Una interpretación posible de las
revoluciones como ocurrencia política, bien podría situarse en el espacio de la
inflexión abrupta de los Sistemas Políticos como consecuencia de la acumulación
de perturbaciones socioeconómicas y políticas (a su vez), que, en un instante
determinado, se sobrecargan de tal grado de perturbaciones, pulsiones y choques
que, finalmente, el Sistema Político imperante, es conducido hasta su “umbral de máxima inestabilidad”.[1]
Ahora bien, surge una pregunta
que como todas aquellas de naturaleza histórico-política, llama poderosamente la
atención a las inteligencias movidas por el afán de la investigación: ¿Existe, al menos en Venezuela, relación
entre los movimientos bautizados como “Revoluciones” y la presencia de un líder
carismático en su conducción?
Desde nuestra perspectiva comenzamos
a responder la interrogante, pensando en al menos siete grandes inflexiones
sistemicas a lo largo de los últimos doscientos
años, muchas de ellas bautizadas como “Revoluciones”
y que llevan al frente un líder carismático. Abordaremos en este artículo las
tres primeras. Pero esencial para este desarrollo (si se aspira ser reputado de serio desde el punto de
vista científico) definir que entendemos por Líder Carismático.
Max Weber, sociólogo, filósofo político
y pensador alemán en el siglo XIX y principios del XX, afirma que un líder
carismático es aquel que percibido por quienes lo siguen como una persona de
cualidades extraordinarias, no poseídas por todo el mundo, modélica o enviada
por Dios, se convierte en consecuencia y por fuerza de esas condiciones,
precisamente en líder.[2]
Weber no fue el primero en tocar el tema. Hemos identificado, por vía empírica,
al menos dos reflexiones equivalentes sobre la presencia de un liderazgo
trascendente: la referencia que en el siglo XVI hace Giovanni Botero en su trabajo
“Da la reputazione” y respecto de la
posibilidad del príncipe de despertar el recuerdo (Re-putare) más por miedo que por la bondad; y aquella que, en el
siglo XIX, hace Gustav Le Bon respecto del “Prestigio”
indispensable en un líder que aspira a conducir masas, ese suerte de “Prestigio” que nace de la “fuerza
de la auto-convicción”.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios y Ponte, El Libertador,
es la primera presencia carismática en nuestra historia política patria. Va a
grupa de un “albo caballo” inventado
por lo que podríamos definir, con temeridad, como la “propaganda política en ciernes”. Lo hace al frente de la creación del
primer “mito revolucionario” de
nuestra impronta histórica: la Revolución
de Independencia.[3]
Epítetos como “Hijo del Cielo”, “personaje esclarecido”, “…genio superior e inmortal…”[4]
son apenas algunas mínimas invocaciones a Bolívar, algunas hechas en vida y en
el epítome de su gloria. Una gesta que se inicia con una presencia casi anónima
e incluso reprochada tras la pérdida del castillo de Puerto Cabello, la prisión
de Miranda y la caída de la Primera República, pero que crece y va tomando fuerza
desde el año 12, la Campaña Admirable y aun después de la pérdida de la Segunda
República. Bolívar se hace grande en Angostura y se lanza por el resbaladero de
la creación de Colombia, acto político temerario que va haciendo declinar su
gloria hasta su muerte. Sin embargo y a pesar de la presencia de muchos hombres
de talla inmortal, más por su coraje y capacidad de resistencia, que por sus
virtudes republicanas, es Bolívar quien lleva la tea de la Revolución que, de
manera también muy interesante, va cambiando sus contenidos doctrinales, más
por los acomodos que exige la guerra, que por las convicciones “revolucionarias” de su líder. Un
ejemplo de ello lo constituye su postura respecto de la libertad de los
esclavos, la presencia de negros, zambos y mulatos en posiciones de poder, y
sus planteamientos acerca de Presidentes, Senado, Colegios Electorales y Jueces
vitalicios, en el contexto del discurso de Angostura y luego en los
planteamientos formales de la Constitución Boliviana de 1826.
Sobre el cadáver humeante del
proyecto colombiano, pero desde cuando ya acusaba “efluvios” de descomposición, surge el segundo líder carismático de
ese tiempo: el General José Antonio Páez Herrera. Viene en los destellos de su “lanza vengadora”. Conductor de la tropa
llanera, “Héroe de mil batallas”, “Ciudadano Esclarecido”, “Primera Lanza del País” y “Centauro de los llanos” son algunas de
las máximas por las que se le convoca e invoca. De la acerada presencia que da
el combate militar viene Páez y viene con el nacimiento de la República de Venezuela.
Si Bolívar es el “Padre de la Patria”,
el General Páez lo es de la “República de
Venezuela”. Páez es líder de una inflexión singular: la que separa a Venezuela de la
Nueva Granada, en el “invento político”
que el Libertador ha creado bajo el nombre de Colombia, que también integra a
Quito y a Guayaquil. Todos los involucrados “se
abren” a su tiempo y toca a Páez guiar esa separación hacia lo que será un “nuevo” Sistema Político de “inspiración republicana” en lo
institucionalmente político y de “aspiración
liberal” en el ejercicio de las libertades económicas. Como parece ocurrir con el metabolismo que genera
la presencia de un Líder Carismático, se forma en su entorno una célula
pentagonal de poder[5]. Cinco
son los personajes que se nuclean en su entorno: el romántico, el ideólogo, el político de oficio, el soldado y el
negociante aventurero. El primero da la vida por el líder, el segundo
convierte en “doctrina" a sus ideas y,
un tiempo más tarde, troca esa “doctrina”
en ideología, plataforma política de la que deviene luego el “Partido”.
El poder político fáctico (y, por tanto, real) termina en las manos de los otros tres, esto es, el político de oficio, quien
sirve de operador entre fuerzas encontradas; el soldado, que aporta los “aceros letales” a las acciones y se
constituye en escudo protector frente a la adversidad; y el negociante-aventurero quien se enriquece en el negociado y enriquece a soldados y políticos
de oficio, mediante el manejo oportuno, con terceros, de ese botín que llaman “erario público”.
La célula se va multiplicando,
trayendo como consecuencia la aparición de una retícula celular oligárquica,
donde “Poder Político y Negociado
Material” se intersectan, convirtiendo la existencia de ambos en “coexistencia vital”. La estructura del
Estado, los puestos públicos, la estructura legal, los principios doctrinales
políticos, todo, absolutamente “el todo
político- económico-social” se hace, lo hacen y lo impulsan los miembros de
la retícula oligárquica, en función, precisamente, de esa “coexistencia vital”. Y el resultado esperado de esa forma de
concebir el Estado, lo político, lo económico y lo social, genera como exhumo
social, acaso el peor: el preterido.
Real, justificado, inventado o arrimado por conveniencia por aquellos que
execrados o aspirantes a una nueva retícula, promueven desde la sombra, sobreviene
una “nueva inflexión” amparada bajo
las banderas de la turbamulta: la
Revolución.
La nación que se forma luego de
1830 bajo la égida del líder carismático que encarna Páez, nacida como República de Venezuela, aún a pesar del incómodo episodio desestabilizador de 1835 y conocido como la Revolución
de las Reformas (al frente de la cual por cierto no se coloca ningún líder
reputable de carismático), cuando ha arribado a 1841 acusa nuevos estertores de disolución y en la agudeza de sus pulsiones y choques, a más de sus
graves contradicciones internas, para 1859 está en plena guerra civil. De ella surge
un personaje díscolo y cambiante, atrabiliario y astuto: el General Ezequiel
Zamora, pero una bala asesina trunca su posible “rutilante futuro” y su cuñado, el Mariscal Juan Crisóstomo Falcón,
figura para nada carismática, termina a la cabeza de un nuevo “Estado Revolucionario”. Pero es su
anónimo secretario, el que termina reclamando el papel del líder carismático: el General Antonio José Ramón de la Trinidad y María Guzmán Blanco.
Se pone a la cabeza de los nuevos
Estados Unidos de Venezuela, denominación política que surge de la “impronta federal” del movimiento. Un “Quinquenio”, luego un “Septenio” y más tarde una “Aclamación” lo convierten también en “Ciudadano Esclarecido”, “Padre de la Patria Nueva” y también en
el epítome de su gloria, en “Ilustre Americano”.
Se hace construir estatuas, se le nombra Rector de la Universidad, presidente
de todas las sociedades de fomento de la industria y el comercio. Guzmán convierte a
Caracas en un remedo de Paris y “por toda
la nación” se siente el progreso de “la
modernidad” que ha traído la “Revolución
a la Patria”. Sobre esos logros, dice el propio Guzmán, el 5 de julio de
1873:
“Cada camino que abrimos, cada empresa de navegación realizada, cada
línea de telégrafo, cada código que formamos, toda esta máquina de la educación
popular, tan complicada, difícil y laboriosa, i la milagrosa inmigración que
estamos ya realizando: eso es habernos tocado á nosotros el hacer prácticos los
votos, las patrióticas esperanzas de nuestros antepasados. Sí: ambicionemos la
plena luz de la gloria, como se viera
faz á faz al sol sin deslumbrarse: aspiremos a que la posteridad diga que los
hombres del 5 de julio i los del 27 de abril de 1870, son los hombres de la
grandeza la patria.”[6]
Solo la
grandeza es posible tras la “Revolución y
su Líder Carismático”. Y a cada
nueva revolución, una nueva materialización de los “ideales patrióticos de los antepasados”.
Estas tres
primeras presencias relevantes, al frente de inflexiones sustantivas de nuestro
Sistema Político decimonónico, de manera parcial y muy breve, permiten inferir
que tras cada una de ellas o más propiamente, al frente, existe un líder
carismático que con sus acciones, discurso político y realizaciones materiales,
impulsa los cambios, los choques y las pulsiones que inducen el devenir de los
sistemas políticos. Pero ¿Y las otras cuatro?...Esas serán objeto de presentación
en nuestros artículos siguientes.
[1]
En nuestro blog www.miradainterdisciplinaria.blogspot.com
haremos una explicación más detallada
sobre este y otros conceptos para interpretar el devenir de los Sistemas
Políticos.
[3]
Sobre este “bautismo” ya hicimos una
referencia en el primer artículo de este blog.
[4]
“Entre las posibilidades humanas no podía
contarse un suceso tan completo y raro como nuestro último triunfo, si no lo
hubiese presidido un genio superior e inmortal. En nuestros conflictos en el
campo de batalla, cuando iba a confiarse la suerte de una nación entera a la
lucha más desigual, ocurrí al nombre de Bolívar para asegurar el resultado…”
Palabras del General Antonio José de Sucre, pronunciadas en el palacio de la
ciudad de La Paz, con motivo del arribo del Libertador a esa ciudad, el 19 de
agosto de 1825. Sucre, José Antonio; De mi propia mano. BIBLIOTECA
AYACUCHO. Caracas, 1981. Pág.263.
[5]
Este concepto formal, que bien podría formar parte de una Teoría Política
Nacional y creado por quien estas líneas escribe, se hizo público por primera
vez en el artículo titulado “La Célula
Pentagonal de Poder”, en el número 1 de la revista Memoria Política, del
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad
de Carabobo, en el año 2014.
[6]
Straka Medina, Tomás; Características de un modelo civilizador. Idearios e
ilusiones del Guzmancismo. Los tiempos envolventes del Guzmancismo. Simposio.
Elías Pino Iturrieta y María Teresa Boulton, coordinadores. UCAB. Caracas,
2011. Pág.114.
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