Durante
la exhaustiva campaña de medios que tuvo lugar en los días previos al golpe de
Estado del 11 de abril de 2002, pudimos observar un titular de prensa de
singular fuerza ilocucionaria y que
nos permitimos transcribir con la misma intensidad litográfica que se aprecia
en el diario que lo publicó:
“LOS
MILITARES TIENEN LA ÚLTIMA PALABRA.”
El
DRAE en el significado correspondiente al vocablo palabra, en una de sus acepciones cita textualmente “…última…Decisión que se da por definitiva e
inalterable…” y coloca como ejemplo la locución “He dicho mi última palabra…” para presentarla luego en forma interrogativa “¿Es esta su última palabra?...”
En
el análisis del titular como acto de habla, si se sustituye el sujeto de la
locución del DRAE de la primera persona del verbo haber “He dicho mi última palabra” por la tercera persona del plural
(ellos), para insertar un sujeto como “Los
militares han dicho su última palabra” el acto podría asumirse ahora como “Los militares han tomado una decisión que
se da por definitiva e inalterable.”
En
otro orden de ideas, si la última palabra
está referida a “…una decisión que se da
por definitiva e inalterable…” entonces el titular presentado podría ser
equivalente a decir “Los militares tienen
una decisión que se da por definitiva e inalterable…” o un equivalente adicional “Los militares tienen que tomar una decisión
definitiva e inalterable…” . Lo que
nos interesa resaltar con la exposición previa, es el peso del acto de habla,
vale decir, la fuerza ilocucionaria
con la que se le pretende cargar, respecto de lo que se espera de una
institución a la que el acto está evidentemente dirigido. Esa fuerza ilocucionaria tanto en los actos
del habla como en las acciones per se, ha caracterizado una suerte de
invocación en la historia política nacional y es ese contexto general el que
queremos describir dentro de lo que hemos llamado "el prolegómeno de un discurso"[1].
Desde
que el General Cipriano Castro y el General Juan Vicente Gómez (junto a la
acción concluyente de ese proyecto institucional, aquella atribuible sin duda
al General Eleazar López Contreras) crearon el Ejército Nacional como garante
del poder hegemónico de la "tónica
montañera"[2], la
institución armada ha sido invocada por
el estamento civil (o ella se ha auto invocado) para la resolución de
conflictos que las “instituciones”[3] del
Estado no resultasen capaces de subsanar. El Ejército Nacional, trocado luego
en Fuerzas Armadas Nacionales, para devenir hoy día en Fuerza Armada Nacional
Bolivariana, ha ejercido un papel censor, de control y hasta de árbitro de la
vida política nacional.
A
todo evento, tanto el político de oficio como el ciudadano común, asoman la
posibilidad del golpe cuando, a decir
de la parla popular “la cosa política no
está bien”. Si entendemos el lenguaje
político en los términos del Profesor J.G.A Pocock, como una forma
prescripta de hablar lo público en un
tiempo y un espacio determinado, "el golpe",
con toda la fuerza que el vocablo arrastra, pareciese formar parte del lenguaje político tanto de las clerecías
como del común en Venezuela.
Esa
invocación o solicitud de “ayuda” militar
para resolver "ejecutivamente" las
transiciones de nuestros sistemas políticos, pueden verse en ambos sentidos,
tanto de lo militar hacia lo civil como (y nos atrevemos a afirmar con más
énfasis) de lo civil hacia lo militar[4].
Así por ejemplo, la Unión Patriótica Militar solicita la “compañía” de Acción Democrática para la rebelión del 18 y el 19 de octubre de
1945; es el Doctor Edmundo Fernández, un “médico
civil”, quien asume la tarea de hacer los contactos de rigor entre “civiles políticos” y “militares complotados”. En las asonadas
protagonizadas por el Teniente Genarino Peña Peña y el Capitán Wilfredo Omaña,
hay participación de dirigentes clandestinos de AD[5];
el contacto se hace a través de Simón Sáez Mérida, entonces joven dirigente del
partido blanco (más bien por iniciativa de él) y, en otras ocasiones, con el Doctor
Leonardo Ruíz Pineda en los meses previos a su muerte. Otro tanto ocurre en la “caída” del general Marcos Pérez Jiménez;
luego de su partida, los oficiales que desde la entonces Escuela Militar están
al tanto de la huida del Presidente, tratan de tomar contacto expedito con la Junta Patriótica como organización civil
y a través del Doctor Oscar Centeno
Lusinchi como vocero de ese cuerpo colegiado, mientras este último, actuando por cuenta de
la Junta, ya ha adelantado
conversaciones con oficiales descontentos en las Fuerzas Armadas, desde algunos
meses antes.[6]
El Porteñazo y el Carupanazo, fruto de la planificación y acción de oficiales
navales, del Ejército y de la Guardia Nacional (en una modesta cuantía para el
caso de esta último componente militar), cuentan con la participación de
dirigentes del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria,
quienes con antelación, han trabado contacto con los oficiales conspiradores e
incluso participan en los combates que se protagonizan en ambas plazas.
Para
los casos del 4 de febrero de 1992 y su par del 27 de noviembre, no obstante
ser movimientos incubados al interior del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea,
con una pequeña participación de la Guardia Nacional, partidos como la Causa R
y los restos de la Liga Socialista, así como una parte de la joven dirigencia
de Bandera Roja, al mismo tiempo que grupos de civiles sin militancia
partidaria alguna, han trabado contacto con los líderes militares de ambas
asonadas y se incorporan activamente como combatientes en las acciones
militares que surgen como consecuencia de su realización.
En
el caso del 11 de abril de 2002, resulta evidente la invocación sistemática de
un sector de la población, a la inmediata participación de lo militar en la "resolución ejecutiva" de una crisis
institucional[7]. Medios,
empresarios, banqueros, jerarquía eclesiástica y la dirigencia de los partidos
políticos tradicionales (ideólogos,
políticos de oficio y negociantes), invocan la presencia castrense (soldados) por cualquier vía, desde la
solicitud expresa en el acto de habla citado como titular al inicio de estas
líneas, pasando por "la invocación del cumplimiento de los deberes patrios de la
institución armada" a los que está obligada “por
mandato constitucional”, hasta llegar al insulto y la falta de respeto,
hacia los miembros del personal militar en general.[8]
Verificado el golpe, parte de la
escolta civil del presidente de facto, resulta integrada por miembros
vinculados al empresariado privado nacional (negociantes),
fotografiados además portando armas de guerra y en la sede de la Comandancia
General del Ejército, lo que pudiese servir de testimonio gráfico acerca de la
posible preexistencia de una acción planificada en contubernio[9].
Es
precisamente esa conjunción de intereses particulares los que se favorecen, en
un momento igualmente particular, de las ilocuciones que hoy día hacen parte
del lenguaje político nacional: nos referimos a ilocuciones como “hay descontento en los cuarteles” o “se oye ruido de sables en palacio”.
Con
la calificación (si fuese posible la extensión conceptual) de cuasi universales
filosóficos (como parecieran también serlo las locuciones adverbiales “todo el mundo” y “nunca antes” en nuestro lenguaje coloquial venezolano, para servir
de recursos explicativos en cuanto “a
gente que participa en” y a “ocurrencias en el tiempo”), “el descontento en los cuarteles” (sin
mensura alguna porque no se sabe cuántos cuarteles) y el ruido de sables (también inmensurable porque si el sable es
asociable al oficial, tampoco se sabe cuántos profesionales participan) sirven
al propósito de cualquier interés de grupo para crear desazón en la población
(inestabilidad) o incentivo para la promoción y conveniente acumulación de la “murmuración” en el seno de la institución
armada.
De
práctica común, como la evidencia empírica pareciese sugerir, la “murmuración” pudiera definirse, en lenguaje
militar doméstico de cuartel (ampliable a bases aéreas y navales así como a
naves y aeronaves), como el comentario interpersonal (negativo, malsano) jamás
admitido por vía reglamentaria y relativo a los superiores, la institución y,
en última instancia, al gobierno nacional[10];
esta práctica cotidiana pudiera ser asociable a la “conspiración” en una cuantía más exagerada, llegando a resultar a
la larga recurso retórico de singular poder corrosivo. Si existiese un malestar
general fruto del descontento hacia alguna situación nacional (o particular) o
hacia el comportamiento de los mandos superiores o ambas simultáneamente, la “murmuración” es un potente catalizador
de la desazón. Imposible de evitar en condiciones normales, es incontenible en
el tiempo que precede al conflicto. Y es en este tiempo que la conjunción de
intereses particulares tiene lugar y el fantasma del golpe, con su afán de “grandeza”,
se hace presente.
Por vía empírica es posible argumentar
entonces que mientras mayor sea la identificación de intereses entre civiles (románticos, ideólogos, políticos de oficio
y negociantes) y militares (soldados)
y la murmuración se haga más intensa en el seno de la fuerza militar, más
corpóreo se hará el espectro golpista y, en consecuencia, mayor la probabilidad
de su aparición “in corpore presente”.
“Ruido de sables” ;
“Descontento en los cuarteles”; “Hay rumor de golpe”; “…si la cosa sigue así, a este le van a dar
un golpe…” ; “Sí la gobernabilidad se sigue deteriorando,
no quedará más remedio que el golpe…” ; “Si el Presidente no ha renunciado, ni está
preso, ni es sujeto de ninguna medida judicial, no queda la más mínima duda de
que estamos ante la presencia de un golpe
de Estado…” Todos estos actos de
habla son muestras de declaraciones reales, aparecidas en los medios o
expresadas por agentes específicos en documentos de difusión pública y reflejan
fórmulas de manifestación del pensamiento político, articuladas en el discurso
de agentes en los dos bandos generados por el golpe: los que golpean y los
golpeados.
Representan,
en una sucesión del tiempo histórico contenido entre los años 1945 y 2002, el
prolegómeno de un discurso asociable al "golpe
militar" pero, más aún, a una suerte
de lenguaje político que rodea al evento y que pudiese, en sus contenidos y
convenciones más profundas, llegar a sustituir al lenguaje consustancial a un
sistema político condenado a desaparecer o en todo caso a modificarse, sea que
la asonada hubiese terminado en laudatorio éxito o en el más rotundo fracaso.
Acaso una suerte de "Dixit" que culmine siendo inexorable cada vez que se lo invoque....¡Ojo avizor!...
[1]En el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) el significado
que figura para el vocablo Prolegómeno es el siguiente: Tratado que se pone al principio de una obra
o escrito, para establecer los fundamentos generales de la materia que se ha de
tratar después. Sin pretensiones de Tratado,
esta parte del trabajo pretende establecer precisamente los fundamentos generales (entendiendo por fundamento la base sobre la cual se
construye) acerca de cómo se construye un discurso
y luego un lenguaje en torno al golpe
militar en Venezuela, fundamentos que se consideran soportados en dos bases accionarias, a saber, la
aparente existencia de una invocación de lo militar por lo civil o su propia
postulación en la solución de las crisis del sistema político y la
identificación de intereses, así como objetivos, entre los sectores
complotados, sean civiles o militares. Esa propensión a la búsqueda de
objetivos comunes, produce discursos que reflejan complicidades indiscutibles
una vez verificado el golpe.
[2] Con esta locución “tónica montañera”, define el historiador Armas
Chitty a los tiempos de los Generales Castro, Gómez y López.
[5] Resdal, pág 29
[6] El propio Doctor Oscar
Centeno Lusinchi, farmaceuta, dueño de la farmacia Gran Avenida, ubicada en la
Calle Real de Sabana Grande, en la Caracas de entonces, hizo varias referencias
sobre el particular, tanto en entrevistas de prensa como de TV, en la ocasión
de celebrarse un aniversario más del 23
de enero.
[7] Según se desprende de la observación
empírica de las intensas campañas sobre el particular, emitidas por los medios
privados de comunicación, hecho comprobable en textos como “Los documentos del Golpe” editado por el MINCI entre los años 2003
y 2004, así como en el libro “Abril,
Golpe Adentro” del periodista Ernesto Villegas.
[8] Se hizo reiterado el
arrojo de ropa interior femenina al personal militar en diversas oportunidades,
en especial en la ciudad de Caracas.
[9] En los medios de
comunicación del país, se hizo pública una fotografía del Doctor Pedro Carmona
Estanga, mandatario de facto de 2002, custodiado por dos civiles, cargados además
con ingente armamento de guerra. Más tarde se pudo determinar se trataba de jóvenes
empresarios venezolanos que hicieran parte del complot contra el gobierno del
Presidente Hugo Chávez.
[10] La murmuración,
dependiendo de su insania o maledicente profusión así como su propalación sin
tasa y medida, podría constituir delito militar.
Excelente estimado Pedro. Saludos
ResponderBorrar