A
las puertas del sepulcro de la primera década del siglo XX, Venezuela ha
traspuesto un cuantos lustros de contiendas civiles, con combatientes de a
caballo, armados de lanza y machete; del “roba
gallina” de pluma amarilla en el sombrero;
del caudillo decimonónico de “tabaco
en la vejiga”; de revolución en revolución, saco y puñal mediante.
Sin
embargo persiste, la evidencia empírica pareciera sugerirlo, la turbamulta
política de origen castrense en la vida política venezolana, trocando el pendón
acomodaticio de la informe montonera, por la elaborada práctica del Golpe de Estado. Fechas como el 19 de
diciembre de 1908 y el 7 de abril de 1928; y ya andado el siglo, aquellas
correspondientes al 18 de octubre de 1945,
el 24 de noviembre de 1948, el 23 de enero de 1958, el 4 de mayo y el 2
de junio de 1962, el 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992; culminando en
la más reciente, esto es, el 11 de abril de 2002, son muestras palmarias de
aquellas efemérides que pareciesen ser de mayor figuración en nuestro "calendario golpista venezolano", lo que no resulta óbice para mencionar, de pasada, la
ocurrencia de múltiples de pequeñas intentonas a un mismo tenor y en el tiempo
histórico contenido en el siglo XX, así como en los primeros años del
siglo XXI.
El Golpe de Estado, expresión material de
lo que Rómulo Gallegos llamó el “republicanismo
del ademán y del gesto” ha sido actor singularísimo en las expeditas “soluciones” de las crisis sistémicas de
lo político en Venezuela, y los militares, esto es, el Ejército Nacional en un
tiempo, Fuerzas Armadas Nacionales en otro y hoy Fuerza Armada Nacional
Bolivariana, árbitros de principal figuración en la jugada entre facciones en
pugna, cuando no parte activa de ellas.
Una
búsqueda incesante entre militares y civiles, unas veces los unos y otras veces
los otros, ha creado asociaciones por conveniencia, donde dominan los conceptos de “pueblo” y “patria” como sujetos protagónicos, definiciones que como lazos de futuro, amarran a agentes de ambos
mundos, a saber, aquel de sable y uniforme, y el otro de traje de paisano (e
inmerso en trance de banderías partidarias), ambos en pos de un objetivo: el Gobierno Nacional y el control del Estado.
Es
posible argumentar, siempre empíricamente, que aquellos de traje de civil pero
alma con charreteras, parecieran ir tras una expectativa de reivindicación de “pueblo” , esa suerte de constructo “ideal” al que pertenecen, en la
vorágine del golpe, además de ellos y sus copartidarios, todos los que quepan
en el saco de los “preteridos de siempre” según sea la ocasión, los mismos que también,
indefectiblemente, asumen la condición de víctimas a las que hay que salvar, a
todo evento, de su inequívoco victimario: el
gobierno en funciones.
Comparte
ese pensamiento, en una aproximación también empírica en este artículo, lo que
definimos como "el civil ideólogo", entendiendo a este como aquel que pergeña en
ideas políticas una doctrina, así como todo el andamiaje teórico que la
soporta, para racionalizar la necesaria acción de fuerza como única solución
política para las “grandes mayorías
postergadas”; tras ellos marcha "el civil
romántico",
aquel que con canciones alegóricas, enarbolar de banderas y carne expuesta ante
el cañón rugiente, aporta la sangre para blasonar, con una enseña más convincente,
tan expedita solución.
Otra
conceptualización, en el mismo orden de ideas propias, es aquella que caracteriza al "civil
político de oficio" - equivalente al que define
Max Weber como aquel que vive “de y para
la política” - y que en nuestra modelo, es quien calcula,
azuza con su verbo encendido, pero a la vez procura una conveniente ruta de
escape, junto a requiebros de madrigueras a retaguardia “porque la lucha, de sobrevenir la derrota, reclama de mentes lúcidas
para su continuación”.
Y cierra esta gama de protagonistas civiles, uno singular que definimos
nosotros como "el civil negociante",
esto es, el que se lucra, se lucrará o servirá de fuente de lucro para quien
resulte ganador en el bando que “golpea”
o, finalmente y por mampuesto, en el bando “golpeado” que, dicho sea de paso y a pesar de la
asonada, pudiera salir ileso y airoso.
Por la misma vía empírica, argumentamos que "el protagonista militar" en la acción de
fuerza, viene vestido de “Patria”, esa otra creación impersonal y atemporal propicia para la contención de todo y
de todos, acaso aquella misma construcción que Ramón Díaz Sánchez identificase
como “creación romántica” en
contraposición de la república como “creación
política”.
La Patria "siempre en peligro" y por
consecuencia, "la impronta de su incuestionable padre: Simón Bolívar".
Y si
la “Patria” peligra, peligra el “Pueblo” y, por consecuencia, peligra
la institución armada, cuya sangre "es la
savia del pueblo”. "El soldado", con independencia de su
rango, personifica ese quinto protagonista militar y como los cuatro
anteriores, pudiese gravitar en mundos distintos de intereses posiblemente
contrapuestos, a saber, la lógica defensa de la amada “Patria”, "su razón de ser y de existir", creída en peligro; la defensa de sus propios intereses
profesionales a través de la “Patria”,
es decir, de una “Patria” que los favorezca; sus intereses pecuniarios disfrazados
de amor conveniente a la “Patria”; o,
acaso y finalmente, el odio a sus superiores, aquellos que, indefectiblemente,
representan la patria que no favorece, ni persigue la misma idea de “Patria”, numen de sus deseos o a la “Patria” que no lo favorece en lo estrictamente personal.
Son
estos cinco protagonistas construidos, reiteramos, como definiciones empíricas
en el presente artículo, los que estimamos
se encuentran en ese "nódulo de conflicto" que representa el golpe, antes, durante y luego de su ocurrencia. Y los
agentes, sean militares o civiles, obedecen a un pensamiento político,
pensamiento que se hace discurso, discurso que se convierte, como afirma el
profesor J.G.A Pocock, en conjunto
articulado de actos del habla.
Ahora
bien, la evidencia empírica también parece sugerir que desde la deposición del
general Cipriano Castro por el general Juan Vicente Gómez (19 de diciembre de
1908) hasta el golpe de Estado intentado contra el Presidente Hugo Chávez (11
de abril de 2002) no ha existido
asonada, intento de golpe o golpe que no esté dirigido por soldados, aunque con
posterioridad ese comando quedase soterrado por la figuración civil, colocando
a la fuerza militar bajo un mando colegiado o de estricto carácter civil.
Durante la dirección castrense (y luego de esta, sea que el intento termine en
victoria o derrota) pareciera producirse un necesario discurso de origen
militar, encarnado acaso en proclamas o comunicados.
En
tal sentido cabe preguntarse ¿Es el discurso de los agentes castrenses
involucrados en los golpes de Estado en Venezuela un discurso propio, único y
estructurado por actos de habla equivalentes o semejantes más allá del tiempo
histórico de su ocurrencia? ¿Es esta equivalencia, si existe, producto de la
naturaleza de clerecía que toda corporación militar tiene o acaso resultado
derivado de algún lenguaje pre-existente? ¿Es el resultado de una relación
civil y militar condicionante e histórica, previa al golpe o nace de manera
espontánea del propio seno del mundo militar con la anuencia - o acaso
conveniente complacencia - del sector
civil que participa en y de la asonada?
Será en los artículos subsiguientes que pretenderemos dar respuesta a esas interrogantes, acotando sin
embargo nuestra investigación al examen de un
conjunto específico de documentos públicos de, a su vez, un conjunto igualmente
específico de golpes de Estado, hayan sido exitosos o no. Los golpes o rebeliones (y los
documentos públicos que de ellos se derivan) que representan la muestra sujeta a estudio, a saber, aquella que tuvo lugar el 18 de octubre de 1945, conocido a
posteriori como Revolución de Octubre;
luego, el protagonizado por la Fuerzas Armadas (más bien el alto mando de
entonces) y que diese origen al llamado Gobierno
de las Fuerzas Armadas, el 24 de noviembre de 1948; de seguidas, el golpe
mediante el cual se pone fin al gobierno de las Fuerzas Armadas, mismo que
tiene lugar el 23 de enero de 1958; se continua con los golpes-rebeliones
militares del 4 de mayo y el 2 de junio de 1962, conocidos luego como El Carupanazo y El Porteñazo
respectivamente; luego, las asonadas militares del 4 de febrero y el 27 de
noviembre de 1992; y se culmina con el golpe del 11 de abril de 2002. Vayamos pues a su encuentro...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario