“Abril” es el cuarto mes del año. Para quienes disfrutan de su
fecha onomástica en este período, es un mes de “conmemoración”. Para las naciones que tienen en su haber
histórico, fechas fundamentales en “abril”,
ya saben de los muchos exordios que se dirán en su contexto. Tan importante sea
la fecha para sus coetáneos, tan importante y “provechosamente política” será su oportuna recordación discursiva.
En Venezuela hay un “abril” común a
todos los venezolanos. Pero hubo muchos más “abriles”
y muchas más promesas, exordios, discursos y rememoraciones. Unos quedaron
ocultos tras la fronda del pasado, por negligencia supina o el “conveniente entierro” por actores
posteriores; otros aún perviven, para unos como “resucitación después de la muerte”; para otros como muestra del
fracaso por tozudez; y para unos terceros como victorias que hay que recordar
de cotidiano, en curiosa serie de
números primos: “…cada once, tiene su
trece…”
El “abril” común a todos los venezolanos, es el 19 de abril, fecha de
nuestro “Grito de Independencia” o
que volvimos “Grito” con ocasión de
las ocurrencias que devinieron ese día, para más señas y casualmente “Jueves Santo”, prolegómeno católico de
la “Pasión de Cristo”, lo cual
pudiese haber implicado el nacimiento de una “patria propia” bajo el sino, precisamente, de la “pasión”. Y luego de convertirnos en
República, selló su suerte al trocarse en “fecha
patria”, al ser considerada entonces parte de la génesis de la “nación propia” que se fundase en 1830,
merced del movimiento separatista de Colombia, al frente del cual se colocase
el General José Antonio Páez. Ese “abril”
es de todos, no de una facción, no de un color, no de un partido o una
peregrina idea: nos pertenece por igual a
todos los venezolanos que tengamos “por pasión” a esta tierra de gracia.
Ahora bien, entre tantos “abriles” existen al menos dos que
nacieron de la turbamulta, del atajo, de la propia convicción de quienes
creyéndose “vencedores de los tiempos”,
prorrumpieron en la realidad confiados de su victoria. Unos se mantuvieron por
más de cuatro lustros en el poder, luego de su “jugada maestra”; otros como Cristo y los romanos, tuvieron sus
tres días. Unos resucitaron y otros, perplejos, vieron resucitar un nuevo “Mesías” al tercer día. Quince años más
tarde, muchos venezolanos cargamos “la
cruz” y tenemos “las manos cubiertas
de las heridas de los clavos” porque el “Mesías”
no fue tal y han quedado una gleba de “centuriones,
pretores y lictores” para imponernos un doloroso vía crucis hasta nuestro
propio “Golgota” cotidiano.
Pero regresando al tema, el segundo de esos “abriles”, por cierto hoy condenado al
olvido, es el 27 de abril de 1870. Antonio Guzmán Blanco, el tercer líder
carismático del tiempo histórico venezolano (desde nuestro punto de vista
científico político), había desembarcado en febrero de ese año, por allá en
Curamichate. Venía al frente del ejército que se proponía batir a la “oprobiosa oligarquía goda”. Los
Monagas, tío y sobrino, y su “detentadote”
Guillermo Tell Villegas, debían poner “pies en polvorosa” porque Guzmán, para
no variar en nuestra “épica histórica”,
venía más “guapo y apoyao que nunca”. Y,
ciertamente, el 27 de abril, se coronó en gloria victoriosa, entrando a la Caracas
que siempre le fuese “obsequiosa a
regañadientes”. Desde ese entonces aquella turbamulta quedó bautizada bajo
ese “primaveral” epónimo: “Revolución de Abril” y sus
protagonistas, por consiguiente, como “Héroes
de Abril”. Guzmán lo hace rememorar de ahí en adelante y en un par de
ocasiones no deja de mencionar su “ínclita
trayectoria” como Jefe Militar de la contienda, pero, sobre todo, cita muy
de seguido la importancia esencial que para la “Venezuela civilizada” llegase a tener aquella fecha, en los
prolegómenos de su “nueva gloria”,
continuación inequívoca de la “verdadera
gloria de Bolívar”. “Abril, Gloria in
excelsis Guzmán Blanco.”
En una de aquellas “ocasiones de rememoración” dice “El héroe de Abril”, ante el Congreso de
Representantes Plenipotenciarios de la Unión:
“Ciudadanos
Plenipotenciarios de los Estados, reunidos en Congreso: Este es uno de los más
grandes días de la causa liberal de Venezuela. Con vuestra instalación en
Congreso, los Estados ratifican la revolución a que los pueblos tuvieron que
ocurrir contra la postrera usurpación de la oligarquía. Yo me congratulo
además, porque, como conductor de los últimos sucesos, veo sellada la parte
principal de la grande obra que la mayoría de mis conciudadanos me confiara.”[1]
Como todos “los resultados” de nuestras “causas
abrilescas” para Guzmán no queda la más mínima duda que esta “reunión de plenipotenciarios de los Estados”,
merced de la victoria de la “Causa de
Abril”, es “uno de los más grandes
días de la causa liberal” y es ella además de “representativa de los pueblos”, la ratificación de la lucha
revolucionaria a la que tuviesen que ocurrir forzosamente “contra la postrera usurpación de la oligarquía”, correspondiendo a
él, el máximo héroe de aquel abril, ver “sellada
la grande obra que sus conciudadanos le confiaran”. “Pueblos”, “revoluciones”, “oligarquías oprobiosas” y “magnas obras”,
voces y locuciones que apelan a la grandeza de un “abril”, en este caso de 1870, ya parte de la noche de los tiempos,
olvidado en algún rincón obscuro de nuestra común impronta histórica y solo
sujeto de “rememoración” en el
estricto ámbito académico.
Seis años más tarde, en 1876,
Guzmán reitera, ante la inminencia de la “elección”
de un nuevo mandatario “independiente”,
merced de la “voluntad de los pueblos”,
representados en el Congreso de la Unión, que todo aquel “progreso ciudadano” es un resultado incuestionable de la “bien amada Causa de Abril” porque:
“… sea que la elección resulte hecha por los
Estados, sea que tenga el Congreso que perfeccionarla, no abrigo la menor
inquietud, porque es seguro que los otros candidatos con sus respectivos
círculos, así como los que ahora dejamos el Poder, y los pueblos todos,
sostendremos al que resulte legalmente elegido, vitoreando la última y
definitiva evolución de la Causa de Abril, porque deja consumada la inmortal
Regeneración de la Patria.”[2]
De nuevo la “Causa de Abril”, el respeto a la “elección legítima” y al sostenimiento colectivo de quien resultase
electo, porque así se deja “…consumada la
Regeneración de la Patria…”. Una promesa que no se cumplirá; la mentada “Regeneración de la Patria” que no tendrá en lo sucesivo ningún efecto,
sobreviniendo otras Revoluciones y otros “abriles”,
acaso por causas similares, sentidas como no cumplidas y tema esencial en lo
discursivo pero absolutamente contrarias en los resultados fácticos, una vez
consumadas las “nuevas creaciones”.
Réditos extraños de los eternos “arrestos
calurosos de abril”.
El otro “abril” que nos ocupa no es tan pretérito. Apenas han pasado tres
lustros de su ocurrencia. Se trata del 11 de abril de 2002. Luego del
advenimiento al poder de otra “creación
novedosa”, llegada allí por vías institucionales propias de la democracia
representativa, que pareciesen haberle servido de caballo de Troya, resulta
acaudillada por el último líder carismático (“por
ahora”) del tiempo histórico venezolano. Trocada en “turbamulta revolucionaria” (a fuer de discurso agresivo del líder
de turno, invectivas, imprecaciones contra los opositores, a más de cursos de
acción imprecisos, sumados a padrinazgos ideológicos tropicales, entonados a
ritmo de “son cubano”), un nutrido
grupo de políticos, militares, banqueros y empresarios, con el apoyo “multitudinario” de una clase media en
vías de su “desbarrancamiento natural”
en un país donde la estructuración social está atada a la dependencia del
chorreo financiero del petróleo y, este último, merced de un sistema político
prebendario, se apresta a la tarea de “derrocar”
al líder carismático vía manu militari.
Y dicen el 11A (por utilizar una
terminología “tres modé”) los
militares complotados, en un manifiesto que leen por televisión, por cierto en
la primera “cadena nacional privada”
de Radio y TV: “Venezolanos, el
Presidente de la República ha traicionado la confianza de su pueblo, está
masacrando a personas inocentes con francotiradores; para este momento yacen
muertos y decenas de heridos en Caracas”. Correspondió la lectura de ese
comunicado al V/A Héctor Ramírez Pérez y para el momento de esa acusación al
Presidente, no había caído el primer muerto por acción de francotiradores,
según informó más tarde el mismo periodista peruano que graba el video en la
casa de un conocido fablistán local. Al día siguiente, en ese mismo “abril”, en flamante acto de “toma de posesión”, el igualmente “flamante nuevo Presidente” se
auto-juramenta cual monarca y un joven abogado aventurero, hace lectura de un
decreto que, siendo sin duda uno de los más grandes adefesios de la historia
jurídica contemporánea, disuelve “democráticamente”
el Poder Público Nacional (por demás legítimo y legal) ipso facto, mientras observa de soslayo a la concurrencia (que
grita, presa de histeria, clamando “libertad”)
con miradas ocasionales de siniestro regocijo. Habiendo tenido el decreto de
marras, en un principio, muchos “autores
de alta factura jurídica”, sobre todo mientras huele a “victoria”, tras la derrota queda en la más completa orfandad,
porque también el jurisconsulto de lemúrido rostro cruel que lo lee, le escurre
el bulto a la composición de sus extravagantes letras. Acaso se haya debido las
impredecibles consecuencias de los tórridos calores de “abril”…
Un nuevo “abril”, una nueva “promesa”,
una nueva turbamulta que de haber triunfado, habría convertido en “fecha patria” ese 11 para quienes se
hubiesen alzado con “el coroto”, pero
que, invariablemente, entró de todos modos en los “fastos patrióticos” de aquellos previstos a ser vencidos, luego de
la aparición del “líder resucitado”
entre una extraña bruma nocturnal de naturaleza mágica, durante una raramente
fría madrugada caraqueña de “abril”. A
lo Amaury Pérez Vidal, natural de la misma nación de donde provienen los “socios” de los vencedores: “Acuérdate de abril, recuerda. la limpia palidez de sus mañanas...”
De los tres “abriles” mencionados, los dos primeros se cubrieron de triunfo y
leyenda, mismas que se extendieron, en el caso concluyente del primero, hasta
nuestros días. El segundo, el 27 de la “Causa
de Abril” murió con un Ignacio Andrade en fuga (y no en tocata en re
menor), el último teniente de Joaquín Crespo y ambos “herederos políticos de Guzmán”, luego del triunfo de una nueva
ocurrencia tumultuaria, merecedora luego de sus propios “abriles”: la Revolución Liberal Restauradora, al mando del andino
Cipriano Castro.
El tercero se cubrió de vergüenza
para los perdedores y de triunfo para aquellos que, al tercer día, vieron
resucitar a su “Mesías” sin llagas en
las manos, ni pies; con su propia cruz, no al lomo sino en las manos, jurando
perdón y otorgando esperanzas tras prometedoras indulgencias...
Hoy estamos a las puertas de un
nuevo “abril”: el 19. En un sentido,
en medio de la concelebración que nos acompaña desde hace 207 años, que ha
sobrevivido, por ejemplo, a la “Causa de
Abril” y al fatídico (por donde se mire) 11 de abril de hace quince años.
En otro, viene cargado del mismo bagaje de esperanza, pero a la vez de
fatídicas presunciones. Los que van tras la esperanza, acaso lo hacen, una vez
más, tras un espejismo y los que esperan un 11, peor actuarán porque hay que
recordar que a diferencia de aquel “Mesías”
barinés, a estos in corpore presente
no los animan ni parábolas, ni proverbios, ni salmos, ni abluciones. Estos son centuriones, pretores y lictores, y solo
desean la preservación de los símbolos de su poder: “el yelmo, el hacha, el acero y la plata”, sobre todo “la plata”. Dios tenga misericordia de Venezuela en este nuevo “abril”.
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