bolívar. BID&CO.EDITOR. Caracas, 2006.Pág. 30.
[2] Op. Cit. Moreno Olmedo.
Pág.46.
[3] Idem. Moreno Olmedo.
Pág.46.
[4] Ibíd. Moreno Olmedo. Pág.
48.
[5] Y decimos “audazmente” porque no existía el delito
como tal. Acaso podría establecerse suerte de comparación entre el “forzamiento de niñas menores libres” pero
el “forzamiento o violentamiento” no
podría haberla invocado el esclavo o el manumiso porque no se le reconocía el “intuito personae”, siendo el amo el
propietario de toda dignidad, si acaso se le reconociese por vía religiosa. Se
remonta además a la Edad Media, el derecho del señor feudal a la posesión
primera de la virginidad de las siervas de su feudo, incluso el primer coito al
estar próxima a casarse una doncella; conocido como “Derecho de Pernada” era derecho exclusivo del señor feudal su
ejercicio, sin anteposición de reclamo alguno por parte de autoridades reales o
religiosas. Ese “Derecho de Pernada”
se extendió a las posesiones ultramarinas, en el caso del Imperio Español y
tanta fue su práctica, que se extendió, por ejemplo, a los grandes propietarios
agrarios mejicanos durante el siglo XIX. En otras regiones del mundo, por
ejemplo la Norte América anglosajona del siglo XVIII, la violación era práctica
común sobre sirvientes, manumisos e incluso mujeres de bien, como bien lo hace
notar la escritora canadiense Diana Gabaldón en sus conocidas novelas
históricas, hoy llevadas a la televisión bajo el nombre de “Outlander”.
[6] Ibíd. Moreno Olmedo.
Pág.100.
[7] Ibíd. Moreno Olmedo.
Págs. 100 y 101.
[8] Ibíd. Moreno Olmedo.
Pág.101
[9] El Hospicio no era solamente para socorrer a quien requiriese de
alguna atención económica o suerte de socorro, también servía de prisión para “depositar” allí a las mujeres incursas
en delitos menores o actos considerados pecaminosos por la Santa Madre Iglesia,
según indicasen sus más altos dignatarios, luego de causas seguidas conforme a
Derecho Canónico.
[10] Ibíd. Moreno Olmedo.
Pág.101
[11] Ibíd. Moreno Olmedo.
Págs. 102-106.
[12] Ibíd. Moreno Olmedo. Págs. 105-106.
[13] Ibíd. Moreno Olmedo.
Págs.105-106.
[14] Ibíd. Moreno Olmedo.
Pág.100