21 de mayo de 2017

VENEZUELA CONTEMPORÁNEA: golpes, lenguajes y el discurso político militar.

A las puertas del sepulcro de la primera década del siglo XX, Venezuela ha traspuesto un cuantos lustros de contiendas civiles, con combatientes de a caballo, armados de lanza y machete; del “roba gallina” de pluma amarilla en el sombrero;  del caudillo decimonónico de “tabaco en la vejiga”; de revolución en revolución, saco y puñal mediante.

Sin embargo persiste, la evidencia empírica pareciera sugerirlo, la turbamulta política de origen castrense en la vida política venezolana, trocando el pendón acomodaticio de la informe montonera, por la elaborada práctica del Golpe de Estado. Fechas como el 19 de diciembre de 1908 y el 7 de abril de 1928; y ya andado el siglo, aquellas correspondientes al 18 de octubre de 1945,  el 24 de noviembre de 1948, el 23 de enero de 1958, el 4 de mayo y el 2 de junio de 1962, el 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992; culminando en la más reciente, esto es, el 11 de abril de 2002, son muestras palmarias de aquellas efemérides que pareciesen ser de mayor figuración en nuestro "calendario golpista venezolano", lo que no resulta óbice para mencionar, de pasada, la ocurrencia de múltiples de pequeñas intentonas a un mismo tenor y en el tiempo histórico contenido en el siglo XX, así como en los primeros años del siglo XXI.

El Golpe de Estado, expresión material de lo que Rómulo Gallegos llamó el “republicanismo del ademán y del gesto” ha sido actor singularísimo en las expeditas “soluciones” de las crisis sistémicas de lo político en Venezuela, y los militares, esto es, el Ejército Nacional en un tiempo, Fuerzas Armadas Nacionales en otro y hoy Fuerza Armada Nacional Bolivariana, árbitros de principal figuración en la jugada entre facciones en pugna, cuando no parte activa de ellas.

Una búsqueda incesante entre militares y civiles, unas veces los unos y otras veces los otros, ha creado asociaciones por conveniencia, donde dominan  los conceptos de “pueblo” y “patria” como sujetos protagónicos, definiciones que como lazos de futuro, amarran a agentes de ambos mundos, a saber, aquel de sable y uniforme, y el otro de traje de paisano (e inmerso en trance de banderías partidarias), ambos en pos de un objetivo: el Gobierno Nacional y el control del Estado.

Es posible argumentar, siempre empíricamente, que aquellos de traje de civil pero alma con charreteras, parecieran ir tras una expectativa de reivindicación de “pueblo” , esa suerte de constructo “ideal” al que pertenecen, en la vorágine del golpe, además de ellos y sus copartidarios, todos los que quepan en el saco de los “preteridos de siempre”  según sea la ocasión, los mismos que también, indefectiblemente, asumen la condición de víctimas a las que hay que salvar, a todo evento, de su inequívoco victimario: el gobierno en funciones. 

Comparte ese pensamiento, en una aproximación también empírica en este artículo, lo que definimos como "el civil ideólogo",  entendiendo a este como aquel que pergeña en ideas políticas una doctrina, así como todo el andamiaje teórico que la soporta, para racionalizar la necesaria acción de fuerza como única solución política para las “grandes mayorías postergadas”; tras ellos marcha "el civil romántico", aquel que con canciones alegóricas, enarbolar de banderas y carne expuesta ante el cañón rugiente, aporta la sangre para blasonar, con una enseña más convincente, tan expedita solución.

 Otra conceptualización, en el mismo orden de ideas propias, es aquella que caracteriza al  "civil político de oficio" - equivalente al que define Max Weber como aquel que vive “de y para la política” - y que en nuestra modelo, es quien calcula, azuza con su verbo encendido, pero a la vez procura una conveniente ruta de escape, junto a requiebros de madrigueras a retaguardia “porque la lucha, de sobrevenir la derrota, reclama de mentes lúcidas para su continuación”. Y cierra esta gama de protagonistas civiles, uno singular que definimos nosotros como "el civil negociante", esto es, el que se lucra, se lucrará o servirá de fuente de lucro para quien resulte ganador en el bando que “golpea” o, finalmente y por mampuesto, en el bando “golpeado”  que, dicho sea de paso y a pesar de la asonada, pudiera salir ileso y airoso.

Por la misma vía empírica, argumentamos que "el protagonista militar" en la acción de fuerza, viene vestido de “Patria”, esa otra creación impersonal y atemporal propicia para la contención de todo y de todos, acaso aquella misma construcción que Ramón Díaz Sánchez identificase como “creación romántica” en contraposición de la república como “creación política”. La Patria "siempre en peligro" y por consecuencia, "la impronta de su incuestionable padre: Simón Bolívar".

Y si la “Patria” peligra, peligra el “Pueblo” y, por consecuencia, peligra la institución armada, cuya sangre "es la savia del pueblo”. "El soldado", con independencia de su rango, personifica ese quinto protagonista militar y como los cuatro anteriores, pudiese gravitar en mundos distintos de intereses posiblemente contrapuestos, a saber, la lógica defensa de la amada “Patria”, "su razón de ser y de existir", creída en peligro; la defensa de sus propios intereses profesionales a través de la “Patria”, es  decir, de una “Patria” que los favorezca; sus intereses pecuniarios disfrazados de amor conveniente a la “Patria”; o, acaso y finalmente, el odio a sus superiores, aquellos que, indefectiblemente, representan la patria que no favorece, ni persigue la misma idea de “Patria”, numen de sus deseos o a la “Patria” que no lo favorece en lo estrictamente personal.

Son estos cinco protagonistas construidos, reiteramos, como definiciones empíricas en el presente artículo, los que estimamos se encuentran en ese "nódulo de conflictoque representa el golpe, antes, durante y luego de su ocurrencia. Y los agentes, sean militares o civiles, obedecen a un pensamiento político, pensamiento que se hace discurso, discurso que se convierte, como afirma el profesor J.G.A Pocock, en conjunto articulado de actos del habla.

Ahora bien, la evidencia empírica también parece sugerir que desde la deposición del general Cipriano Castro por el general Juan Vicente Gómez (19 de diciembre de 1908) hasta el golpe de Estado intentado contra el Presidente Hugo Chávez (11 de abril de 2002)  no ha existido asonada, intento de golpe o golpe que no esté dirigido por soldados, aunque con posterioridad ese comando quedase soterrado por la figuración civil, colocando a la fuerza militar bajo un mando colegiado o de estricto carácter civil. Durante la dirección castrense (y luego de esta, sea que el intento termine en victoria o derrota) pareciera producirse un necesario discurso de origen militar, encarnado acaso en proclamas o comunicados.

En tal sentido cabe preguntarse ¿Es el discurso de los agentes castrenses involucrados en los golpes de Estado en Venezuela un discurso propio, único y estructurado por actos de habla equivalentes o semejantes más allá del tiempo histórico de su ocurrencia? ¿Es esta equivalencia, si existe, producto de la naturaleza de clerecía que toda corporación militar tiene o acaso resultado derivado de algún lenguaje pre-existente? ¿Es el resultado de una relación civil y militar condicionante e histórica, previa al golpe o nace de manera espontánea del propio seno del mundo militar con la anuencia - o acaso conveniente complacencia -  del sector civil que participa en y de la asonada?

Será en los artículos subsiguientes que pretenderemos dar respuesta a esas interrogantes, acotando sin embargo nuestra investigación al examen de un conjunto específico de documentos públicos de, a su vez, un conjunto igualmente específico de golpes de Estado, hayan sido exitosos o no. Los golpes o rebeliones (y los documentos públicos que de ellos se derivan) que representan la muestra sujeta a estudio, a saber, aquella que tuvo lugar el 18 de octubre de 1945, conocido a posteriori como Revolución de Octubre; luego, el protagonizado por la Fuerzas Armadas (más bien el alto mando de entonces) y que diese origen al llamado Gobierno de las Fuerzas Armadas, el 24 de noviembre de 1948; de seguidas, el golpe mediante el cual se pone fin al gobierno de las Fuerzas Armadas, mismo que tiene lugar el 23 de enero de 1958; se continua con los golpes-rebeliones militares del 4 de mayo y el 2 de junio de 1962, conocidos luego como El Carupanazo y El Porteñazo respectivamente; luego, las asonadas militares del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992; y se culmina con el golpe del 11 de abril de 2002. Vayamos pues a su encuentro...





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