A las dos de la mañana del día 26
de diciembre, en la ciudad de Valencia, Carujo, en declaración formal por ante
el Alcalde Primero de Valencia, reconoce su participación en los hechos
registrados en la ciudad de Caracas, el 8 de julio de 1835, mismos que
condujeron al arresto y posterior reclusión del Doctor José Maria Vargas.
Interrogado sobre aquellos hechos responde: “…que
ciertamente fue uno de los trece jefes que se indican (quienes suscriben el
acta de deposición del Presidente Vargas y la declaratoria de la Revolución de
las Reformas) que suscribió el acta enunciada y cooperó a la revolución, y que
de Comandante que era entonces, recibió los ascensos de Coronel y General de
Brigada.” Intimado por la autoridad a reconocer la comisión de los delitos
contra el Presidente Vargas, el uso de la violencia y la existencia de una “discusión política” con el Presidente,
acerca de la validez de los actos que se le imputasen, Carujo responde: “…él solamente no intimó la orden de prisión
al Presidente de la República sino otros de los dichos jefes: que es cierta la
discusión con el dicho Presidente; pero que aunque en aquel acto tenía pistolas
no las sacó de las faltriqueras.”[1]
Carujo reconoce su culpa, pero
parece decir “el muerto no es solo mío”
al declarar expresamente la participación de “…otros de los dichos jefes…”; no niega la posterior “muy afamada” discusión con Vargas pero
si reniega de la acusación de “violento”:
ni siquiera sacó las pistolas de las faltriqueras. Sin ánimo de hacer
comparación alguna, pero “oliendo el
mismo sancocho”, en la declaración de Carujo resuenan las últimas cuitas
del mal llamado General Rafael Simón Urbina, la tarde del 13 de noviembre de
1951, tras haber dirigido el secuestro e infortunado asesinato del Comandante
Carlos Delgado Chalbaud, a la sazón Presidente de la Junta Militar de Gobierno.
Lucen como suerte de “Chivos expiatorios”…
¿Acaso lo serían…?
[1]
___, Juicio y sentencia de Pedro Carujo por la conspiración contra Vargas.
Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Educación. Caracas, 1960. Pág.4.
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