1945 se inicia con una
Constitución Nacional reformada. Sin embargo, aquella que en 1936 fuese sujeta
de reforma para lograr la elección popular de los diputados, ahora, en
1945, reformada una vez más (a los fines de eliminar el inciso VI y separar la
función parlamentaria de la función pública), sigue siendo insuficiente en sus contenidos para la civilidad democrática radical, llegando
a ser calificada por Rómulo Betancourt, uno de sus más conocidos líderes
políticos, como una “reforma chucuta”.
Betancourt viene insistiendo. desde
1931, que el sistema electoral consagrado en nuestros textos constitucionales,
es un sistema “antidemocrático y
contrahecho” que sirve al único propósito de “perpetuar en el poder a la misma oligarquía oprobiosa al servicio de
los dictadores que hasta entonces nos gobiernan”. La libertad de elegir del
pueblo venezolano, según afirma la civilidad
democrática radical, no se consagrará definitivamente, hasta que no se le
conceda el derecho al ejercicio del voto universal, directo y secreto, para la
escogencia de sus representantes al Congreso Nacional y, muy especialmente, al
Primer Mandatario Nacional. Y en esa cruzada se empeñan Betancourt y el partido
que, hijo del Partido Democrático Nacional, viese la luz el 13 de septiembre de
1941: Acción Democrática, el partido del
pueblo.
El 6 de mayo de 1945, Rómulo
Betancourt dicta una de sus ya conocidas conferencias en el Teatro Olimpia,
tribuna que viene utilizando Acción Democrática y su líder fundamental, para
arengar y educar tanto a su militancia como al pueblo llano que se acercase
hasta allí. Betancourt toca en aquella ocasión y en su discurso político, el
tema esencial que ocupa las mentes y corazones de los políticos venezolanos en
aquellas horas: la sucesión presidencial
de 1946. Lo curioso es que aborda un “asunto
interesante” y en cierto sentido “premonitorio”.
Dice Betancourt entonces:
“El
proceso de democratización de la conciencia nacional no se ha detenido, como
ante una muralla china, en las puertas de los cuarteles. Y por la mente y el
corazón de la oficialidad, de los cabos y de los soldados de la aviación, la
infantería y la marina circula ese mismo anhelo de dignificación política y de
superación democrática del país, presente en el pensamiento de los núcleos
civiles de la población nacional.”[1]
Y luego de
esta intervención, acota emocionado:
“Y
es por todo esto que desde aquí quiero hacer una profecía. Orgulloso como
venezolano de poder expresarme así de las fuerzas armadas de mi país: si fuere
un civil el próximo Presidente de la República, tendrá en el Ejército apoyo sin
regateos, respaldo sin reservas…”[2]
En este
exordio, Betancourt asegura que por la mente y corazones del personal militar,
corre también ese mismo anhelo de “de
dignificación política y de superación democrática del país” vale decir, en
cierto modo de “renovación”, acaso
una misma aspiración que vemos “condensada”
en el Acta Constitutiva de la Unión Militar Patriótica (UMP), la logia de
jóvenes oficiales de las Fuerzas Armadas Nacionales que, al interior de
cuarteles, naves y aeronaves militares, se ha ido formando con ocasión del
creciente malestar que se está dando al interior de la Institución Armada
respecto de su funcionamiento, apresto operacional y desarrollo profesional. En
el Acta constitutiva de esa asociación, que sirve al propósito de su secreta juramentación,
dicen los oficiales comprometidos allí:
“…haciendo
profesión de fe democrática y declarando enfáticamente que no defendemos
intereses personales ni de clase y que propiciamos la formación de un gobierno
que tenga por base el voto universal y directo de la ciudadanía venezolana, una
reforma de la Constitución que sea asimismo expresión de la voluntad nacional…”.
La “fe democrática” a la que se refieren los
oficiales de la UMP, acaso sea la misma “encendida
fe democrática” que Rómulo Betancourt menciona con insistencia en sus
intervenciones públicas o tal vez se trate de un discurso político equivalente
que sugiere la identidad, también política, de ese discurso para ese específico
tiempo histórico o bien como creencia sentida o como subterfugio discursivo de
los jefes militares de la logia, a los fines de abarcar la mayor cantidad de “adhesiones” al hacer referencia a un
concepto “sentido” y “emotivamente” vinculado a un amplio
sector de la población, del que no pueden sustraerse los militares
profesionales. Al propio tiempo, la referencia a una “reforma de la Constitución que sea reflejo de la voluntad nacional”,
así como “la formación de un gobierno que
tenga por base el voto universal y directo de la ciudadanía”, constituyen
actos de habla que coinciden completamente con las más difundidas aspiraciones
de la civilidad democrática radical, más específicamente, de Rómulo Betancourt
y el partido Acción Democrática.
Pero lo que
más llama la atención es ese “giro
premonitorio” que hace Betancourt en su discurso, más específicamente, en
un acto de habla ilocucionariamente muy preciso: “…si fuere un civil el próximo Presidente de la República, tendrá en el
Ejército apoyo sin regateos, respaldo sin reservas…” Betancourt no dice “tendrá en las Fuerzas Armadas”, aunque
breves instantes antes menciona el “legítimo
orgullo” de expresarse así de “ellas”;
el líder político habla específicamente del “Ejército”,
afirmando categórico su apoyo “sin
regateos” y respaldo “sin reservas”.
La Unión Militar Patriótica tiene su origen en el Ejército y es dirigida por
oficiales profesionales, activos y efectivos precisamente en el Ejército[3]. El 19 de octubre de ese mismo año,
siendo las ocho de la noche de ese día, Rómulo Betancourt Bello es Presidente
de la Junta Revolucionaria de Gobierno, luego que la UMP promoviera una
rebelión militar que trajese como consecuencia la renuncia del General Isaías
Medina Angarita a la Presidencia Constitucional de la República de Venezuela.
Es, por consecuencia, Presidente de facto, atentando de hecho contra la
Constitución Nacional vigente para el año 1945. La “superación democrática” y la “encendida
fe democrática” parecen haber quedado de lado al momento de tomar esta
decisión evidentemente “no
constitucional” y para nada “democrática”;
tal vez, se trate de un caso de incontinencia política o de la incontinente
conveniencia política de la ocasión.
Por supuesto
que un nuevo “orden político de cosas”
exige su correspondiente Constitución Nacional. Si las reformas sucesivas
resultaban “chucutas” e insuficientes
para la “civilidad democrática radical”,
de la cual Rómulo Betancourt era líder connotado, ahora, con más razón, se hace
indispensable su acometimiento. Y así lo hace saber en las primeras de cambio,
el 19 de octubre de 1945, al sugerir la implantación del voto directo,
universal y secreto para la escogencia del Primer Magistrado Nacional, fórmula
inexistente en la Constitución Nacional vigente para ese año:
“El
pueblo venezolano, todas las clases sociales democráticas de la Nación, nos
respaldarán con su fervor solidario; y ese respaldo hará posible el logro de
nuestro objetivo central como Gobierno Provisional: garantizar unas elecciones
libérrimas, sin imposición ni parcialización ejecutivista por ninguna de las
corrientes en pugna, para que de las limpias manos del pueblo surja un
Presidente de la República, lealmente asistido de la confianza nacional.”[4]
Así las
cosas, los miembros de la Junta anuncian la convocatoria a una Asamblea
Constituyente que permita la redacción y aprobación de una nueva Constitución,
destinada esencialmente a la fundación de un Estado democrático. Posteriormente
y con arreglo al nuevo orden constitucional, proceder a la convocatoria a un
proceso electoral que permita la elección libre, directa y secreta del Primer
Mandatario Nacional. Finalmente, los miembros de la Junta renuncian a su
derecho a presentarse como candidatos al proceso electoral, que termine
realizándose para la escogencia del Presidente Constitucional de la República
de Venezuela.
Las elecciones a la Asamblea Constituyente
tienen lugar al filo postrimero de un tumultuoso 1946, entre intentos de golpe
y crecientes acusaciones hacia el partido Acción Democrática, por la comisión
reiterada de la concusión y el cohecho en el ejercicio de la función pública,
así como del uso de la violencia política como arma consistente en la pugna
interpartidaria cotidiana. Aun así, AD obtiene la mayoría en el cuerpo
constituyente, luego de acumular 1.099.601 votos a favor, correspondiéndole la
Presidencia y recayendo esta en el Doctor Andrés Eloy Blanco. En 1947 es
aprobada la Constitución de la República por parte de la Asamblea
Constituyente, organismo colegiado que además de reconocer a la Junta sus
poderes, hasta que se realice el proceso electoral correspondiente, logra se
consagre el voto directo, universal y secreto, el derecho a la sindicalización
y la tierra para quien la trabaje, así como esenciales garantías laborales a
los trabajadores, mediante la reforma de la Ley del Trabajo, misma que se
realiza en el marco de las propias sesiones de la Asamblea. Sobre el
particular, escribe Rómulo Betancourt, en su afamado libro titulado “Venezuela, política y petróleo”:
“La
Asamblea Constituyente reformó también la Ley del Trabajo. Esas reformas se
orientaron a procurar la estabilidad en el trabajo y garantizar el ejercicio al
derecho de sindicación (…) se estableció el “auxilio de censatía” que se
pagaba, además de la prima de antigüedad, en todos aquellos casos en los que el
trabajador fuera despedido sin causa justificada o se retirara por causa
justificada (…) Se establecieron también el pago remunerado de un día de
descanso semanal (domingo) y el 1° de mayo, declarado fecha oficial del
trabajo; y se fijó una prima de un 20% por lo menos, sobre el trabajo diurno
para el que rendía en horas de la noche. Y se colocó “bajo protección del
Estado” a los trabajadores que manifestaran al patrono, por la vía
jurisdiccional correspondiente, su propósito de organizar un sindicato.”[5]
Con independencia de tratarse de
la primera Constitución Nacional imaginada, discutida, redactada y aprobada en
Asamblea Constituyente durante el siglo XX venezolano, con ella sumamos desde
1936, la segunda Constitución en el tracto de once años. Partimos ese año con
la Constitución reformada de 1935. En 1944 volvimos a reformarla, para lograr
la Constitución de 1945 y ahora, en 1947, queda sin efecto la de 1945, al
tratarse este tiempo histórico de un “nuevo
orden democrático y revolucionario”. Al sancionarse, tanto el Presidente de
la Asamblea como el Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, hacen
loas a su “perfección” y la bautizan
como “la más moderna y última realización
constitucional venezolana”, la misma que tendrá “la honra” de conducir al pueblo y a la Patria por la senda de la
democracia, por supuesto con la consabida locución de esperanzadora
intencionalidad teleológica “en los años
por venir”. La estulticia política partidaria, la incomodidad militar no
resuelta y una suerte de decepción popular, unida a intereses pecuniarios de
viejas y nuevas oligarquías no sintonizadas, darán al traste con esta nueva
experiencia constitucional. En 1948, una nueva incontinencia hará de las suyas: sonará la clarinada mañanera para la asonada militar, mientras para
esta Constitución Nacional “democrática y
revolucionaria”, que contemplaba la eternidad en 1947, sonará el clarín
postrero del toque de silencio…
[1]
Suárez Figueroa, Naudy; Rómulo Betancourt. Escritos Políticos.1931-1986.
FUNDACIÓN RÓMULO BETANCOURT. Caracas, 1998. Pág.171.
[2]
Suárez Figueroa…Op.Cit…Pág.171.
[3]
De hecho Rómulo Betancourt reconocerá, años más tarde, haber recibido del
entonces Mayor Marcos Pérez Jiménez, líder de la UMP junto al Mayor Julio César
Vargas Cárdenas, el ofrecimiento de ser Presidente de la República, ante la
eventualidad de una rebelión militar. Betancourt afirmó haber sostenido una
reunión secreta con los oficiales antes mencionados, en la casa de habitación
del Doctor Edmundo Fernández, a principios de junio de 1945, pero la
conferencia del Teatro Olimpia la realiza un mes antes.
[4]
Mensaje radial de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigido al país por el
Presidente Provisional Rómulo Betancourt, el 19 de octubre de 1945. Catalá,
José Agustín; Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la
Constituyente. Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág. 109.
[5]
Betancourt, Rómulo; Venezuela, política y petróleo. SEIX BARRAL.
Barcelona, 1979; Pág.263.
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