Una de las “preocupaciones” constantes de los
gobiernos venezolanos (y por ende de la población en general), sobre todo en el contexto de la historia contemporánea, ha sido el tema de la “corrupción funcionarial”. Es insistente
la acusación que radica en un mal cuyo origen inmediato ubican en la
explotación petrolera “gringa” y en
las prácticas corruptoras de las
oligarquías de turno, en los arrestos ideológicos tumultuosos de los neo-vengadores
de ocasión. No se hace nunca referencia al pasado remoto en relación a las
acusaciones por peculado y concusión.
Deviene, para el orador de templete y más reciente factura, de la más cercana “burguesía apátrida” u “oligarquía parasitaria”. Este y el
próximo bayonetazo van dirigidos directamente al cuello de esos “parlanchines de oportunidad” que en su
estentórea y vocinglera parla de momento, ubican el vicio en el horizonte más
próximo de visión, cosa para nada rara en un país de tan corta memoria
histórica y supino interés actual por el conocimiento formal.
Sir Robert Ker
Porter arribó a Venezuela en el año del señor de 1825, en calidad de Ministro
Plenipotenciario de la Gran Bretaña ante el gobierno del Departamento de
Venezuela, República de Colombia. Deja constancia en su diario de la primera
impresión que se lleva del gobierno republicano y del reciente Estado creado
con ocasión de la gesta independentista:
“La pobreza del Estado es extrema, y los
gastos mensuales sobrepasan las rentas por muchos millares de dólares: el
déficit del año pasado fue de 9.000.0000 $. De hecho el gobierno ha estado
gastando el préstamo británico, y cuando se haya acabado, entonces se verán los
efectos de unas arcas vacías. Tiene que aplicarse algún remedio drástico o las
consecuencias serán muy graves. Hay un
sistema general de pillaje por parte de todos los empleados y estos, al ser
descubiertos, solo son desplazados para llenar otros cargos de mayor peso y
recursos conque saciar su falta de patriotismo y virtud verdaderos.”[1]
En 1827,
concretamente durante el mes de enero, realiza Su Excelencia el Libertador
Simón Bolívar, la que será su última visita a la ciudad de Caracas. En calidad
de Presidente de la República de Colombia, toma contacto con Sir Robert y
enseguida hace amistad con él. Para nadie era un secreto la proximidad del
Libertador con Inglaterra y la especial relación que rápido establecía con sus
representantes diplomáticos.
En conversación
privada que sostienen el Ministro inglés y el Libertador, en la casa del
Marqués del Toro y con ocasión de un baile preparado en su honor, Bolívar le
confía que son muchas sus preocupaciones respecto del estado de cosas
imperantes en los departamentos. Relata el “caballero
inglés” alguna de las incidencias de aquella conversa:
“Habló
de prestarle gran atención a los cargos, algunos de los cuales existen como
sinecuras, así como de tomar
otras medidas para restablecer la confianza y poner en mejor orden la renta
comercial de los departamentos. Puede
hacer el intento, pero primero hay que refrescar un poco la honestidad y virtud
de los funcionarios. La tarea es más difícil de lo que él cree y, de hecho,
la corrupción de los gobernantes y sus
satélites durante su ausencia es la causa del descontento y la rebelión que
actualmente aquejan a la República.”[2]
El Libertador parece hacer referencia a una burocracia
inoficiosa al sugerir la presencia de cargos que “existen como sinecuras”. Pero lo más “preocupante” son los señalamientos del inglés, ya no en plan de “caballero” sino del frío funcionario
quien, luego de dos años en la República, no ve cambio alguno en su manejo.
Vanos serán los intentos del General Bolívar, si primero no se “refresca”, al menos un “poco”, la “honestidad y virtud de los funcionarios”, poniendo en evidencia de
nuevo la venalidad y “holgazanería”
funcionarial, situación que se hace “más
grave” cuando responsabiliza a “la
corrupción de los gobernantes y sus satélites”
como “la causa del descontento
y la rebelión”. A veces es mejor “mirarse
en el espejo del pasado” que gritar las culpas sobre quien nos mira sorprendido
desde la silla vecina.
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