El trío mejicano de cantantes “Los Panchos” legó una importante
cantidad de piezas inolvidables al
repertorio de la música popular hispanoamericana. Una de ellas titulada “El Mar y El Cielo” servirá, a través de
los versos que componen la segunda parte de su letra, al propósito de graficar
el asunto de las “dobles agendas” en
la contienda política venezolana contemporánea, misma que nutre casi
permanentemente la historia política nacional. Sí, en efecto, la cadencia
musical de “Los Panchos” provee
también a nuestra histórica conflictividad política hispanoamericana, no solo
del fondo trágico que sus ocurrencias tienen, cuando se trata de situaciones
tumultuosas y atrabiliarias, sino cuando, “alegres”
por su impronta, adquieren la naturaleza de verdadero “corrido mejicano”.
El Mar y el Cielo se ven igual de
azules y en la distancia, parece que se unen…
Al ritmo de la cadenciosa voz de “Los Panchos” comenzamos a transitar nuestra
historia política contemporánea, específicamente desde 1936, año tumultuoso del
gobierno del General Eleazar López Contreras. Luego de haber enfrentado un
final de año (19 al 31 de diciembre de 1935) con 26 conflictos, que dieron como
resultado algunos muertos y buen número de heridos, además de propiedad pública
y privada saqueada y destruida, el General López enfrenta entonces la
turbamulta de 14 de febrero de 1936, la manifestación vespertina multitudinaria
de ese día y la recepción en Palacio de una comisión que le presenta un pliego
de peticiones. A lo largo de esa apretada ocurrencia de sucesos, se han venido
manifestando dos formas de “civilidad”,
entendiendo por esta última denominación, aquel movimiento que aspira darle al
país (y a su conducción) un peso “civil”
mucho mayor, esto es, una presencia de “civiles” que por oposición a los “militares” (que representan la dupla tiranía-despotismo) pudiese representar
lo “más capaz e idóneo” para sacar al
país del tutelaje castrense semifeudal en que ha estado por más de 40 años e
introducirlo a la definitiva modernidad, era en la que, desde antes de las
postrimerías del siglo XIX, ya vivían las naciones más civilizadas del
continente.
Esas dos formas de civilidad bien
pudiesen ser definidas como la Civilidad
Democrática Conservadora y la Civilidad
Democrática Radical. A la primera se adhiere lo más granado de la
intelectualidad caraqueña, integrada por
artistas, literatos, afamados profesionales universitarios, pequeños y medianos
comerciantes; a la segunda, estudiantes, líderes obreros de actuación colectiva
clandestina, políticos de partidos proscritos (caso del entonces recientemente
fundado Partido Comunista de Venezuela) y jóvenes líderes políticos en proceso
de eclosión que sin tener militancia alguna, ya despuntaban en el firmamento,
todavía vacío de estrellatos, en cuanto a líderes políticos nacionales.
La Civilidad Democrática Conservadora está dispuesta a negociar con el
General López Contreras e incluso ayudarlo en su gestión de Transición, si con ello allana el camino
hacia un gobierno democrático, pulcro en el manejo de los bienes nacionales y
dispuesto a introducir elementos modernizantes en la conducción de la cosa
pública. La Civilidad Democrática Radical
no hace concesiones: la “Revolución”
es su camino. López es un capitoste del Gomezalato y debe “morder el polvo” con sus “torturadores,
carceleros y sigüises” quienes, junto a él, “deben sucumbir en sus ergástulas antes de echarlas abajo”. Dos
expresiones de Civilidad que, como el
mar y el cielo se ven igual de azules, y en la distancia parece que se unen,
pero sus “agendas” son distintas y
ambas las perseguirán con obstinación.
…Mejor es que recuerdes que el
cielo siempre es cielo…
El General López Contreras logra que el
Congreso Nacional (logro al que restan sus enemigos todo valor, al ser aquel
una expresión artificial de un verdadero Poder Legislativo, tratándose los parlamentarios
de funcionarios públicos al servicio del Ejecutivo y el Poder Judicial) apruebe
un estatuto electoral para convocar a la población a la elección directa,
secreta y universal del Poder Municipal, que luego de constituirse, deberá
escoger de su seno los Diputados y Senadores que habrán de constituir a su vez
un nuevo Congreso Nacional, cuerpo legislativo que, finalmente, tendrá la
responsabilidad de elegir al próximo Presidente de la República para 1941. Mientras
la Civilidad Democrática Conservadora
se incorpora activamente a la campaña electoral que se inicia, a la difusión de
sus “bondades” de cara al futuro e
incluso alguno de sus más connotados representantes hacen parte del tren
ejecutivo, la Civilidad Democrática
Radical, en uso de una “doble agenda”
participa con candidatos en el proceso electoral que se avecina, organiza
partidos políticos, funda sindicatos y hace campaña, mientras, por debajo, organiza huelgas, una de
ellas de carácter general, actividades tumultuarias y una paralización de la
industria petrolera foránea, confesando más tarde por boca de sus más
importantes dirigentes, que todas estas actividades tienen por objeto afectar
la gobernabilidad nacional e incluso provocar el derrocamiento del General
López.
Los comicios se realizan. Juan
Oropeza, Gonzalo Barrios y Jóvito Villalba, relevantes figuras de la Civilidad Democrática Radical, son electos
parlamentarios bajo el esquema expuesto en el párrafo anterior. Barrios y
Oropeza como Diputados y Villalba, Senador, termina su elección siendo anulada
por “haberse comprobado fehacientemente”
su militancia comunista, expresamente prohibida por el inciso VI, del Artículo
32, de la Constitución Nacional reformada y vigente. El 13 de marzo de 1937, el
Gobierno Nacional por intermedio de su Primer Mandatario, decreta la expulsión
de 42 líderes de la Civilidad Radical
(entre ellos, por supuesto, Barrios, Villalba y Oropeza) por la misma “flagrante violación” a un precepto
constitucional, incompatible con el ejercicio pleno de los derechos políticos
en el contexto de una “Democracia Moderna”.
A pesar de su “doble agenda” la Civilidad Democrática Radical, tiene que
recordar con amargura que “…el cielo siempre es cielo…”
…Que nunca, nunca, nunca, el mar
lo alcanzará…
Corre el mes de septiembre de 1945. El
flamante partido Acción Democrática, llevado por su líder máximo y más importante
fundador, Rómulo Betancourt Bello, celebra sus primeros cuatro años de vida política.
Betancourt, vuelto a Venezuela luego de su exilio en 1939, para 1945 disfruta plenamente
de sus derechos políticos, libre además de presión y apremio. AD es el partido
que lidera buena parte del acontecer político nacional y es adversario contumaz
del Partido Democrático Venezolano, el partido gobernante fundado por el
General Isaías Medina Angarita. Betancourt, a espaldas de su militancia y en
uso de la “doble agenda”, hace rato
que ha hecho contacto con la Unión Militar Patriótica, un grupo de jóvenes
oficiales del Ejército que, en la eventualidad de una rebelión contra el
gobierno del General Isaías Medina Angarita, han propuesto al líder accióndemocratista
asumir la Primera Magistratura Nacional. Rómulo hace uso eficiente de su ya
referida “doble agenda”: por arriba participa en política,
organizando mítines, dando conferencias, concediendo entrevistas, escribiendo
en la prensa, buscando y juramentando prosélitos. Por debajo: preparándose con los
militares para el asalto al poder en la primera oportunidad que se
presente.
El 19 de octubre de 1945,
Betancourt, como resultado de una rebelión militar producida al borde de su
aborto por accidente, es el flamante Presidente de la Junta Revolucionaria de
Gobierno. Emprende importantes reformas nacionales, bajo el apremio permanente
de los militares, algunos de los cuales tratan de derrocarlo. Todo el tiempo ha
hecho uso de la “doble agenda”; con
sus adversarios políticos, por ejemplo COPEI; con sus contrapartes en las
oligarquías aún no fenecidas; con los
grupos sociales y la Iglesia Católica: a todos los llama, por arriba, a cooperar, al entendimiento y la cooperación. Por debajo, su partido los presiona, los
persigue y, en no pocas ocasiones, hace uso de la violencia política sin tasa y
medida. A todo lo largo de su Trienio
(1945-1948), aún después de electo el Maestro Rómulo Gallegos, primer
Presidente Constitucional de la República por elección directa, universal y
secreta de todos los venezolanos, Betancourt ha tratado de influir políticamente
en las Fuerzas Armadas, generando a su interior una campaña soterrada de
división. El 24 de noviembre de 1948, Betancourt, su partido y, tristemente, el
Maestro Gallegos, como pasajero sin culpas directas en este buque de bandera
difusamente filibustera, entienden con amargura que el cielo siempre será el
cielo y “…nunca, nunca, nunca, el mar lo
alcanzará…”
“…permíteme igualarme con el
cielo que a ti te corresponde ser el mar…”
Desde 1959 hasta su muerte en los
inicios de los años 80, Rómulo utilizará su esquema de “doble agenda” tanto en las pugnas internas de su partido, donde
enfrenta con éxito dos importantes divisiones, como con sus sempiternos
enemigos “los comunistas”, quienes
también en su larga confrontación con los adecos (y luego con los copeyanos)
harán uso permanente de la “doble agenda”.
Mientras por un lado “convocan al respeto
por los derechos del pueblo” y “la
integridad física de sus pacíficos militantes”, por el otro organizan
rebeliones, asonadas, atentados y acciones de terror, que culminan en una
abierta lucha armada contra los gobiernos sucesivos. En todo el tiempo que
permanece en el poder la Democracia de
Partidos, la “doble agenda” se
ejerce contra sus enemigos “comunistas”
y vencidos estos por la “persuasiva vía
metálica”, ejercida mediante la repartición ingente de “plomo y plata”, la usan los
partidos consistentemente durante sus propias pugnas interpartidarias. Siempre
quien tuvo el poder y vencida su contraparte mediante el esquema de la “doble agenda”, se “igualó al cielo” y su adversario, inexorablemente, “le correspondió ser el mar…”
Hoy estamos en una situación
equivalente. El gobierno del Presidente Nicolás Maduro (y particularmente él)
son obsesivos en el uso de la “doble
agenda”. Tras innúmeras convocatorias a la paz, al respeto por “los derechos humanos” y,
adicionalmente, en una letanía constante hacia el “respeto por el orden constitucional”, encarcelan, allanan,
persiguen, ilegalizan y conculcan los derechos políticos tanto de la oposición
política como de los venezolanos. Y sus contrapartes oposicionistas, en una
súplica constante por la “integridad del
hilo constitucional”, por debajo han organizado paros, golpes, sabotajes de
diversa índole y acciones paramilitares en contubernio con sus “aliados por convención” del otro lado
de la frontera occidental de Venezuela.
Cada uno, a su tiempo, sueña con
culminar el bolero de “Los Panchos”
con los dos últimos versos de su estrofa final:
“…permíteme igualarme con el cielo,
que a ti te corresponde ser el mar…
Mientras los venezolanos de a pie, siguen implorando al cielo por una solución y ahogándose en el mar de la incertidumbre, a l no
ver ninguna esperanza a la vista. Mientras
tanto en el cielo como en el mar, vuela y navega una excelente nave multipropósito:
la sempiterna “doble agenda”…