17 de abril de 2017

Entre “abriles” te veas: 19, 27 y 11…

“Abril” es el cuarto mes del año. Para quienes disfrutan de su fecha onomástica en este período, es un mes de “conmemoración”. Para las naciones que tienen en su haber histórico, fechas fundamentales en “abril”, ya saben de los muchos exordios que se dirán en su contexto. Tan importante sea la fecha para sus coetáneos, tan importante y “provechosamente política” será su oportuna recordación discursiva. En Venezuela hay un “abril” común a todos los venezolanos. Pero hubo muchos más “abriles” y muchas más promesas, exordios, discursos y rememoraciones. Unos quedaron ocultos tras la fronda del pasado, por negligencia supina o el “conveniente entierro” por actores posteriores; otros aún perviven, para unos como “resucitación después de la muerte”; para otros como muestra del fracaso por tozudez; y para unos terceros como victorias que hay que recordar de cotidiano, en  curiosa serie de números primos: “…cada once, tiene su trece…”

El “abril” común a todos los venezolanos, es el 19 de abril, fecha de nuestro “Grito de Independencia” o que volvimos “Grito” con ocasión de las ocurrencias que devinieron ese día, para más señas y casualmente “Jueves Santo”, prolegómeno católico de la “Pasión de Cristo”, lo cual pudiese haber implicado el nacimiento de una “patria propia” bajo el sino, precisamente, de la “pasión”. Y luego de convertirnos en República, selló su suerte al trocarse en “fecha patria”, al ser considerada entonces parte de la génesis de la “nación propia” que se fundase en 1830, merced del movimiento separatista de Colombia, al frente del cual se colocase el General José Antonio Páez. Ese “abril” es de todos, no de una facción, no de un color, no de un partido o una peregrina idea: nos pertenece por igual a todos los venezolanos que tengamos “por pasión” a esta tierra de gracia.

Ahora bien, entre tantos “abriles” existen al menos dos que nacieron de la turbamulta, del atajo, de la propia convicción de quienes creyéndose “vencedores de los tiempos”, prorrumpieron en la realidad confiados de su victoria. Unos se mantuvieron por más de cuatro lustros en el poder, luego de su “jugada maestra”; otros como Cristo y los romanos, tuvieron sus tres días. Unos resucitaron y otros, perplejos, vieron resucitar un nuevo “Mesías” al tercer día. Quince años más tarde, muchos venezolanos cargamos “la cruz” y tenemos “las manos cubiertas de las heridas de los clavos” porque el “Mesías” no fue tal y han quedado una gleba de “centuriones, pretores y lictores” para imponernos un doloroso vía crucis hasta nuestro propio  “Golgota” cotidiano.

Pero regresando al tema, el segundo de esos “abriles”, por cierto hoy condenado al olvido, es el 27 de abril de 1870. Antonio Guzmán Blanco, el tercer líder carismático del tiempo histórico venezolano (desde nuestro punto de vista científico político), había desembarcado en febrero de ese año, por allá en Curamichate. Venía al frente del ejército que se proponía batir a la “oprobiosa oligarquía goda”. Los Monagas, tío y sobrino, y su “detentadote” Guillermo Tell Villegas,  debían poner “pies en polvorosa” porque Guzmán, para no variar en nuestra “épica histórica”, venía más “guapo y apoyao que nunca”. Y, ciertamente, el 27 de abril, se coronó en gloria victoriosa, entrando a la Caracas que siempre le fuese “obsequiosa a regañadientes”. Desde ese entonces aquella turbamulta quedó bautizada bajo ese “primaveral” epónimo: “Revolución de Abril” y sus protagonistas, por consiguiente, como “Héroes de Abril”. Guzmán lo hace rememorar de ahí en adelante y en un par de ocasiones no deja de mencionar su “ínclita trayectoria” como Jefe Militar de la contienda, pero, sobre todo, cita muy de seguido la importancia esencial que para la “Venezuela civilizada” llegase a tener aquella fecha, en los prolegómenos de su “nueva gloria”, continuación inequívoca de la “verdadera gloria de Bolívar”. “Abril, Gloria in excelsis Guzmán Blanco.”

En una de aquellas “ocasiones de rememoración” dice “El héroe de Abril”, ante el Congreso de Representantes Plenipotenciarios de la Unión:

“Ciudadanos Plenipotenciarios de los Estados, reunidos en Congreso: Este es uno de los más grandes días de la causa liberal de Venezuela. Con vuestra instalación en Congreso, los Estados ratifican la revolución a que los pueblos tuvieron que ocurrir contra la postrera usurpación de la oligarquía. Yo me congratulo además, porque, como conductor de los últimos sucesos, veo sellada la parte principal de la grande obra que la mayoría de mis conciudadanos me confiara.”[1]

Como todos “los resultados” de nuestras “causas abrilescas” para Guzmán no queda la más mínima duda que esta “reunión de plenipotenciarios de los Estados”, merced de la victoria de la “Causa de Abril”, es “uno de los más grandes días de la causa liberal” y es ella además de “representativa de los pueblos”, la ratificación de la lucha revolucionaria a la que tuviesen que ocurrir forzosamente “contra la postrera usurpación de la oligarquía”, correspondiendo a él, el máximo héroe de aquel abril, ver “sellada la grande obra que sus conciudadanos le confiaran”. “Pueblos”, “revoluciones”, “oligarquías oprobiosas” y “magnas obras”, voces y locuciones que apelan a la grandeza de un “abril”, en este caso de 1870, ya parte de la noche de los tiempos, olvidado en algún rincón obscuro de nuestra común impronta histórica y solo sujeto de “rememoración” en el estricto ámbito académico.

Seis años más tarde, en 1876, Guzmán reitera, ante la inminencia de la “elección” de un nuevo mandatario “independiente”, merced de la “voluntad de los pueblos”, representados en el Congreso de la Unión, que todo aquel “progreso ciudadano” es un resultado incuestionable de la “bien amada Causa de Abril” porque:

“… sea que la elección resulte hecha por los Estados, sea que tenga el Congreso que perfeccionarla, no abrigo la menor inquietud, porque es seguro que los otros candidatos con sus respectivos círculos, así como los que ahora dejamos el Poder, y los pueblos todos, sostendremos al que resulte legalmente elegido, vitoreando la última y definitiva evolución de la Causa de Abril, porque deja consumada la inmortal Regeneración de la Patria.”[2]
De nuevo la “Causa de Abril”, el respeto a la “elección legítima” y al sostenimiento colectivo de quien resultase electo, porque así se deja “…consumada la Regeneración de la Patria…”. Una promesa que no se cumplirá; la mentada “Regeneración de la Patria”  que no tendrá en lo sucesivo ningún efecto, sobreviniendo otras Revoluciones y otros “abriles”, acaso por causas similares, sentidas como no cumplidas y tema esencial en lo discursivo pero absolutamente contrarias en los resultados fácticos, una vez consumadas las “nuevas creaciones”. Réditos extraños de los eternos “arrestos calurosos de abril”.

El otro “abril” que nos ocupa no es tan pretérito. Apenas han pasado tres lustros de su ocurrencia. Se trata del 11 de abril de 2002. Luego del advenimiento al poder de otra “creación novedosa”, llegada allí por vías institucionales propias de la democracia representativa, que pareciesen haberle servido de caballo de Troya, resulta acaudillada por el último líder carismático (“por ahora”) del tiempo histórico venezolano. Trocada en “turbamulta revolucionaria” (a fuer de discurso agresivo del líder de turno, invectivas, imprecaciones contra los opositores, a más de cursos de acción imprecisos, sumados a padrinazgos ideológicos tropicales, entonados a ritmo de “son cubano”), un nutrido grupo de políticos, militares, banqueros y empresarios, con el apoyo “multitudinario” de una clase media en vías de su “desbarrancamiento natural” en un país donde la estructuración social está atada a la dependencia del chorreo financiero del petróleo y, este último, merced de un sistema político prebendario, se apresta a la tarea de “derrocar” al líder carismático vía manu militari.

Y dicen el 11A (por utilizar una terminología “tres modé”) los militares complotados, en un manifiesto que leen por televisión, por cierto en la primera “cadena nacional privada” de Radio y TV: “Venezolanos, el Presidente de la República ha traicionado la confianza de su pueblo, está masacrando a personas inocentes con francotiradores; para este momento yacen muertos y decenas de heridos en Caracas”. Correspondió la lectura de ese comunicado al V/A Héctor Ramírez Pérez y para el momento de esa acusación al Presidente, no había caído el primer muerto por acción de francotiradores, según informó más tarde el mismo periodista peruano que graba el video en la casa de un conocido fablistán local. Al día siguiente, en ese mismo “abril”, en flamante acto de “toma de posesión”, el igualmente “flamante nuevo Presidente” se auto-juramenta cual monarca y un joven abogado aventurero, hace lectura de un decreto que, siendo sin duda uno de los más grandes adefesios de la historia jurídica contemporánea, disuelve “democráticamente” el Poder Público Nacional (por demás legítimo y legal) ipso facto, mientras observa de soslayo a la concurrencia (que grita, presa de histeria, clamando “libertad”) con miradas ocasionales de siniestro regocijo. Habiendo tenido el decreto de marras, en un principio, muchos “autores de alta factura jurídica”, sobre todo mientras huele a “victoria”, tras la derrota queda en la más completa orfandad, porque también el jurisconsulto de lemúrido rostro cruel que lo lee, le escurre el bulto a la composición de sus extravagantes letras. Acaso se haya debido las impredecibles consecuencias de los  tórridos calores de “abril”

Un nuevo “abril”, una nueva “promesa”, una nueva turbamulta que de haber triunfado, habría convertido en “fecha patria” ese 11 para quienes se hubiesen alzado con “el coroto”, pero que, invariablemente, entró de todos modos en los “fastos patrióticos” de aquellos previstos a ser vencidos, luego de la aparición del “líder resucitado” entre una extraña bruma nocturnal de naturaleza mágica, durante una raramente fría madrugada caraqueña de “abril”. A lo Amaury Pérez Vidal, natural de la misma nación de donde provienen los “socios” de los vencedores: “Acuérdate de abril, recuerda. la limpia palidez de sus mañanas...”

De los tres “abriles” mencionados, los dos primeros se cubrieron de triunfo y leyenda, mismas que se extendieron, en el caso concluyente del primero, hasta nuestros días. El segundo, el 27 de la “Causa de Abril” murió con un Ignacio Andrade en fuga (y no en tocata en re menor), el último teniente de Joaquín Crespo y ambos “herederos políticos de Guzmán”, luego del triunfo de una nueva ocurrencia tumultuaria, merecedora luego de sus propios “abriles”: la Revolución Liberal Restauradora, al mando del andino Cipriano Castro.

El tercero se cubrió de vergüenza para los perdedores y de triunfo para aquellos que, al tercer día, vieron resucitar a su “Mesías” sin llagas en las manos, ni pies; con su propia cruz, no al lomo sino en las manos, jurando perdón y otorgando esperanzas tras prometedoras indulgencias...

Hoy estamos a las puertas de un nuevo “abril”: el 19. En un sentido, en medio de la concelebración que nos acompaña desde hace 207 años, que ha sobrevivido, por ejemplo, a la “Causa de Abril” y al fatídico (por donde se mire) 11 de abril de hace quince años. En otro, viene cargado del mismo bagaje de esperanza, pero a la vez de fatídicas presunciones. Los que van tras la esperanza, acaso lo hacen, una vez más, tras un espejismo y los que esperan un 11, peor actuarán porque hay que recordar que a diferencia de aquel “Mesías” barinés, a estos in corpore presente no los animan ni parábolas, ni proverbios, ni salmos, ni abluciones. Estos son centuriones, pretores y lictores, y solo desean la preservación de los símbolos de su poder: “el yelmo, el hacha, el acero y la plata”, sobre todo “la plata”. Dios tenga misericordia de Venezuela en este nuevo “abril”.







[1] Cova, J. A; Guzmán Blanco su vida y su obra. Ensayo histórico-sociológico de interpretación. EDICIONES AVILA. Caracas, 1950. Pág.328.
[2] Cova…Op.Cit…Pág. 368

No hay comentarios.:

Publicar un comentario