28 de mayo de 2017

VENEZUELA...:La impronta de la asonada: “el republicanismo del ademán y del gesto”. El discurso republicano como justificación .

Desde el fondo de los tiempos vino su voz primigenia. Desde allá desde las siete colinas de la Roma antigua, de la Roma republicana. Insinuóse en las palabras esperanzadoras de un Cola di Rienzo, que en sueños infantiles de avergonzado lupanar materno, aspira a una sociedad pletórica de virtudes romanas.  Se metió en los intersticios del discurso político, allá en la “ciudad hecha Estado” en pleno renacimiento italiano. Se materializó en verbo para la acción, en la parla consejera acerca del poder político, en un injustamente detractado con el tiempo Nicolás Maquiavelo; mientras en la Inglaterra sacudida por las guerras civiles, encarnóse en parte y contraparte de los discursos contendientes, velándose apenas en las letras de un atormentado Thomas Hobbes y en las cuitas iniciales de un tolerante John Locke.

Remontó las cumbres de los montes Apeninos y aún más allá, de los Alpes e hizo erupción en el volcán rugiente y reivindicador de la Revolución Francesa, alimentando la palabra de Montesquieu, el dicterio acusador de Robespierre y el exordio en respuesta de Danton; arrulló las noches en vela, de jaquecas incontrolables y dolorosamente insoportables del Doctor Marat. Cruzó el Canal de la Mancha y se incrustó en el reclamo de las inveteradas sociedades escocesas, frente a la imposición británica de una sociedad egoísta y comercial. Thomas Ferguson lo hizo suyo y Adam Smith lo pergeñó en su obra.

Atravesó como un celaje el océano Atlántico y se hizo germen en los discursos unionistas de Hamilton, Jay y Madison, los mismos que alimentaron las letras del The Federalist. Descendió una mañana hasta la mente calenturienta del cura Hidalgo y Costilla, en el Querétaro de principios del siglo XIX y otro tanto, con cierta simultaneidad, en los sueños de un Morazán ganado para la idea de la libertad.

Y en el mismo tracto de tiempo histórico, llegó a estas tierras de la entonces Capitanía General de Venezuela, en las letras de un Rousseau de muchos años, vestido además con ropaje jacobino, encendiendo la tea que produjo los hechos del año 1810 y luego los del año 1811.

En efecto, se trata del lenguaje político que hubo de condicionar a posteriori buena parte de nuestro discurso de igual naturaleza: el lenguaje republicano y con él, su consecuencia directa, el republicanismo[1]. Viene con su carga de virtudes cívicas, de dolor patrio, de pueblo, de libertad a toda costa: solo se es libre si se vive en un Estado libre y el pueblo se da sus propias leyes[2].

La República lo es todo, el individuo es apenas una parte de ella. En estas tierras se viste, inicialmente, de aspiraciones y palabras; se decanta en la pluma de un Juan Germán Roscio jurista y patriota, pero sobre todo “civil y cívico”. Se convierte en exhortación revolucionaria en los discursos de Coto Paúl, encendidos de “fervor patriótico”  y expresados en una “sociedad” que se apellida con el mismo nombre de aquella fervorosa invocación.

Pero llega el día en que la pluma se alarga y se acera, convirtiéndose en espada; la negra levita del seminarista, se troca en vestimenta militar improvisada; las mesas y los pupitres de célibe impronta escolar, se convierten en parapetos para una infantería bisoña y mal preparada; los portones de las iglesias fungen como gólgotas para la crucifixión de mártires; y la impronta de los que luchan se toca, aunque modesta y pobremente, de uniformes, charreteras y sables.

Sí: se trata de la guerra. Y con ella, vienen “los soldados”, los protagonistas de la gran gesta emancipadora y al frente de ellos el personaje que habrá de consolidar en sus acciones, palabras, proclamas y discursos, un sincretismo que acompañará la historia política patria desde allí y para siempre: Simón Bolívar, Libertador, el  máximo exponente del republicanismo bolivariano.

Se dará entonces la existencia de dos republicanismos a lo largo de nuestra historia: “el republicanismo racional cívico” y “el republicanismo militar de la acción”. Dos peligros que nos acecharán a lo largo de toda nuestra vida política, incluso (especialmente) en los días que corren: uno, la tendencia a un “republicanismo moralista civil y cívico”, pero tremendamente débil; y otro, “el republicanismo de corte renacentista”, con su afán de grandeza, expedito, militar, de acción pura, aquel que caracterizara la verba galleguiana como “republicanismo del ademan y del gesto”.[3]

Del “gesto” (el “geste francés”) como arresto de violencias nocturnales, acompañadas del frío acero de las armas; del “ademan” como acción tumultuaria e intimidante, basada en el poder indiscutible  del fuego arrasador y de sentirse heredero de glorias pasadas, albacea indisputable de la impronta de Bolívar y garante de la existencia de la “Patria”, sus “instituciones” y su “pueblo”. Del vivac venimos y hacia allá siempre iremos, reza la sentencia ineluctable[4].

Mientras, el resto de la sociedad, incapaz de entender su papel y obnubilada por un discurso proteccionista de su padre indiscutible Bolívar y su albacea indiscutido, el Ejército, cae sumisa ante el “ademan” y temerosa frente al “gesto”. Pero, peor aún, cuando convertida en turbamulta, apela a la invocación desesperada de su presencia como una deidad guerrera de su propio Valhala nórdico o acaso un Marte redentor desde alturas olímpicas,  para que venga a su rescate contra los monstruos que su propia mal entendida “civilidad” ha creado. Es una sociedad sobre la cual “el uniforme, la cachucha  y el entorchado” ejercen particular fascinación.[5]

Y montada en una cureña de existencia cuasi sempiterna, guarda celosa el cañón que la agrede en unas oportunidades y la protege en otras. Mientras vela su sueño el “gendarme necesario” que de vez en cuando o de cuando en vez, decide apelar a su “ademan” y a lo que cree es su románticamente francés “beau geste”.

Así las cosas, es reiterativa en los comunicados de los golpistas de uniforme en sus proclamas y mensajes a la nación, en la oportunidad del manazo, la invocación a una “patria en peligro” y al cumplimiento de su “sagrado deber” en protegerla, invocación cargada de “impronta republicana”.

Las “Fuerzas Armadas han resuelto poner término a una situación angustiosa” , “el comando de la guarnición ha decidido asumir una actitud responsable y patriótica” [6] más allá de las fórmulas protocolares de carácter oficial o las verbalizaciones grandilocuentes para tapar reales intenciones, detrás de estos actos de habla, de incuestionable fuerza ilocucionaria (de subyacente fondo perlocucionario), hay una invocación a un deber sagrado, derivado de la percepción republicana de las virtudes cívicas, interpretadas claro desde un fondo que en lugar de instrumentos de escritura o de labranza,  guarda cañones, proyectiles y naves de guerra. Aún más, sin importar el sesgo ideológico que tenga la  asonada, esto es, sea de izquierdas o de derechas, la invocación es similar, en suma: “la Patria de Bolívar en peligro y nosotros los hombres de armas cumpliendo con nuestro sagrado deber de defenderla”.

De modo que es oportuno preguntarse ¿Se trata de una suerte de venezolanismo militar o más bien de pretorianismo venezolano? Si entendemos  a la “venezolanidad” como el conjunto de creencias, valores y costumbres que definen una identidad venezolana y al “venezolanismo” como una expresión material de esa “venezolanidad o un modismo de venezolanidad”, pareciera no existir la posibilidad de calzarle un apellido de naturaleza cuartelaria como “militar”. Por mucha fascinación que lo militar tenga sobre el común de los venezolanos, en especial sus himnos, invocaciones patrias y exhibiciones de poder de fuego, no es posible acuñarle a todos y todas (para ser consistente con aquello de “la igualdad de género”), además como absoluto universal, ese “vínculo inevitable con lo castrense”. En Venezuela y tal como lo manifiesta el profesor Domingo Irwing, pudiéramos estar en presencia, desde 1908 y con la creación de un Ejército Nacional organizado y profesional, de una sociedad pretoriana, entendida esta última desde lo que al respecto definen los teóricos estadounidenses de las relaciones civiles y militares Samuel P. Huntington y  Amos Perlmutter.

Siendo entonces una sociedad pretoriana que se pasea del control medio y al bajo, con el magro deseo de una civilidad, en apariencia minoritaria, de llegar algún día a una sociedad democrática consensuada, con una institución militar bajo control civil - esto es, en ejercicio pleno del viejo republicanismo racional cívico y civil – existe entonces en el seno del estamento militar la convicción de que tiene un papel actoral en la conducción del país y cuando alguna facción de cierta importancia en términos de cuantía, no está conteste con la marcha de la instituciones, se siente entonces con el derecho inalienable e imprescriptible de echar mano del “ademan y del gesto”, para “corregir” la marcha de lo que considera institucionalmente erróneo.

Asimismo, la sociedad civil (incluyendo en este conglomerado a todo lo que no es militar) cuando estima que las instituciones son erráticas o transitan por un camino “no deseado” invoca la presencia de los hombres de armas, expresamente y/o a través de algún artilugio jurídico (como en la actualidad la invocación al artículo 350 de la Constitución Nacional o en el caso de la Junta Patriótica en 1957, que exigiese a la institución armada el cumplimiento de los deberes que le imponía la Constitución de 1953)  para la resolución del o los conflictos que las “instituciones civiles” no son capaces de resolver.

Arribamos entonces a la asignación, por propia voluntad o por invocación oportuna del sector civil,  del “golpe como oficio político-militar”. Esta oportunidad resulta tentadora para arrojarse en los brazos de un intento de pergeñar ideas.

Son deberes del estamento militar en Venezuela (deber establecido además en todos nuestros estructuras jurídicas, al menos desde 1908) en tiempos de guerra, la defensa de la soberanía nacional, expresada en la protección y defensa del territorio nacional, y en tiempos de paz, la garantía del orden interno y la paz pública, mediante la seguridad del cumplimiento de las leyes. Añádase a estas obligaciones el aparente oficio del “Golpe de Estado”, sin mención expresa pero de “consentimiento colectivo”. Al otorgarle a los militares la capacidad para interferir como actores políticos, olvidando su condición de institución al margen de la defensa de un proyecto político en particular, se les está abriendo el camino para que intervengan bajo cualquier circunstancia, esto es, que el estamento militar como un todo o apenas un grupo influyente de aquel, intervenga en la cosa pública, derroque el sistema político imperante o haga exigencias enérgicas en un ejercicio parcial del “ademan y del gesto”.

Esa ha sido nuestra fortuna o acaso nuestra desgracia. Y la interferencia militar, como lo explicamos en líneas previas, no puede atribuirse únicamente a un “calamitoso destino que viene desde la impronta bolivariana”, se trata tal vez - al menos la evidencia empírica conspira para pensarlo - de una sociedad  de tendencia pretoriana, que se debate entre controles altos y controles bajos de lo civil sobre lo militar, pero que se niega a abandonar su impronta cuartelaría por aquello de que “Seguro mató a Confianza”…Si vis pacem parabelum”…o… ¡Viva Gómez y adelante!…




[1] “Estas vías servirán como guía general, mientras que para el caso específico de Venezuela serán de gran importancia aquellas estudiadas y expuestas por Luis Castro Leiva. Estas vías de las que hemos venido hablando son: 1) La vía del Atlántico, que trascurre a través de Maquiavelo y Harrington (Estados Unidos de América) 2) La vía de Roma-Francia: Maquiavelo-Rousseau-Montesquieu. 3) La vía del Derecho Romano 4) La vía de las Belles Lettres.”  Jasen Ramírez, Victor Genaro;  Pág.4
[2] “…si un ciudadano desea mantener su libertad debe asegurarse de vivir en un sistema político en el que no exista ningún elemento de poder discrecional (…) se debe vivir en un sistema en el que el poder único de la promulgación de leyes resida en el pueblo o sus representantes acreditados (…) Si y solo sí se vive en un sistema de autogobierno semejante podrá privarse a los gobernantes de todo poder de coacción discrecional (…) Desde esta perspectiva del ciudadano individual, las alternativas son escuetas: a menos que se viva bajo un sistema de autogobierno se vivirá como esclavo (…) solo se puede ser libre en un Estado libre…” Skinner, Quentin; La libertad antes del liberalismo. Pág.51 y 52.
[3] “Que la moral de las virtudes ciudadanas – del civismo – puede interpretarse de diferentes maneras en el republicanismo porque se la ha interpretado y practicado de muy diversas maneras, y que en la confrontación entre sus diferentes versiones el civismo pasivo es y ha sido menos digno de admiración que el civismo activo. Que el mundo de las leyes de los “ciudadanos nocionales” es menos excitante y por lo tanto más apático y tanto menos moral que la sobreexcitación de los hacedores del gesto moral turbulento de la república romántica de la decisión. Puesto de modo más sencillo que hay un republicanismo de las paradas y del lance y hay un republicanismo de leyes morales universales. El uno más intuitivo – por tanto más encarnado y encarnable – y más poblado de pasiones y deseos humanos que el otro, cual es contra-intuitivo y abstracto, magisterial y pedante en su abandono de la encarnación histórica para ser solo lo que es: esencialmente verbo amonestador y conciencia de universalidad y de idealismo impracticable, precisamente por tener que renunciar a la razón práctica (…) el republicanismo renacentista y su culto a la grandezza refuerza los arranques románticos y voluntaristas que son tan propios de lo que llamara en el contexto de Gallegos el republicanismo del ademan y del gesto.Castro Leiva, Luis;  Ese Octubre nuestro de todos los días…Pág. 43 y 76. Las negrillas son nuestras…
[4] …el Ejército de diciembre de 1935, es una institución armada (…) a la cual se han implantado las más modernas ideas (…) de patriotismo, de exaltación de los héroes militares de la Independencia, del culto a la figura de Simón Bolívar, de la obligación moral de los oficiales, y de que la nación es el ejército y el ejército es la nación (…) el bolivarianismo entendido por López Contreras podría dotar a su gobierno de una filosofía de acción y una “armazón” ideológica, cercana a los principios de patriotismo y nacionalismo, que el Ejército asumía como banderas, como herederos perpetuos de las glorias de Bolívar.Cardozo-Buttó-Ramos, El incesto Republicano…. Págs. 103 y 113. Las negrillas son nuestras…
[5] “Así pues el proyecto militar y su incesto con las fuerzas civiles de la sociedad venezolana, encuentra basamento en la idea primigenia de que este país es producto de la concepción militar-política de los padres fundadores. Idea secularmente enraizada en el imaginario colectivo nacional. Ello explica porque en Venezuela es posible un proyecto pretoriano, cuando no abiertamente militarista, desde comienzos del siglo XX. La venia de la sociedad civil al respecto es la mezcla de su incapacidad ante la fuerza – física y discursiva – y de admiración soterrada por el verde oliva.” Cardozo-Buttó, El incesto Republicano… Pág.15.
[6] El primero de las actos del habla aquí transcrito corresponde a un fragmento del acta constitutiva de la junta militar de gobierno que se instalase el 23 de enero de 1958, con ocasión de la partida del general Marcos Pérez Jiménez. El segundo, en el otro extremo del espectro político, pertenece al manifiesto al que le diesen lectura radial los oficiales navales alzados, el 4 de mayo de 1962, con ocasión de la rebelión militar de la guarnición de Carúpano y que se denominara con posterioridad El Carupanazo.

1 comentario:

  1. Leído, aun meditando lo leído, volveré a leerlo mañana. Sin embargo el problema militar es sumamente complejo en una sociedad que lo acorrala sin grises, solo amor u odio. Una banal sociedad que sólo "le reza a Santa Bárbara" cuando la tempestad la atormenta; y entonces, como todo maula quiere respuestas milagrosas y a su medida exigente, cuando nunca se preocupó de enseñarle a los militares lo que significa "República"; jamás interpeló a los militares para verificar si conocían el significado de la "Democracia" que están obligados a defender, ya que lo formaron y capacitaron dentro del "Entendido" y de la "dictadura de la jerarquía y del grado" con sus premisas "del mala leche y el jefe soy yo", con vicios fatales disfrazados como "principios", la sumisión de la pretendida "obediencia debida" y el servilismo disfrazado de "Disciplina". A medida que los grados, jerarquías y cargos se prostituyeron desapareciendo las virtudes meritorias y recompensando las mediocridades moldeables entre los aplausos vergonzantes de los adulantes y los silencios complacientes y escandalosos del resto de la "sociedad civil” indiferente, los militares volvieron a tocar el abyecto fondo del precipicio vergonzante del servilismo pretoriano. Saludos estimado Doctor

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