A guisa de introito…
El sistema político Estado que
devino, ya casi cuatro lustros atrás y entró en crisis aguda con el
advenimiento de Nicolás Maduro a la
Primera Magistratura de la nación (merced de la unción que le hiciese su Jefe
Supremo y Eterno, condicionando el resultado electoral con su postrera petición
del voto), se pudiese decir se trata de uno de “los gobiernos” (sino “el gobierno”)
más desacertado de la república venezolana, al menos en la historia política
contemporánea. Pero resulta incómodo para quienes nos dedicamos seriamente a la
Ciencia Política, escuchar diversos epítetos, de variada índole además,
arrequintados al voleo por personajes de la vida política, económica y social
de la nación, sobre este sistema político que encabeza el señor Maduro, con el
ánimo de caracterizarlo y que en este trabajo, para simplificar inicialmente,
definiremos como “Gobierno-Maduro”,
echando mano de una de las categorías que Norberto Bobbio suele llamar “formas de”, advirtiendo que esta
primera aproximación la hacemos con intencionalidad instrumentalmente
identificadora.
Algunos lo llaman “dictadura” otros “gobierno autocrático socialista”; unos cuantos, en esos extremos
propios de quien poco sabe, me refiero política e ideológicamente hablando, lo
llaman “autocracia militar comunista”
y, los más enconados desde la cúspide de la ira, lo llaman “gobierno castrocomunista”. Sin negar la influencia que la
gerontocracia militar antillana tiene actualmente sobre el sistema político
Estado (la evidencia empírica disponible sobre este tema tiene magnitud
catedralicia), tampoco pareciera ser del todo cierto el aserto terminante de
que “Raúl Castro manda en Venezuela”;
más bien pareciese tratarse de una “conchupancia
vital” que mantiene ambas administraciones de pie, mediante una suerte de "catéter de
fluidos financieros" compartidos, al
través de "una máquina de diálisis económica" de uso prácticamente diario.
En todo caso, las
caracterizaciones del “Gobierno-Maduro”
(del que nosotros hemos definido a una parte de él como “Madurociliato” y que extenderemos como concepción teórica líneas
más adelante), es para nosotros, politológicamente hablando, “una tiranía”
y a lo largo de este artículo trataremos (intentaremos) probarlo desde los trabajos de Vittorio
Alfieri y Rafael Fernando Seijas, en tanto la propuesta conceptual que sobre el
particular hacen ambos autores, exponiendo casos particulares que, como
ejecutorias reales del “Gobierno Maduro”,
resultan hoy hechos comprobables empíricamente.
Aunque parezca un esfuerzo sin
sentido, por cuanto que este artículo no regresará a la vida a los muertos habidos
en este tiempo de extravíos, ni liberará a quienes languidecen en los calabozos
sin fórmula de juicio; tampoco pondrá comida abundante en las mesas de quienes
hoy comemos de forma exigua o, en último extremo, lo hacen de la basura; muchísimo
menos repletará los anaqueles de los comercios y de las farmacias que tanto
medicamento indispensable echan de menos los enfermos más graves y sin recursos, solo podremos
llegar a decir que al menos significa un
intento serio (seriedad que fenece día a día) por caracterizar, breve pero
científicamente en lo político, al “Gobierno-Maduro”.
A veces hace falta la letra
pensada y orgánicamente estructurada, para anteponerla enérgicamente al verbo inconexo,
tanto del gamonal de turno, como de sus pedestres enemigos, ambos propietarios
casi en exclusividad de un discurso político breve e inconsistente, dotado
además de poca o casi ninguna creatividad intelectual. En ambos, en todo caso y
desde el conocimiento de la Ciencia Política, es poca la tela que hay para
cortar. Acaso más agua podría hallarse en un desierto que argumentaciones
sustantivas, esgrimidas por las partes en conflicto político, confrontación
contumaz venezolana, que ya parece una letanía, largamente cantada en latín e
irremediablemente mal pronunciada, más por ignorancia supina que por desconocimiento
gramatical especializado.
Sobre Vittorio Alfieri y
Rafael Fernando Seijas: “De la Tiranía” a
“El Presidente”.
La caracterización de un fenómeno
político, sea ideología, partido, gestión pública, liderazgo o conflicto
político, por citar algunos como ejemplos, exige una amplia consulta
bibliográfica, no solo en Teoría Política sino de Filosofía de la misma
naturaleza, como para expresar con convicción que se ha arribado a una “caracterización formalmente potable”. Infortunadamente, este espacio no permite el agotamiento de opciones y tampoco
el explayarse en ingentes ejercicios teóricos que permitan arribar a resultados
óptimos o, al menos, medianamente óptimos. Por las razones antes expuestas,
hemos titulado esta pieza como “un intento”,
por cuanto pensamos se trata de tal.
Dos obras apenas utilizaremos para,
reiteramos, completar este intento de caracterización. Se trata de dos
importantes trabajos, datados en lugares y épocas distintas, realizados por dos
hombres sin ninguna relación aparente, siendo ambos trabajos dados a la luz y en fechas
recientes, por la prestigiosa Fundación Manuel García Pelayo. El Doctor Manuel García Pelayo, distinguido jurista español, de dilatada trayectoria en Europa, reconocido filósofo político que se allegara a nuestras tierras, finalizando la década de los años cincuenta, fue el promotor y,
acaso, uno de los más importantes fundadores de nuestra Escuela de Estudios
Políticos y Administrativos actual, en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas,
de nuestra siempre amada “casa que vence
la sombra”: la Universidad Central de
Venezuela.
El primero de esos autores es
Vittorio Alfieri, un dramaturgo italiano de origen aristocrático, de los
tiempos postrimeros de la modernidad europea y quien escribiese este único
trabajo, conceptuado posteriormente como tratado político, convirtiéndose en exitosa obra, justamente en el último bienio de su vida. La obra en concreto, comenzada
a escribir por el dramaturgo italiano en 1777, fue editada finalmente en 1801 bajo el nombre de “Della Tirannide”, una obra excepcional
en la ocupación literaria de Alfieri, casi toda ella dedicada a la dramaturgia.
La Profesora Elena Plaza, en el estudio preliminar que precede a la obra de
Alfieri, desliza estos datos biográficos del autor:
“Vittorio
Alfieri nació en Asti, en el Piamonte italiano, el 17 de enero de 1749, hijo de
“padres nobles, ricos y honrados” en el seno de una de las más rancias familias
de la aristocracia italiana, cuya historia puede trazarse desde el siglo XII.
Murió en Florencia en 1803 (…). Fue un hombre exquisitamente culto y refinado,
que tuvo acceso a una educación privilegiada, heredera del mundo clásico y de
las bellas artes.”[1]
Y acerca de la obra que echaremos mano en este artículo, la Profesora Plaza hace saber:
“Su obra Della Tirannide es más bien una excepción en su producción
intelectual desde el punto de vista formal (es un tratado político) pero su
objeto de estudio, la tiranía, fue un tema constante a lo largo de toda su
vida.”[2]
El Doctor Rafael Fernando Seijas,
venezolano, abogado, diplomático e historiador, es hijo del Doctor Rafael
Seijas, quien ocupase el cargo de Secretario General de Gobierno, durante la
breve administración del General Francisco Linares Alcántara. Enemigo político
de Guzmán Blanco, edita en la ciudad de Caracas, concretamente el 19 de abril
de 1890, una obra que titula “El
Presidente”. Con la desaparición del Guzmanato (ejercido directamente por
el propio “Ilustre Americano” o a
través de terceros, léase, por ejemplo, el General Joaquín Crespo y el General
Ignacio Andrade en sus postrimerías o en su medianía por otros quienes, guzmancistas
en sus comienzos políticos, terminasen reaccionando contra su otrora mentor, como
el propio General Linares Alcántara, el Doctor Juan Pablo Rojas Paúl y el Doctor
Francisco Andueza Palacios por citar los más conspicuos), Seijas publica esta
obra que primero ofrece una semblanza de los tiempos de Guzmán Blanco, gobierno
que no ceja en calificar reiteradamente de “dictadura”
y luego hace una amplia reláfica moralizadora respecto de lo que debería ser
una gestión pública moderna, limpia, justa y sobre todo democrática, adecuada a
los requerimientos de lo que él llama “un
nuevo país que nace”.
En un capítulo de su obra y que
él titula “De la tiranía”, el Doctor
Seijas se dedica a definir el fenómeno y hace menciones expresas de algunos de
los vicios del Guzmanato que pudiesen ser calificables como prácticas tiránicas
o conductas propias del tirano. Sobre su obra, dice el propio Doctor Seijas:
“A fines de 1887 empecé a escribir estas páginas y las concluí en 1890,
al cesar el poder en cuyos brazos cayó ruidosamente pero sin sangre, la larga
dictadura del 70, anonadada por el unánime consentimiento del pueblo. Nació ese
poder en presencia de la revolución que había de ampararle o perderle, no
dejando esperanza de eludir el golpe, ni medio de escapar de sus redes. En el
ánimo de todos estaba maduro el pensamiento, fija la idea de que había pasado
para siempre aquel período dictatorial...”[3]
Como puede
colegirse de las exposiciones anteriores, ambos estudiosos, con nada en común,
ni histórica, ni política, ni regional y menos cronológicamente (a menos, no
nos es posible comprobarlo, que Seijas hubiese leído la obra de Alfieri), nos
ofrecen sus visiones de “la tiranía”.
Serán estas dos obras y sus autores, reiteramos (aún a pesar de caer en un ad nauseam convencedor), el eje
conceptual sobre el cual haremos el intento de calificar el Gobierno-Maduro (lo que a simple vista
luce como una expresión colectiva, con
arrestos pandilleriles mafiosos, concebida y manejada por y para el usufructo
sistemático de poder político), como “una
tiranía”, comparando las definiciones ofrecidas en ambas obras, con algunas
de las ejecutorias más evidentes de la administración actual. Vayamos pues
junto Alfieri y Seijas, tras la búsqueda de una respuesta científicamente
formal. Esperamos valga la pena el esfuerzo.
LA TIRANÍA:
Un intento de definición.
“La tiranía” es una preocupación
política que se remonta a los tiempos de los clásicos. Platón y Aristóteles la
convierten en temática recurrente. Sobre el particular abunda la Profesora
Plaza en la obra ya citada:
“Para
los filósofos griegos la tiranía era la más abominable, bárbara y corrupta
forma de dominación política. En el pensamiento de Platón la tiranía formaba
parte de los “gobiernos viciados”: el oligárquico, el democrático y el
tiránico. El tirano era un personaje víctima y esclavo de sus pasiones; se
proclamaba así mismo como defensor de los intereses del pueblo, repartiéndole
tierras a su antojo y haciéndole las más pomposas promesas. El alma del tirano,
era un alma sin freno alguno…”[4]
Para
Aristóteles la tiranía era distinguible en tres categorías; sobre el
particular, citamos de nuevo a la Profesora Plaza:
“…la
propia de las monarquías de los bárbaros, las tiranías electivas, i.e, tiranías
que instrumentalizaban las leyes en beneficio del tirano y la monarquía
absoluta, entendiendo a esta última como un gobierno en el cual el poder se
ejercía irresponsablemente sin ninguna ley, para el interés del gobernante y no
para el de los gobernados.”[5]
Los romanos,
ávidos luego por su ejercicio tras la muerte de la República, exponen por boca
de Cicerón, precisamente en su “Tratado de
la República”, los tipos de tiranía que podrían llegar a agobiar al “Popolo Romano”. Distinguiendo tres tipos,
para Cicerón existía la tiranía del rey, quien ejerciera el poder contra su
propio pueblo; la del usurpador, quien lo hiciese, bis a bis como el rey, en
beneficio propio; y finalmente la del propio pueblo como colectivo (asimilable
acaso a una parte de él), que el gran pensador republicano calificase como “imperio del pueblo”.
De estas
tres aproximaciones a “la tiranía”,
podemos distinguir entonces y a estas alturas, que esta suerte de gobierno se
caracteriza:
a) a) Porque existe alguien quien ejerce el gobierno
tiránico, pudiendo ser "un individuo o grupo de individuos".
b) b) Las leyes se hacen en función de los intereses
de quien ejerce “la tiranía”.
c) El
o los tiranos se consideran depositarios
de la suerte de su pueblo, a quien le otorgan dádivas a capricho y hacen
frecuentemente “promesas pomposas”.
d)
Resulta ser la forma más “abominable y corrupta” de todas las formas de gobierno.
Vittorio
Alfieri define a “la tiranía” como
toda clase de gobierno “…en el cual la
persona encargada de la ejecución de las leyes puede hacerlas, destruirlas,
violarlas interpretarlas, entorpecerlas, suspenderlas o, simplemente, eludirlas
con la certeza de la impunidad.”[6]
Alfieri asimila (y precisa) al aspecto de la instrumentalización de las leyes (en beneficio del o los tiranos y que citan los antiguos), las acciones que pudiesen
derivarse de su aplicación, específicamente, “…destruirlas,
violarlas, interpretarlas, entorpecerlas, suspenderlas…” y, lo más
importante para nuestro intento de caracterización: “eludirlas con la certeza de la impunidad…”
Por
su parte, el Doctor Rafael Fernando Seijas, define a “la tiranía” en los siguientes términos:
“La tiranía es el estado anormal de una
nación independiente, porque representa la voluntad o el capricho individual
sustituyendo el querer nacional, definido en las instituciones. La tiranía se
sobrepone a todo sistema de administración, y deja por lo mismo de ser
gobierno; es la arbitrariedad sustituida a las leyes.”[7]
En
la definición del Doctor Seijas se distinguen tres nuevos elementos,
probablemente por el año en el que se escribe (casi diez y seis lustros después
de Alfieri), dónde nuevas creaciones y proventos políticos se han añadido a la
civilización humana: el estado anormal de
una nación independiente; las instituciones que le son propias; y la
superposición de la tiranía a todo sistema de administración de gobierno, lo
que la deslegitima como expresión real de gobierno, al quedar sujeta a la
arbitrariedad del o los tiranos en sustitución de las leyes.
De
manera que si intentásemos la construcción de una definición de “tiranía” desde una intersección de las
concepciones de Alfieri y Seijas, podríamos decir que se trata de una forma de gobierno en la que quien la ejerce no solo
hace las leyes a su real saber y entender, capricho y satisfacción de intereses
(bien sean materiales o de poder), sino que puede, en el camino de su
aplicación, violarlas, ignorarlas, entorpecerlas o destruirlas según,
precisamente, el balance positivo o negativo de esos intereses en juego,
sustituyendo en consecuencia por la arbitrariedad sus contenidos e ignorando
todo sistema de administración, sobreponiéndose a él así como a las
instituciones, aun siendo ambos sujetos-objetos de su propia creación.
Alfieri
va más allá en términos del establecimiento de quien ejerce “la tiranía”, cuál es su ámbito de
aplicación y cuál termina siendo el papel del pueblo bajo su égida. Dice sobre el particular:
“Que
este violador de las leyes sea hereditario o electivo, usurpador o legítimo,
bueno o malo, uno o muchos; cualquiera, en fin, con una fuerza efectiva capaz
de darle este poder, es tirano; toda la sociedad que lo admite está bajo la
tiranía; todo pueblo que lo sufre, es esclavo.”[8]
Se colige
entonces de la exposición anterior, que “el
tirano” puede ser individual o colectivo, que la sociedad que la admite está
bajo “la tiranía” y que el pueblo que la sufre es esclavo. Y concluye:
“El
Gobierno es, pues, tiránico no solo cuando quien ejecuta las leyes las hace o
quien las hace las ejecuta, sino que hay una perfecta tiranía en todo Gobierno
que el encargado de la ejecución de las leyes jamás rinde cuenta de su
ejecución a quienes las han creado.”[9]
Con este
instrumental teórico como equipaje, leve y sencillo debemos decir, comencemos
nuestro tránsito del camino por un intento de caracterización de esta ordalía “roja-rojita”. Alea jacta est...
[1]
Plaza, Elena; Estudio Preliminar. Consideraciones históricas y políticas
sobre la tiranía escritas a la luz de
DELLA TIRANNIDE de Vittorio Alfieri. De la Tiranía. FUNDACIÓN MANUEL GARCÍA
PELAYO. Caracas, 2006. Pág.11.
[2]
Plaza…Op.Cit…Pág.11
[3]
Seijas, Rafael Fernando; El Presidente. FUNDACIÓN MANUEL GARCÍA PELAYO.
Caracas, 2012. Pág.35.
[4]
Plaza…Ídem…Pág.14
[5]
Plaza…IbÍd…Pág.14
[6]
Alfieri, Vittorio; De la tiranía. FUNDACIÓN MANUEL GARCÍA PELAYO.
Caracas, 2006. Pág.52.
[7]
Seijas…Op.Cit…Pág.51
[8]
Alfieri…Op.Cit…Pág.52
[9]
Alfieri…Ídem…Pág.53
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