El día 17 de octubre de 1945, en la víspera de otra asonada militar en
nuestra historia política nacional, se suceden hechos que los testimonios de
los protagonistas, hacen pensar en las evoluciones imprevistas de los conflictos
políticos y como las perturbaciones, imponderables en sus efectos, lentamente
van empujando a los sistemas políticos hacia sus umbrales de inestabilidad. El
General Isaías Medina Angarita, Presidente de la República de Venezuela en
funciones, acota entonces: “El 17 de
octubre en la tarde recibí un anónimo en donde se me aconsejaba cuidarme
personalmente y se me alertaba sobre una
conspiración que había ganado ya mucho terreno en el ánimo de oficiales de
todas las armas, inclusive del Regimiento que tenía a su cargo la guardia
personal del Presidente, y se me daban los nombres de ocho oficiales que
encabezaban la conspiración.”[1]
Unas horas más tarde, en el Nuevo Circo de Caracas, Acción Democrática, “el partido del pueblo”, se apresta a
realizar un mitin multitudinario para tratar el tema de la “sucesión presidencial” entre otros asuntos de “interés nacional”.
En el ardor del discurso, exclama Rómulo Betancourt a la importante masa
de seguidores allí congregada y con ocasión de una acusación que le hiciese el
partido de gobierno, apenas unos días antes, respecto del planteamiento que le
formulase el partido Acción Democrática, por boca de su directiva y en carta
dirigida a la Dirección Nacional del PDV, con relación al agudo tema de la “sucesión presidencial”: “Nosotros aceptamos que queremos dar un
golpe de Estado pacífico, es decir que queremos encontrarle una salida
evolutiva a la compleja situación política del país; pero esta aspiración
evolutiva se frustrará si quienes gobiernan continúan en su actitud de insólito
desdén a la opinión (…) La tesis de gobierno provisional con candidato nacional
la ligaremos a las grandes consignas que ha estampado nuestro partido en su
programa (…) A todo el pueblo venezolano, a todas las clases sociales
venezolanas, a todos los que se sienten desvinculados a este régimen los
llamamos a luchar por la consigna, por la gran consigna que esta noche
histórica de la nueva Venezuela dejamos sembrada en la conciencia del país:
elecciones generales, presididas por un Gobierno provisional, a fin de que
mediante el sufragio directo, universal y secreto, el pueblo venezolano pueda
escoger un Presidente de la República y un Poder Legislativo que sean los
auténticos depositarios de la soberanía de la Nación.”[2]
Posiblemente, en el mismo instante en que Betancourt se dirige a una multitud emocionada que se
desata en aplausos y vítores, unas cuantas cuadras más al oeste, en la Escuela
Militar, se está realizando una cena entre oficiales militares. Nos cuenta
sobre el ágape Don Mario Briceño Iragorry: “En
la noche de miércoles 17 había sido
invitado por el comandante Arévalo, Director de la Escuela, el coronel Ruperto
Velasco, Director de Guerra a una cena en la Escuela, a la que fueron invitados
además, el mayor Delgado, Vargas, Loscher y Buenaño. La comida estuvo rociada de
abundante whisky y Velasco hubo de perder la cabeza un poco y se produjo (sic)
en largas consideraciones sobre la disciplina, todo en medio de “ademanes de
ebriedad simiesca” según palabras de Loscher. Al día siguiente, 18, Velasco
volvió a las 9 a.m. a la Escuela con el fin de
conducir a Delgado al Ministerio por encargo del ministro Becerra.
Advertidos los oficiales que su plan había sido delatado, resolvieron la
prisión inmediata de Velasco y se declaró la rebelión.”[3].
Se precipitan entonces los acontecimientos. El Coronel Edito Ramírez,
protagonista de aquellos hechos, siendo entonces Teniente y oficial de planta
en la Escuela Militar, refiere: “El
momento era decisivo. Buscábamos dónde cambiar impresiones y por doquiera
advertíamos la presencia de los jefes…En menos de cinco minutos, estuvimos tras
la escalera que da frente a la cocina; allí Delgado comenta: “si voy al
Ministerio, me hacen preso como un tonto” y si no va, comenté yo, está en
rebeldía, “pues vamos a lanzarnos”, coreamos todos. (…)…saludé en el patio
principal al coronel Velasco y continuaba mi marcha hacia el hall de oficiales
(…) cuando tropecé con el mayor Delgado y el capitán Parra, quienes ya traían
preso al comandante Arévalo. “Lo dejo con el Comandante” – me dijo aquel –
mientras el arrestado me insinuaba la conveniencia de conversar y cambiar ideas
amigablemente (…) En este mismo momento, otros oficiales conducían al calabozo
al coronel Velasco, quien desesperado daba voces de arresto y aludía su
condición de Coronel Director de Guerra (…) Ya a las puertas del calabozo, el
Coronel trató de sujetar a Delgado para hacerlo preso. Fue entonces cuando
Arévalo le advirtió: ¡¿No se da cuenta, mi Coronel, que los presos somos nosotros?!...Al punto me gritó Mario Vargas:
“Edito ¡Háblale a los cadetes!...”…”[4]
Por su parte y en el cuartel de Miraflores, nos dice el entonces Mayor
Celestino Velasco, jefe de aquella unidad y pariente por cierto del coronel
Velasco preso en la Escuela Militar: “A
las 9 y media del día 18, me dijo el teniente Carlos Morales que “estuviéramos
listos”. Enseguida me entrevisté con mis oficiales y con Nucete Paoli. Casi de
inmediato recibía órdenes del teniente coronel Varela de reforzar los servicios
de la parte de atrás del cuartel. A las diez y media se observó mucho
movimiento de los oficiales superiores, tanto en el Palacio de Miraflores, como
en el Ministerio de Guerra, habiendo sido llamado a este el teniente coronel
Varela. Pocos minutos después salía yo a la puerta del cuartel y observé que en
el carro de Varela se encontraba el mayor Pérez Jiménez, en calidad de
detenido. Notifiqué entonces a mis oficiales “que estábamos descubiertos” (…)
Estábamos decididos a dar el golpe ese mismo día. Como de diez a doce de la
mañana, llegó el teniente Illaramendi, y dándome una palmada en el hombro me
dijo “Mi Mayor, que ya…” Esta fue toda la orden que recibí del Comité…”[5].
El gobierno en pleno fue cayendo poco
a poco bajo poder de los insurrectos y como hace saber el Coronel Ramírez para “… las 15:00 horas (…) del día 18, los
calabozos del Instituto eran insuficientes para poner bajo seguro a tantos
peces gordos: general López Contreras, ex Presidente de la República y
candidato para un nuevo período, arrestado en la habitación de un oficial;
doctor Uslar Pietri, Ministro de Relaciones Interiores; doctor Mario Briceño
Iragorry, Presidente del Congreso Nacional; general Manuel Morán, Jefe del
Estado Mayor General; general Antonio Chalbaud Cardona, Inspector General de
las FF.AA. y tantos otros.”[6].
En estos emocionados relatos de los oficiales comprometidos, pareciese
vislumbrase una “masiva participación” del
personal militar profesional en el alzamiento y sus prolegómenos, apariencia
que algunos números parecen contradecir.
Las Fuerzas Armadas para ese momento contaban con 950 oficiales. Los
comprometidos, según una lista parcial que cita José Agustín Catalá, miembros
todos de la UMP, sumaban 125 oficiales del Ejército y 22 oficiales de la
Armada, para un total de 147 oficiales, esto es, 15% de la totalidad de la
oficialidad, de lo que se pudiera
colegir que el 85% o no estaba de acuerdo o esperaban a buen recaudo el
desarrollo de los acontecimientos o no sabían nada de aquella asonada. Un
detalle interesante que vale la pena citar es la proporción de oficiales
subalternos participantes del movimiento, respecto de los superiores y, como
era de esperarse, la ausencia total de los generales. De un total, como ya se
dijese, de 147 oficiales, 28 son Capitanes y 70 suman los Tenientes,
Subtenientes y Alféreces de Navío, esto es, casi la mitad de los comprometidos
correspondía a jóvenes o muy jóvenes oficiales. Solo 8 eran Mayores para
entonces, acaso los 8 oficiales que cita
Medina le había avisado eran los jefes de la conspiración, a saber, Carlos Delgado
Chalbaud, Hugo Fuentes, Miguel Nucete Paoli, Juan Pérez Jiménez, Enrique Rincón
Calcaño, Julio César Vargas Cárdenas, Celestino Velasco y Marcos Pérez Jiménez.
Para conocer de viva voz de un oficial comprometido las razones del
alzamiento, sea propicio citar al Teniente Rolando Loscher Blanco, quien “carcelero” de Don Mario Briceño
Iragorry, sostuvo una larga conversación con él y cuyo contenido refiere Don Mario en los
siguientes términos: “El fin de la
revuelta era, según expresión de Loscher, borrar el personalismo que venía
privando en la organización del Ejército, cuyos oficiales subalternos se
sentían molestos por el trato que se les daba. Dijo Loscher que el oficial
carecía de asistencia y que lejos de distribuirse por medio de un procedimiento
lógico de justicia la suma destinada a protección del Ejército, eran los
servicios prestados como favor personal al Presidente, a cuyo arbitrio pensaba
él dar o no la pequeña suma que en cada caso se destinaba a favorecer al
oficial. Le invocó también la falta de preparación de los oficiales superiores
como motivo de molestia para los jóvenes que habían alcanzado un grado de
cultura. Alegaban los oficiales como actitud ofensiva para el Ejército el hecho
de que el Presidente Medina pretendiera utilizar la fuerza del Ejército como
elemento ciego dispuesto a respaldar sus aspiraciones de gobernar e imponer un
nuevo Presidente.”[7]
.
Don Mario pone fin a aquel aciago momento ( especialmente para quienes hasta ese instante llevaban las riendas del Poder Público Nacional en sus diversas ramas) con la siguiente
narración, misma que tiene lugar a las 03:30 horas del día 19 de octubre de
1945 y en la Escuela Militar de Venezuela:
“…se abrió la puerta de nuestra habitación y apareció el general Medina,
acompañado del Ministro de Guerra, coronel Delfín Becerra; doctor Manuel
Silveira, Ministro de Obras Públicas y el mayor Francisco Angarita Arévalo,
Presidente del Estado Táchira. Medina estaba vestido de civil y llevaba puesto
el sombrero. Estaba visiblemente emocionado, aunque mantenía dominio completo
sobre sí mismo. Su voz era entera, el ceño duro y la barba ennegrecía notablemente
su rostro. (…) Nos abrazó a los tres y con palabra llena asumió la
responsabilidad de la entrega…”No quise que se derramara más sangre inútilmente”
dijo. Después se dirigió en tono altivo al mayor Delgado Chalbaud, que había
llegado en su compañía y le dijo: “Carlos ahora tienen la responsabilidad del
orden. Eviten enérgicamente que Caracas vaya al caos y con Caracas la
República. Procedan a constituir una Junta Militar que asuma el poder. Una
Junta Militar; por ahora no cometan el error de poner en manos de civiles la
autoridad.” [8]
Delgado Chalbaud, como resulta lógico suponer, hizo caso omiso de la
recomendación del General Medina Angarita. A las 20:00 horas del día 19 de
octubre, Rómulo Betancourt Bello, el líder político carismático de un tiempo histórico
que hacía eclosión, asumió la Presidencia de la “Junta Revolucionaria de Gobierno”, llevado de la mano de la joven
oficialidad, agrupada en la Unión Militar Patriótica, logia de profesionales
militares a la que se sumó Delgado Chalbaud apenas cuatro días antes del golpe.
El pronunciamiento castrense fue hábilmente bautizado por Rómulo Betancourt con
otro mote “épico” para librarse de la
mácula del simple Golpe Militar, iniciándose así uno de los grandes mitos
revolucionarios de nuestra historia política contemporánea: la Revolución de Octubre.
[1] Consalvi,
Simón Alberto; La Revolución de Octubre.1945-1948. La Primera República
Liberal Democrática. SERIE ANTOLÓGICA DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE
VENEZUELA. FUNDACIÓN RÓMULO BETANCOURT. Caracas, 2010. Pags.45 y 46.
[2] Suárez
Figueroa, Naudy; Rómulo Betancourt. Selección de escritos
políticos.1929-1981. FUNDACIÓN ROMULO BETANCOURT. Caracas, 2006.
Pág.182.
[3]Catalá,
José Agustín; Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la
Constituyente. Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág.37
[4]
Catalá…Op.Cit…Pág.12.
[5]
Catalá…Idem…Pág.29.
[6] Catalá…Ibíd…Pág.13
[7] Catalá…Ibíd…Pág.37.
[8] Catalá…Ibíd…Pág.41
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