“La República”,
constructo humano primigenio sobre el cual se edificaron nuestras naciones
hispanoamericanas; “nombre propio”
con el cual hemos bautizado nuestras creaciones políticas nacionales; “sujeto” que ha servido a todo “predicado” y ha favorecido en todo
tiempo, los más disímiles “complementos”.
Hay quien la ha llamado “creación
política”, otros, “aspiración
irrealizable” y finalmente “obligación
ineludible”. Algunos pensadores la declaran “hoy muerta”, mientras otros proclaman con grandilocuencia “su adecuación a nuevas exigencias”. En
fin “la República”, como dijese en su
oportunidad José Tadeo Monagas de la Constitución Nacional de su tiempo: “…da para todo…”
Pero
imprescindible en esta serie de artículos, ubicar su origen y pergeñar las
ideas acerca de su llegada a estas tierras, pero, sobre todo y de manera
primordial, cómo se entonaron sus cánticos, que letra acompañó sus
invocaciones, cómo se habló, se escribió y terminó leyéndose en esta tierra de
gracia, la misma que, desde el bautizo apresurado de Américo Vespucci,
terminásemos llamando Venezuela.
Hay
que comenzar en Grecia, en las reflexiones de Platón, pasando por las formas de
gobierno de Aristóteles, el uno concibiendo a la República como “creación
ideal” [1],
el otro como expresión variada de organización, tanto de individuos, como de aristocracias y grupos[2],
pero sin apremios de “bautismos
colectivos” o más bien, viendo aquellos como atisbos de peligros inconfesables.
Ambos, centrando sus ideas en el constructo social esencial de su tiempo: la ciudad.
Ida la Grecia antigua, duerme la República el “sueño de los justos” hasta llegar a la Roma del, por y para el
colectivo; la Roma de la “res pública”, de
la “res popollo”; la Roma de Marco
Tulio Cicerón, la “Roma Republicana”
dónde él y Gayo Salustio Crispo, más joven y más próximo al ocaso de aquella, se encuentran en la crítica
a las acciones de un ambicioso Catilina, quien trata de destruirla[3].
Ambos ven a la República como la
creación propia de los “ciudadanos
virtuosos”, esto es, la que existe
gracias a la “virtus”[4]. Pero
no una virtud huérfana de detalles, sino una virtud polícroma que se decanta en
“virtudes”.[5]
Pero llega un día en que la República Romana muere; lo afirma Salustio en su “Conjuración de Catilina”: la avaricia, la venalidad y el vicio, la destruyen sin remedio[6]. Muere Salustio por el frío metal que porta la parca, más tarde lo hace Cicerón, pero mediante el hierro del puñal asesino. Cae en larga suspensión vital “la República”. Su nao espera por mejores y más potentes vientos.
Empujada por brisas nuevas y mejores, recala
imponente en mediterráneo puerto, precisamente durante el Renacimiento Italiano.
Las “Repúblicas Italianas del quattrocento”
la hacen revivir con nuevo empuje. No solo se habla de “las virtudes” que en día postrero invocase Salustio, se habla de nuevo de las “virtudes políticas” que un día refiriese
Cicerón, ahora en el contexto del “humanismo
cívico”[7].
Más tarde, los planteamientos de un
patriota florentino que la ve en peligro otra vez, hacen recomendar acciones
concretas: Nicolas Maquiavelo le imprime un nuevo sello. No es la “virtud”, ni siquiera “las virtudes políticas”, son las
acciones concretas, más allá de las virtuosas, las que permitirán conservar a
la República, y, en consecuencia, las que garantizarán su vida en el tiempo[8].
Francesco Guicciardinni, en cierto modo
siguiéndole los pasos, propone su protección mediante prácticas más bien “prudentes”[9].
Pero un Giovanni Botero y luego un Lodovicco Zucollo le tuercen el camino,
imponiéndole un destino más práctico: “la
preservación, a toda costa, del Estado del Príncipe, sea República o no”[10].
Y así, luego de los años, pasa casi inadvertida su presencia, solo referida
como “sociedad debidamente organizada”.
Las
transformaciones que llevan a Inglaterra a una guerra civil cruenta, a la
decapitación de su Rey y a la aparición del protectorado parlamentario bajo el
liderazgo de Oliver Cronwell, inducen nuevos pensamientos y hacen germinar
nuevas ideas. Surge entonces James Harrington con su “Comonnwealth of Oceana”. Sobre esas ocurrencias nos dice Quentin
Skinner:
“La
teoría neorromana tuvo su mayor auge durante la Revolución Inglesa de mediados
del siglo XVII (…) la culminación del desarrollo de una teoría completamente
republicana de la libertad y el gobierno en Inglaterra, ocurrió en 1656. Tras
dos años desastrosos de experiencia constitucional, Oliver Cromwell decidió
convocar en el mes de mayo a un nuevo Parlamento. La oportunidad de denunciar
el protectorado y exigir una solución genuinamente republicana fue aprovechada
de inmediato por Marchamont Nedham, quien modificó sus anteriores artículos y
volvió a publicarlos con el título de
The Excellency of a Free State, en junio de 1656. Unos cuantos meses
después, James Harrington aprovechó la misma oportunidad para escribir el que
seguramente es el más original e influyente de los tratados ingleses sobre los
Estados libres, The Commonwealth of Oceana, publicado por primera vez a finales
de 1656.”[11]
La
presencia neorromana, tal y como la describe Quentin Skinner, entra en escena. Los
viejos conceptos planteados por Cicerón, Salustio y que relata Maquiavelli, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, como referencia a
la historia de Roma[12],
son rememorados, una vez más, con nuevos sentidos de la “República y lo Republicano”. La vieja máxima de Cicerón, en su obra
“La República”, acerca de que ella
(la República) es la cosa del pueblo
pero “…que pueblo no es toda reunión de
hombres, sino sociedad formada al amparo del derecho y por utilidad común”[13]
, reafirma en la sociedad propuesta por los neorromanos el concepto de ley, su imperio y la preeminencia de la “sociedad de hombres libres como supremo colectivo”, muy por encima de
los apremios individuales de libertad.
Y
anclados en “la libertad” como concepto,
los neorromanos ingleses hacen saber a los cuatro vientos: “solo se es libre si se vive en un Estado
libre, dónde los hombres se den, además, sus propias leyes, librados además de
toda presión y apremio, ambas condiciones (la presión y el apremio) nacidas
desde los arrestos de mando de una voluntad individual”. Marchamont Nedham lo deja claro:
“No
solo hemos recibido de Dios una serie de “derechos y libertades naturales”,
sino que “el fin de todo gobierno es (o debiera ser) el bien y la tranquilidad
del pueblo en el seguro disfrute de sus derechos sin presión ni opresión” por
parte de gobernantes o conciudadanos.”[14]
Ahora,
además de las virtudes del romano republicano que mencionase Salustio, a saber,”
ingenium, egregia, gloria, bonae artes,
industria, labor, fides, pudor, continentia” y las virtudes políticas republicanas que un
día mencionase Macrobio citando a Cicerón, esto es, “prudencia, fortaleza, templanza y justicia”, la libertad del colectivo se añade como valor esencial de la República,
esto es, “la restauración del hombre, su
derecho, el de su sociedad, a través de la libertad colectiva y bajo el imperio
de la ley”.
Trasciende
esta concepción las fronteras del tiempo
y el espacio, viajando al través del océano, recalando en nuevos
puertos, esta vez, en aquellos que sobre la costa atlántica, se han extendido
frente a las colonias americanas que un día acordasen construir los
expedicionarios del May Flower. Pero allí también se renueva la faz de la “República”, añadiéndole a la “República Clásica Romana” y a la versión
de la “República Neorromana” de los
ingleses, nuevos aditamentos, en particular aquellos respecto de “la libertad”. La teoría del dulce
comercio y los apremios materiales de las colonias americanas, constreñidas en
la administración y ampliación de su propia actividad comercial por la corona
británica, extiende la noción de libertad a la “libertad de comerciar”. Ya no solo es la libertad para darse sus
propias leyes, ahora es la libertad para darse sus propios bienes materiales, mediante
la práctica “libre” del comercio y
así agenciarse la legítima riqueza que se les niega.
La “Revolución Norteamericana”, finalizado
el hecho armado y victoriosos los patriotas sobre los “casacas rojas”, impone la restauración del hombre, su libertad, la
del colectivo, así como la capacidad de ese colectivo de auto sostenerse por la
vía del comercio activo y creciente.[15].
Es la “República de la Sociedad Comercial”,
que se impone sobre la “República Clásica
Romana y la República Inglesa Neorromana”. Las “Revoluciones Atlánticas” imponen un nuevo rostro a la República.
Pero
simultáneamente en su puerto europeo de origen, se sigue alimentando la noción
de “República Libre”, esta vez, entre
otras, en las palabras de Adam Ferguson y Adam Smith, quienes se oponen a la
creciente “despersonalización” de la
vieja sociedad comunitaria escocesa y, en tal sentido, con sus propios
razonamientos, nacidos de su impronta, más lo aprendido desde las costas “liberadas” de las colonias inglesas de
América, la emprenden, con sus planteamientos republicanos, esta vez y
paradójicamente, contra el dominio de la sociedad oligárquica comercial
británica.[16]
Al
otro lado del Paso de Calais, en la nación cuya vida presiden los fastos rutilantes de la “Ville Lumière”, se incuba una explosión
que, una grave crisis económica, política y social, hace presumir sobrevendrá
con fuerza. Para cuando Luis XVI logra apercibirse de su entera gravedad, la
fortaleza de Le Bastille está asediada por una turbamulta armada de picas,
palos y piedras. Azadones en alto, la turba reclama la vida de la monarquía;
mujeres, niños, ancianos y hombres con miradas frenéticas y puños crispados,
exigen los derechos que (los agitadores así se los han hecho saber) son de su legítima
propiedad. Camille Demoullins es uno de los más enconados oradores y devenido
el tiempo, aquel movimiento que él encabezara junto a muchos otros, insignificante
además en su valor militar, adquiere trascendencia simbólica en lo político: es
el fin de lo “viejo” y el nacimiento
de lo “nuevo”. Y “la República” viene con “lo nuevo”.
En
su viaje incesante, la nao republicana ha vuelto a Europa, esta vez con más ímpetu,
mayor intensidad. Los republicanos franceses apuntan, en sus inicios, a la
Republica que definiese en su momento Charles Louis de Secondant, mejor
conocido como el Barón de Montesquieu, concretamente en su obra “El espíritu de las leyes”; a las
virtudes republicanas se añaden las consignas revolucionarias francesas “liberté, fraternité, éqalité”. Es un
mensaje en apariencia común al republicanismo conocido: ciudadanos virtuosos
que construyen ciudades, en libertad y fraternalmente, en virtud de la
identidad que les confiere compartir valores y esperanzas, pero, el elemento
novedoso es “la igualdad”, esto es, “iguales ante todo, en particular ante la
ley”.
El “amor a la Patria” se transforma en el
sentimiento mayor que un republicano francés puede albergar en su alma. Cuando
la Revolución empieza a tocar sus puntos más álgidos y el espíritu tumultuoso
hace a aparecer a Jacobinos y Girondinos (junto a esa curiosa denominación de “izquierdas y derechas” que aún hoy,
acaso erróneamente, persiste) figuras como Georges Danton, Jean Marat y
Maximilien Robespierre, llenan de exordios brillantes las páginas de los
debates en la tumultuaria Asamblea Nacional.
Jean Jaques Rousseau se cita y es citado con
frecuencia: “…el amor a la Patria
consiste, en definitiva, en el amor a las leyes y la libertad…”[17]…“…la
“religión civil” (...) es el amor a las leyes el núcleo esencial de la actitud
de los ciudadanos respecto a la república. (…) la santidad del contrato social
y de las leyes... (…) amar sinceramente las leyes, la justicia y de inmolar su
vida, llegado el caso…”[18]. Mientras
una de tantas tardes, acaso entre gorros frigios y escarapelas tricolores, Robespierre escribe “La república es la denominación general de todo tipo de
gobierno de hombres libres que tienen una Patria.”[19]
“La Patria, el Pueblo y las
Leyes”, junto a las virtudes republicanas clásicas la “Justicia, la Fortaleza, la Templanza”,
añadidas a las nuevas consignas revolucionarias francesas, “Fraternidad e Igualdad” y, sobre todo “Libertad”, construyen el nuevo discurso revolucionario francés,
que un giro sorprendente y sorpresivo, seguido de “tres años de terror”[20]
convierten a la República Francesa en una República Clásica, dónde “aquel que muere por la Patria vive para
siempre y el soldado se hace héroe”. Contrariamente, al otro lado del mar, en
los nuevos Estados Unidos de América “vivir
para vivir por la República es la consigna y el agricultor-comerciante es su
héroe cotidiano”, es, reiteramos, la “República
de la Sociedad Comercial”.
“Virtudes republicanas
comerciales y comunes” versus “virtudes republicanas clásicas, heroicas, épicas”. Ambas hacen presencia
en los predios de Hispanoamérica. Antes,
las segundas pasan por Haití, tal como lo vienen haciendo desde siempre lo
huracanes estivales y trágicamente dividido por sus influencias, se debate
entre la locura de una monarquía absoluta rediviva en las manos de Henri Christophe
y las posibles bondades de una República en las manos de Alexandre Petión,
constructo republicano que, por cierto, coquetea con las apetencias comerciales
y las glorias de la épica patética. Mientras Haití se debate entre la vida y la
muerte, recalan ambos conjuntos de virtudes en nuestros puertos continentales
hispanoamericanos; calientan, por ejemplo, la mente del cura Hidalgo y
Costilla, quien se desgañita en el Querétaro[21]
mejicano, en medio del "dolor patrio" expresado entre "gritos de independencia"
En
nuestras tierras venezolanas, han llegado desde hace rato, primero en los
intentos “igualitarios” de José
Leonardo Chirino[22] y José
Andrés López del Rosario (el zambo Andresote)[23];
en los arrestos independentistas de Pedro Gual y José María España[24];
y finalmente, en los ejercicios teóricos y discursivos, entre otros pensadores,
de Francisco Espejo, Juan Germán Roscio y Fernando Peñalver, para terminar en
los encendidos discursos de quien, corridos los años, se convertirá en nuestro
propio mito republicano: Simón Bolívar. En la sapiente pluma de Miguel José
Sanz, lo hacen las ideas republicanas escocesas de Adam Ferguson y entre todos,
esto es, en tal sincretismo, nace el “Republicanismo
nuestro”, propio, una suerte de “Republicanismo
autóctono” que definirá nuestra “República propia” y tendrá también apellido
singular, devenida la degollina que nos proporcionó como resultado la
inobjetable libertad: “el Republicanismo
Bolivariano”.
Los
avatares de la guerra, el sable desenvainado, el cañón humeante, la batalla y
la lanza sanguinolenta, sepultan nuestro republicanismo cívico y, vistiéndolo
de severa casaca y morrión, lo hacen épico, convirtiendo nuestra primera
percepción republicana civil y civilista, en “República Clásica”, con los soldados de máximos héroes. Montado
sobre el “albo” corcel de Simón
Bolívar, “el bolivarianismo”, como lo
denomina Luis Castro Leiva, es “…tal vez
la variante ilustrada y particular del republicanismo clásico y del
republicanismo cívico humanista que mayor alcance tenga para determinar
nuestros criterios de membrecía política.” [25]
Así,
nuestro “Republicanismo Bolivariano”,
atravesado por el lenguaje político inicial de Aristóteles, abreva de diversas
fuentes y sus lenguajes, tal y como lo hace saber Castro Leiva, quien
ampliamente refiere:
“…no
debemos inducir al equívoco de pensar que para discernir el significado y valor
que han tenido nuestras murallas en la concepción de nuestras ideas políticas y
morales, así como en la configuración de la manera de vivir nuestras vidas,
bastaría con examinar el legado del aristotelismo como lenguaje político
fundamental. Porque junto a ese lenguaje político también se nos han
desvanecido de la memoria otros lenguajes políticos e idiomas cívicos que han
surgido en la historia de cinco siglos de nuestro camino urbano y cultural.
Estos otros lenguajes, a su vez, han hecho que el alcance que tendría todo ese
pasado para pensar la idea de nuestras ciudades, y la idea de nosotros mismos,
se transforme en una tarea mucho más exigente que la desprevenida ligereza que
suele emplear nuestra cultura política a la hora de encarar la genealogía de la
historia del pensamiento. Estos otros lenguajes políticos son los siguientes:
el republicanismo clásico y sus idiomas particulares, v.g el humanismo cívico y
el laicismo tomista; el de la sociedad comercial o de la economía política tal
y como se conjuga, en formas diversas, por la Ilustración Escocesa, por la
Ilustración Napolitana o “Indiana”, y finalmente el lenguaje de la Ciencia
Política que bajo la forma de otros tantos idiomas se escribe a partir de la
interpretación del Espíritu de las Leyes o del Federalista.”[26]
Nuestra
República es, de tal manera,
sincretismo de las ideas que un día pergeñasen Aristóteles y Platón en la
antigua Grecia; Cicerón crease; relatasen propalasen e incrementasen Salustio,
Polibio y Livio; renacidas en la Italia del quattrocento y fortalecidas en los
verbos de Maquiavelo y Guicciardinni, entre otros grandes pensadores,
decantadas en suma en el humanismo cívico; atemperadas en los neorromanos ingleses y en
la ilustración escocesa pero reafirmadas en su culto a la libertad; soliviantadas
en la Francia revolucionaria; edulcoradas en el afán de comercio de los
americanos del nuevo mundo inglés del norte; y aceradas y ensangrentadas, en los campos de batalla de
esta tierra, en buen número de cruentos combates por la conquista de la
libertad. Simón Bolívar cierra el ciclo: su verbo expresado en cartas y
proclamas, le agregan “lo patético, lo
épico y lo heroico”.
El
avance inmisericorde de un “liberalismo”
surgido de las Cortes de Cadiz, a principios del siglo XIX, como simple mote[27]
y, más tarde, devenido en “padre” de
la libertad individual de comercio, surgida como consecuencia de la República
de la Sociedad Comercial, junto al reventón de la sociedad europea
preindustrial, a finales del siglo XVIII[28],
van soterrando a la “República” como
creación política, y la hace aparecer de sucesivo, en unos casos solo como “honrosa nominación” y avanzado el
tiempo, como “hija natural del liberalismo”. Y hasta hoy hemos llegado a bordo
de esa nao, una propia, con sus rasgos distintivos, mismos que describe Castro
Leiva en los siguientes términos:
“La severidad clásica del republicanismo de
los romanos, impulsada por los romanos de Rousseau y por el jacobinismo,
debidamente aguijoneado por las realidades de la guerra, asedió la idea de
mercado de nuestras ciudades. La obsesión de una moral ciudadana celosa de las
buenas costumbres, que veía siempre la corrupción del cuerpo político en
ciernes (cosa que la educación cívica debía combatir mediante catequética masiva),
y la idea de una conspiración interna y externa, que siempre harían aleatoria y
endeble cualquier otra fuerza que no fuera la de las armas, hicieron que de
aquella perversa unión se engendrara la idea de virtud romana como un remedo
florentino. Por su parte, apenas ganado algún sosiego por efecto de las armas
humeantes, y cuando prometían florecer la industriosidad y la riqueza de una
Roma garante de civilidad y de la dulzura del intercambio y las permutas, la
ciudad se encrespaba. Entonces los sables, los fusiles o los tanques se echaban
a las calles para hacer la historia y poblarla de guerrillas, de partidas, de
militares, de revolución y desde luego de proclamas y algunas veces de
constituciones. Mediante un acentuado énfasis en la libertad de comercio mucha
veces nuestro republicanismo pensó posible y realizable, entre nosotros, una
síntesis que supera los días y las horas de inestabilidad y del vivere
pericoloso de su pacto tácito con el salus populi suprema lex de cualquier
asonada. Entonces se nos dijo, se nos decía, los desiertos se harán poblados y
estos, ciudades, y la grandeza de la civilidad hará el resto con la barbarie
menguante en retirada. Y así, en este proceso pendular, hemos ido viviendo tan
bien o mal como se puede vivir la singularidad masiva de nuestra endémica
inestabilidad política y moral en nuestras ciudades.”[29]
[1] “Como se sabe, el
diálogo de la República
es una descripción de la república ideal,
que tiene como fin la realización de la justicia entendida como la atribución a
cada cual de la tarea que le compete de acuerdo con las propias aptitudes. Esta
república es una composición armónica y ordenada de tres clases de hombres: los
gobernantes-filósofos, los guerreros y los que se dedican a los trabajos
productivos.” Bobbio, Norberto, La teoría de las formas de gobierno en
la historia del pensamiento político. FCE. México, 1987. Pág.21.
[2] “Ya que constitución y
gobierno significan lo mismo y el órgano del gobierno es el poder soberano de
la ciudad, es necesario que el poder
soberano sea ejercido por una persona o unos pocos o la mayoría. Cuando el uno,
pocos o la mayoría ejercen el poder en
vista del interés general, entonces forzosamente esas constituciones serán
rectas, mientras que serán desviaciones las que atiendan al interés particular
de uno, de pocos o la mayoría…” Aristóteles , La Política, libro tercero.
Cita textual en Bobbio…Op.Cit…Pág.34.
[3] “Conferida a Cicerón
esta autoridad, los negocios de afuera los confió a Quinto Metelo, tomando él a
su cargo el cuidado de la ciudad, para lo que andaba siempre guardado de tanta
gente armada, que cuando bajaba a la plaza ocupaban la mayor parte de ella los
que le iban acompañando. Catilina, no pudiendo sufrir tanta dilación, determinó
pasar al ejército que tenía reunido Manlio, dejando orden a Marcio y a Cetego
de que por la mañana temprano se fueran armados con espadas a casa de Cicerón
como para saludarle, y arrojándose sobre él le quitaran la vida. Dio aviso a
Cicerón de este intento Fulvia, una de las más ilustres matronas, yendo a su
casa por la noche y previniéndole que se guardara de Cetego. Presentáronse
aquellos al amanecer, y no habiéndoles dejado entrar, se enfadaron y empezaron
a gritar delante de la puerta, con lo que se hicieron más sospechosos. Cicerón
salió entonces de casa y convocó al Senado para el templo de Júpiter Ordenador,
al que los Romanos llaman Estator, construido al principio de la Vía Sacra,
como se va al Palacio. Pareció allí Catilina entre los demás como para
justificarse, pero ninguno de los senadores quiso tomar asiento con él, sino
que se mudaron de aquel escaño; habiendo empezado a hablar le interrumpieron,
hasta que, levantándose Cicerón, le mandó salir de la ciudad, porque no usando
el cónsul más que de palabras, y empleando él las armas, debían tener las
murallas de por medio. Salió, pues, Catilina inmediatamente con trescientos
hombres armados, haciéndose preceder de las fasces y las hachas, y llevando
insignias enhiestas, como si ejerciera mando supremo, y se fue en busca de
Manlio. Llegó a juntar unos veinte mil hombres, y recorrió las ciudades,
seduciéndolas y excitándolas a la rebelión, por lo que, siendo ya cierta e
indispensable la guerra, se dio orden a Antonio de que marchara a reducirle.” Plutarco,
Vidas Paralelas. Recuperado de internet en http://www.imperivm.org/cont/textos/txt/plutarco_vidas-paralelas-tvi-ciceron.html.
“Después del 70, ninguno de los tribunos
de la plebe supieron usar con modestia su
poder y sublevaron a la plebe suscitando la reacción de la factium
nobilium. En este ambiente, encuentra
soporte inicial el proyecto criminal de Catilina, hombre magna ui animi et
corporis pero ingenio malo prauoque. Para Salustio el motor de esta historia es
la índole corrupta de Catilina, que parece concentrar en él todos los vicios de
los peores nobles, y no tanto las causas políticas y sociales que, sin duda,
también influyen en ella…” Salustio, La conjuración de Catilina. La
Guerra de Jugurta. Edición de Avelina Carrera de la Red. AKAL. Madrid,
2001. Pág.52.
[4] Respecto
de la virtus para Salustio, Avelina Carrera de la Red hace la
siguiente acotación cuando se refiere a la preocupación del historiador romano
por el concepto en referencia: “La
preocupación fundamental en sus trabajos es la virtus que recoge D.C Earl, incluye ingenium, egregia facinora, gloria, ejercicio de las bonae artes, industria, labor, fides, pudor
y continentia. La virtus no está
garantizada ni por nacimiento, ni por la actividad, ni por la clase social.” Salustio…Op.Cit…Pág.51.
[5] “Macrobio formuló la idea de que el
gobernante de la ciudad debía estar en posesión de las virtudes políticas
clásicas: prudencia, fortaleza,
templanza y justicia. De hecho, en opinión de Cicerón, ostentar esas
virtudes y ser capaz de ejercerlas era lo que hacía que un político fuese capaz
de gobernar a una comunidad de hombres a los que unían ciertos principios de
justicia.” Virolli, Maurizio, De la política a la razón de Estado. La
adquisición y transformación del lenguaje político. (1250-1600). AKAL. Madrid, 2009. Pág. 87.
[6]“Pero ahora la nobleza romana ha llegado a
ser detestable, incompetente, venal y avariciosa. “¡Oh ciudad venal, a punto de
perecer, si es que encuentra un comprador” exclama Jugurta al abandonar Roma en
el 110…”
Salustio…Op.Cit…Pág.49.
[7] “El Humanismo Cívico florentino entendía la
república como una comunidad de todos los hombres libres encaminada a la
realización de todos los valores cívicos que tuvieran consistencia por sí
mismos. Tal humanismo político, si quería establecerse de manera justa y
estable, necesitaba un cuerpo de teoría constitucional que fuera también una
filosofía. Pues bien, resultó que el único modelo disponible que se adaptara a
tales exigencias era la teoría aristotélica de la polis y su estructura
constitucional. De esta suerte, el aristotelismo político se convirtió en una
referencia crucial para la empresa intelectual del humanismo cívico, en su
pretensión de conferir universalidad y permanencia a la auténtica ciudadanía.” J.G.A Pocock, The Maqavelian moment. Citado por el catedrático Alejandro Llano en
su conferencia “El Humanismo Cívico y sus
raíces aristotélicas”. Transcripción de las ponencias presentadas en la
XXXVIII Reunión Filosófica de la Universidad de Navarra, titulada “La filosofía práctica de Arsitóteles”.
28 al 30 de abril de 1999. Navarra, España.
[8] “Al márgen de que se considere su
pecado o su mayor contribución a la cultura moderna, de lo que no parece caber
duda alguna es de que Maquiavelo descartó el lenguaje republicano y nos dió una
nueva forma de entender los fines y medios propios de la política. Se ha
señalado que Maquiavelo, negando que la política fuese el arte de fundar o
conservar una buena comunidad política, afirmaba que, puesto que con toda
política se buscaba el poder, el buen “político” no podía ser ese “hombre bueno
al que se referían los antiguos.” Virolli...Op.Cit. Pág.161.
[9] “...Guicciardini señala que el arte
del Estado no puede consistir en unas cuantas reglas generales que puedan ser
aplicadas por cualquier gobierno. El hombre de Estado debe imitar al médico
prudente y experimentado que, antes de recomendar un tratamiento, analiza
primero la naturaleza concreta de la enfermedad, estudiando cuidadosamente los
humores del organismo. De otra forma, no podría prescribir correctamente
tratamiento alguno, o no lo aplicaría a su debido tiempo, provocando la muerte
del paciente en vez de su recuperación. El hombre de Estado prudente ha de
tener en cuenta en primer lugar la naturaleza concreta de la ciudad; al fin y
al cabo, un organismo complejo.” Virolli...Idem...Pág.174.
[10] “Rechazando la acepción corriente
derivada de Tácito y Maquiavelo, Botero explica que la razón de Estado no es
más que el conocimento de los medios apropiados para establecer, conservar y
ampliar un Estado, definido como “firme gobierno sobre el pueblo” (...) De los
dos pilares del dominio principesco: el amor y la reputación, el más fiable es,
sin duda, la reputación. Botero lo explica detalladamente en los dos libros De la reputación que añadió como
suplemento a Della Ragion di Stato.
La reputación surge como consecuencia del reconocimiento de una virtud
extraordinaria que escapa a nuestrop entendimiento y nos lleva, por tanto, a
pensar en ella una y otra vez (re-putare). Solo quienes son capaces de hacer
grandes cosas se labran una reputación. Los mediocres pueden inspirar amor pero
no tienen reputación (...) La razón de Estado, comenta Zucollo siguiendo a
Botero, solo es el conocimiento de los medios más apropiados para conservar un régimen,
sea este una república o una tiranía (...) La razón de Estado, concluye
Zucollo, no es buena ni perversa. Puede enseñarnos tanto a comportarnos justa
como injustamente, tanto a hacer lo correcto como lo erróneo. Gobernar de
acuerdo con la Razón de Estado y ejercer la prudencia política es un talento
sublime y poco frecuente...” Virolli...Ibid...Pág. 289, Pág.292 y Pag. 312.
[12] “Puede llamarse feliz una república donde aparece un hombre tan sabio
que le da un conjunto de leyes, bajo las cuales cabe vivir seguramente sin
necesidad de corregirlas. Esparta observó las suyas más de ochocientos años sin
alterarlas y sin sufrir ningún trastorno peligroso (…) Las aspiraciones de los
pueblos libres rara vez son nocivas a la libertad, porque nacen de la opresión
o de la sospecha de ser oprimido y cuando este temor carece de fundamento hay
el recurso de las asambleas, donde algún hombre honrado muestra en un discurso el
error de la opinión popular. Los pueblos, dice Cicerón, aunque ignoran tus
mentiras son capaces de comprender la verdad, y fácilmente ceden cuando la
demuestra un hombre digno de fe (…) O se trata de una república dominadora,
como Roma, o de una que solo quiere vivir independiente. En el primer caso
tiene que hacerlo todo como Roma lo hizo, y en el segundo puede imitar a
Venecia y Esparta…” Maquiavelo, Nicolás, Discursos sobre la primera década
de Tito Livio.
[13] Marco Tulio Cicerón. La República. Libro
Tercero. Comentario de San Agustín. Recuperado de internet en
https://www.google.co.ve/webhp?sourceid=chrome-instant&ion=1&espv=2&ie=UTF-8#q=marco+tulio+ciceron+la+republica+pdf
[15] “There are appearances to authorize a supposition that
the adventurous spirit, which distinguishes the commercial character of
America, has already excited uneasy sensations in several of the maritime
powers of Europe. They seem to be apprehensive of our too great interference in
that carrying trade, which is the support of their navigation and the
foundation of their naval strength.(…) If we continue united, we may counteract
a policy so unfriendly to our prosperity in a variety of ways. By prohibitory
regulations, extending, at the same time, throughout the States, we may oblige
foreign countries to bid against each other, forthe privileges of our markets.
This assertion will not appear chimerical to those who are able to appreciate
the importance of the markets of three millions of people—increasing in
rapidprogression, for the most part exclusively addicted to agriculture, and
likely from local circumstances to remain so to any manufacturing nation; and
the immense difference there would be to the trade and navigation of such a
nation, between a direct communication in its own ships, and an indirect
conveyance of its products and returns, to and from America, in the ships of
another country. (…) An active commerce, an extensive navigation, and a
flourishing marine would then be the offspring of moral and physical necessity.
We might defy the little arts of the little politicians to control or vary the
irresistible and unchangeable course of nature. (…) That unequaled spirit of
enterprise, which signalizes the genius of the American merchants and
navigators, and which is in itself an inexhaustible mine of national wealth,
would be stifled and lost, and poverty and disgrace would overspread a country
which, with wisdom, might make herself the admiration and envy of the world.
(…) A unity of commercial, as well as political, interests, can only result
from a unity of government.” The
Federalist. The Utility of the Union in Respect to Commercial Relations and a
Navy. For the Independent Journal. Hamilton.
[16] El incremento
paulatino de la sociedad comercial inglesa preindustrial, en el siglo XVIII, va
arropando, hasta sepultarlas, las viejas costumbres comunitarias agrarias
británicas. Un especial resentimiento se incuba en el Highland escocés. Adam
Smith y Adam Ferguson, son dos de los pensadores que asumen la defensa de las
inveteradas formas de vida escocesas. La teoría neorromana de la república,
según Skinner, “…se utilizó para atacar a la oligarquía gobernante de la Inglaterra
del siglo XVIII…” Skinner…
Op.Cit…Págs. 11 y 20. Acerca de la República
afirma Ferguson: “Las repúblicas admiten
una distinción muy importante, que ha sido señalada al dar la definición
general entre democracia y aristocracia. En la primera el poder supremo
permanece en manos del organismo colectivo. Cada puesto de magistrado, al ser
nombrada esta autoridad, está a disposición de todos los ciudadanos, y en el
ejercicio del poder se convierte en un ministro del pueblo, y es responsable
ante él en todas las materias que le han sido confiadas.” Adam
Ferguson, Un ensayo sobre la Historia de la Sociedad Civil. Edimburgo, 1773.
Sección Décima. (Sobre la Prosperidad Nacional). Falcón Veloz, Fernando, Adam Ferguson y el pensamiento ético y
político de Miguel José Sanz: Notas para la reinterpretación del Semanario de
Caracas (1810-1811). Revista Politeia. Nª 21. Instituto de Estudios
Políticos. Universidad Central de Venezuela. 1998. Pp. 191-224. Pág.205.
[17] Rousseau,
Juan Jacobo, El Contrato Social. Libro II. Capítulo 6. En Abellán, Joaquín, Sobre el concepto de “república” en las décadas
finales del siglo XVIII. Recuperado de internet en
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/abellan/investigacion/historiapdf/republicanismo.pdf
[18] Rousseau,
Juan Jacobo, El Contrato Social. Libro II. Capítulo 6. En Abellán, Joaquín, Sobre el concepto de “república” en las
décadas finales del siglo XVIII. Recuperado de internet en
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/abellan/investigacion/historiapdf/republicanismo.pdf
[20] “La
repubblica é una forma ideale di stato che si fonda sulla la virtú dei
cittadinni e sull’amor di patria. Virtú e amor di patria erano gli ideale
giacobini, a cui poi hanno aggiunto el terrore. La repubblica in realitá ha
bisogno del terrore.” Bobbio, Norberto y Viroli,
Maurizio, Dialogo intorno alla
repubblica. Recuperado de internet en
https://www.google.co.ve/webhp?sourceid=chrome-instant&ion=1&espv=2&ie=UTF-8#q=virolli+y+bobbio+dialogo+intorno+alla+repubblica&start=10
[21] 16 de
septiembre de 1810. Grito de Dolores, inicio de la gesta emancipadora mexicana,
liderada por el sacerdote católico Miguel Hidalgo y Costilla y los
caballeros Ignacio Allende y Juan
Aldama.
[22] 10 de mayo de
1795, insurrección de esclavos e
indígenas, llevado en alas del igualitarismo, impulsado este último,
además, por la “Ley de los Franceses”: Liberté,
Fraternité, Ègalité…
[23] “Juan Andrés López del Rosario, conocido
como Andresote, era un zambo rudo y valiente en la práctica de guerrillas
volantes, que mantuvo en consternación a los españoles durante los tres
primeros años de la tercera década del siglo XVIII. Andresote era un verdadero
dirigente popular en la amplia zona comprendida entre los ríos Tocuyo, Aroa y
Yaracuy. En jurisdicción de lo que hoy forma el Distrito Mora, este "negro
café con leche" logró sublevar los cuatro cumbes enmarcados en el
territorio que señalamos anteriormente. Según refiere el doctor Manuel Vicente
Magallanes en su obra Aspectos Históricos del Estado Falcón, Andresote sublevó
a los loangos libres que formaban una numerosa colonia de refugiados de
Curazao, que habitaban las márgenes de los ríos Tocuyo y Aroa; a los negros que
se encontraban entre el Aroa y el camino de San Nicolás y el río Yaracuy; y a
los que poblaban el sector que va desde el río Yaracuy hasta Taria.” Recuperado
de internet en
http://venezuelamali.blogspot.com/2011/05/juan-andres-lopez-del-rosario-andresote.html
[24] Movimiento
independentista iniciado en 1797 y que termina en la derrota de los conjurados
el 8 de mayo de 1799.
[25] Castro Leiva,
Luis, Lenguajes Republicanos. Vol.II. FUNDACIÓN POLAR-UCAB. Caracas,
2001. Pág.437
[27]El Doctor José
Antonio Bernaldo de Quirós Mateo, catedrático de la Universidad Complutense de
Madrid, nos hace saber acerca del origen de la voz “liberal” como mote, citando
el texto del Conde de Torreno, que data de 1835 que: “…apareció el vocablo liberal (entre septiembre y octubre de 1810, en
los debates de la libertad de prensa)…” El mismo Doctor Quirós cita luego
al escritor Eugenio Tapia, literato que afirma: “El público insensiblemente distinguió con el apellido de liberales a
los que pertenecían al primero de los partidos, quizá porque empleaban a menudo
en sus discursos la frase principios e ideas liberales…” El doctor Quirós
termina citando a un tercer escritor, Agustín Arguelles, quien en 1834 denota
la existencia del vocablo liberal,
pero como opuesto al de servil; dice
el autor en referencia: “La frecuencia con que se usaba en las discusiones y debates la palabra liberal, no solo en su sentido lato, sino con
especial para expresar todo lo que por su espíritu y tendencia conspiraba al
establecimiento y consolidación de la libertad, excitó en la viva y amena
fantasía de un escritor coetáneo la idea de usurpar aquel vocablo en una composición
poética, tan picante como festiva, para señalar a los diputados que promovían
las reformas, aplicando en contraposición el de servil a los que resistían.”
Recuperado
de internet en
http://www.ucm.es/info/especulo/numero24/servil.html
[28] “La pareja liberal/liberalidad cabalga en
tensión entre su sentido moral y su resignificación política para calificar,
describir y designar acciones políticas inscritas en el contexto general de
debatir la libertad, igualdad política, división de poderes, libertad de
imprenta, seguridad, propiedad, el gobierno representativo, democrático y federal;
son éstas las que en los textos se denominan principios, designios o
resoluciones liberales. El término liberal recorre el debate que estructura la
creación del entramado institucional de una república, popular y federativa,
que controle el abuso o el “terror pánico a la mano que despotiza a los
pueblos”… (…) El adjetivo liberal y su sustantivo liberalidad se deslizan en
Venezuela a través del lenguaje republicano: se habla el mismo lenguaje
político pero declinado en “idiomas” distintos. Y es en el marco del
republicanismo que se solapa el entramado institucional que después adscribirá
la connotación política de liberal.”
Carole
Curiel/Elena Plaza/ Carolina Guerrero/ Liberalismo-Venezuela. Pág.836-844.
Diccionario Iberconceptos. Recuperado de internet en: http://
www.iberconceptos.net/diccionario-politico-y-social-del-mundo- iberoamericano.
[29] Castro
Leiva…Ibid…Pág.490.
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