3 de junio de 2017

Las Fuerzas Armadas, el deber, el orden y las invocaciones. Democracia, constitucionalidad y destino. Pueblo, patria y sacrificio.

En los dos artículos precedentes, hicimos referencia al papel protagónico que el estamento militar tiene en Venezuela, tanto en calidad de árbitro en las disputas políticas críticas, casi siempre por invocación civil, como en su definitiva promoción intencionada “a motus propio”. Miembros de la institución armada, en no pocas ocasiones durante nuestra historia política patria contemporánea, se han arrogado en el discurso el mantenimiento del “orden interno” como su “sagrado deber” y, en tal sentido, la manifestación referida ha dotado a los conjuntos estructurados de sus actos de habla, con la fuerza necesaria (ilocucionaria en unos casos y resueltamente perlucionaria en otros) para justificar la acción de armas contra el gobierno en funciones, mejor conocido como “el Golpe Militar de Estado”.

 La “legitimación constitucional” que tal intervención parece permitir, ha servido a diversos grupos militares y en diferentes momentos, de convincente argumento para derrocar o intentar derrocar al “orden interno”, que un día jurasen defender. Así por ejemplo, en la primera proclama de la Junta Cívico Militar de gobierno, autodenominada por cierto “Junta Revolucionaria” y que resultase con ocasión de la rebelión del 18 de octubre de 1945, puede apreciarse un texto que reza “…el Ejército y el pueblo unidos contra el funesto régimen político que venía gobernando el país…”[1] acto de habla que no deja margen a equívocos: el Ejército se declara “unido al Pueblo” en contra de un “régimen funesto” y, así, “en conjunto”, deciden comprometerse en la creación de un “nuevo orden”, mediante la defenestración ipso facto del preexistente.

El 24 de noviembre de 1948, en un nuevo ejercicio “del ademan y del gesto”,… “las Fuerzas Armadas Nacionales, ante la incapacidad del gobierno nacional  para resolver las crisis existente en el país (…) han asumido plenamente el control de la situación para velar así por la seguridad de toda la Nación…” [2] Ante la incapacidad del gobierno para “resolver la crisis”, el estamento militar, como garante del “orden interno”, cumple el “indeclinable deber” de asumir el control para velar por la seguridad de la nación. Nadie debería dudar de la legitimidad del manazo: “el sagrado deber militar por la patria debe cumplirse a cabalidad”.

Diez años más tarde, el 23 de enero de 1958,…“las Fuerzas Armadas Nacionales (…) han resuelto poner término a la angustiosa situación política por la que atravesaba el país…”[3]; más allá de lo dispuesto en la Constitución de 1953, decide romper con ese orden constitucional (por espurio que sea su origen)  para ir en pos de su “deber patrio”, invocando una vez más y como razón de peso, la “angustiosa” situación que atraviesa el país. En dos oportunidades, un sector de las Fuerzas Armadas “resuelve” de hecho y en otra invoca su unión con “el pueblo”, para, del mismo modo, “resolver de facto” la situación política.

Con independencia de si los complotados militares son de “derechas” o de la más revolucionaria de las “izquierdas” (haciendo uso de una antipáticamente anacrónica forma de ubicar ideológicamente a los actores, que se remonta a los tiempos de la tumultuaria Asamblea Nacional francesa revolucionaria), la invocación al “deber patrio en pos de la garantía del orden institucional”, se sigue proclamando. El 4 de mayo de 1962  “el Comando de la Guarnición de Carúpano informa a los compañeros de armas y al pueblo de Venezuela que (…) ha decidido, conjuntamente con las fuerzas populares, asumir una actitud responsable y patriótica ante la trágica situación que vive el país…”[4] Una nueva “situación trágica”, una nueva conjunción de “pueblo y soldados”,  llama a la recuperación de la “Patria”, haciendo uso del “legítimo derecho” que como parte del estamento militar, tiene este grupo declarado en rebeldía, en lo tocante a “cumplir y hacer cumplir” las leyes de la República.

Fracasados tanto el intento de golpe del 4 de mayo de 1962 (El Carupanazo) como su contemporáneo del 2 de junio del mismo año (El Porteñazo), ambos fraguados al interior de las Fuerzas Armadas, con la participación civil de dirigentes y militantes del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), los miembros del aparato militar de ambos partidos y una nutrida parte de los oficiales participantes en ambas asonadas, fundan las llamadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y su aparato político: el Frente de Liberación Nacional (FLN). En su comunicado fundacional, los miembros militares (acompañados por los jefes guerrilleros) afirman en un par de los considerandos del documento en referencia que “...el actual gobierno ha traicionado los principios que sustentaron su elección …”  y que “…es deber de la Oficialidad rescatar la Institución Armada, para que cumpla sus elevadas funciones de salvaguarda de la Nacionalidad …”[5]  De nuevo y más allá de “los principios democráticos generalmente aceptados”, los oficiales militares invocan su deber de protección de esos “otros principios”[6] que sustentan la elección de un gobierno, así como la “salvaguarda legítima” de la nacionalidad. Representa una apelación a las invocaciones del pasado, concretamente aquellas que pertenecen al corpus sagrado de los deberes del más puro republicanismo, entre ellos el de mayor significación: “la supervivencia a todo evento de la patria”.

Con ocasión del fracaso del intento de golpe militar del 4 de febrero de 1992, uno de sus líderes más connotados, el Comandante Hugo Chávez Frías, expresa (en el discurso televisado que lo impulsará políticamente hacia el futuro, en alas de un escueto “por ahora”) que “…nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder (…) ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones…”[7] Ese par de actos de habla, acaso no intencionados como discurso, ya que se trata de la exhortación de quien derrotado militarmente, solo advierte a sus compañeros de armas el fracaso de la intentona, parecieran apelar a una suerte de “incuestionable derecho militar” a intervenir: “nosotros no logramos controlar el poder”. Pero más aún, nos atrevemos a invocar a la reflexión y la esperanza: “somos nosotros los que determinaremos nuevas situaciones”. Es posible se trate del papel tutelar que “los civiles atrapados en un brete”, le otorgan al militar venezolano en la vida política nacional y que  acaso, escondido en un par de sencillos actos de habla, se manifiesta inconsciente en el discurso político militar.

Otro tanto se advierte en la proclama de los alzados el 27 de noviembre de 1992, asonada en cierto modo hermanada con la del 4 de febrero del mismo año. Los militares insurrectos justifican su acción en los siguientes términos “lo hacemos inspirados por la angustia de nuestros compatriotas, civiles, hombres de uniforme…” Una vez más, como sus lejanos compañeros del 23 de enero de 1958, esta nueva agrupación militar “atiende al llamado” de sus compatriotas, tanto civiles como militares, ante una “situación angustiosa”. Una nueva invocación al cumplimiento del “indeclinable deber por la patria” y ante “las angustias de un pueblo sufrido y sufriente”.

Mientras que nueve años y casi seis meses después, otros compañeros de armas del “Comandante Supremo del 4F”, habiéndose trocado este último en Presidente de la República en dos ocasiones - virtud de una novísima Constitución Nacional, además aprobada por la población y por vez primera en la historia nacional a través de un referéndum consultivo, lo que pareciese no volver a ocurrir de nuevo - declaran categóricamente en una asonada para derrocarlo: “Nosotros, representantes genuinos de la Fuerza Armada, hemos decidido desconocer el actual régimen de Hugo Chávez Frías…”. Otro grupo, otra invocación a lo “genuinamente militar”, otra justificación para cumplir el “sagrado deber” de decidir acerca del destino de la “Patria”, por supuesto: “solicitud y complicidad civil mediante”.

El Vicealmirante Héctor Ramírez Pérez, el oficial naval de más alto rango involucrado en la intentona del 11 de abril de 2002, afirmó en su interpelación por ante la Asamblea Nacional, el 16 de mayo del mismo año “…la Fuerza Armada Nacional como garante del orden interno de la República le solicitó al doctor Pedro Camona Estanga como genuino representante para ese momento del sector civil, que aceptara la conducción del gobierno de transición…”  Esta manifestación expresa se reviste por si sola de los contenidos que refuerzan la argumentación sostenida hasta este momento: la internalización militar de que la condición de “garante del orden interno”, proporciona la capacidad para “escoger” a quien debe representar al “sector civil”, vale decir, al resto de la población, y decidir, más allá de esos principios constitucionales, la existencia de un “gobierno de transición”. La “Patria y el Pueblo”, siempre primeros pero… ¿Cuál Patria y cuál Pueblo?

Otra invocación reiterada en el discurso militar de la asonada, es aquella relativa a la “democracia”, sus principios y la materialización de estos últimos en los preceptos constitucionales. “Democracia y constitucionalidad” derroteros fundamentales para un “pueblo próspero y feliz”, aunque para ello tengan que obviarse esos principios “temporalmente”.

El 18 de octubre de 1945, la Junta de Gobierno, en el comunicado N° 1 dirigido a la nación, argumenta que la acción de armas del Ejército junto a la participación del pueblo “…ha contribuido a que Venezuela comience a incorporarse al número de las Naciones realmente democráticas de América…”  afirmación que pudiese tener una justificación subyacente, expresada en los siguientes términos: “derrocamos al gobierno constitucional pero, gracias a ello, hemos incorporado a la patria a la lista de las naciones democráticas del continente”.

Un subterfugio equivalente parece apreciarse en esta manifestación discursiva (de singular fuerza perlucionaria) de quienes dan el golpe militar el 24 de noviembre de 1948, “…del rápido restablecimiento de la normalidad, depende el encauzamiento hacia un orden constitucional adecuado a la verdadera realidad venezolana y surgido de la voluntad nacional, libre e imparcialmente manifestada a través de las organizaciones políticas.”[8]  Son las Fuerzas Armadas las que decidirán cuando habrá de restablecerse la normalidad, así como la naturaleza de un orden constitucional adecuado a la verdadera realidad venezolana, aunque, contradictoriamente, este surja de “la voluntad nacional libre e imparcialmente expresada”. Este conjunto de actos de habla parece sugerir que si a las Fuerzas Armadas no le pareciese “adecuado” el orden surgido de la voluntad nacional, este último bien podría ser defenestrado nuevamente, en aras “del rápido restablecimiento de la normalidad”. La fuerza militar se auto proclama, una vez más, como garante del “orden democrático”.

Esa manifestación discursiva que coloca al estamento castrense como “fiel espaldero” de la democracia, se repite el 23 de enero de 1958 cuando el grupo militar triunfante, justifica su intervención ante el país “…a fin de enrumbarlo hacia un Estado democrático de Derecho…”[9] Mientras sus pares de uniforme, opuestos (diametralmente) ideológicamente, declaran, el 4 de mayo de 1962,  que su movimiento “…tiene entre sus finalidades esenciales restaurar  la vigencia plena del sistema democrático…”[10]

Una percepción semejante se aprecia en los fundadores de las FALN, cuando afirman que el gobierno de Rómulo Betancourt ha traicionado a sus electores mayoritarios, “…colocándose al margen de la doctrina democrática y violando la Constitución Nacional.”  Treinta años más tarde, son los militares del MBR-200 y sus colaboradores civiles, actuando en contra del sistema político que instaurase Betancourt, los que afirman en boca del Comandante Chávez que “…el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor…” lo que pareciese sugerir que su anterior devenir no resultaba calificable de tal, ergo, “nosotros sabemos cuál debería ser ese destino mejor”. En un mismo sentido discursivo, el grupo militar conspirativo del 27 de noviembre de 1992, afirmaba resueltamente que su intencionalidad tenía “…la firme orientación de rescatar la dignidad nacional, de restablecer el pleno ejercicio de la democracia y preservar el gentilicio nacional… ” 

Y, paradójicamente, la logia militar que se enfrenta en 2002 a aquella derrotada en 1992, pero triunfante por vía electoral – gracias a los principios constitucionales de 1961 - en 1998 y siendo gobierno en 2002, gracias a la constitucionalidad de 1999, afirma prorrumpir en asonada esencialmente “….por la restitución de la patria, el sistema democrático y sus instituciones…” Golpe militar y democracia: una sorprendente visión esquizofrénica y por ende contradictoria de la realidad. Hablando con extremo simplismo y tomándonos la licencia de una conjugación en primera persona: “…derroco a la democracia por más y mejor democracia; desconozco a la Constitución por una Constitución mejor;  incumplo las leyes de la República por una República democrática, constitucional y, sobre todo,  legítima y legal…”

 En otro orden de ideas, “Pueblo, Patria y sacrificio” son conceptos que sirven al propósito de estructurar  lo que podríamos llamar la tercera fase del discurso militar de la asonada. El “Pueblo” como sujeto de la acción y la “Patria” que lo contiene como justificación plena del sacrificio extremo. Y el sacrificio de las Fuerzas Armadas como ejemplo supremo de “auto flagelación honrosa” por la Patria y su vida, es decir, la materialización concreta de la máxima bolivariana “el que da todo por la Patria, nada pierde y gana todo cuanto le consagra.”

Clara manifestación hace la Junta en 1945 “…el Ejército y el pueblo unidos…” para concluir que nada hubiese sido posible sin “… el desinterés generoso y patriótico de la oficialidad, clases y soldados del ejército, la marina y la aviación…”  En 1948 y en el Comunicado N°6, dirigido por la Junta Militar a los  miembros profesionales de las Fuerzas Armadas, el alto mando en funciones declara que en 1945  “…las Fuerzas Armadas dieron entonces un ejemplo de desprendimiento (…) al no querer el poder para sí…” Para refrendar previamente y en el comunicado N°1 dirigido al país nacional con ocasión de la rebelión militar que “…las Fuerzas Armadas Nacionales dejan informada a la Nación de que una vez más están cumpliendo con los sagrados deberes a ellas encomendados.”

El 23 de enero de 1958, la claque de turno hace este exhorto “Las Fuerzas Armadas Nacionales en atención al reclamo unánime de la nación y en defensa del supremo interés de la República…”; mientras los oficiales complotados en el movimiento del 4 de mayo de 1962, paradójicamente, reiteramos, de signo ideológico contrario, afirman “Parciales como somos del cumplimiento de las leyes de la República y socios como somos de la vida de los venezolanos…”

Los oficiales de las FALN y citando de nuevo el considerando N°2, correspondiente a su comunicado fundacional, de fecha 22 de febrero de 1963, manifiestan que “…es deber de la Oficialidad rescatar la Institución Armada, para que cumpla sus elevadas funciones de salvaguarda de la Nacionalidad y sostén de las Instituciones Democráticas de la República…” Casi seis lustros más tarde, los militares comprometidos en la asonada del 27 de noviembre de 1992, asumen el sacrificio patrio cuando declaran “…No nos guía una idea mesiánica ni actuamos inspirados por bastardas ambiciones personales (…) Lo hacemos por la angustia de nuestros compatriotas, civiles, hombres de uniforme y por  el legado histórico de nuestros libertadores.”Y un ejemplo de “suprema inmolación” por la “Patria”, el “Pueblo” y sus subalternos militares, parece hacer el Comandante Chávez cuando afirma, con la gravedad que el momento impone “…yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano.”  

Pero una conducta de particular renunciación, parece repetirse en el Vicealmirante Héctor Ramírez Pérez cuando en su interpelación ante la Asamblea Nacional, hace saber  “…una vez en el Palacio poco antes del acto de juramentación del doctor Carmona, este último me llama a su despacho y me informa de su deseo de designarme Ministro de la Defensa a lo cual le expresé que en ningún momento mi actuación obedecía a obtener cargo alguno en el gobierno de transición…”

Así, en todo lugar y todo momento, los militares al frente de las asonadas (al menos los aquí citados), llamados con desprecio, si acaso fuese derrotada, “militares golpistas”, parecen completar su “gesta” con “el supremo gesto del sacrificio”, aspirando dejar claro su compromiso por (y con) la “Patria”, su “Pueblo”, la “Institución Armada” y su impronta histórica (representada esta última, al menos en todos los casos citados, en la gesta magna y el legado de los padres libertadores), expresada inequívocamente a través de un discurso cuya fuerza ilocucionaria está destinada, precisamente, a propalar, a todo trance, la convicción absoluta en tales principios, haciendo uso de un lenguaje político signado e impregnado del más puro “republicanismo bolivariano”, sin supuestos "afanes de grandeza" pero empeñados en llenar de “grandezza renacentista” esas características consustanciales al golpe militar en Venezuela: “el contundente ademán de fuerza y el gesto inequívoco de desprendimiento patrio”…






[1] Referencia Comunicado nº 1, 18/10/45
[2] Referencia Comunicado Nº 1, 24/11/48
[3] Comunicado de las FF.AA al país, 23/01/1958.
[4] Proclama de los oficiales de la Infantería de Marina complotados en la insurrección de Carúpano y difundida por Radio Carúpano, el 4 de mayo de 1962.
[5] Documento fundacional FALN. Aparato de propaganda FALN-FLN, 23/02/1963.
[6] No queda claro a que se refieren con “otros principios” acaso aquellos de una democracia concebida por ellos para ellos.
[7] Documentos de los Golpes de Estado en Venezuela 1945-1992, José Agustín Catalá.
[8] Comunicado citado. 24/11/1948.
[9] Comunicado citado, 23/01/1958.
[10] Fulanito, Op.Cit…pág.

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